En víspera de Año Nuevo, nueve años después de retirarse del papado, falleció el papa emérito Benedicto XVI, el cardenal Joseph Ratzinger. Muchos católicos se enfrentarán al dilema de guardar luto por el hombre que dirigió la Iglesia católica durante ocho años y, al mismo tiempo, conciliar el papado de Benedicto con las enseñanzas de Jesucristo.
Como gigante de la teología, veneraba el aspecto intelectual del catolicismo; una construcción hecha por el hombre, llena de dogmas que a veces contradicen las enseñanzas básicas de Jesucristo: amar a Dios y amar al prójimo.
En lugar de centrarse en el aspecto pastoral del catolicismo y tratar de unificar a la gente en este nuevo milenio, su formación teológica lo convirtió en un duro crítico de las mujeres en el clero, así como de la comunidad LGBTQ+.
Jesús se enfocó en unir a la gente en una fe inclusiva en Dios. El dogma y la teología creados por el hombre dividen a la gente. Benedicto trató de imponer una inclinación intelectual a la teología y aislar a muchos del seno de la Iglesia que dirigía. Esto lo llevó a la conclusión de que para la Iglesia era más importante estar en lo “correcto” que ser justa.
Como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, muchos lo apodaron “el rottweiler de Dios”. No comprendió la gravedad de las acusaciones de abusos sexuales y pederastia por parte de muchos sacerdotes.
Tenía opiniones polémicas sobre temas contemporáneos como la anticoncepción y el celibato, se oponía al activismo social de los sacerdotes que emulaban la preocupación de Jesús por los pobres y oprimidos, y pretendió crear una Iglesia “pura”, libre del relativismo del pensamiento actual y anclada en un pasado que ya no existe.
UN HIJO DE LA CURIA ROMANA
Aunque se retiró, no permaneció recluido. Siguió defendiendo sus puntos de vista conservadores, a menudo en contradicción directa con las opiniones de su sucesor, el papa Francisco.
Benedicto XVI sirvió como pararrayos para los miembros conservadores que siguen añorando los días anteriores al Vaticano II, cuando el latín era la lengua franca de la Iglesia y la obediencia a Roma era primordial.
Fue un hijo de la curia romana. Llegó a Roma en 1962 y al principio apoyó el Concilio Vaticano II, pero en 1975 se volvió vehementemente contrario a la reforma de la Iglesia y al progresismo y se sintió atraído por el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, que más tarde se convertiría en el papa Juan Pablo II.
Wojtyla llevó a Benedicto XVI a Roma y ahí comenzó su rápido ascenso en la burocracia papal. A la muerte de Juan Pablo II, en 2005, Benedicto fue elegido papa y continuó la tendencia teológica conservadora de Juan Pablo II.
La renuncia de Benedicto puso de manifiesto las diferencias dentro de la Iglesia. El sucesor de este teólogo doctrinario ha sido un pontífice pastoral. El papa Francisco ha promovido un liderazgo humanista tras décadas de gobierno conservador absolutista. Su papado contrasta completamente con los dos papas anteriores y ha creado una Iglesia más inclusiva. Su papado da esperanza a los antes marginados: mujeres, homosexuales y víctimas de abusos sexuales y pederastia.
Muchos consideran esto una evolución en el pensamiento de la Iglesia. Yo lo considero una desviación positiva de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. Una desviación positiva en el sentido de apartarse de las limitaciones teológicas impuestas por el hombre y volver a las enseñanzas fundamentales del fundador de la Iglesia, Jesús de Nazaret.
BENEDICTO XVI, ¿HUMANISTA?
Una Iglesia humanista que cuida de su rebaño plural es la base de las enseñanzas de Cristo. Jesús acogió en su redil a mujeres (María, su madre, y María Magdalena, por nombrar dos), leprosos, enfermos y diferentes, diciendo que en el reino de Dios había sitio para todos.
En ninguna parte Jesús mencionó a los homosexuales, los anticonceptivos, una Iglesia dominada por los hombres o el aborto. La Iglesia de Francisco va en esa dirección, y esto solo puede mejorar el mensaje de universalismo e inclusión de la Iglesia.
Ahora que Benedicto ha fallecido, es posible que Francisco también decida dimitir, dado su mal estado de salud, siguiendo el ejemplo de su predecesor de dejar el papado por el bien de su rebaño.
Esto reabrirá el debate público sobre la futura dirección de la Iglesia. Si le sucede un teólogo doctrinario como Benedicto XVI, el legado de Francisco será en vano y la Iglesia seguirá perdiendo relevancia para muchos de sus antiguos seguidores.
Sería una lástima, ya que la Iglesia, a pesar de todas sus imperfecciones, todavía tiene un papel que desempeñar para llevar la justicia social y una mayor igualdad a un mundo profundamente dividido. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.