En México la realidad es muy necia. Sexenios van y vienen, y los niveles de desigualdad y marginación no disminuyen.
Han sido anunciados como los programas emblemáticos de cada gobierno. Desde Luis Echeverría hasta Enrique Peña Nieto, los presidentes han emprendido sus respectivas cruzadas en contra de uno de los flagelos que históricamente han azotado el país: la pobreza. Sin embargo, la realidad ha sido más necia y los niveles de desigualdad y marginación no han disminuido.
Un repaso histórico de las estrategias para combatir la indigencia nos remite a 1973, cuando Echeverría Álvarez puso en marcha el Programa de Inversión Pública para el Desarrollo Rural (Pider), financiado con recursos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
A su vez, José López Portillo creó la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar) y el Sistema Alimentario Mexicano (SAM), que se administraron con la “abundancia” de la riqueza petrolera.
Con el primero se desarrollarían proyectos productivos, se daría seguridad social a los marginados y se les abastecería de productos básicos a precios subsidiados; mientras que el SAM tenía como objetivo garantizar la seguridad alimentaria por medio de promover la productividad del campo.
No obstante, la crisis de 1982 limitó los recursos destinados a la atención de los pobres. Con la llegada de Carlos Salinas al poder, el abatimiento de este flagelo fue utilizado como uno de los distractores al conflicto poselectoral. Así nació el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol).
Su objetivo era atacar este problema en las zonas indígenas, rurales, áridas y urbanas, con la ejecución de estrategias en las áreas de alimentación, salud, educación, vivienda, proyectos productivos y empleo, que fue patrocinado con parte de los recursos obtenidos por la venta de las paraestatales en el ambicioso proceso de privatización emprendido durante ese sexenio.
Esta táctica resulta digna de análisis por diversas cuestiones. Primero porque Solidaridad se convirtió en una marca de la administración salinista mediante la cual se construyeron lo mismo canchas de básquetbol en comunidades apartadas, que grandes proyectos carreteros. ¿Quién no recuerda aquel famoso comercial de “Don Beto, don Beto, ya tenemos carretera”?1.
Los 250 000 comités de Solidaridad que se formaron a lo largo y ancho del territorio para recibir los recursos y aterrizar en obras los apoyos del programa, fueron utilizados como mecanismos clientelares para amarrar votos a favor del PRI. Incluso, se llegó a especular que Salinas de Gortari utilizaría esa estructura para apuntalar su proyecto personal a través de un partido político propio.
En todo el sexenio se invirtieron 52 000 millones de pesos que permitieron la electrificación de 14 000 poblados rurales; la construcción de 355 hospitales y 81 350 salones de clase; el otorgamiento de 1.2 millones de becas, 18.2 millones de despensas y 4.4 millones de consultas médicas.
No obstante, la hecatombe que provocó “el error de diciembre” y la crisis económico-financiera del 94-95 desenmascararon a Solidaridad, que a partir de ese momento se tradujo en sinónimo de dispendio, clientelismo y manipulación.
Ernesto Zedillo eliminó Solidaridad y la gran derrama de presupuestos para financiar todo tipo de proyectos. Fue así como surgió el Programa de Educación, Salud y Alimentación (Progresa), de claros tintes tecnócratas y mediante el cual se distribuyeron recursos de manera focalizada a beneficiados que estaban registrados en padrones. Con él se atendieron a dos millones 600 000 hogares.
Durante las presidencias panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón cambiaron de nombre al Progresa para bautizarlo como Oportunidades, el cual mantuvo las características básicas de su predecesor, aunque con una variante interesante: una transferencia monetaria y suplementos alimentarios que se condicionaban a que los menores asistieran a la escuela y fueran sometidos a exámenes médicos que permitieran su evaluación.
Esto, sin embargo, se convirtió en un incentivo perverso, pues muchas familias indígenas, en su afán por obtener más recursos, comenzaron a tener más y más hijos; además de que terminaron dependiendo totalmente de esos apoyos y abandonaron el trabajo.
