Al igual que México y otros países de América Latina, el Sáhara Occidental fue colonia de España. Después de la invasión de Marruecos, hoy el pueblo saharaui está dividido entre quienes se quedaron bajo la ocupación y quienes se refugiaron en Argelia.
TINDUF, ARGELIA. “Vivíamos en un lugar llamado Um Draiga cuando comenzaron los bombardeos. Los marroquíes llegaron y quemaron la tierra, mataron a la gente y a los animales. Primero huimos a las montañas con nuestro ganado, y cuando comenzaron a acercarse más decidimos marcharnos.
“La gente corría y escapaba como podía. A mi familia y a mí nos salvaron los militares saharauis. Nos sacaron en coches y nos llevaron por el desierto hasta Argelia. Tenía 18 años”: Gailali Malainin Humid.
Esta historia se repite entre muchos saharauis, la población autóctona del Sáhara Occidental, territorio localizado en el norte de África y que, por muchos años, al igual que México y América Latina, fue colonia española.
Después de la muerte de Francisco Franco, Marruecos y Mauritania invadieron estas tierras y comenzó así la agonía del pueblo saharaui y su lucha por la autodeterminación.
Era noviembre de 1975 y el dictador Franco agonizaba debido a los cuatro infartos que sufrió en sus últimas semanas de vida. Su estado de salud era precario, por lo que existía una incertidumbre política en España sobre lo que ocurriría cuando muriera.
Este hecho fue aprovechado por el rey de Marruecos, Hassan II, para iniciar la invasión de lo que entonces se conocía como el Sáhara español, localizado en el norte de África y colonizado por España en 1884, en el marco de la repartición europea del continente en la Conferencia de Berlín.
El Sáhara español fue oficialmente una provincia más de España desde 1958. Sus habitantes recibían documentos de identidad que acreditaban su nacionalidad, de ahí que el castellano sea la segunda lengua de los saharauis después del hasaní, un dialecto del árabe.
El Sáhara español fue oficialmente una provincia más de España desde 1958. Sus habitantes recibían documentos de identidad que acreditaban su nacionalidad, de ahí que el castellano sea la segunda lengua de los saharauis después del hasaní, un dialecto del árabe.
Aquí, por ejemplo, se instalaron cuarteles militares y otras oficinas de gobierno que gestionaban la vida en la provincia 53, como una jefatura de policía, oficina de correos, telégrafos, hospitales y escuelas.
Igualmente, el gobierno se encargaba de administrar y explotar los recursos naturales del área, principalmente el fosfato, hierro, petróleo y la pesca.
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Desde finales de la década de 1950, los países africanos se abocaron a la lucha por su independencia de los europeos, un propósito que la mayoría consiguió en los años subsecuentes. Este sentimiento anticolonial también estuvo presente en el Sáhara español, lo que motivó que se dieran revueltas en pos de su libertad.
Ello, aunado a la enrarecida situación política en España debido al estado de salud de Franco —y su posterior muerte, el 20 de noviembre de 1975—, hizo que el rey Hassan II encontrara el momento perfecto para invadir el territorio del Sáhara español.
El conocimiento de que uno de los mayores yacimientos de fosfato en el mundo se localizaba en la zona fue una de las principales motivaciones del rey para planear la invasión de esta tierra, así como las pretensiones históricas de recuperar lo que llamaba el “Gran Marruecos”, para expandir así su territorio.
Por ello ordenó una operación militar para ocupar esta zona. Denominada “La marcha verde”, militares y civiles caminaron hacia la frontera con el Sáhara Occidental para tomar posesión de la zona.
Aunque las tropas españolas tenían la orden de disparar a los invasores, al comenzar la incursión extranjera se retiraron intempestivamente y dejaron a los saharauis a su suerte.
Tiempo después se sabría el porqué. Al revelarse los detalles de los llamados Acuerdos de Madrid, firmados en 1975, se conoció que España transfería la administración de su colonia a Marruecos y Mauritania a cambio de acuerdos en materia de pesca y cooperación económica.
