Desde la perspectiva de la conducta animal, algunas decisiones inexplicables de los adolescentes pueden interpretarse como una etapa normal del desarrollo.
LOS ADOLESCENTES son temerarios. Y, muchas veces, sus acciones descabelladas e imprevisibles —desde deportes extremos hasta borracheras episódicas— resultan inexplicables para los adultos que los rodean. ¿Se trata de manifestaciones de rebeldía, falta de criterio o inmadurez cerebral? En este extracto de Wildhood, la doctora Barbara Natterson-Horowitz y la reportera Kathryn Bowers —autoras del exitoso libro Zoobiquity— presentan los hallazgos de un estudio a cinco años sobre la adolescencia en los animales salvajes, el cual arrojó evidencias de que los jóvenes están predispuestos a correr riesgos.
Y con justificada razón, porque las conductas temerarias contribuyen a que los adolescentes de todo el reino animal se transformen en adultos más cautelosos y seguros de sí.
“Las conductas temerarias contribuyen a que los adolescentes de todo el reino animal se transformen en adultos más cautelosos y seguros de sí”
Así pues, para hallar un equilibrio entre el instinto de protegerlos y la necesidad de los jóvenes de desarrollar su independencia, es conveniente que los progenitores tomen conciencia del sustrato animal de la conducta de los adolescentes humanos.
Vulnerables por naturaleza
Comparados con los adultos, los adolescentes humanos tienen tasas mucho más altas de lesiones traumáticas y muerte. En todo el mundo, el riesgo de muerte se dispara durante el periodo intermedio entre la infancia y la edad adulta, cuando las principales causas de mortalidad son los accidentes: desde colisiones vehiculares, lesiones por arma de fuego y caídas, hasta ahogamiento y envenenamiento.
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Los adolescentes conducen más rápido que los adultos, y usan menos el cinturón de seguridad. La incidencia de conductas delictivas es más alta, y su probabilidad de ser víctimas de homicidios es cinco veces mayor que en los adultos de más de 35 años. Excepto por los niños que empiezan a caminar (quienes suelen meter los dedos en las tomas de corriente) y los adultos que trabajan en la industria eléctrica, los adolescentes alcanzan las cifras de electrocución mortal más elevadas de cualquier grupo etario. Al compararlos con otras poblaciones, encontramos que sus tasas de suicidio, enfermedades mentales y adicciones también son más altas. Y respecto de los adultos, tienen muchas más probabilidades de intoxicarse y morir por borracheras episódicas, lo que se conoce en inglés como binge-drinking.
Hicimos un análisis exhaustivo de la mortalidad en animales salvajes por grupo etario y descubrimos algo sorprendente: la vida de los animales adolescentes y jóvenes es igual de peligrosa. Observamos que estos grupos también tienen más muertes por colisión, ahogamiento e inanición que sus congéneres adultos. Y, además, son los objetivos predilectos de los depredadores.
En pocas palabras, son presas fáciles.
De ingenuos a conscientes
Cada año, miles de pingüinos rey adolescentes abandonan el nido para sumergirse en las aguas del Antártico, que pululan de depredadores. Hay años en que ni siquiera la mitad de estas aves logra sobrevivir, víctimas de leopardos marinos, orcas y hambrunas. Aun cuando algunos años son menos mortíferos, los primeros días, semanas y meses de vida son en extremo riesgosos para todos los pingüinos.
Con edad suficiente para alejarse de casa, pero ignorantes de lo que pasa en el mundo, esta época de la vida es igualmente peligrosa para los adolescentes humanos. Por fortuna, la mortalidad adolescente no es tan alta en las personas como en los pingüinos. Sin embargo, los adolescentes de todo el reino animal comparten una característica que los pone en peligro mortal: la inexperiencia. Los especialistas en fauna silvestre describen estos animales jóvenes e incautos como “ingenuos al depredador”.
Los adolescentes de todo el reino animal comparten una característica que los pone en peligro mortal: la inexperiencia
Las marmotas, ingenuas al depredador, retozan sin darse cuenta de que hay coyotes en las cercanías. Las nutrias marinas adolescentes no dudan en nadar hacia los tiburones blancos, en vez de alejarse.
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La ingenuidad a la depredación también permite describir a los adolescentes humanos que salen a enfrentar el mundo con muy poca experiencia. Si un adolescente se va de fiesta o un adulto joven se muda a otra ciudad, no tendrán que vérselas con coyotes ni tiburones. Pero su ingenuidad al depredador los enfrentará con peligros no menos letales: un camión que vira de pronto, una borrachera de novatada, un episodio depresivo o un adulto depredador.
Una realidad de vida es que adolescentes y adultos jóvenes de todas las especies enfrentan peligros mortales sin haber alcanzado la madurez. Para sobrevivir, los adolescentes deben volverse “conscientes del depredador”, y esto resulta paradójico, ya que para tomar conciencia debes tener experiencia. Dicho de otra manera: tienes que correr riesgos para aprender a protegerte. El dilema estriba en que no hay manera de correr riesgos —y asimilar lecciones— cuando estás rodeado de adultos protectores.
