Cuando era más joven solía creer que la ignorancia era la ausencia de un conocimiento, una falta, un cierto hueco. Como un vaso vacío en la mente de las personas. Pero, en los últimos años, he descubierto que es todo lo contrario. La ignorancia es una suma de valores y aserciones muy definidas con las que el entorno y la cultura alimentan a diario a sus partícipes.
La ignorancia no es en ningún modo un vaso vacío, todo lo contrario. Es un vaso tan lleno que no puedes colocar una gota de otra idea porque jamás va a entrar. Es un vaso que ha completado ya su contenido, su universo.
Por eso, cuestionar a un ignorante se convierte en un acto casi imposible. Porque los individuos se resignan a “lo que creen que saben”, porque es más fácil engañarlos que hacerlos razonar o recapacitar sobre un engaño.
Eso porque sus creencias son mucho más importantes que los hechos. Y porque es mucho más sencillo caminar de la mano con lo que llaman “razón” o “verdad”, para llevar por la vida ese vasito con un mundo demasiado resuelto, lleno de limitadas asociaciones, de buenos y malos, de blancos y negros, de dinero o pobreza, de nacionalismos e inmigrantes.
Y, como dice el antiguo proverbio: “Corrige al sabio y lo harás más sabio. Corrige al ignorante y lo harás tu enemigo”.
VIVIR CON EL VASO LLENO NO ES UNA VIRTUD
Por eso nadie gasta o invierte un minuto o un centavo en enseñar a los seres humanos la naturaleza de estar equivocados. Porque una cosa es hablar de educación formal y otra muy distinta es hablar sobre la formación del pensamiento crítico. O sobre las reflexiones que nos permiten entender que todo vaso esférico tiene infinitas aristas y que vivir con el vaso lleno no es una virtud, sino un hábito vergonzoso.
Por ello, la falta de empatía, de comprensión, de análisis, de criterio, de reflexión… son una buena parte de la ignorancia de nuestros tiempos. Y como diría el precepto estoico: “la ignorancia es en sí el único mal”.
Gandhi, personaje al que admiro tanto y que últimamente resulta tan citado en Europa para hablar de paz frente a la invasión de un gigante, se preguntaba constantemente si el problema más grande del mundo no era la indiferencia de los educados para pasar de largo, para despreocuparse. Como si la ignorancia no dominase nuestra realidad.
Pero, ¿cómo le explicas al violento que es un violento sin que se violente? ¿Cómo le explicas al sucio que es sucio y sin que se sienta ofendido o invadido? ¿Cómo le explicas a un necio sobre su necedad? ¿Cómo le explicas al mentiroso que es hora de reconocer toda su falsedad porque ya es patético que siga adelante?
¿FANTÁSTICA AYUDA DE LOS ALGORITMOS?
Por lo tanto, ¿cómo cambia un mundo que no permite ser cuestionado? Sobre todo hoy, cuando nos encajona la hipocresía más grande de la historia en eso que llamamos “lo políticamente correcto”, donde los méritos más altos de nuestra sociedad tienen más que ver con una supuesta “inclusión” de cierta minoría que con su contenido o su valor. Donde las personas indagan el mundo desde las redes buscando a toda costa que la realidad se acomode a sus creencias, con la fantástica ayuda de los algoritmos.
Vivimos una época con todas las herramientas para que no existiera más el sufrimiento, para que la reflexión y el pensamiento crítico formaran parte de nuestra educación formal.
Pero, mientras no eduquemos una sociedad para que sea crítica, ajena a las simulaciones, reflexiva y activa desde el pensamiento, será imposible brindarle dignidad al mundo. N
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Damián Comas es escritor, artista plástico y cineasta. Es doctor en creación literaria y maestro en estudios teóricos de arte. Su primera novela, Cenizas, fue acreedora del premio XIX de Letras Hispánicas de la Universidad de Sevilla. Instagram:@comasdamian. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.