El huracán Otis sorprendió al ingeniero Carlos Caballero en Acapulco, y es un sobreviviente del meteoro. Caballero es un ingeniero industrial que maneja una compañía dedicada al diseño y montaje de espacios de exposición en centros de convenciones y congresos. Su trabajo consiste en crear escenografías adecuadas para que los clientes vean, y en ocasiones prueben, los productos que ofrecen los expositores.
Esta vez asistió al Congreso Internacional de Minería, que iba a celebrarse en el centro de convenciones Mundo Imperial de la playa guerrerense. Curiosamente, hace 26 años, cuando el huracán Paulina azotó Acapulco, el ingeniero Caballero también estuvo en el congreso de minería montando los estands para otra empresa. Esto le permite tener una visión clara de las reacciones del pueblo y gobiernos ante dos catástrofes similares con dos administraciones diferentes.
ACAPULCO HABÍA SIDO PUESTO A PRUEBA CON EL HURACÁN PAULINA
—Ingeniero Caballero, ¿cómo fue la alerta del gobierno en el huracán Paulina? —le preguntamos.
—En aquella ocasión no hubo avisos. Claro que te estoy hablando del 8 de octubre de 1997 y los centros meteorológicos no tenían la tecnología con la que cuentan ahora. Aquella vez estábamos montando nuestros equipos en el Centro de Convenciones Acapulco cuando comenzó una lluvia torrencial con fuertes vientos que duró toda la noche. Hubo grandes inundaciones y deslaves.
Al otro día Acapulco estaba inundado, y el centro de convenciones por supuesto que también. Recuerdo que, cuando salí a la calle, vi el paso a desnivel que estaba frente al parque Papagayo inundado de arena.
—¿Quién y cómo respondió a la emergencia del huracán Paulina?
—Esto fue en el sexenio de Zedillo. En aquella ocasión, cuando llegó el presidente y evaluó la situación, dijo: “El congreso se inaugura porque se inaugura”. Y con el apoyo del Ejército, en cuestión de horas se limpió la costera, desahogaron el agua e instalaron la electricidad en el centro de congresos. La coordinación de las Fuerzas Armadas fue espectacular, y el congreso de minería se inauguró al día siguiente.
—¿Esta vez, con Otis, hubo alguna alerta?
—Esta vez se había hablado de que entraría una tormenta tropical. Nosotros terminamos la instalación sin contratiempos. Acabando esta, fui a la inauguración del evento, donde el secretario de Gobierno dio un discurso optimista que evidenció que no tenía la menor idea de que en menos de tres horas se le vendría el mundo encima. Nadie, absolutamente nadie, anticipaba que en unas horas la muerte habría de campear entre los congresistas y en el puerto.
UN VIENTO DESCOMUNAL
—¿Al término de la inauguración qué hizo?
—Acabamos cerca de las diez de la noche y fui a la casa donde me hospedaba con mi cuñado. Bajamos a buscar algo de cenar. Como te dije, había una alerta de tormenta tropical y todos los restaurantes estaban cerrados. Al ver esto, me conecté con mi teléfono buscando el pronóstico del clima. La aplicación de inmediato abrió la pagina del Meteorológico Nacional, donde salió una alerta: “Se cancela la alerta de huracán”.
Nosotros festejamos, pues el congreso habría de transcurrir sin sobresaltos. En eso llegamos al que parecía el único restaurante abierto, uno de comida rápida que servía pollos, y en menos de lo que te lo cuento nos despachamos sendas porciones y jalamos para la casa. Esta se encuentra junto al club de yates. Al llegar nos sentamos a platicar. A eso de las 22:45 comenzó a soplar un viento suavecito que subió de intensidad y que 15 minutos después, a las 11 de la noche, era impresionante. Algo descomunal. Como alma que lleva el diablo nos retiramos a las habitaciones; cerramos todo y pusimos unos colchones para proteger las ventanas.
El viento siguió creciendo, y a las 23:30 los ventanales de la habitación explotaron de forma impresionante. No fue como una pedrada, sino como la explosión de una bomba, y todos los ventanales de la casa se vinieron abajo al tiempo que el viento crecía en intensidad.
