Ben Brooks es el epítome de un adulto joven con ansiedades del siglo XXI y, vale decirlo, del primer mundo. Así son también los personajes de sus novelas que, en sus palabras, “son miedosos chicos blancos que se emborrachan”. Aunque admite que en ocasiones su agente lo orienta a escribir distintos personajes, admite que Bukowski, Murakami y “muchos otros autores lo hacen y nadie les reclama”.
Brooks tiene veintitrés años, nació en Inglaterra pero vive en Berlín, y publicó su primera novela cuando aún era un adolescente. Justo en la vertiginosa adolescencia es donde sitúa a sus personajes, y a partir de ellos demuestra que su pluma, aunque joven, es intuitiva de las angustias modernas. Pocos autores contemporáneos retratan las nimiedades y el discurso de la vida adolescente tan bien como lo hace Brooks. Sin embargo, en entrevista con Newsweek en Español confiesa que esta inclinación no es más que una practicidad: “Encuentro más fácil escribir de adolescentes, creo que es porque se asemejan a mí en muchos sentidos. O quizás es sólo pereza de escribir de adultos serios”.
Entonces me percato de que Ben Brooks no sólo es un joven con talento sino que, además, tiene una visión tan poco romántica del negocio editorial que la usa a su favor. Sabe perfectamente que hay libros que disfruta más escribir y otros que resultan de la presión de tener éxito. Al preguntarle si su quinta novela fue una mejor experiencia que las anteriores, responde sin disimulos: “No, realmente no. Grow Up fue mucho más divertida de escribir”.
Incluso admite que no se la pasa escribiendo día y noche (como uno imagina que hacen los novelistas). “Cuando me dan ganas escribo. O cuando necesito dinero. Pero la mayor parte del tiempo no escribo mucho”, asegura. Algo de lo que muy pocos autores pueden jactarse sin pena.
Pese a ello, su agudeza para relatar es indudable y los críticos concuerdan. Brooks ya ha sido ganador de los premios Jerwood Fiction Uncovered y del Somerset Maugham, y finalista del premio Dylan Thomas. Pero lo que lo enorgullece más es que Nick Cave haya dicho que Lolito, su más reciente novela, “es el libro más gracioso y horrible que he leído en años”. Aunque los agradece, los premios no le interesan; dice que vienen de lugares muy pretenciosos: “Vas a un lugar muy fino y recibes dinero de gente elegante, no me siento conectado con eso en lo absoluto”.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
Lolito—cuya versión en español fue publicada bajo el sello editorial de Blackie Books— versa sobre unas semanas en la vida de Etgar, un joven de quince años que descubre que su novia lo engaña en una fiesta. El incidente provoca que Etgar ingrese en un submundo familiar para la adolescencia nacida con la internet: la pasa acostado en su habitación, perdiendo el tiempo viendo videos en YouTube y bebiendo en ausencia de sus padres.
Pronto Etgar se halla mitigando su soledad en el ciberespacio: haciéndose pasar por un agente hipotecario conoce a una mujer de mediana edad, Macy, y comienza una relación virtual.
Para alguien quien dice no saber nada sobre el tema —“no tengo la menor idea de la internet”, confiesa—, Brooks lo aborda con la naturalidad de cualquier veinteañero y sin aspavientos narrativos. No hay log-ins de AOL, ni descripciones absurdas del actuar cibernético. Conocerse y enamorarse por internet es algo común. El autor asume esta cotidianidad e intercala líneas de la vida real con líneas de la vida online.¿Y no es así como vivimos ahora?
El problema se presenta cuando la historia de púberes se enfrenta con un tema “adulto”. Etgar pasa la noche con Macy en un motel londinense. No hay forma de que, con ojos de madurez, podamos ignorar el delito. Sin embargo, Ben Brooks no le presta atención a los matices legales y alarmistas, sino que aprovecha la vulnerabilidad de ambos personajes para retratar los alcances de la soledad.
—Muchos han dicho que Lolito es una historia de amor del siglo XXI, ¿así lo ves?
—Sí lo es, pero es también una historia de soledad. El objetivo no era encontrar amor, sino el estar menos solo.
En ese sentido, es una novela de nuestro tiempo por derecho propio; el querer “estar menos solos” no es más que un reflejo de la modernidad y, en esa búsqueda, descubrimos que, al final, todos, adultos y jóvenes, actúan como adolescentes. En Lolito, como en gran parte de su obra, Ben Brooks desafía el mito de que la madurez llega con los años.
Por ello resulta tan difícil catalogar la novela. Es demasiado descarada para ser ficción young adult, pero no existe la curva de aprendizaje usual de los personajes de un coming of age (que literalmente significa crecer, alcanzar cierta edad). “Supongo que son coming of age, pero los personajes realmente nunca maduran. Aun son unos idiotas al final de la historia. Y creo que se requiere que se transformen para que te coloquen en los estantes de YA”, dice Brooks con cierta ironía.
—¿Y planeas seguir escribiendo sobre mundos adolescentes?
—Creo que [los personajes] crecerán poco a poco. Igual van a tener ese “algo” de estupidez, pero sólo fingiré que tienen edades distintas.
—¿Cualquier adolescente puede identificarse con la historia o se limita a aquellos con acceso a internet?
—Creo que el tema esencial del libro es cómo cuando uno tiene esa edad no tiene perspectiva. Cualquier pequeñez es definitiva. Es el fin del mundo y nada vale la pena. Es el momentum que se construye cuando uno es joven.
—¿Qué parte de ti está impregnada en esta novela?
—El querer estar todo el día encerrado, no tener nada que ver con otras personas. Soy muy nervioso con la interacción. La diferencia es que yo no uso internet casi para nada. Tengo Twitter y me aterra. Si tuiteo algo ahorita suelo eliminarlo en tres minutos. Me provoca mucho nervio.
—¿Y qué haces en tu vida diaria?
—Absolutamente nada. Beber, ver la televisión, leer, estar en cama.
Su sinceridad es refrescante. Es evidente por qué Lolito es una novela tan cómica y atrevida: Ben Brooks tiene una rara agudeza para transmitir las futilidades e incomodidades de la adolescencia porque él, como Etgar, y como tantos más, es tan sólo un miedoso chico blanco que se emborracha. Pero vaya forma de ponerlo en tinta y papel.

FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS