Actualmente, la psilocibina, el ingrediente activo de los “hongos mágicos”, está siendo sometida a ensayos clínicos. Podría ser el mayor avance en el tratamiento de la depresión desde la creación del Prozac.
DURANTE la mayor parte de su vida adulta, Aaron Presley, de 34 años, se sintió como una piltrafa humana, como una “basura”. Estaba atrapado en una realidad tan insoportablemente tediosa que tenía problemas para levantarse por la mañana. Entonces, de repente, la desgarradora niebla depresiva comenzó a desvanecerse para dar comienzo a la experiencia más significativa de su vida.
El punto de inflexión para Presley se produjo mientras yacía en el diván de un psiquiatra en la Universidad Johns Hopkins, con un antifaz cubriéndole los ojos y un par de audífonos Bose en los oídos, escuchando los himnos que cantaba un coro ruso. Había consumido una gran dosis de psilocibina, el ingrediente activo de lo que se conoce comúnmente como hongos mágicos, y entró en un estado que podría describirse como sueño lúcido. Las visiones de su familia y de su infancia desencadenaron sentimientos abrumadores de amor largamente perdidos, afirma, “como el cielo en la tierra”.
Presley fue uno de los 24 voluntarios que participaron en un pequeño estudio cuyo objetivo era evaluar la efectividad de una combinación de psicoterapia y esa poderosa sustancia psicoactiva para tratar la depresión, un enfoque que, si es aprobado, podría ser el mayor avance para la salud mental desde la creación del Prozac, en la década de 1990.
La depresión, que suele caracterizarse por sentimientos de carencia de valor, profunda apatía, agotamiento y tristeza persistente, afecta a 320 millones de personas en todo el mundo. En tanto, un porcentaje importante padece alguna enfermedad relacionada con este padecimiento, como la depresión mayor, el trastorno bipolar o la distimia. Cerca de un tercio de las personas que buscan tratamiento no responden a las terapias verbales o farmacológicas convencionales.
La terapia con hongos mágicos ofrece una esperanza para esos casos desesperados. En el estudio de la Universidad Johns Hopkins, publicado el año pasado en la revista JAMA Psychiatry, dicha terapia fue cuatro veces más efectiva que el uso de antidepresivos tradicionales. Dos tercios de los participantes mostraron una reducción de más de 50 por ciento en sus síntomas depresivos después de una semana; un mes después, más de la mitad de los casos se consideraron en remisión, lo que significa que ya no calificaban para ser considerados como pacientes deprimidos.
Actualmente, en Estados Unidos y Europa se realizan ensayos clínicos más grandes cuyo objetivo es obtener la aprobación de los organismos regulatorios. En dos estudios en los que participaron más de 300 pacientes de diez países el tratamiento fue calificado como “terapia revolucionaria”, en 2018 y 2019, por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, que ahora acelerará la revisión de sus resultados. Si los ensayos tienen éxito podrían establecerse rápidamente nuevos protocolos que combinen el uso de la psilocibina y la psicoterapia en un entorno clínico para el tratamiento de la depresión. Los tratamientos podrían comenzar a aplicarse en las clínicas en una fecha tan próxima como 2024.
La rehabilitación de la psilocibina como tratamiento médico ha hecho surgir algunas inquietudes. A algunos científicos les preocupa que la sustancia, que puede inducir psicosis en algunas personas, esté ampliamente disponible fuera del entorno clínico. Además, no desean que el LSD vuelva a ser usado como una sustancia recreativa, como ocurrió en la década de 1960, lo que provocó graves daños e hizo retroceder varias décadas la investigación sobre las sustancias psicodélicas.
Sin embargo, muchos científicos del área de la salud mental piensan que los riesgos palidecen ante los posibles beneficios, entre los que se encuentra no solo el desarrollo de tratamientos efectivos para la depresión, sino también una nueva comprensión de la base neural de muchos trastornos de salud mental. “Estamos convencidos de que los efectos de esas sustancias son bastante profundos y que existe una historia que será relevante para adquirir nuevos enfoques de la enfermedad cerebral”, afirma Jerrold Rosenbaum, catedrático de la Facultad de Medicina de Harvard, exjefe de psiquiatría del Hospital General de Massachusetts y líder del nuevo Centro para la Neurociencia de las Sustancias Psicodélicas de esa institución.
