DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS
La concentración del pasado domingo 26 de febrero fue, sin lugar a dudas, una de las más grandes que se han dado en la Ciudad de México y en el territorio nacional. Pero no solo en el país se manifestó el pueblo, en varias ciudades del mundo hubo marchas para protestar por la destrucción de la democracia mexicana. La construcción de nuestra democracia ha costado sangre y esfuerzo. Es un largo proceso que los invito a revisar.
México nació como una monarquía imperial en la que se le invitó a Fernando VII a reinar en el primer imperio mexicano. El rey rechazó la oferta y dejó el campo abierto a Agustín de Iturbide, para convertirse en emperador. El primer imperio mexicano fue una monarquía, moderada por un congreso.
Este no tenía un proyecto de gobierno bien estructurado y comenzó con las arcas vacías. De modo que, en poco tiempo, se fue a la quiebra. Luego vino una república federal encabezada por un presidente, el general Guadalupe Victoria, quien al término de su mandato convocó a elecciones. Como su candidato no resultó electo decidió orquestar un fraude electoral con el que impuso a Vicente Guerrero.
Así, la primera república federal firmó su sentencia de muerte, pues en su primer relevo de poder el protagonista fue el fraude electoral. La primera república duró 12 años y fue sustituida por una república centralista que duró diez años.
En este periodo perdimos más de la mitad del territorio nacional. El gobierno sobrevivió entre fraudes, golpes, asonadas y traiciones. Al sistema centralista le siguió la segunda república federal. Y como “perrito que come huevo, aunque le queme el hocico”, nuestros políticos siguieron con las mismas mañas.
EL SEGUNDO IMPERIO
A estas alturas los poderes fácticos, hartos del caos permanente en el gobierno, fueron a ofrecerle el trono del segundo imperio mexicano a Napoleón III; quien, ni tardo ni perezoso, aprovechó la oferta y mandó a Maximiliano de Habsburgo a reinar en México. El segundo imperio se inició en 1863.
Cuando los gringos se enteraron de que México se había convertido en un imperio, encabezado por un príncipe europeo y apoyado por Napoleón, le dieron todo su apoyo a Juárez para exterminar a Maximiliano, a quien eliminaron en 1867.
Con Juárez regresó el federalismo. Benito se reeligió dos veces, no sin que la sombra del fraude electoral opacara el último de sus mandatos. En 1872, contra toda su voluntad, Juárez se vio obligado a dejar la silla presidencial, pues una angina de pecho se lo llevó al otro mundo.
En 1880 comenzó la dictadura de Porfirio Díaz. Las elecciones que lo mantuvieron en el poder tuvieron el común denominador de siempre: el fraude electoral. Durante su gobierno el país progresó como nunca, evidenciando el enorme potencial de un México al que solo le hacían falta paz y orden para generar riqueza. Pero esta bonanza se terminó en 1910 a causa de un movimiento armado financiado por los gringos: la Revolución Mexicana.
Este movimiento fue encabezado por Madero y, con él, otra vez comenzó la danza de los balazos. La Revolución, para variar, acabó con el progreso que se logró con Díaz.
LA DICTADURA DE PARTIDO
En 1929 México comenzó otra forma de gobierno. Se fundó un partido político que agrupaba a todos los militares con mando de fuerzas. Este habría de controlar el poder, nombraría a los candidatos para los puestos de gobierno y convocaría a elecciones que se ganarían con el método acostumbrado en México: el fraude electoral. Así comenzó la dictadura de partido.
La primera parte de esta dictadura tuvo un jefe máximo que quitaba y ponía presidentes. La segunda estuvo caracterizada por un presidente con funciones de monarca, que solo duraba seis años en el poder sin posibilidad de reelección, y que tenía derecho a elegir a su sucesor.
