¿En el mundo se ejerce el pragmatismo o se respetan los principios? El presidente Franklin Roosevelt comentó alguna vez sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. En 2007, el excorresponsal de Reuters Bernd Debusmann observó que esto bien podría tomarse como el leitmotiv del gobierno estadounidense a lo largo de décadas.
De hecho, podría describir la política exterior de la mayoría de los países, ya que los gobiernos siguen anteponiendo sus intereses nacionales a los de los demás y contradicen casi a diario las declaraciones de muchos gobiernos sobre una “política exterior basada en principios”.
A lo largo del siglo XX, los sucesivos gobiernos estadounidenses han aplicado este pensamiento en América Latina. Ejemplo de ello son la United Fruit Company y otros intereses económicos similares que rigieron la implicación de Estados Unidos en esa parte del mundo.
La lucha contra las dictaduras comunistas soviéticas y el expansionismo justificaba, para la mayoría de los estadounidenses, el apoyo de Estados Unidos a un buen número de dictaduras de la región como baluarte contra esta amenaza para los intereses norteamericanos.
Las grandes potencias siempre han apoyado a las dictaduras cuando ha convenido a sus intereses, al margen de la atrocidad de sus acciones. Los británicos y los franceses no fueron mucho mejores que Estados Unidos en lo que consideraban su esfera de influencia.
ALGUNOS EJEMPLOS
En África y Asia, los intereses coloniales los llevaron a apoyar la preservación de sus colonias y las guerras contra los movimientos de liberación. Estados Unidos respaldó su lucha para impedir que los movimientos de liberación, apoyados en gran medida por los soviéticos, se hicieran con el poder en tierras que contenían petróleo y minerales estratégicos.
En Europa y Asia, la Unión Soviética y China actuaron con el mismo desprecio por la inviolabilidad de las fronteras y los derechos humanos. Europa del Este era un campo soviético armado, y Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968 pusieron de manifiesto los brutales extremos a los que llegaría la URSS para mantener sus dictaduras en el poder.
China procedió en igual medida a perseguir a sus minorías y a conquistar el Tíbet, practicando el genocidio cultural y el asesinato de millones de personas para consolidar y conservar el poder.
Y tanto la URSS como China apoyaron al régimen comunista dictatorial de Corea del Norte y respondieron a la invasión estadounidense de Vietnam con su propio apoyo logístico, militar y político al Norte comunista.
Irán también ha sufrido la intervención extranjera en su gobierno, con el Reino Unido y Estados Unidos orquestando el derrocamiento del gobierno democráticamente elegido del primer ministro Mohammad Mosaddeq en 1953 e imponiendo de nuevo al sah en el poder. Esta acción condujo finalmente a la revolución de 1979, en la que los islamistas tomaron el poder, con las trágicas consecuencias que vemos hoy.
EL COSTO SON MILES DE VIDAS
En 1954, el secretario de Estado estadounidense John Foster Dulles y su hermano, el director de la CIA, Allan Dulles, urdieron el golpe de Estado en Guatemala que derrocó al presidente Jacobo Arbenz, elegido democráticamente, y lo sustituyó por el dictador militar Carlos Castillo Armas. El resultado final fueron años de guerra civil que costaron miles de vidas.
Ambos hermanos tenían importantes inversiones en la United Fruit Company, que dirigía la industria bananera. La administración de Eisenhower prefirió el enfoque pragmático de proteger sus inversiones por encima del principio de apoyar a un gobierno elegido de forma democrática.
En 1979, la URSS invadió Afganistán e impuso a sus aliados comunistas en el país, una medida que condujo a la creación de los talibanes y a su trágico papel actual.
Lo que quiero decir con esta sinopsis de la historia es que todos estos países —dictaduras, democracias y autocracias— han preferido emplear el pragmatismo en lugar de los principios a la hora de determinar su relativo respeto por la Carta de las Naciones Unidas y los diversos acuerdos sobre derechos humanos a los que se han adherido ostensiblemente. Y esto continúa hoy en día.
En febrero, 32 miembros de la ONU se abstuvieron en la votación de una resolución que condenaba la invasión de Rusia a Ucrania. Aunque esta invasión era contraria a la Carta de la ONU, muchos de estos países prefirieron tener acceso a la energía o a las armas baratas rusas. Otros tienen líderes que son antidemocráticos y buscan permanecer en el poder hasta su muerte.
SIEMPRE EL PRAGMATISMO SOBRE LOS PRINCIPIOS
Tanto Rusia como China ofrecen modelos de gobierno que se abstienen de insistir en el respeto a los derechos humanos o las prácticas democráticas. Sin embargo, otros están dispuestos a votar en contra de cualquier cosa que apoye Occidente, esté bien o mal.
En América Latina, muchas democracias siguen apoyando a las dictaduras venezolana, nicaragüense y cubana, a pesar de que estos gobiernos oprimen a sus pueblos y limitan sus libertades políticas, económicas y sociales.
Aunque muchos gobiernos piden respeto por los principios del derecho internacional, pocos o ninguno lo practican en la realidad. Los intereses nacionales siguen prevaleciendo sobre los principios, y esta es una de las principales razones por las que, por ejemplo, muchos países no abordan de manera enérgica el cambio climático. Los puestos de trabajo creados y los beneficios obtenidos de los combustibles fósiles pesan más que las preocupaciones ambientales y pueden conducirnos a una crisis final.
¿Qué se puede hacer? En ausencia de votantes y líderes con principios, no mucho. Las naciones siempre anteponen sus propios intereses a las necesidades globales. Mientras sea así, el pragmatismo siempre se impondrá a los principios, a pesar del costo potencial para nuestro propio bienestar a largo plazo. N
—∞—
Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.