EL RENACIMIENTO
Aunque las sustancias psicodélicas han sido usadas durante milenios por las poblaciones originarias, se incorporaron en la mentalidad médica occidental apenas en 1943, cuando Albert Hoffman, químico del gigante farmacéutico suizo Sandoz, ingirió accidentalmente un compuesto denominado dietilamida del ácido lisérgico, o LSD. De inmediato entró en “un estado de ensoñación” y alucinó “una corriente ininterrumpida de imágenes fantásticas, formas extraordinarias con un intenso juego caleidoscópico de colores”. Hoffman se convenció de que el LSD debía tener algún uso en la medicina y la psiquiatría.
Poco después, un banquero de Manhattan llamado R. Gordon Wasson viajó a Oaxaca, México, probó hongos que contenían psilocibina, y publicó un relato de 15 páginas sobre su experiencia psicodélica en la revista Life, revelando el poder de las plantas al público estadounidense.
Pronto los psiquiatras comenzaron a informarse sobre los beneficios terapéuticos de esas sustancias. En la década de 1960 las habían administrado a más de 700 alcohólicos, la mitad de los cuales permanecieron sobrios durante al menos un par de meses. Otros investigadores descubrieron que esas sustancias ayudaban a controlar la ansiedad, la depresión, la angustia existencial de los pacientes con cáncer terminal y otros trastornos de salud mental, siempre que fueran administradas bajo supervisión médica.
Las sustancias psicodélicas perdieron su legitimidad poco después de que la contracultura las adoptó como sustancias recreativas, desencadenando una ola de suicidios, colapsos mentales y “malos viajes”. La financiación federal para la investigación se agotó. Sin embargo, con el paso de los años unos cuantos grupos en Estados Unidos y en otros países siguieron realizando experimentos con ratones y lograron rastrear las extrañas contorsiones a escala molecular que le dan a la psilocibina su capacidad de alterar la percepción humana de manera tan profunda.
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Un elemento clave de la acción de la sustancia es su capacidad de enlazarse con una clase especial de diminutas proteínas que sobresalen de la superficie de muchas neuronas y detectan las señales químicas que pasan, en este caso, el neurotrasmisor serotonina. Lo que hace que las moléculas activas del LSD y la psilocibina sean tan poderosas es una anomalía en su geometría que provoca que esas sustancias se queden atoradas en esas proteínas, conocidas como receptores de serotonina 5H 2A, y permanezcan ahí durante horas, en lugar de dispersarse rápidamente como lo harían los neurotransmisores normales. Una vez que la sustancia se introduce en los receptores comienza a desatar el caos en la señalización interna de las células, haciendo que algunas neuronas que normalmente no envían señales se enciendan como fuegos artificiales, mientras que otras quedan en la oscuridad.
Estas reflexiones ni siquiera se acercan a explicar las profundas preguntas que los científicos tienen sobre esas sustancias: por ejemplo, ¿por qué provocan profundas experiencias espirituales, las cuales solo pueden producirse en ensayos con seres humanos? A principios de la década de 1990, tras una campaña de demandas judiciales y cabildeo por parte de los defensores de las sustancias psicodélicas, la FDA revaluó estas y otras “sustancias de abuso” e indicó que estaría abierta a las solicitudes para estudiarlas.
Los ensayos clínicos sobre experiencias místicas, pacientes con cáncer terminal y adicciones se realizaron a mediados de la década de 2000 en instituciones tan prestigiosas como la Universidad de Nueva York, la UCLA y Johns Hopkins. Mientras tanto, los instrumentos de escaneo cerebral ayudaron a documentar los notables efectos de esas sustancias en el cerebro. En años recientes ha comenzado a surgir una imagen más clara de la forma en que esas sustancias obran su magia y por qué podrían funcionar como tratamiento para los trastornos mentales.
EL CEREBRO MÍSTICO
El LSD y la psilocibina alteran profundamente los patrones normales de comunicación del cerebro: los investigadores pueden detectar estos cambios utilizando escáneres cerebrales que muestran cuáles son las áreas del cerebro que parecen activarse simultáneamente o en rápida sucesión (lo que indica cuáles se comunican entre sí). En particular, parecen interferir con la conectividad y el funcionamiento de las redes de las estructuras cerebrales que participan en la planificación, la toma de decisiones y el pensamiento asociativo, que son muchos de los circuitos de alto nivel en los que nos basamos para interpretar y darle sentido al mundo. Estas sustancias también parecen interferir con el funcionamiento del núcleo reticular talámico, que es una estructura cercana al centro del cerebro que regula el volumen de las señales sensoriales, lo que nos permite centrar nuestra atención en algunos estímulos y bloquear otros.
