Más que el silencio, las imprecisiones de los informes llegados desde altos ejecutivos del gobierno venezolano crearon un clima de incertidumbre en una y otra latitud y, por consiguiente, comenzaron a correr las especulaciones —algunas realmente fantasiosas— sobre el estado de salud de Chávez. Lo que si no aceptó la mayoría de las personas que dieron su opinión al respecto, fue que el padecimiento se le presentara de improviso al viajar de Brasil a Cuba para culminar una gira de trabajo.
Al fin, el pasado 30 de junio el gobernante venezolano asumiría, en una alocución grabada de 15 minutos a través de la Televisión Cubana, que padecía cáncer, pero no ofreció detalles sobre el avance de su enfermedad, ni señaló cuándo podría regresar a su país. Se limitó a informar que el cáncer que padece fue detectado luego de ser operado por médicos cubanos de un absceso pélvico, lo cual condujo al descubrimiento de un tumor maligno. Asimismo, agregó que en la actualidad está sometido a los tratamientos correspondientes, que no especificó.
Varios doctores consultados al respecto han expresado que el gobernante venezolano necesitará “un tratamiento fuerte, que sólo podría involucrar quimioterapia y también radioterapia”, y agregan que Chávez no va poder mantener el mismo ritmo de vida, de modo que si decide mantenerse en el poder, asimismo estaría en juego su capacidad de realizar exitosamente una campaña presidencial de cara a las elecciones del próximo año.
Así las cosas, varias preguntas siguen en el aire: ¿por qué el mandatario venezolano escogió Cuba y no a su país para atenderse?, ¿no hay en Venezuela los recursos médicos apropiados?, ¿es válido, constitucionalmente hablando, “gobernar” a su país desde lejos? Ésas y otras interrogantes son en la actualidad motivo de discusión en uno y otro medio.
De manera que el secretismo, la información a medias, continúan alimentando la incertidumbre del pueblo venezolano. Y también del gobierno cubano, cuyas expectativas de supervivencia dependen de la generosidad, particular, de Hugo Chávez para con su mentor Fidel Castro. No hay que ser un superdotado para concluir que si Chávez desapareciera de la escena política, Cuba se sumiría —aún más— en el caos. ¿El nuevo hombre al mando del país sudamericano estaría dispuesto a erogar los 3,500 millones de dólares previstos por Chávez para “ayudar” al mantenimiento del castrismo en Cuba durante el presente año? Tomemos en cuenta que Venezuela envía a la isla un promedio de 115 mil barriles de petróleo diariamente, lo que en 2009 representó el 30 por ciento de las importaciones del país antillano. El comercio bilateral entre ambas naciones se valoró en 3,100 millones de dólares en 2010. Caracas registra como “pagadas” las facturas del petróleo enviado a Cuba a cambio de la asistencia que recibe del régimen castrista: se calculan 600 mil cubanos en Venezuela, que incluyen un personal médico de más de 40 mil, amén de los maestros, asesores militares y de inteligencia, así como entrenadores deportivos. Venezuela se convirtió para Cuba en el suplente de la Unión Soviética, cuya extinción a principios de la década de 1990 hundió a los cubanos en las penurias más intensas de su historia.
Cuando, a finales de la década de 1990, Hugo Chávez se afianzara en el poder, dejó claras sus intenciones de establecer en su país un régimen absolutista vinculado con el existente en La Habana; entonces afirmaría que “el cauce que está construyendo el pueblo venezolano es el mismo cauce y va hacia el mismo mar hacia el que marcha el pueblo cubano”. Por esas fechas comenzó a hacer pública su admiración y aun su adoración por Fidel Castro, de quien hace aproximadamente tres años develara un busto en el centro de Caracas. Sin embargo, fiel a la estrategia política de Castro —que debe tener sus raíces en el legado leninista—de asegurar lo contrario de sus verdaderas intenciones, poco antes de llegar al poder en 1998 Chávez había afirmado que en Cuba había una dictadura y aseguró que Fidel Castro no era su amigo. También entonces manifestaría su compromiso de dejar el poder en cinco años, pero de inmediato creó las bases para eternizarse al mando del gobierno. Consciente de que sus discursos deben estar dirigidos a las capas más pobres y por tanto menos instruidas de Venezuela, el mandatario se inclina por un lenguaje soez y una vestimenta “de corte guerrerista”. Los que rechazan su mandato son “aliados del Diablo” y “degenerados”, y ha reservado los peores epítetos de barrio para ciertos medios de comunicación e igual para algunos representantes del clero. Alejado de un nacionalismo que podría ser efectivo para mejorar el nivel de vida de los venezolanos, su misión ha sido polarizar a la población a partir del odio al “imperialismo yanqui”, y uno de sus propósitos convertirse en el relevo de Fidel Castro en la “lucha antiimperialista”.