Ello pese a que, un año antes, en 1974, el gobierno español había anunciado los planes para celebrar un referéndum entre los saharauis tras las reivindicaciones de independencia de la población.
Ante la protesta de Marruecos y Mauritania en la ONU por estos planes, el referéndum fue suspendido y se instó a ambas partes a acudir a la Corte Internacional de Justicia de La Haya para dirimir la controversia.
El dictamen de la Corte concluyó que ninguno de los dos países tenía vínculos jurídicos ni de soberanía territorial con el Sáhara Occidental, por lo que seguía vigente la Resolución 1514 (XV) de la ONU respecto a la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales; y la aplicación del principio de autodeterminación.
Guerra de guerrillas
Al inicio del conflicto, el reino marroquí invadió el Sáhara Occidental por el norte, mientras que Mauritania lo hizo por el sur, lo que obligó a la población a buscar un refugio seguro. Gracias a la ayuda del gobierno argelino, el pueblo saharaui pudo encontrar amparo en la ciudad de Tinduf, en el oeste del país.
Mientras tanto, el ejército marroquí inició una campaña de bombardeos aéreos sobre la población civil usando incluso armas prohibidas por los tratados internacionales como el fósforo blanco y el napalm, una sustancia inflamable utilizada por los estadounidenses durante la guerra con Vietnam.
A ellos se enfrentaron los saharauis agrupados en el Frente Polisario (Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro), un movimiento de liberación nacional creado en 1973 para conseguir la independencia de España y que actualmente es reconocido por la ONU como el legítimo representante de los saharauis.
El Polisario comenzó entonces una guerra de guerrillas en la que, tras los ataques contra Mauritania, logró que esta se retirara del conflicto en 1979, aunque no ocurrió así con Marruecos.
Los saharauis atacaban constantemente y por sorpresa a los marroquíes. A pesar de su escaso armamento, llegaron a derribar aviones y helicópteros enemigos.
Ante el fracaso de la estrategia militar de Marruecos, en agosto de 1980 el gobierno decidió construir un muro para contener la ofensiva saharaui. Según estimaciones, esta construcción, además, está plagada a su alrededor con 7 millones de minas antipersonas.
La RASD
En medio del conflicto, los dirigentes saharauis tomaron la decisión de proclamar su independencia unilateralmente el 27 de febrero de 1976 y crear la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
Poco a poco, diversos países en el mundo reconocieron a la RASD, entre ellos México, que el 8 de septiembre de 1979, durante el sexenio de José López Portillo y a través del entonces secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, reconoció el nuevo Estado.
Los enfrentamientos armados continuaron hasta 1991, año en que se consiguió un cese al fuego bajo la promesa de la ONU de llevar a cabo un referéndum de autodeterminación que, hoy día, aún no ha logrado realizarse.
El exilio en Tinduf
Cuando comenzó la guerra, los saharauis buscaron un sitio seguro para refugiarse de los ataques marroquíes. Una parte de la población se quedó atrapada bajo la ocupación y, otra, huyó a través del desierto hasta la ciudad de Tinduf, en Argelia.
Aquí se refugiaron en la llamada “hamada”, lo que los árabes consideran como el peor de los infiernos. La hamada es la parte más dura y extrema del desierto.
En este sitio, las temperaturas pueden superar los 50 grados en el verano y bajar mucho durante el invierno y por la noche. Es extremadamente difícil tener cualquier tipo de agricultura y ganado.
En este territorio, prestado por el gobierno argelino, viven unos 200,000 saharauis desde hace más de 40 años sin saber cuándo podrán retornar a su país.
“Vinieron aquí y no hay nada. Dejaron sus casas, sus cabras, todo lo que tenían, sea poco o mucho. Imagínate tú que en aquella época era una obligación, una necesidad escaparse, porque Marruecos vino y no dejaba nada. Pues llegaron aquí sin nada. No había nada más que un desierto calvo”: Hafed Jatri, nacido en los campamentos en Tinduf.