Con este arreglo México entró en una época de progreso llamada el “desarrollo estabilizador”, donde los factores torales fueron un control serio y sensato del presupuesto nacional y la necesidad imperiosa de productos que los estadounidenses requirieron, primero para pelear en la Segunda Guerra Mundial y, después, para reconstruir lo que se había destruido en Europa.
El desarrollo estabilizador duró de 1940 a 1970 y terminó cuando Luis Echeverría llegó al poder. Echeverría rompió con la disciplina presupuestal y nos metió de nuevo en una incertidumbre administrativa.
Y otra vez un periodo de 30 años al término de los cuales por fin se conquistó la democracia. La democracia llegó a México como un proceso de madurez política, y se consolidó con la creación de un organismo independiente del gobierno, el IFE, que entrenó cuadros de profesionales dedicados a mantener la limpieza de la elección y eliminar la sombra del fraude electoral. Esa sombra que durante más de siglo y medio nos ha perseguido.
PODER OMNÍMODO DEL PRESIDENTE
El proceso partió de la Constitución de 1917, que nació durante la lucha revolucionaria. Sus lineamientos fueron manipulados e interpretados a conveniencia de quienes tuvieron la fuerza de las armas, por ello, y para establecer orden, se creó al Partido Nacional Revolucionario (PNR), un partido político diseñado para contener los pleitos de los militares por el poder, aglutinándolos en un instituto político donde todos tuvieran una oportunidad para enriquecerse y permitieran el desarrollo ordenado del país. El efecto colateral de esto fue una corrupción que estaba acotada por el presidente en turno cuyo poder era omnímodo.
En 1938 el PNR cambió su nombre a Partido de la Revolución Mexicana, y en 1946, a Partido Revolucionario Institucional (PRI). Para ese año, la administración y el control político del partido requirieron reglas, para ordenar los procesos de elección, que permitieran al partido conocer su posición política. Así se crearon la Ley Federal Electoral y la Comisión Federal de Vigilancia Electoral. Esta última se encargó del registro de los nuevos partidos políticos.
El sistema era una democracia simulada, que para taparle el ojo al macho requería de partidos políticos que aspiraban a recoger las migajas de poder que el PRI dejaba. El secreto estaba en la conseja de Stalin: “No importan los votos; sino quién cuenta los votos”, y los votos eran contados bajo la egida del secretario de Gobernación.
CEDER UN POCO DE PODER
Como ya dijimos, el sistema funcionó y la prueba de ello fue un crecimiento sostenido del país de 1940 a 1970. A principios de los años 1970 Luis Echeverría llegó a la presidencia, y sin una clara noción de la economía del Estado rompió con las reglas que hasta aquí habían llevado por aguas tranquilas el rumbo del país. Esto inició una serie de crisis económicas.
Era claro que el sistema de un partido hegemónico con un presidente omnímodo había dejado de funcionar. Los gobiernos sucesivos trataron de rectificar el rumbo y recuperar el poder, pero el monolito se había fracturado y los actores políticos clamaban por cambios.
El presidente Miguel de la Madrid llegó a la presidencia en medio de una crisis monumental. Su antecesor, José López Portillo, no solo había creado una crisis de enormes proporciones, sino que en un acto irreflexivo había expropiado la banca y, al hacerlo, perdió la confianza internacional.
El país hacía agua por todos lados. Era necesario ceder un poco de poder para no perderlo todo, así nació el criterio de representación proporcional, en donde los partidos estarían representados en el Congreso con un número de legisladores proporcional a su porcentaje de votación en las urnas.
Como la votación general seguía favoreciendo al PRI, esta concesión no amenazaba el control y sí traía opiniones frescas a la Cámara. Pero la disciplina en el partido se había fracturado y, antes de terminar el sexenio, Miguel de la Madrid vio cómo se partía en dos su instituto político cuando Cuauhtémoc Cárdenas y su grupo lo abandonaron para formar otro partido.
