Es común escuchar por ahí que los jóvenes no leemos. Al parecer, para los adultos lo único que hacemos cuando no estamos de fiesta o con los cuates en el cine es “chatear”, estar “pegados a la computadora” o jugar Xbox. La realidad es que el mundo ha cambiado, nos encontramos inmersos en una sociedad multimedia con lenguajes y escrituras distintos a aquellos con los que crecieron nuestros papás. No tener en la mano la copia impresa de Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, no significa que no lo estemos leyendo en un archivo de pdf en la computadora o en un e-book.
Los jóvenes sí leemos, y me atrevería a decir que leemos más que muchos adultos, principalmente porque tenemos menos responsabilidades, menos trabajo y menos obligaciones, lo que nos permite tener más tiempo para creer, para sumergirnos en una historia y enamorarnos de personajes que no son de este mundo. La realidad es que los jóvenes tenemos más tiempo para soñar.
Para algunos puede parecer triste y casi catastrófico, pero la realidad es que las épocas de leer y releer a los clásicos se han quedado atrás (y esto puede ser culpa de aquella maestra de secundaria que nos obligó a leer a George Orwell cuando no teníamos ni la menor idea de lo que el socialismo soviético había sido, o El lazarillo de Tormes, escrito en un castellano clásico que no podíamos entender). Claro que todavía hay quien lee a clásicos cómo Shakespeare, Fitzgerald y Carlos Fuentes ¿hay jóvenes que hemos caído ya en las suaves garras de la literatura clásica?, pero al parecer hoy la mayoría está en busca de algo más:
Las novelas románticas en las que un hombre y una mujer luchan por concretar un amor imposible se han quedado cortas, pues pareciera que en este mundo “interracial” esos amores ya no son tan complicados y la espera eterna de una carta en el correo no es cercana a nosotros, que estamos conectados 24 horas del día los siete días de la semana a ese amor que por cualquier razón se ha ido lejos.
Se ha perdido interés en historias de la revolución porque se aparecen como fantasmas de un pasado lejano del que ya no formamos parte, y es que, aunque su lucha pueda parecer similar a la nuestra, aunque sus ansias de cambio sean las mismas, su lenguaje es demasiado lejano, sus costumbres y sus armas distintas, y la verdad es que nuestras ganas de luchar no son tan necias.
Los jóvenes han dejado de leer poemas porque la interpretación es lenta y nuestro mundo es rápido; las lecturas en esta época suelen ser más fáciles, menos indescifrables y más “masticadas”. Lo que pasa es que nunca desarrollamos esa capacidad de apreciar lo subjetivo, lo complicado, crecimos en un mundo en el que las respuestas han estado siempre a la mano con internet, y los poemas han perdido su valor porque nos da flojera descifrarlos.
Si se ha dejado de leer a Kafka, a Homero y a Dostoievsky no es porque se haya dejado de leer, simplemente fueron sustituidos por escritores nuevos porque se ha perdido cercanía con el contenido de esas obras. Generación tras generación los jóvenes se han caracterizado por ser rebeldes, descubridores de nuevos tesoros, y son esas ansias de descubrir las que hacen difícil escuchar a los maestros o a los mayores cuando nos recomiendan un libro o un autor; casi siempre es imposible para los jóvenes pensar que alguien, a parte de ellos mismos, podría tener la razón.
Pero sí leemos y hay un género que está tomando fuerza entre los jóvenes, un género que los invita a explorar territorios aún desconocidos para la especie humana: las sagas de fantasía. ¿Por qué? porque el joven de hoy ha dejado de leer con la esperanza de cambiar al mundo y ha comenzado a leer para escapar de él, para divertirse, para entrar a un mundo desconocido, nuevo e interesante.
Hush Hush, de Becca Fitzpatrick, y Cazadores de sombras, de Cassandra Clare, permiten a los jóvenes adentrarse a ese mundo nuevo, en el que además de una buena historia de amor hay demonios, ángeles, hombres lobo, vampiros, hadas, secretos, tatuajes poderosos, misterio, traiciones y sangre. Nos cuentan historias fantásticas que de fondo llegan a hacer una crítica a la sociedad egocentrista en la que hoy vivimos. ¿O no les parece que la forma en que se juega a matar en Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, es una crítica a lo mucho que la vida ha perdido valor en nuestra sociedad actual?
Además, los estudios cinematográficos han sabido aprovecharse de esta explosión de las sagas de literatura fantástica filmando películas de casi todos los libros antes mencionados y alimentando la afición y la intriga de los jóvenes, quienes corren a la librería a comprar el volumen II de la película que acaban de ver para no tener que esperar un año a que salga la siguiente.
Los jóvenes de hoy ya no leen para mejorar el país, el continente o el mundo en el que viven; hoy los chavos se han resignado a buscar un nuevo mundo, una realidad alterna, diferente, en donde cualquier cosa es posible, un mundo sin límites que nos permite poner a volar nuestra imaginación, un mundo en el que solo nosotros podemos decidir lo que está bien y lo que está mal.
Leemos porque somos románticos y nos encanta apasionarnos con algo, y aunque hay quienes critican que estas sagas de fantasía no alcanzan un nivel de dificultad lo suficientemente alto como para ser consideradas literatura, no por leerlas tenemos menos criterio o peor gusto; que un joven lea a J. K. Rowling en lugar de a Julio Cortázar no significa que lee menos. Hay libros de fantasía que pueden incluso abrir los ojos de los jóvenes, que nos invitan a probar cosas nuevas, libros que nos cambian la vida mucho más que algunas personas que a lo largo de ella conocemos.
Y cuando eso pasa, cuando estas sagas fantásticas cambian la vida de algún joven, en el momento en el que lobos, vampiros y fantasmas ya no son suficientes, el joven lector se acerca al librero de su padre y de alguna de las repisas —probablemente empolvada por el paso del tiempo— toma la copia olvidada de Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, y después de leerla ese joven comienza a escribir, porque eso es lo que hacemos los jóvenes lectores, escribimos…
Al final de todo qué más da si leemos por gusto o porque nos obligaron en la universidad, si leemos para esperar el camión o para hacer más ameno el camino en el metro, si abrimos un libro solamente porque se cayó el wifi o si lo hacemos para poder actualizar nuestro estado de Facebook; no importa si leemos libros de fantasía, de historia o de denuncia; es lo mismo si leemos por pasión, por desesperación o porque nos sentimos solos. Lo importante es que leemos; que somos jóvenes y que sí leemos.