Las temperaturas pueden superar los 50 grados en el verano y bajar mucho durante el invierno y por la noche. Es extremadamente difícil tener cualquier tipo de agricultura y ganado
Son ya tres generaciones las que han vivido refugiadas en este terreno estéril y polvoriento. Llegaron sin posesiones y, a pesar de ello, han logrado sobrevivir a este ambiente hostil.
“Más de 40 años es mucho tiempo. Por ejemplo, a mi abuela se le murió el marido aquí, se le murió el hijo, se le murió el hermano. Entonces, cuando ves que tu familia se está muriendo en una tierra así y no hay esperanza ni ningún signo de que vamos a volver, pues la verdad es que te va matando”: Tumi Burha, refugiada nacida en los campamentos.
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La vida en los campamentos
El panorama es desolador en los campamentos. La mayoría de las calles y caminos no están pavimentados, no hay agua corriente y, apenas hace poco, llegó la electricidad a casi todas las wilayas (o provincias).
La comida llega gracias a la ayuda humanitaria de las ONG, países amigos y la ONU a través del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Sin embargo, con los recortes presupuestales esta ayuda se ha ido reduciendo cada vez más y apenas logra satisfacer las necesidades más básicas de la gente.
Con una precaria alimentación y mala calidad del agua, no es de sorprender el mal estado de salud de los saharauis. Algunas de las afecciones más comunes son la desnutrición, deficiencias vitamínicas, diabetes, hipertensión y cáncer.
Aunque se cuenta con dispensarios y hospitales, no hay suficientes recursos para atender a toda la población. Las medicinas escasean, al igual que el personal sanitario.
Los días comienzan al salir el sol, y desde temprano puede escucharse a las cabras balar y el sonido de la tradicional preparación del té, en donde, por costumbre, se sirve en tres vasos. El primero, “amargo como la vida”; el segundo, “dulce como el amor”; y el tercero, “suave como la muerte”, según reza un popular dicho saharaui.
Los niños y jóvenes asisten al colegio del domingo al jueves, porque los viernes se consideran como un día de gran importancia para los musulmanes, religión que profesan aquí.
Cuando es verano y el calor se vuelve insoportable, las clases terminan al mediodía y pareciese que la vida se detiene en los campamentos.
La gente se resguarda del implacable sol o las tormentas de arena en sus casas, hechas de barro y con techo de lámina. O en sus jaimas, una especie de tienda de campaña muy tradicional en el mundo árabe.
A pesar de las carencias y la precariedad, la gente ha logrado crear un lugar habitable y uno de los campamentos de refugiados mejor organizados en el mundo. Aquí hay escuelas, biblioteca, hospitales y hasta una estación de televisión y de radio.
La educación
A pesar de su condición de refugiados, el gobierno saharaui ha puesto un especial interés en la educación de sus jóvenes, quienes estudian hasta la secundaria dentro de los campamentos, y después prosiguen su vida escolar en lugares como Argelia y Cuba.
Gracias a la ayuda incondicional de Cuba desde el comienzo de la RASD, los jóvenes saharauis han viajado hasta el país caribeño para formarse académicamente en cuestiones médicas, de educación y otras áreas de estudio. Ellos se han convertido en lo que popularmente se conoce como “cubarauis”.
“Antes iban grupos grandes a estudiar allá. Yo era la primera vez que salía de los campamentos. Era la primera vez que me subía a un autobús. Sabíamos que íbamos a Cuba, pero no sabíamos ni dónde quedaba. Éramos como 800 niños que nos llevaron en guaguas hasta Orán (Argelia) y nos subieron a un barco grandísimo ruso. Era incluso la primera vez que veíamos un baño. Fueron 15 días de viaje en el mar.
Por costumbre, el té se sirve en tres vasos. El primero, “amargo como la vida”; el segundo, “dulce como el amor”; y el tercero, “suave como la muerte”, según reza un popular dicho saharaui
“Cuando llegamos a Cuba nos llevaron a la Isla de la Juventud, donde estaban escuelas de muchos países. Eran internados en el campo. Nos ubicaban por países. Yo me acuerdo que teníamos cerca a los de Ghana, Etiopía, Yemen, Angola, Mozambique, Namibia y Guinea Bissau. También había gente de Nicaragua, México y otros países de América Latina.