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Robin Carhart-Harris, neurocientífico que recientemente dejó de trabajar en el Imperial College de Londres para incorporarse a la Universidad de California, en San Francisco, ha articulado una de las teorías más ampliamente citadas sobre cómo esas sustancias inducen experiencias transformadoras. Piensa que esto se deriva de su capacidad de apagar de alguna forma una constelación específica de estructuras cerebrales conocidas como “red del modo por defecto”. Esta red está más activa cuando nuestra mente divaga, es decir, cuando soñamos despiertos. Nos da esa voz que escuchamos en nuestra cabeza, que suele ser hiperactiva en los pacientes deprimidos y ansiosos que son atormentados por bucles de pensamientos negativos.
Algunos científicos consideran que la red del modo por defecto es el equivalente neural del “ego” de Freud, es decir, la porción de la personalidad humana que experimentamos como el “yo” que recuerda, evalúa, planifica, ayuda a integrar nuestro mundo exterior e interior y proporciona el filtro mental a través del cual experimentamos e interpretamos nuestra experiencia a cada momento. La experiencia de Aaron Presley muestra cómo esta red puede colapsar. Antes de su tratamiento, recuerda Presley, solía decirse frecuentemente a él mismo que era un desperdicio de espacio y que no tenía ninguna esperanza de mejorar. Esos pensamientos repetitivos e improductivos, o “falsa resolución de problemas”, se conocen en el área de la psiquiatría como “rumiación”. De acuerdo con Rosenbaum de Harvard, la rumiación desempeña una función clave en trastornos de salud mental como la depresión, las adicciones y el trastorno obsesivo-compulsivo o TOC.
Para Presley, la experiencia con psilocibina logró que cesara su inútil rumiación. Hizo callar la voz crítica y dominante dentro de su cabeza. Pudo vislumbrar un nivel de autoaceptación y una sensación de intervención en su propia vida que no sabía que eran posibles.
Charles Raison, psiquiatra de la Universidad de Wisconsin-Madison especializado en la depresión, explica tales experiencias en términos freudianos. Una vez que se ha desactivado el ego, el inconsciente de Freud tiene rienda suelta para expresarse, de forma que, con frecuencia, revela verdades internas y reflexiones profundas que quienes han consumido la sustancia normalmente pasarían por alto.
“La idea de que las sustancias psicodélicas liberan algunas de estas áreas emocionales del cerebro, que tienen una poderosa valencia y profundidad, es decir, las áreas límbicas que intervienen en la memoria y las emociones, para que digan lo que tienen que decir, es congruente con lo que se ha informado”, indica Raison, quien también se desempeña como director de investigación clínica y traslacional del Instituto Usona, una organización sin fines de lucro que realiza un ensayo clínico de la psilocibina. “Con frecuencia, son superadas por esas emociones realmente poderosas que resultan sorprendentes, como si provinieran del exterior, pero que parecen completamente creíbles y totalmente verosímiles. Estas áreas se liberan y tienen la oportunidad de expresarse”.
Sin embargo, nada de esto explica el que es quizás el misterio más perdurable de estas sustancias, lo que Raison denomina “el santo grial” y al que otros investigadores han llamado la “caja negra” o el “concepto insustancial” de nuestra comprensión científica actual.
Muchos trastornos cerebrales se definen como “una reducción en el repertorio mental y conductual” que confina a quienes los padecen a una serie de “patrones subóptimos”, afirma Matthew Johnson, catedrático de psiquiatría y ciencias conductuales de Johns Hopkins y uno de los coautores del estudio sobre la depresión en el que participó Aaron Presley. Estos “patrones subóptimos” se manifiestan en forma de conductas, como el pensamiento rumiativo y la expectativa reflexiva de que las cosas saldrán mal, y también se manifiestan físicamente como una actividad cerebral anormal. Muchos trastornos de salud mental se caracterizan por una actividad cerebral aberrante, en la que poblaciones de neuronas especializadas, conocidas como circuitos, quedan atoradas en patrones rígidos de comunicación y pierden su capacidad de comunicarse efectivamente con otros circuitos cerebrales. El cerebro pierde la flexibilidad y la habilidad que le permitirían responder e interpretar nuevas situaciones y reaccionar en consecuencia. Es entonces cuando enfermamos.
