Srdja Popovic recorre el mundo enseñando técnicas no violentas para derrocar autócratas y cada vez que habla de la Primavera Árabe, señala: “2011 fue el peor año en la historia para los villanos”.
Es verdad que, hace dos años, despedimos a Hosni Mubarak, Zine al-Abidine Ben Ali y Muammar Gaddafi; y por momentos nos pareció que Bashar al-Assad caería también en el club de los perdedores. Pero el domingo pasado, a juzgar por la entrevista exclusiva de Bashar —como le llaman sus detractores sirios— con The Sunday Times, todo apunta a que ese villano se quedará donde está.
¿Vanas ilusiones? Bashar dice que no. Afirma que los gobiernos británico y estadounidense se han convertido en bravucones por ayudar a los opositores de su régimen y de hecho, su decisión de no abandonar Damasco más que por la fuerza fue fortalecida por John Kerry y sus recientes comentarios sobre Siria. Según Bashar, el asesinato de inocentes, los ataques aéreos en Alepo y la agresión contra reporteros son puras exageraciones, mentiras de la prensa pro rebelde y de los occidentales, que no tienen derecho a interferir en los asuntos internos del país.
Pero al despertar, el domingo pasado, me enteré del fallecimiento de mi informante, Abdullah Alyasin —quien ayudara a los corresponsales que trabajan en Alepo— y los detalles de su deceso me conmocionaron: Abdullah no fue abatido por esquirlas ni cohetes; fue asesinado.
Aunque sus homicidas no han sido identificados, sus amigos sabemos quiénes son. La pérdida de Abdullah tal vez caiga en la abominable categoría de la no verdad que los cínicos denominan “la niebla de la guerra” o bien, podría precipitar violentas represalias que perpetuarán el ciclo de violencia. No obstante, lo importante para mí no es nombrar responsables, sino
que otro ser humano ha perdido la vida en Siria.
Cada vez más vertiginoso, el ciclo de violencia en Siria —no solo entre Bashar y los rebeldes, sino entre diversas facciones de rebeldes— me recuerda un fragmento del poema Pascua, 1916 de W. B. Yeats: “Ha nacido una terrible belleza”.
¿Acaso la no violencia habría precipitado la caída de Bashar? Sin duda funcionó en Serbia, donde Popovic fue uno de los líderes de la resistencia (OTPOR) que derrocó a Slobodan Milosevic en el año 2000. Poco me ha impresionado tanto como la perseverancia con que él y sus colegas trabajaron para deshacerse del asesino que desató cinco sangrientas guerras en su país.
Transcurridos 11 años, quedé igualmente impresionada por los activistas tunecinos, georgianos y egipcios (algunos de ellos entrenados por Popovic) que recurrieron a la no violencia como estrategia para cambiar un régimen.
Entonces llegó el turno a Siria. ¿Qué ocurrió para que, en el momento crítico, la oposición abandonara la no violencia y empuñara las armas? ¿Fue desesperación? Algunos activistas que participaron en el movimiento inicial de Homs huyeron cuando comenzó a correr la sangre, sintiéndose privados de la oportunidad de salvar su país. “Yo no quería un arma”, me dijo uno. “Creí que era posible derrocar a Bashar si uníamos al pueblo. Son muchos quienes lo desprecian; podríamos haber formado un frente común”.
Activistas de todo el mundo han recurrido a estrategias distintas. En Túnez, la Revolución de Jazmín aprovechó el internet para paralizar al régimen de Ben Ali, infiltrando sus ministerios y bloqueando sus operaciones; los activistas egipcios del 6 de abril planificaron anticipadamente cómo derribar a Mubarak con técnicas de Popovic y del gurú de la no violencia, el profesor Gene Sharp (cuyos métodos incluyen teatro callejero, redes sociales y resistencia sin armas); opositores de Irán, Bahréin y otras regiones acuden al internet para descargar en secreto el trabajo de Sharp y probar métodos que eviten mayor derramamiento de sangre en sus países y produzcan un cambio democrático.
Es una tragedia que en Siria se haya tomado el camino de la violencia. A decir de Sharp, la clave para vencer a los dictadores y cambiar una sociedad es contar con un proyecto y una metodología, y seguirlos a pie juntillas para obtener el apoyo del pueblo, cuyo poder es determinante. El movimiento contra la Guerra de Vietnam fracasó en muchos sentidos porque la quema de banderas estadounidenses jamás habría engendrado las simpatías del pueblo, mientras que Occupy Wall Street fue un movimiento excesivamente desorganizado y romántico.
Lo peor que puede pasar ahora, a la zaga de la Primavera Árabe, es que el conflicto sirio siga el derrotero de Bosnia e Irak. En 1993, Sarajevo se convulsionaba con luchas intestinas entre distintas facciones de musulmanes bosnios, pero en su momento, nadie (ni siquiera yo) estuvo dispuesto a escribir al respecto. Después de su invasión, las diferencias ideológicas dividieron Irak en vez de unificar al país contra sus opresores. Nuestros intérpretes locales corrieron grave peligro y como Abdullah, muchos fueron asesinados por colaborar con occidentales.
Mi inquietud ya no es la prolongada guerra punitiva entre un bastión alauita de la costa —respaldado por Rusia, Irán y Hezbolá— y el resto de Siria sino la propia oposición, que podría colapsar a causa de sus facciones y luchas internas por hacerse con el control dentro y fuera del país. Cuando analizo el conflicto, más que las estrategias militares, mi atención se vuelve hacia el nivel micro: familias, escuelas y hospitales; rutas de abastecimiento y depósitos de agua; individuos que habrán de sobrevivir el invierno sin electricidad ni antibióticos. Y entonces me pregunto si la singular mezcla étnica de Siria se perderá irremisiblemente como ocurrió en Bosnia, toda vez que los antes llamados sirios se identifican ahora como drusos, chiitas, suníes, alauitas o cristianos.
Pese a las críticas de la Primavera Árabe, creo que la democracia empieza a funcionar. El cambio demorará años —como señaló un analista, la Constitución estadounidense entró en vigor en 1789— y la verdadera democracia requiere de tiempo. Sin embargo, la violencia es un gran obstáculo y la escisión del activismo sirio —los que rompieron filas para tomar las armas y quienes han permanecido en el movimiento— es muy perturbadora. Debemos ayudar a la oposición, pero también hay que enseñarla a colaborar con individuos como Popovic y hacerla entender que no puede responder a Bashar con la violencia que le ha sido impuesta. Porque la violencia engendra violencia y la muerte de Alyasin es desgarrador ejemplo de ello.
La no violencia fructificó en Serbia y puede dar resultados en otras naciones que aspiran a la libertad. Después de todo, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos comenzó, realmente, con una mujer llamada Rosa Parks quien, fatigada al final de un largo día de trabajo, se negó a renunciar a su asiento y con aquella sencilla acción, serena y valientemente, se opuso al odio y la segregación.
Galardonada corresponsal extranjera y escritora, Janine di Giovanni es integrante del Consejo de Relaciones Exteriores.