“Cuando llegué a la isla llegué llorando. Tenía 11 o 12 años. Pero me impresionaba mucho. Yo vivía en el desierto y allá todo es al revés, todo es verde y con mucho mar. Estuve en total 13 años en Cuba. Trece años sin ver a mi familia.
“Cuando volví no sabía ni dónde estaba mi casa. Llegué una madrugada y estaba todo mundo durmiendo. Se levantó mi madre y mi hermana y, después de 13 años, empezó la gritería y la gente llorando. Ya habían nacido muchos niños que no los conocía. Estaba todo el vecindario lleno de niños, y los que dejaste pequeños ya eran mayores”: Fecu, refugiado en los campamentos.
Los jóvenes
Es notable cómo, sin importar las condiciones, la mayoría de los jóvenes regresan a los campamentos y realizan trabajo voluntario para ayudar a otros.
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La perspectiva del futuro es un tanto desesperanzadora. La vida como refugiado es muy difícil. Se cuente o no con estudios, las opciones de trabajo son muy pocas. La limitada economía local depende en gran medida de la ayuda internacional o del dinero que envían los que han emigrado, principalmente a España. Con eso es posible tener algún negocio y generar ingresos para sostener a la familia.
“Las posibilidades para un joven aquí es tener un negocio o irse a España. Comprarse un visado, irse allá y hacer negocio con la gente de aquí bajando cosas para venderlas”: Ahmed Baba Balal, refugiado nacido en los campamentos y actual residente en España.
“Todo el trabajo aquí es un trabajo de voluntario. Ahora para tener y mantener una familia debes tener dinero. Buscarte la vida de una manera o de otra. Y de allí salió la idea de montar una tiendecita que te ayude a vivir, tanto a tu familia como a mantenerte a ti mismo”: Mohamed Lamin, refugiado nacido en los campamentos.
Ante la desesperación de muchos por el estancamiento en la situación y la falta de opciones para ganarse la vida, un sector de jóvenes se dedica a trabajar con niños para hablarles sobre la importancia de seguir estudiando, además de tratar otros problemas de los campamentos como el desempleo.
“Somos veintitantos jóvenes que trabajamos como voluntarios en un programa del Ministerio de la Juventud y la ONU. Tratamos de enseñar a los niños por qué estudiar. Estuvimos hablando de eso en todas las escuelas durante tres meses.
“Estamos tratando de ver cómo podemos nosotros conseguir un trabajo aquí y cómo ayudar a los otros a encontrar trabajo en los campamentos.
“Aquí hay muchos chicos universitarios, pero ¿dónde van a trabajar? Porque en los campamentos no hay dónde. Hemos visto que también hay jóvenes que por no tener dinero se fueron a las drogas.
“Aquí hay muchos chicos universitarios, pero ¿dónde van a trabajar? Porque en los campamentos no hay dónde”
“No sabemos esto cuándo se va a acabar, entonces tenemos que cambiar eso de siempre estar pidiendo, pidiendo. Estamos viviendo aquí de las ayudas, entonces no. Tiene que haber una forma de, si no se van a acabar, por lo menos minimizarlas.
“Queremos cambiar esa creencia de los jóvenes que vamos a estar aquí para toda la vida. Queremos también acabar con la diferencia entre géneros, tiene que haber una igualdad. Tiene que haber libertad para toda la gente”: Jalili Mohamed, refugiado nacido en los campamentos.
Mujeres
A pesar de que aún existen desigualdades entre géneros, la sociedad saharaui es más abierta y equitativa respecto al rol de la mujer en comparación con muchos otros países árabes y occidentales.
Durante la guerra, mientras los hombres luchaban contra los marroquíes, las mujeres fueron las encargadas de construir, organizar y administrar los campamentos.
Ellas hoy distribuyen la ayuda humanitaria, atienden los dispensarios y hospitales, son maestras, enfermeras, periodistas, desactivadoras de minas, ministras y amas de casa.
En la sociedad saharaui, poco a poco se han ido rompiendo las barreras de las imposiciones de los roles de género. Un ejemplo claro es el equipo de SMAWT (Saharawi Mine Action Women Team) o las desactivadoras de minas.
En la sociedad saharaui, poco a poco se han ido rompiendo las barreras de las imposiciones de los roles de género. Un ejemplo claro es el equipo de SMAWT (Saharawi Mine Action Women Team) o las desactivadoras de minas.
Se trata de un grupo conformado por chicas que se encarga de desactivar las minas antipersonas plantadas en la zona aledaña al muro marroquí, así como de sensibilizar a la gente sobre su existencia y los peligros que representan.
Este muro tiene 2,700 kilómetros de longitud (solo es superado en longitud por la Muralla China). Según cálculos de las ONG que han trabajado allí, existe un estimado de 7 millones de minas. Hay 2,500 víctimas entre muertos y heridos.
Las integrantes del SMAWT se han unido a este proyecto por distintas razones, pero algo que tienen en común es el compromiso que tienen con su país y el poder salvar vidas con cada mina que eliminan.
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Aunque alrededor de 50 mujeres han trabajado en aspectos relacionados con las minas y su desactivación, fueron cuatro las que decidieron continuar con esta labor y fundar el Equipo de Mujeres Saharauis de Acción contra las Minas.
Ellas, además de arriesgar su vida al realizar este trabajo, se enfrentan a las críticas por el hecho de ser mujeres que realizan labores que solían ser casi exclusivamente de los hombres.
Afortunadamente han callado esas voces a través de la notable tarea que desempeñan en el proceso de neutralización o desactivación de las minas.
Medjed Ahmudi, quien se unió al grupo luego de la invitación de una amiga de la universidad, cuenta a Newsweek México cómo al principio no sabía mucho del tema y eso la motivó a entrar de lleno en el equipo de SMAWT.
“Cuando fui, me dio vergüenza porque en todo este tiempo yo no sabía de ello. Mucha gente de mi sociedad no sabe del problema y eso es lo que tengo que hacer, ir sensibilizando y que ellos sepan porque algún día vamos a estar libres y vamos a tener que regresar a nuestro territorio. Y ahí nos vamos a enfrentar con el problema porque tenemos que cruzar las minas. Allí empecé mi lucha y seguiremos luchando”.
De acuerdo con la SMACO o Saharawi Mine Action Coordination Office, en 2019 logró desactivarse 7,870 minas terrestres, mientras que el Frente Polisario destruyó 20,493 minas antipersonas y 8,793 artefactos explosivos.
Gaici Nah, encargado de la oficina de SMACO, cuenta que el territorio saharaui es una de las zonas más contaminadas por minas en el mundo. “Nosotros como oficina tenemos nuestra visión de que el Sáhara sea un territorio libre de minas”, dice.
“Hoy en día Marruecos se niega rotundamente a dejar que el desminado se haga más allá de 100 kilómetros del muro. Les hemos rogado y exigido dejar que se pueda hacer un desminado humanitario en esa franja donde hay más minas, pero hoy en día sigue negando esa posibilidad”, afirma Nah.
El funcionario de SMACO concluye: “El muro es un coctel de contradicciones donde Oriente y Occidente se han unido contra un objetivo único que es el Polisario, cuyo único pecado es reclamar y reivindicar su derecho a decidir libremente por su futuro”.
No se sabe cuándo llegará esa anhelada solución para el pueblo saharaui. Su gente es un ejemplo de resiliencia y dignidad ante la adversidad. Han sabido sacar lo mejor de su cultura y tradiciones frente a una ocupación extranjera y la complicidad internacional que poco hace para solucionar el conflicto.
Aunque su paciencia se agota, los llamados “hijos de las nubes” continúan esperando que llegue el día en que puedan volver a su patria y, finalmente, poder vivir en libertad.