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“Cuando el efecto de la sustancia se desvanece y todo termina, esto, de alguna manera, produce una reconfiguración y estas redes cerebrales recuperan un patrón más saludable”, afirma David Nichols, químico jubilado de la Universidad de Purdue que ha estudiado la biología molecular de las sustancias psicoactivas por más de 50 años. “Y esa es la gran pregunta que creo que los psiquiatras estarán analizando durante largo tiempo. ¿Cuál es ese mecanismo de reconfiguración?”
En años recientes, algunos científicos han comenzado a descubrir pruebas que sugieren una posibilidad muy tentadora: que las sustancias incitan de alguna forma al cerebro a liberar agentes de crecimiento que no solo envían una señal global que permite que las células cerebrales se reconfiguren y establezcan nuevas conexiones. Es decir, las sustancias podrían incluso catalizar al cerebro para que comience a regenerarse a sí mismo.
En un estudio, investigadores de la Facultad de Medicina de Yale utilizaron un microscopio de escaneo láser para analizar los cerebros de ratones. En particular, observaron “espinas dendríticas”, que son las protuberancias parecidas a ramas que se encuentran en el extremo de las neuronas y que les permiten comunicarse con otras células cerebrales vecinas. Se sabe que el estrés y la depresión crónica reducen el número de estas conexiones neuronales y provocan que las existentes se marchiten. Cuando los investigadores de Yale tomaron un conjunto de ratones estresados y deprimidos con dendritas marchitas y les administraron psilocibina, sus dendritas florecieron.
De manera notable, está reconfiguración del cerebro después de una sola dosis parece ser duradera: un mes después, los ratones a los que se administró psilocibina tenían 10 por ciento más conexiones neuronales que antes de consumir la sustancia. La mayor densidad de estos importantes conectores neuronales produjo beneficios observables: los ratones mostraron mejoras conductuales y un aumento en la actividad de los neurotransmisores.
“Estas nuevas conexiones podrían ser los cambios estructurales que el cerebro utiliza para almacenar nuevas experiencias”, señala Alex Kwon de Yale, profesor adjunto de psiquiatría y neurociencias, y autor del artículo.
Otros grupos que han expuesto neuronas humanas a la sustancia en cajas de Petri informan sobre un crecimiento de nuevas neuronas, un proceso denominado “neurogénesis”. Una teoría indica que la capacidad de la sustancia de fijar los receptores de serotonina en la posición de “activado” durante un largo periodo de alguna manera desencadena una serie de reacciones químicas que estimulan a las neuronas a liberar señales parecidas a las hormonas que provocan la neurogénesis.
Si los científicos pueden utilizar la ingeniería inversa y construir un mapa de estas reacciones químicas, afirma Rosenbaum de Harvard, podrían arrojar nuevas luces no solo en lo que ocurre en distintos trastornos cerebrales, sino también desarrollar tratamientos para muchos trastornos cerebrales intratables que han sido difíciles de abordar.
“ES COMO LA DIFERENCIA ENTRE EL DÍA Y LA NOCHE”
Mientras Presley yacía en el diván de su psiquiatra no pensaba en el florecimiento de sus dendritas o en su yo freudiano. Era de nuevo un niño de siete años, sentado en el banco de una iglesia con su familia durante el sermón dominical. Él y sus dos hermanos trataban de hacerse reír el uno al otro.
“Realmente pude sentir a mis hermanos a cada lado, y lo divertido que fue aquello”, recuerda. “Y simplemente percibí cuánto amor siento por mis hermanos y por mis padres. Es uno de esos momentos en los que cada uno hace reír al otro hasta que las lágrimas corren por sus mejillas”.
La escena de la iglesia se transformó en otras visiones. Presley vio su propio funeral, el de sus padres, y el de otras personas a las que amaba (todas las cuales seguían vivas). Planeó un posible futuro con su novia. Gimió tan fuerte que sintió como si le hubieran pateado el estómago y, en contraste, sintió su cuerpo inundado de la más pura alegría y gratitud. Presley sabía que lo que experimentaba no era técnicamente real. Sin embargo, las escenas eran tan detalladas y tan llenas de pasión y significado que se sentían como si fueran reales.
