Los icebergs tienen muchas formas de matar a un hombre. Pueden girar repentinamente, separarse sin advertencia y esconderse, permaneciendo invisibles en la oscuridad, y luego hundir embarcaciones insumergibles. Son imprevisibles, peligrosos, y a menudo más grandes que cualquier cosa creada por el hombre. Pero, aparentemente, también sirven para fabricar un magnífico vodka.
Pensé en el Titanic mientras bebía un trago de vodka de la marca Iceberg, servido de una botella con una representación en azul y blanco de su objeto homónimo en la etiqueta. El vodka está compuesto por aproximadamente 40 por ciento de alcohol y 60 por ciento de agua, así que más de la mitad de la botella que tenía frente a mí era agua arrancada a un iceberg. Agua que cayó en forma de nieve hace decenas de miles de años, mucho antes de la Revolución Industrial y mucho antes de la contaminación industrial que gira ahora en el aire casi en todas partes. No soy una gran amante del vodka, pero este me parece más suave que la mayoría. No estoy segura de si esa valoración proviene de mi paladar o de mi mente romántica, a la que le encanta la idea de beber algo hecho con agua antigua almacenada en enormes y conmovedoramente majestuosos icebergs.
No soy la única persona entusiasmada con estos monolitos. En Terranova, de donde provino el agua de iceberg para mi vodka, los recorridos por los icebergs son un gran negocio, mientras que el agua de iceberg misma, en forma embotellada y para su uso en la elaboración de costosos vodkas, es una industria pequeña pero en crecimiento. La Iceberg Vodka Corp. canadiense produce alrededor de 200 000 cajas al año, por encima de los pocos miles de cajas de hace veinte años, señala David Meyers, presidente y director ejecutivo de la empresa. Típicamente, las compañías embotelladoras miden las impurezas en el agua en unidades de partes por millón. “Nosotros medimos las impurezas en partes por cuatrillón”, dice orgullosamente, y añade que el agua de iceberg es aproximadamente diez veces menos ácida que el agua embotellada común, lo que da como resultado su suavidad. Pero, a final de cuentas, dice que “la historia es la que atrae a las personas hacia la marca”.
Esa historia es, en muchos sentidos, la de los cazadores de icebergs que se han convertido en los modernos vaqueros de los polos Norte y Sur, con reality shows y artículos periodísticos que documentan el arte único de cortar pedazos de enormes montañas de hielo que serán trituradas hasta convertirse en agua de lujo.
Los seres humanos han estado trazando planes fantásticos para arrear los icebergs y dominarlos para nuestro uso por lo menos desde mediados del siglo XIX, cuando varios empresarios anunciaron su intención de arrastrar icebergs a India, donde el hielo podía venderse por 6 centavos la libra según se informa, y “al océano del sur, con el propósito de equilibrar la temperatura de la Tierra”. A mediados de la década de 1970, científicos de dieciocho países se reunieron en una conferencia en Ames, Iowa, para idear cómo remolcar icebergs a la Península Arábiga y a otras regiones áridas para ser usados como suministros de agua. Nunca ocurrió, porque la tecnología de ese tiempo no podía realizar la difícil hazaña en una forma económicamente viable, pero actualmente los científicos todavía revisan planes similares. Sin embargo, por ahora, esto no pasa de ser una simple fantasía tecnológica.
AMOR APLASTANTE: Para recoger un iceberg se utiliza maquinaria pesada. Fácilmente se pueden recogen unas mil toneladas de hielo por año, lo que equivale a entre 264 000 y 343 000 millones de galones de agua. FOTO: ZANSKAR/ISTOCK
Pero lo que Ed Kean, cazador de icebergs, hace todos los días no es ningún sueño. Él es uno de los varios hombres que se ganan la vida persiguiendo icebergs en la cumbre del mundo con una tenaza mecánica y muchísima precaución.
“Imagina un tiempo en el que la Tierra era pura. Y ahora, imagina una época, hace decenas de miles de años, cuando toda el agua de la Tierra era original, intacta y completamente perfecta. Imagina el agua absorbida por la atmósfera limpia, y luego cayendo en forma de nieve”, dice el material publicitario de Glace Iceberg Water, una compañía de agua embotellada a la que Kean le vende su botín todos los años. De hecho, estos icebergs tienen entre 10 000 y 20 000 años de antigüedad. Son trozos de hielo roto arrancados del Glaciar Petermann, sobre la enorme capa de hielo de Groenlandia, producto de muchos años de nieve que cae, se compacta y se traslada, gracias a la gravedad, hacia los bordes de la capa de hielo. Al final, el hielo se rompe en trozos de aproximadamente 250 millones de toneladas cada uno. Esto equivale a mil rascacielos, o el peso de la basura que todos los estadounidenses producen en un año. Estos icebergs viajan entre tres y cinco años hasta su destino final, primero flotando hacia el sur, y luego rebotando hacia el norte con las corrientes hacia la Bahía de Baffin, frente a la costa suroeste de Groenlandia, y luego otra vez hacia el sur, hacia Terranova, donde se establecen en lo que se conoce como “el callejón del iceberg”.
Entre tres y seiscientos icebergs se abren paso por el callejón del iceberg cada primavera, haciéndose cada vez más pequeños desde abril hasta mediados de julio hasta que, al final, se derriten totalmente para fines del verano en la costa de San Juan, la pintoresca capital costera de Terranova. Justo antes de que esto ocurra, Kean recoge su cosecha. Este año dice que vio una abundante cosecha de icebergs, mucho más que lo normal que, en su opinión, podrían deberse en parte al calentamiento global, pero se niega a asignar toda la responsabilidad a ese factor debido a las variaciones que ha visto de una temporada a otra. Sin duda, el cambio climático ha dirigido una mayor atención a su comercio, dice, y señala que “más de treinta” equipos de camarógrafos han ido a grabar su característica jornada laboral durante las últimas temporadas.
Kean tiene un permiso de Terranova para cosechar icebergs, de forma muy parecida a cuando una persona podría tener un permiso para cazar o pescar. Trabaja con una pequeña tripulación en una barcaza de 55 metros, equipada con una tenaza mecánica que arranca con cada “mordida” el suficiente hielo como para producir mil litros de agua. En resumidas cuentas, Kean y sus compañeros de tripulación recogen aproximadamente mil toneladas de hielo al año, lo que se reduce a entre 264 000 y 343 000 millones de galones de agua. En comparación con un iceberg completo, que puede pesar entre 100 y 250 millones de toneladas, eso es sólo una gota en el mar.
A los habitantes de Terranova les gusta decir que viven del mar. Son un pueblo marino que vive en una isla rocosa frente a la Costa Atlántica de Canadá y que sobrevivió gracias a la industria pesquera hasta los primeros años de la década de 1990, cuando la centenaria pesquería de bacalaos de la isla se desplomó, dejando de inmediato a 40 000 personas sin trabajo. Desde entonces, los habitantes han tenido que encontrar otros medios de supervivencia. Kean fue uno de ellos. “He estado cerca de los icebergs desde que fui lo suficientemente grande como para trabajar”, dice. Recuerda que recogía lajas de iceberg y la subía a bordo para mantener fresca su pesca de bacalaos, salmones del Atlántico y trucha ártica para exportación. Después de la caída de la industria pesquera, Kean recurrió a la observación de icebergs para investigadores de la universidad local, y ayudó a recopilar los datos que utilizaban para tratar de pronosticar el recorrido de los icebergs. Luego llegaron las empresas de vodka y de agua embotellada.
Pueden pasar varias semanas antes de que el equipo de Kean encuentre el iceberg ideal. Deben tener cuidado: si la parte visible del iceberg tiene una masa de alrededor de diez o quince automóviles, pueden esperar que haya el equivalente a otros cien automóviles bajo la superficie. Si ese iceberg “gira” (se voltea boca arriba), los resultados podían ser desastrosos. “Pueden hundir tu bote, hundir tu barcaza y hundir el Titanic”, dice Kean, riendo. “Hemos tenido varias situaciones peligrosas o que estuvieron muy cerca de serlo… La batalla con los icebergs es única”. Véronique de Viguerie, fotorreportera francesa que pasó diez días en la embarcación de Kean tomando fotos, escuchó una cosa o dos sobre esas colisiones casi inminentes. En 2013, afirma la tripulación, un iceberg giró inesperadamente, provocando un pequeño tsunami que estuvo cerca de inundar la embarcación, dice. Mientras De Viguerie los acompañaba en la búsqueda, los escuchó especular sobre la seguridad de cada trozo de hielo. “Parece peligrosa. Puede dormir”, los escuchó decir, refiriéndose siempre a los icebergs con pronombres femeninos.
La tripulación ha aprendido a evitar los icebergs que tienen “piernas”, las curiosas protrusiones parecidas a esos miembros, como enormes tentáculos de hielo, que aparecen a veces encima del agua cuando el iceberg se derrite. Esos apéndices pueden dar a los icebergs flotantes un centro de gravedad menos estable y hacer que sean más proclives a girar.
Al observar a Kean y su tripulación arrastrando antiguos trozos de hielo a través de canales bordeados por la rala y ondulante costa de Terranova, es fácil imaginar el mundo sobre el que cayó (en forma de nieve) hace decenas de miles de años. En cierto modo, los cazadores de icebergs son arqueólogos al desenterrar estas antiguas moléculas de agua. Pero Kean es menos sensiblero. “No es más que nieve congelada. Sólo es nieve comprimida”, dice. Para él, es sólo un trabajo, una forma de seguir viviendo del mar en Terranova. Además, concluye, “van a derretirse de todos modos”. Cuando el mar te da hielo, bien puedes beberlo.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek