Un principio fundamental que los Estados persiguen, particularmente aquellos con pretensiones hegemónicas, es el mantener y consolidar su seguridad nacional. Históricamente hemos sido testigos de que las potencias se han valido de todos los medios para resguardar sus fronteras contra cualquier amenaza real o potencial. Y con ello esgrimir que su interés nacional se antepone a cualquier interés colectivo. Veamos el caso de Rusia.
Rusia es un Estado que, a lo largo de su historia, ha mantenido una posición ya sea de potencia, superpotencia e incluso como hegemonía global. De hecho, no hay ningún otro Estado que tenga una presencia en el sistema internacional tan continua y por tantos siglos.
Si bien se observó un aparente declive de su posicionamiento en el escenario mundial en la época de Boris Yeltsin, esto no fue sino un momento efímero de debilidad durante la larga trayectoria de la potencia euroasiática.
Rusia, ya fuese como el gran imperio zarista, como la otrora Unión Soviética o en la época de la posguerra fría, siempre ha mantenido una preocupación constante respecto a sus fronteras occidentales.
La conciencia histórica rusa no olvida las pretensiones de potencias europeas por ocupar su territorio. Baste recordar la Francia napoleónica o la Alemania nacional socialista.
En la época posterior a la Segunda Guerra Mundial esta preocupación se reflejó en la necesidad de consolidar el llamado “cinturón sanitario”. A través de este se resguardarían las fronteras soviéticas respecto a cualquier avance occidental.
Este cordón implicaba garantizar la neutralidad de los Estados adyacentes a la Unión Soviética desde Finlandia hasta Turquía, ya fuese como Estados neutrales o bien abiertamente declarados aliados hacia el Kremlin.
SUPERVIVENCIA DEL ESTADO SOVIÉTICO
Esta pretensión solo se logró parcialmente, ya que Turquía se alineó al sistema de alianzas occidentales desde 1952. No obstante, la entonces URSS logró consolidar su seguridad nacional y con ello la supervivencia del Estado soviético.
En el Marco de la Guerra Fría, la creación de alianzas militares en distintos puntos del planeta fue la tónica continua. Recordemos la creación del CENTO, el SEATO, la OTAN y el llamado Pacto de Varsovia.
Ciertamente las condiciones geopolíticas y de alianzas llevaron prontamente a la desaparición de las alianzas de Asia central y del sudeste asiático, quedando como grandes rivales por una parte la OTAN y por otra, el Tratado de Amistad y Asistencia Recíproca, más conocido como Pacto de Varsovia.
El advenimiento del colapso soviético, la desintegración de su bloque y subsecuentemente la desaparición de la Alianza de Varsovia permitieron que la OTAN quedara como la principal alianza militar del mundo occidental, sin ningún adversario claramente definido.
Eso permitió que la alianza atlántica se expandiera de tal suerte que la inclusión de Estados como Polonia, la República Checa y los países bálticos (Letonia, Estonia y Lituania) se convirtiera en una clara señal de alerta para la debilitada Rusia postsoviética de la era de Yeltsin.
A partir de 1999 que llegó Vladimir Putin a conducir los destinos de Rusia y paulatinamente a recuperar el poderío perdido, una condición de su proyecto político ha sido el rescatar su prestigio y posición en el escenario internacional.
TRES GRANDES ASPIRANTES
La correlación de fuerzas a nivel global se ha modificado. No obstante, los tres grandes aspirantes para el nuevo equilibrio hegemónico son Estados Unidos con sus aliados occidentales, además de China y Rusia. En este nuevo equilibrio Rusia no puede aceptar que la OTAN siga avanzando hacia sus fronteras.
La Guerra del 2008 contra Georgia, así como los dos episodios de la guerra contra Ucrania (2014 y 2022) son claro reflejo de la política del Kremlin para garantizar su salida al Mar Negro, así como evitar un mayor acercamiento de occidente vía estos Estados y el potencial avance de la OTAN.
En plenas operaciones militares de la guerra Rusia-Ucrania, que amenaza con extenderse a Moldavia para garantizar el control de Moscú sobre Odessa, resulta un riesgo mayor para el débil equilibrio global las solicitudes de adhesión a la alianza atlántica por parte de Suecia y Finlandia, toda vez que estos Estados mantuvieron una neutralidad permanente incluso en los momentos más álgidos de la Guerra Fría.
De manera particular, la solicitud de Finlandia, que comparte 1,340 kilómetros de frontera con Rusia, de adherirse a la OTAN, representa un grave peligro de seguridad nacional para Rusia. No solo porque con esta acción se rompe su ya debilitado cordón de seguridad, sino que además conlleva la posibilidad para que se abra un nuevo teatro de operaciones militares en sus fronteras. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.