INDEPENDIZAR AL ARBITRO ELECTORAL
Quienes abandonaban al PRI conocían tanto los caminos del poder como los vericuetos del fraude y comenzaron la lucha por equilibrar la competencia política. La siguiente elección enfrentó a Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas. El resultado favoreció a Cárdenas, pero el secretario de Gobernación echó mano de todos sus recursos para orquestar un fraude en el que Salinas emergió victorioso como el nuevo presidente de la república.
El triunfo de Salinas trajo consigo la ominosa sombra del fraude. Ese fraude que fue nuestro común denominador desde la elección de 1828, y que se repetía incesantemente, se materializó a la vista de todo el mundo, y Salinas llegó sin la legitimidad del voto popular. Afianzó su poder aplicando por un lado la fuerza y, por el otro, cortejando a la oposición cediéndole rebanadas de poder.
Así el PAN llegó a la gubernatura de Baja California y se creó, en 1990, el Instituto Federal Electoral, para recuperar un poco de la confianza de los partidos políticos y mantener el sistema. El control, sin embargo, seguía bajo el secretario de Gobernación.
Ernesto Zedillo Ponce de León al principio de su mandato lidió con otra crisis económica de enormes proporciones. El tipo de cambio que se mantuvo estable durante los 30 años del desarrollo estabilizador pasó, durante los sexenios que fueron de Echeverría a Zedillo, de 12.50 pesos por dólar a 9,570 pesos por dólar. Que en nuevos pesos equivalía a 9.57.
El control de daños esta vez llevó a ceder el control del poder e independizar al arbitro electoral. De manera que, en 1996, el secretario de Gobernación dejó de ser el presidente del IFE. Este cargo ahora era electo por los consejeros electorales.
Y LA DEMOCRACIA SE CONSOLIDÓ
Por fin los votos fueron contados por un organismo independiente al que se le dotó de un presupuesto autónomo. El Instituto ha funcionado con eficiencia y probidad hasta ahora y nos ha dado cuatro elecciones presidenciales confiables: las de 2000, 2006, 2012 y 2018, junto con cuatro elecciones intermedias sin fallas ni contratiempos.
La democracia ha evitado las crisis económicas que fueron el sello de los últimos años del sistema antiguo. El crecimiento se recuperó durante los tres primeros periodos, y se vino a perder de nuevo en la administración actual, que no ha cumplido sus promesas más importantes.
El trabajo para convertir la democracia simulada del siglo pasado en una democracia real ha sido enorme. Tuvieron que transcurrir 17 décadas para desembarazarnos del fraude electoral mediante un organismo profesional y confiable, y esto es lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador, que llegó al poder gracias al IFE, quiere hacer. Regresarnos a una dictadura de partido en la que él y su grupo político dominen.
La sombra de un fracaso electoral en 2024 se cierne sobre el presidente, que a toda marcha intenta arrebatarle al pueblo de México la facultad de elegir a sus gobernantes.
Eso es lo que el pueblo sabio salió a defender el domingo 26 de febrero: la democracia. La libertad de elegir a nuestros gobernantes. Esa libertad, que hoy, en suma, es la libertad de tu México y de mi México. Andrés Manuel López Obrador quiere quitarnos la libertad de elegir. Una libertad que no se negocia.
VAGÓN DE CABÚS
Carlos Urzúa, el primer secretario de Hacienda de la actual administración, al ser entrevistado por Carlos Loret dijo que, al convertirse en presidente, la soberbia del poder se apoderó de AMLO.
Esto viene a cuento por la actitud de soberbia y prepotencia de López Obrador al querer condicionar la decisión de Elon Musk, uno de los hombres más ricos del planeta, para definir el sitio donde pondrá su megaplanta de automóviles. AMLO dijo que si la planta pretendía instalarse en Nuevo León le negaría los permisos, y Musk contestó que entonces buscaría otro país para hacerlo.
Al final López Obrador reculó y, en declaración reciente, anunció que Tesla se instalará en Nuevo León. Pero es evidente que la ceguera de poder hizo que el presidente perdiera las proporciones. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.