Es digno de destacar que en el gobierno foxista, a partir de 2005, se dio un apoyo a adultos mayores de 70 años de 250 pesos mensuales. Mediante estos programas se beneficiaron a 4 millones de familias que obtenían en promedio 529 pesos.
También en esa gestión se avanzó en la rendición de cuentas. En julio de 2001 se creó el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México, y en diciembre de 2003 se promulgó la Ley General de Desarrollo Social. Este ordenamiento permitió fundar el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, el Coneval.
Con Calderón Hinojosa, los apoyos pasaron en promedio de 529 a 830 pesos, para cinco millones 800 000 familias.
La pobreza es más necia
Enrique Peña Nieto destacó que, si bien el programa Oportunidades fue reconocido a nivel internacional, tras 17 años de operación presenta “evidentes limitaciones” y ha sido insuficiente para mejorar las condiciones de vida de los beneficiarios. Pero lo mismo se puede decir de Solidaridad y Progresa.
De 1992 a la fecha, el índice de pobreza patrimonial que mide si el ingreso mensual de las familias es suficiente para adquirir el mínimo indispensable en vivienda, vestido, calzado y transporte para cada uno de sus miembros, ha crecido menos del 1 por ciento.
La pobreza alimentaria se redujo en solo 1.7 por ciento, lo mismo que la pobreza de capacidades que se define como la insuficiencia del ingreso para adquirir la canasta alimentaria y cubrir los gastos en salud y educación.
En 1990 se calculaba que la población en pobreza era de 46 millones, el 56.6 por ciento del total. Una década después, las cifras pasaron a 53 millones, el 53.6 por ciento de los mexicanos.
Para el año 2010, se hablaba de 52.8 millones de pobres, equivalentes al 46.1 por ciento de los habitantes. En 2012, las cantidades se elevaron a 53.3 millones o el 45.5 por ciento de la población.
Son 22 años desperdiciados y los niveles de pobreza se mantienen prácticamente iguales.
Que ahora sí habrá prosperidad
El pasado 4 de septiembre, Enrique Peña Nieto presentó Prospera, su propia estrategia para que, sin asistencialismo, las personas de escasos recursos salgan de la pobreza a través de programas productivos y la inclusión financiera.
“El objetivo es que quienes reciben un apoyo social no solo se queden en eso, sino que puedan insertarse en un empleo o actividad productiva que les permita alcanzar su autonomía e independencia económica”, anunció el mandatario en Ecatepec, Estado de México.
Entre las principales diferencias con Oportunidades, Prospera contempla: facilidades adicionales para que las familias se afilien al Seguro Popular o al Seguro Médico Siglo XXI; ampliación de los paquetes básicos de servicios de salud, que pasarán de 13 a 27 con un esquema completo de vacunación que incluye la vacuna contra el virus del papiloma humano; nuevos suplementos alimenticios para las mujeres embarazadas o en lactancia y para los niños de seis meses a cinco años; becas para educación superior y acceso prioritario de los jóvenes al Sistema Nacional de Empleo; acceso a los beneficios de 15 programas de desarrollo productivo de diversas dependencias como el Fondo Nacional del Emprendedor, el ProAgro Productivo y el Programa de Mejoramiento a la Productividad y a la Producción Indígena; y el otorgamiento de créditos por parte de la banca de desarrollo para más de seis millones de mujeres con tasas preferenciales de menos de 10 por ciento anual.
¿De qué depende el éxito de la nueva estrategia? De que las reformas estructurales permitan que la economía crezca a tasas suficientes.
Si los anteriores programas no han reducido la pobreza es precisamente por eso: porque la economía no ha crecido y porque la riqueza generada se ha concentrado en pocas manos. Este círculo vicioso de bajo crecimiento-crecimiento excluyente, lejos de combatir la marginación, la ha perpetuado.
Y si la solidaridad, el progreso y las oportunidades no llegaron, ¿ahora sí habrá prosperidad? Eso solo lo podremos evaluar con el tiempo.
Hannia Novell es periodista y conductora del noticiario de la televisión mexicana Proyecto 40. @HanniaNovell