“Año bisiesto, año siniestro”, reza un adagio que para Petróleos Mexicanos ha sido acertado.
En 1976, el gobierno mexicano creaba la Brigada Blanca que investigaría a la Liga Comunista 23 de Septiembre, la UNAM estallaba en huelga y el presidente Luis Echeverría aspiraba —ilusamente— al Premio Noble de la Paz.
Aquel bisiesto, México era importador de oro negro, pero la Sonda de Campeche era una promesa de bonanza: Cantarell, el sexto manto petrolero más importante del mundo, acababa de confirmarse. Ese año —nadie lo sabía aún— marcó el pistoletazo de una política de excesos y saqueo que ha llevado a la empresa a la bancarrota actual.
QUIÉN ES PEMEX
Comparemos a Pemex con otros titanes petroleros. Tres rasgos se desvelan claramente:
Escasa productividad: Pemex produce 2.5 millones de barriles de petróleo diarios en la actualidad (42 por ciento menos que en 2004); mientras Shell genera 3.2 millones de barriles diarios; Petrobras, 2.9; British Petroleum, 3.4; y Exxonmobil, 4.9.
Pero la plantilla de Pemex posee 150 000 trabajadores; casi el doble que Shell (86 500), Petrobras (84 900), British Petroleum (84 300) y Exxon Mobil (76 200). Así, mientras un trabajador de Pemex produce 16 barriles de petróleo por día; uno de Petrobras genera 34; un empleado de British Petroleum, 40; y uno de Exxonmobil, 64.
Altos pasivos laborales: la corpulenta estructura laboral de la paraestatal, las prebendas que por décadas se ha granjeado el sindicato de Pemex y la base de 90 000 jubilados que cobran pensiones, han generado (impagables) pasivos laborales de 1.7 billones de pesos.
Losa tributaria: históricamente, Pemex ha tributado más de 55 por ciento de sus ingresos (paga derechos sobre hidrocarburos, IEPS, IVA, impuestos a la exportación de petróleo e impuesto sobre los rendimientos petroleros). La carga fiscal de Petrobras equivale a 31 por ciento de su facturación; la de Exxonmobil, a 39 por ciento; la de British Petroleum, a 24 por ciento; y la de Shell, a 27 por ciento.
Las inversiones se fueron rezagando, ya habría tiempo en el futuro. Cantarell fue capaz durante cuatro décadas de compensar las deficiencias citadas, de pagar los privilegios y excentricidades gubernamentales, de financiar campañas priistas y también desvíos panistas como Oceanografía.
Pero un día los precios del petróleo se desplomaron.
LA QUIEBRA
El 2016 será un año siniestro para Pemex. Sus pérdidas superarán los 155 000 millones de pesos.
Hace sólo cuatro años, la mezcla de crudo mexicano se vendía a 84 dólares por barril, hoy a 22 dólares. En ese lapso, el costo de extracción y producción de crudo aumentó 30 por ciento para México, al tiempo que los yacimientos de Abkatún-Pol-Chuc y Cantarell, dos joyas petroleras del país, entraron en fase de declive.
Pemex se extinguió.
José Antonio González llega a la Dirección General, en sustitución de Emilio Lozoya, no a evitar el fin, sino a ralentizarlo.
Pemex es un pilar de las finanzas públicas y un icono nacionalista, una empresa demasiado grande para fallar, que deberá justificar el “hicimos todo lo posible”.
Veremos a Pemex contratar más deuda para pagar a sus proveedores, recortar su gasto y su plantilla laboral. Observaremos a empresarios mexicanos y extranjeros inyectar fondos (unos 50 000 millones de dólares) para mejorar la red de ductos y puertos.
Escucharemos profusamente las bondades de las inversiones a través de “Fibras E”, pero el gobierno de Enrique Peña Nieto evitará decir que, para ser rentables, los proyectos de aguas profundas exigen una década de paciencia.
Y cuando todas las opciones se agoten, aún quedaremos los contribuyentes (Fobaproa fue posible, ¿qué no?). Con un poco de suerte, para entonces este gobierno habrá partido.
Por lo pronto, hoy, como en 1976, México es nuevamente importador neto de petrolíferos, y para el anecdotario, también entonces un dólar valía casi 20 pesos.