Hoy, Caracas está considerada una de las ciudades más violentas del mundo: con 3.2 millones de habitantes tiene una tasa mayor a 130 homicidios por cada 100 mil residentes, según estadísticas oficiales, y la criminalidad sigue en aumento. Venezuela ha mostrado en el primer trimestre de este año una contracción del Producto Interno Bruto (PIB) de 3.5 por ciento, está en ascenso la crisis en la generación eléctrica, y la inflación este año podría superar el 25.1 por ciento registrado en el 2009 para así convertir a Venezuela en el país con más alto índice inflacionario en América Latina. No pocos expertos aseguran que esta debacle económica se debe a las ansias por estatizar del gobierno venezolano, cuyos claros propósitos es hacer del país sudamericano un calco de la economía cubana, basada en el desaparecido modelo soviético de “todo pertenece al Estado”. Otro aspecto a considerar, según los especialistas, es el gasto para una inusitada carrera armamentista. Según fuentes venezolanas, desde 2005 el país ha adquirido armas rusas por un monto de 4,400 millones de dólares, que incluyen tanques, helicópteros, aviones de guerra y fusiles. Se suma que, según la oposición, el gobierno ha invertido fuertes sumas en la búsqueda de la energía nuclear.
De este modo, la popularidad de Hugo Chávez se ha visto rebajada en 20 por ciento en las tres elecciones llevadas a cabo en el último decenio; lo cual ya se avisaba en las legislativas del año pasado, cuando más de un 52 por ciento del electorado votó contra los candidatos oficialistas, que no obstante obtuvieron 94 escaños contra 65 los representantes de la oposición. Esta desproporción se debió a la ley electoral que aprobó el oficialismo en 2009, que favoreció la representación de los estados menos poblados, donde el chavismo es más fuerte. De manera que, por ejemplo, 255 mil votos en el poblado estado de Zulia ejercieron el mismo peso que 50 mil votos en el selvático estado de Amazonas. Sobre estas elecciones los opositores expusieron una lista de reparos. Como son, electores inscritos en el Registro Electoral Permanente (REP) y que votaron a favor del gobierno a través de máquinas electrónicas, cuyo software nadie fuera del gobierno estaba en capacidad de auditar; la participación de electores fantasmas; electores con tres o cuatro cédulas de identidad; nacionalización de venezolanos sin requisitos previos; fechas de nacimiento repetidas; una enorme cantidad de personas que vivían en el mismo lugar; 1.3 millones de personas que no tenían dirección; una notable cantidad de municipios registraron más electores que residentes; 1.33 millones de personas nacieron el mismo día y a la misma hora; 39,000 electores tenían más de 100 años; y ocho millones de votantes no aparecieron en dirección alguna.
Uno se asombra cuando ciertos analistas dicen “asombrarse” ante el hecho de que un personaje como Hugo Chávez, de ánimos reaccionarios, dictatoriales, toma el poder con el favor de la mayoría de la población y mantiene su hegemonía con basamento en una considerable cantidad de simpatizantes. Sin embargo, resulta elemental: los “salvadores” sólo habrán de surgir donde haya condiciones para ello. Venezuela ha sido, a lo largo de décadas, uno de los países donde la repartición de la riqueza ha resultado más injusta. De manera que un discurso que proyecte la igualdad y la mejoría en el nivel de vida de la población, como son la erradicación del analfabetismo, el acceso a los servicios médicos y a la educación, entre otros, debe prender con facilidad entre los más desposeídos. Así ha sucedido en Cuba, Venezuela, Bolivia, y seguirá ocurriendo en América Latina si los organismos financieros internacionales, y sobre todo el gobierno de Estados Unidos, continúan obviando la región.
La situación de polarización creada por el quehacer político de Hugo Chávez ha traído como consecuencia, como suele ocurrir en estos casos, el odio entre partidarios y opositores de la actual política venezolana. Así, lamentablemente, ante la enfermedad del mandatario se han dado muestras de júbilo no sólo entre los oponentes venezolanos del chavismo, sino además entre los cubanos —sobre todo exilados— que ven en el gobierno de Hugo Chávez una continuación del orden de cosas que los llevó a ser víctimas de un régimen represivo y los sumió en la miseria. Sin embargo, en un caso como el que nos ocupa, como han expresado distintas instituciones, no debe aflorar la impiedad. “Se necesita con urgencia de la oración de todos” para que se restablezca la salud del gobernante venezolano. Ha declarado el obispo Baltazar Porras, uno de los directivos de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), tenaz contestataria del gobierno chavista.
Mientras, la repentina enfermedad de Hugo Chávez sigue creando reacciones encontradas entre sus adeptos y adversarios: en la céntrica plaza Bolívar varias decenas de personas se reunieron para mandar mensajes de cariño al mandatario, escritos en mantas donde se podía leer “Señor presidente, que se mejore, le queremos”, entre otras muestras de solidaridad. En otros sitios, los oponentes muestran su descontento por la situación de Venezuela y afirman que, si se produjera la salida del actual mandatario, no habría modo de que alguien lo sustituya de manera eficaz, atendiendo al caudillismo que ha demostrado el gobernante, lo cual ha debilitado a las instituciones democráticas —incluido el sistema judicial— y a la vez ha exacerbado los ánimos contrarios al orden democrático. Por ahora, sólo queda esperar.