Cuando todo terminó, y una vez que lo hubo procesado con sus facilitadores de Johns Hopkins, algo había cambiado. En las semanas y meses siguientes, las visiones de alegría y significado que había vislumbrado se convirtieron en sus guías. Se hizo miembro de un coro musical debido a que cantar le daba alegría. Se afeitó la barba y la cabeza, y comenzó a asistir nuevamente a eventos sociales. Hizo un esfuerzo por reconectarse con viejos amigos y con miembros de su familia. Con la ayuda de los terapeutas de Johns Hopkins, que estuvieron cerca para ayudarle a “integrar” su experiencia, hizo listas con las acciones que podía realizar cuando volviera la oscuridad, si es que lo hacía: llamar a un amigo o un ser querido, usar la escaladora del gimnasio, levantar pesas, cantar, tocar el piano, ponerse en contacto con expertos de la academia e iniciar conversaciones sobre su trabajo.
“Estaba muy cansado, muy agotado”, recuerda, refiriéndose a la época previa al tratamiento. “Sentía como si estuviera bajo un enorme peso. Y, de repente, el peso desaparece. Es como la diferencia entre el día y la noche”.
Tales experiencias transformadoras son comunes en las acogedoras y poco iluminadas oficinas de los profesionales de la salud mental, con sus suaves divanes, estatuas de Buda y pinturas de paisajes. Mary Cosimano, directora de servicios de facilitación del Centro de Investigación Psicodélica y de la Conciencia de la Universidad Johns Hopkins, ha participado en más de 475 sesiones con voluntarios en ensayos clínicos. Las experiencias individuales varían enormemente, pero todas comparten algunos temas en común.
Una voluntaria que participó en un estudio de psilocibina para tratar la anorexia experimentó la sensación de ser sostenida y aceptada por un ser superior (“descansar en los brazos de Dios”), lo que le dio una sensación de paz y pudo haberla ayudado a liberarse de su necesidad de controlar tantos aspectos de su vida. Otra voluntaria describió sentimientos de carencia de valor que le hacían temer hablar con alguien en el trabajo. En una sesión tuvo una visión de ella misma en el trabajo. Vio cómo sus compañeros de trabajo se hacían “muy, muy pequeñitos”, y luego se los comió. La experiencia le produjo la sensación de que “todos estamos conectados, todos somos uno”. Cuando volvió al trabajo se sintió igual a sus compañeros y pudo tratarlos como iguales.
El Dr. Charles Grob, catedrático de psiquiatría y ciencias conductuales de la UCLA, que trabajó con pacientes con cáncer terminal a principios de la década de 2000, afirma que muchos de los enfermos de los que atendió emergieron de la experiencia con una nueva capacidad de centrarse en el momento presente.
La mayoría de sus pacientes experimentaban altos niveles de ansiedad existencial, desmoralización y depresión. Después de los tratamientos con psilocibina, generalmente salían con una nueva sensación de paz y la decisión de pasar el resto de su vida conectándose con sus seres queridos y aprovechando al máximo el tiempo que les quedaba.
Con frecuencia, cuando enfermamos gravemente, explica, “perdemos esa parte de la identidad, que es tan importante para nuestro funcionamiento, y este proceso terapéutico parece restablecer ese sentido de significado e identidad anclado en lo que hemos sido en el pasado”. Y dice: “Dejamos de sentirnos relegados y excluidos de nuestro antiguo sentido del yo. Encontramos que, en muchos aspectos, esta es una medicina existencial”.
Cosimano destaca que el viaje mismo es solo una parte del protocolo clínico. En Johns Hopkins, y en la mayoría de los ensayos que se realizan actualmente, lo que ocurre después es igualmente importante. Una vez que terminan sus sesiones, se pide a los voluntarios que escriban “informes de sesión”, en los que, en ocasiones, simplemente enumeran sus experiencias. Después, leen los informes a los facilitadores, quienes los ayudan a explorar lo que significó la experiencia para ellos y cómo pueden integrar lo que aprendieron en su vida diaria.
“Si no haces algo con lo que experimentas, las cosas simplemente volverán a ser como antes”, afirma Cosimano. “Es una disciplina. Es algo con lo que tienes que comprometerte”.
UN PESADO MANDATO
Si estas sustancias llegan algún día al entorno clínico y ayudan a pacientes reales, sus defensores tendrán que evitar los errores cometidos en el pasado. Muchas de las personas que promueven estos tratamientos piensan que es importante distinguir entre el abuso de las sustancias fuera del entorno clínico y las experiencias de quienes las usan en un entorno terapéutico estrechamente controlado, supervisado y seguro.