Los progenitores no siempre pueden proteger a sus hijos, sobre todo cuando ya se encuentran preparados físicamente. Las conductas riesgosas que atraen a muchos adolescentes —conducir con imprudencia, usar sustancias ilegales y el sexo sin protección— desconciertan a los adultos, para quienes es mucho más lógico evitar accidentes que correr hacia el peligro.
Con todo, hay que distinguir entre las situaciones riesgosas que buscan los adolescentes y la ingenuidad que los marca como presas, ya que, si sobreviven, ambas circunstancias pueden brindarles protección en el futuro. Así que, bien visto, no es paradójico correr riesgos para estar protegidos. De hecho, es un requisito para todos los animales adolescentes y adultos jóvenes que pueblan la Tierra.
Inspectores
¿A qué se deben las conductas animales que amenazan la vida? La temeridad de los adolescentes que no se han reproducido carece de lógica evolutiva. Aun así, estudiamos una conducta peligrosa y común en los animales salvajes, y descubrimos no solo sus beneficios, sino su propósito fundamental.
Mientras que los murciélagos adultos huyen de sus depredadores —como las lechuzas—, los adolescentes hacen lo contrario: vuelan hacia el peligro. Si los adolescentes humanos hicieran algo equivalente, pensaríamos que se han aficionado a la adrenalina. No obstante, científicos del Instituto Smithsoniano que trabajan en una estación de investigación panameña aseguran que los quirópteros adolescentes no son la versión animal de los humanos cabeciduros y hambrientos de emociones. Y es que, sin saberlo, los murciélagos juveniles hacen algo realmente importante para su futuro.
Los biólogos describen esta conducta como “inspección de depredadores”, otro término algo extravagante para referirse a una conducta que podemos observar en aves, peces y mamíferos adolescentes que, en vez de huir, se acercan al peligro. Mediante esa inspección, los animales jóvenes e inexpertos obtienen información crítica sobre sus mortíferos depredadores, y familiarizarse con las estrategias del enemigo les permite sobrevivir y hasta evitar futuros ataques.
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La inspección de depredadores es un mecanismo mediante el cual los animales adolescentes pierden su ingenuidad y toman conciencia del depredador, una conducta impelida por los cambios hormonales y cerebrales que ocurren durante la adolescencia. El cerebro de todos los animales —incluido el humano, por supuesto— libera sustancias químicas placenteras que gratifican las conductas que propician la supervivencia. Ahora bien, el cerebro de los animales adolescentes produce recompensas especialmente placenteras durante el aprendizaje crítico para la seguridad, como la inspección de depredadores.
Los adolescentes humanos argumentan muchas razones para conseguir las identificaciones falsas que utilizan durante sus correrías por bares y clubes nocturnos. Con todo, nuestra investigación logró identificar una motivación fundamental: los adolescentes de todo el reino animal se sienten atraídos por el peligro. Descubrimos que, si sobreviven a esos encuentros, se vuelven más cautelosos y seguros de sí. Y en el adolescente humano esto se traduce en que la fascinación de lo prohibido podría ser el impulso ancestral de encontrarse cara a cara con los mismos depredadores de los que han sido prevenidos. Para todas las especies, el instinto más crítico es aprender de un enfrentamiento con la muerte… sin morir.
“Si sobreviven a esos encuentros, se vuelven más cautelosos y seguros de sí”
El intenso placer que desencadena el cerebro adolescente ante un episodio de temor explica que la inmensa mayoría disfrute de una película de horror y que haya tantos adolescentes en las filas de una montaña rusa. Por ese mismo placer es que la categoría de ficción Adultos Jóvenes (YA, del inglés Young Adult) incluye escenas de muerte por drogadicción, cáncer, terror y tiroteos, a fin de que los lectores experimenten peligros mortales sin sufrir daños físicos; mientras que los podcasts sobre crímenes reales —como My Favorite Murder— deben mucho de su tremenda popularidad al legado evolutivo de la inspección de depredadores.
El estudio de la adolescencia en animales salvajes permite esclarecer las causas de que los adolescentes actúen como lo hacen, y ofrece una guía a los padres que intentan equilibrar el impulso de protegerlos con la necesidad de que los adolescentes prueben sus alas. Si bien la inexperiencia conlleva riesgos y siempre es aconsejable pecar de un exceso de cautela, nuestra investigación sugiere que los adolescentes deben tener cierta exposición a los peligros que, algún día, habrán de enfrentar por su cuenta.
De modo que, sin querer, la sobreprotección parental es la conducta más riesgosa de todas.
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Extracto adaptado de Wildhood: The Epic Journey from Adolescence to Adulthood in Humans and Other Animals, de Barbara Natterson-Horowitz y Kathryn Bowers, publicado por la editorial Scribner.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek