Retrató en forma de catrina a un sinfín de personajes, pues, “a fin de cuentas, toda la gente acaba siendo calavera”.
Existen pocos países en el mundo con tanta riqueza cultural y con tradiciones tan pintorescas como México. Entre los meses de octubre y noviembre, por ejemplo, en las calles de todo el país se observan tiendas y puestos con toda suerte de adornos y dulces para festejar el famoso Día de Muertos.
Mientras que para los mexicanos resulta bastante cotidiano encontrarse en cada esquina con “calaveritas” hechas de azúcar, chocolate, dulce de leche y amaranto, para los ojos del mundo extranjero esto es algo fascinante.
La veneración a la muerte es una tradición que en México se remonta a la época prehispánica, y aunque inevitablemente se ha transformado, sigue siendo una festividad de imágenes, colores, sabores y texturas que caracteriza al pueblo mexicano en todo el mundo. Aunque también es cierto que con el tiempo esta festividad se ha ido mezclando y alimentando de otras tradiciones, como Halloween, hay una figura mexicana relacionada con el Día de Muertos que, valga la ironía, parece que nunca morirá: la Catrina (o la Calavera Garbancera, como originalmente fue llamada). Una figura que ha viajado, con temible comodidad, entre lo emblemático y lo popular, por más de 100 años. Su creador, José Guadalupe Posada, es indudablemente uno de los artistas más representativos de la historia mexicana, capaz de escenificar y nutrir el imaginario nacional de finales del siglo XIX y principios del XX, a través de sus característicos grabados y caricaturas.
Posada, quien habría de convertirse en precursor del nacionalismo mexicano de las artes plásticas, nació en Aguascalientes en 1852, y tras aprender a leer y escribir, ingresó a la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes. Dado su innegable talento, en 1968 se convirtió en aprendiz en el taller litográfico de Trinidad Pedroza, y algunas de sus primeras caricaturas de crítica política fueron publicadas en El Jicote, un periódico de oposición de la época. En 1872, Posada y Pedroza decidieron instalarse en León, Guanajuato, en donde ambos se dedicaron a la litografía comercial. Después de trabajar por más de 10 años con varios periódicos locales, a finales de 1888, Posada se trasladó a la ciudad de México, en donde aprendió el oficio de técnicas de grabado en plomo y zinc. Poco tiempo después de colaborar con publicaciones como La Patria Ilustrada y Revista de México, Posada emprendió un trabajo artístico que le valió la aceptación y admiración popular —hasta nuestros días— por su agudo sentido del humor, proclividad a lo dramático y su indiscutible calidad plástica.
Sin duda, extranjeros y mexicanos —que con frecuencia tendemos a infravalorarla— debemos parte de la reputación del colorido Día de Muertos a José Guadalupe Posada. El costumbrista mexicano, quien falleció el 20 de enero de 1913, se encargó de describir con originalidad el espíritu del pueblo de México con especial inclinación hacia los asuntos políticos y sociales, pero con un conocimiento innato sobre la vida cotidiana y lo popular: lidió con temas como el terror por el fin de siglo, los desastres naturales, las creencias religiosas, las escenas revolucionarias, y hasta la magia. Durante su carrera como ilustrador y técnico del grabado retrató a un sinfín de personajes revolucionarios, políticos, fusilados, borrachos, damas elegantes, obreros, etcétera. Muchos de ellos hechos calaveras, entre las que siempre destacará la Catrina porque, como decía él mismo: “A fin de cuentas toda la gente acaba siendo calavera”. Con ella, Posada consolidó la contemporaneidad del Día de Muertos en México y dotó a la nación de una representación gráfica de la idiosincrasia aún sin igual. Este año, con motivo de su centenario luctuoso, se celebró a Posada y a su Catrina con una ofrenda masiva en el Zócalo de la ciudad de México, en la fecha en la cual solo en México se festeja a la más democrática de las autoridades… la muerte.