UNA PUERTA NOS SEPARABA DE LA MUERTE
El baño estaba atrás de un vestidor y no daba hacia donde pegaba el viento, ahí nos metimos mi mujer y yo. No pude hablar con mi cuñado que estaba en la otra habitación. Lo inmediato era escapar del viento y salvar el pellejo. Abajo, en el club de yates, las lámparas, los motores y las bombas de achique de los barcos se encendieron para evitar que los cascos se inundaran.
Estando guarecidos en el baño, por internet vi las tomas aéreas que estaba manejando el centro de huracanes de Miami. El huracán entraba a la bahía de Acapulco por la zona de la Roqueta y creo que con el agua caliente de la zona creció la intensidad y pasó de categoría 4 a categoría 5.
El viento desatado, al crecer, se volvió infernal. Los objetos volaban y comenzaron a azotar la puerta del baño. Puse mi cuerpo contra ella y con todas mis fuerzas la detuve sintiéndola doblarse. Esa puerta era lo único que nos separaba de la muerte. Mi esposa se metió dentro de la tina y yo llegué a pensar que me moría. Mi único pensamiento era que no se rompiera la puerta porque sabía que el viento me iba a estrellar y ni mi mujer ni yo sobreviviríamos el impacto.
Después de un par de horas todo cesó. Salí a ver qué había pasado. Los yates y lanchas que estaban en el puerto habían desaparecido, ya no había ninguna luz ni se escuchaban motores. La oscuridad era total y se habían interrumpido las comunicaciones.
LA “CALMA” DESPUÉS DE LA TORMENTA
La calma duró quizá media hora y comenzó a soplar de nuevo el viento. Solo que ahora en lugar de ir de izquierda a derecha, venía de derecha a izquierda. Señal de que estábamos en la pared del ojo. Así que volvimos a guarecernos. Otra vez a detener la puerta sacando fuerzas de flaqueza y sabiendo más o menos cuánto duraría el suplicio si es que lográbamos librar la segunda parte. Esta fue igual de terrible que la primera, pero la resistimos y vimos llegar la increíble calma que viene después de la tormenta.
El amanecer reveló el cielo diáfano, de un azul impecable cuyo sol, esplendoroso, celebraba el nuevo día. Nosotros salimos a evaluar los daños. La única puerta de la casa que había sobrevivido era la que yo estuve deteniendo. Un piano voló a 20 metros hasta donde había una palapa, unas lavadoras industriales, 150 metros. El viento arrancó los tanques de gas y los aventó 200 metros fuera de la casa. Un refrigerador cayó en la alberca.
A los yates el huracán los sacó a la calle y los que quedaban en el mar estaban de cabeza amontonados como si fuera un deshuesadero. Ahí había barcos de 15 a 30 metros. Todos los muelles del club y el muelle municipal, que la noche anterior estaban llenos de barcos, estaban desiertos. Mi cuñado tenía dos yates, el capitán de uno trató de llevar la embarcación a la base naval para protegerlo, pero el huracán le pegó a la mitad del camino.
INOLVIDABLES, LOS DESTROZOS DEL HURACÁN EN ACAPULCO
Cuando lo localizamos nos dijo que las olas eran de seis a siete metros, que el barco se había ido a pique en el centro de la bahía y que él logró salir por la Roqueta, pero que no encuentra a su familia que venía con él. Y del otro yate, que venía atrás tripulado por el capitán y su hijo, no sabemos nada. Se perdieron muchísimos barcos.
—¿Y en la calle y en el puerto qué pasaba?
—Cuando salimos y vimos el tamaño del destrozo no podíamos creerlo. La camioneta de mi cuñado estaba desbaratada por los árboles que le cayeron encima. No había gente, solo un pesado silencio que poco a poco con la presencia de la gente se fue diluyendo.
Tratamos de bajar caminando hacia la costera, pero los cables de alta tensión nos lo impedían. Cuando vimos que no había energía eléctrica empezamos a caminar encima de ellos, de charcos, piedras, escombros, árboles y cristales. Al llegar a la costera vimos las hordas de gente que se fueron sobre los comercios a rapiñar de forma impresionante. Sacaron las cajas registradoras de los comercios, los refrigeradores del centro comercial.
Había una agencia de lanchas de Yamaha en la que ya no había una sola lancha, y lo peor fue que los guardias nacionales y los soldados también entraron a robar, pues vi cómo un grupo subía la caja automática de un banco a una camioneta de la Guardia Nacional.
FALTARON ORDEN Y RESPETO
—¿Cuando Paulina pasó algo similar?
—No, para nada, en aquella ocasión fueron los comerciantes los que sacaron sus inventarios y se los dieron, en forma ordenada, a la gente. Hubo un orden y un respeto que no se vio esta vez.
—¿Siente que la política de seguridad actual haya influido en esto?
—Mira, si tú haces que el Ejército no enfrente a los criminales, e incluso como vimos en un video este lo corra, lo que obtienes es una cultura de impunidad, el orden se quiebra y todos se vuelven pillos. Surge en ellos la idea de que “al cabo si me lo robo no pasa nada”.
En Acapulco el crimen organizado ha sentado sus reales, las autoridades lo han permitido, y la población general ha sido sensible a esto. Se requieren límites y reglas para que la sociedad conviva, y estos conceptos, en esta administración, se han roto. Lo que es más grave es que será muy difícil reponer el nivel de orden que había antes de este gobierno que, si bien tenía muchos defectos, era mejor que lo que tenemos y acabamos de vivir en Acapulco.
—¿Cómo sintió el apoyo del gobierno esta vez?
—Deshilvanado. Al principio la población estaba sola, tratando de abrir brechas para poder salir de sus refugios. Luego llegaron muchos soldados y guardias nacionales, pero sin dirección alguna. Parecían estar cuidando los escombros, y lo peor, como te dije, algunos terminaron sumándose a la rapiña y hay videos que lo comprueban.
DESTRUCCIÓN SIN COMPARACIÓN
—Si tuviera que evaluar las repuestas de ambas administraciones cuál sería su calificación?
—Mira, son dos eventos distintos, la destrucción esta vez no tuvo comparación con la anterior, pero las respuestas fueron diametralmente diferentes. Con Zedillo hubo un Ejército coordinado; llegaron convoyes con maquinaria pesada y comenzaron a despejar los escombros. Esta vez llegaron muchos soldados a apostarse en las calles y contemplar la situación sin actuar. La maquinaria pesada estaba ausente, solo vi un par de trascabos cuando se necesitaban por lo menos diez en la costera.
La respuesta estatal con la tecnología disponible debió de ser de prevención, pues desde el mediodía los estadounidenses avizoraban un problema serio, y no hubo alerta. Si se hubiera dado, una infinidad de vidas se hubiera salvado, y la respuesta federal debió ser de contención de la rapiña y organización de la sociedad para disponer de la ayuda. Nada de eso se dio ni en tiempo ni en forma. La cantidad de muertos que se anuncia no tiene nada que ver con la cantidad real de muertes que, de una u otra forma, habremos de conocer antes o después.
La respuesta del gobierno de Zedillo fue impresionante y buena. La de este gobierno estuvo instalada en la ineficiencia y resultó decepcionante y mala.
RESTABLECER EL ORDEN Y LA SEGURIDAD EN ACAPULCO TRAS EL HURACÁN
—¿Cuál es su recomendación para atenuar las consecuencias en este tipo de eventos?
—Hay que definir protocolos coordinados con los sistemas meteorológicos estadounidenses para comunicar los niveles de alerta a la población. Establecer refugios, tanto para la gente como para las embarcaciones y aeronaves. Revisar los niveles de seguridad en la construcción y reparación de los edificios, así como los diseños de estos. Y reestablecer el orden y la seguridad en Acapulco y el estado de Guerrero, una entidad donde la presencia del crimen organizado ha cobrado la vida hasta de funcionarios y familiares de la gobernadora. N
—∞—
Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.