Este mandato impone un gran peso a George Goldsmith, uno de los fundadores de Compass Pathways, una empresa londinense de biotecnología que cotiza en bolsa, la cual realiza un estudio en 22 sitios ubicados en diez países con 233 pacientes que cumplen con los criterios diagnósticos de depresión “resistente al tratamiento”. Goldsmith tiene una relación personal con este tema: él y su esposa, Ekaterina Malievskaia, descubrieron la terapia psicodélica cuando buscaban una cura para su hijo mentalmente enfermo y se comprometieron a sacarla de las sombras.
Al diseñar el ensayo, él y Malievskaia hicieron muchas consultas a los organismos reguladores; de hecho, fue un organismo regulador británico el que les sugirió que diseñaran su primer ensayo para tratar la depresión resistente a la medicación. También han reclutado a un consejo de asesores respetados, entre los que están Tom Insel, director del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos; Paul Summergrad, exdirector del Instituto Estadounidense de Psiquiatría, y sir Alasdair Breckenridge, expresidente de la Agencia Regulatoria de Medicamentos y Productos para el Cuidado de la Salud del Reino Unido.
“Opino que necesitamos lograr innovaciones en este espacio”, dice Insel.
A Insel le preocupa que estos esfuerzos sean rebasados por otros sucesos. En años recientes ha tomado impulso un movimiento activo para despenalizar la psilocibina en Estados Unidos, y los electores de Denver, Oakland, Santa Cruz, Washington, D. C. y Somerville y Cambridge en Massachusetts han votado a favor. Aunque estas sustancias siguen siendo ilegales de acuerdo con la ley federal, le preocupa lo que podría pasar si llegan a volverse comunes fuera del entorno clínico. Sin supervisión, las sustancias psicodélicas pueden acelerar el inicio de la psicosis en las personas vulnerables a ella. Esto podría producir el tipo de tragedias y mala publicidad que descarriló el uso de estas sustancias en el pasado.
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Sin embargo, la fiebre por encontrar tratamientos ya ha comenzado. Cientos de nuevas empresas de biotecnología recaudan fondos para crear terapias, y los grupos de investigación que estudian estos compuestos para su uso clínico son, actualmente, más de cien.
El tratamiento de Compass propone incluir un protocolo diseñado para garantizar que estas sustancias se administren sin riesgos, y hay expertos disponibles para ayudar de inmediato si un paciente comienza a sentirse abrumado. Los pacientes son seleccionados, se les pide que asistan a reuniones preparatorias con un terapeuta, se les supervisa y vigila durante sus sesiones de medicación y asisten a sesiones de seguimiento con el objetivo de integrar sus experiencias.
Si la FDA aprueba el tratamiento, es probable que integre disposiciones donde estipule que estas sustancias no pueden ser consumidas fuera del entorno clínico, que están cuidadosamente controladas y que solo pueden ser administradas por un profesional de la salud capacitado.
“Con mucha frecuencia, podemos tener una experiencia muy desafiante que, al mismo tiempo, nos genere un gran beneficio”, afirma Goldsmith. “No creo que un mal viaje sea necesariamente una mala experiencia. Es una experiencia desafiante. Es un contenido que quizá no desees ver, pero que, de hecho, puede ser bastante terapéutico. Y por eso es importante que el terapeuta esté presente. Fuera del entorno clínico, solo Dios sabe lo que podría ocurrir”.
Sin embargo, en un entorno clínico adecuado, el tratamiento podría ser capaz de ayudar a muchas personas con resistencia a otras terapias. Tres años después de su experiencia en Johns Hopkins, la depresión de Aaron Presley todavía regresa en ocasiones. Pero cuando lo hace, ya no lo abruma, y él sabe qué hacer para salir de ella. La experiencia lo inspiró a ponerse en contacto con sus padres y con sus hermanos para conectar más profundamente con ellos. Está más abierto ante distintos asuntos personales que anteriormente habría evitado ventilar, afirma.
“Me di cuenta de que es posible contar con un conjunto de acciones y actividades, en la combinación y en la secuencia correctas, que produzcan características ideales para mí. Y tengo la capacidad de actuar para hacer que sucedan. He reencontrado mis pasiones, aquello que realmente me motiva en lo profundo de mi ser”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek