Este 28 de octubre Brasil tendrá la segunda vuelta electoral para elegir a su presidente. Los votantes, cansados de la corrupción, podrían optar por Jair Bolsonaro, excapitán del ejército brasileño, quien representa el regreso de los militares, el autoritarismo y la extrema derecha. Esta situación, dicen los especialistas, debe alertar a toda América Latina.
BRASILIA, BR.– Pasaban de las 17:00 horas del jueves 6 de septiembre cuando los videos de un atentado contra el candidato de extrema derecha en Brasil comenzaron a circular en las redes sociales. En las imágenes, el político, en pleno ejercicio de su séptimo mandato como diputado federal, aparecía apuñalado en el abdomen en el interior del estado de Minas Gerais, más precisamente en Juiz de Fora, ciudad ubicada a 190 kilómetros del centro nervioso y político del país, Brasilia. Mientras una parte de los votantes dudaba del episodio —dado lo inusitado de una acción contra un presidenciable en campaña y protegido por policías federales—, otra hacía las primeras proyecciones de escenarios electorales. El mayor beneficiado del acto desproporcionado tenía nombre y apellido: el propio capitán reformado del ejército Jair Bolsonaro, de 63 años, víctima del ataque. El razonamiento más obvio era que, de sobrevivir al episodio sangriento, ganaría dividendos electorales y, a partir de allí, se tornaría prácticamente imbatible en la disputa por el Palacio del Planalto, sede del gobierno brasileño.
Bolsonaro —afiliado al hasta entonces inexpresivo Partido Social Liberal (PSL)— sobrevivió después de pasar por dos cirugías delicadas para recomponer órganos vitales que fueron cortados por el cuchillo que lo hirió. El criminal, por su parte, fue arrestado y hasta el momento todo indica que actuó solitariamente, sin participación ni ayuda intelectual de grupos políticos. El presidenciable, como ya mostraban las primeras proyecciones, creció a punto de casi cerrar victorioso la elección presidencial brasileña en la primera vuelta, hace dos semanas. Lo que mucha gente, incluyendo estudiosos del sistema político brasileño, no pudo percibir, sin embargo, es que, independientemente del atentado, la fuerza del político se dibujaba desde 2015, con los primeros actos públicos que derribaron a la entonces presidenta Dilma Rousseff (PT).
El proyecto de poder diseñado por el militar retirado era conocido para aquellos que lo acompañaban de cerca, pero totalmente desconocido para académicos, especialistas en marketing y políticos de partidos tradicionales. Y ahora, que es un caso exitoso, presenta más dudas que certezas; de lo que sí se tiene certeza es que podría llevar al país a una crisis sin precedentes en las instituciones y en la propia sociedad brasileña. No es que la otra opción a la presidencia, representada por el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad —exalcalde de la ciudad de São Paulo—, pudiera significar algún respiro al elector, pero la sombra del autoritarismo del proyecto del exmilitar asusta a gran parte de los defensores de los regímenes democráticos. Para empeorar el panorama, el perfil de parte de los congresistas electos es conservador y militarizado.
“La última elección brasileña, en 2014, ya mostraba que había una parte conservadora del electorado brasileño. Este grupo de votantes parecía estar en torno al 15 por ciento”, afirma Ivo Coser, coordinador del Núcleo de Teoría Política de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). El perfil de este estrato de la sociedad brasileña estaba formado por gente molesta con las políticas públicas de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, principalmente con los programas de distribución de renta, de derechos humanos y ambientales —por más que tales proyectos también fueran objeto de críticas de integrantes de la izquierda por no ser tan profundos—. Los votantes más a la derecha invariablemente votarían contra un candidato del PT, fuera quien fuera. Los primeros resultados en las encuestas, hasta principios de este año, parecían mostrar que Bolsonaro no superaría el 20 por ciento de los votos, evolucionaría poco o incluso perdería fuerza a lo largo de la campaña. Error. El presidenciable conquistó casi 50 millones de votos y es favorito para ganar la elección y convertirse en el trigesimooctavo presidente brasileño. Incluso, aunque Haddad, el candidato de Lula, consiga un milagro electoral, la caja de Pandora ha sido abierta y se ha mostrado más que un flirteo de los electores brasileños con el autoritarismo.
¿QUÉ OCURRIÓ?
“Todavía debemos tomar un tiempo para entender lo que pasó hasta ahora en las elecciones brasileñas”, dice el profesor Coser. “Se sabía que tenía ganada una parte de los votantes contrarios a los programas de la reforma agraria y a quienes estaban irritados con las políticas sociales de los gobiernos petistas, pero la cantidad de votos de Bolsonaro no parece tan fácil de analizar”, completa. Hay, sin embargo, algunas pistas sobre el fenómeno electoral de un diputado que hace menos de cuatro años era considerado folclórico entre los propios pares en el Congreso Nacional, sin mayor relevancia en la formulación de proyectos. Durante 28 años, logró aprobar no más de tres propuestas y fue conocido por discursos considerados homofóbicos, racistas y, aún más claro, a favor de torturadores reconocidos del régimen militar, además de ataques a mujeres, incluso a sus propias colegas de trabajo en el Congreso.
El primero de los rastros a seguir para desvelar a Bolsonaro está en el propio desgaste del PT, que gobernó Brasil por 13 años, entre 2003 y el impeachment de Dilma en 2016, y se vio envuelto en graves denuncias de corrupción por compra de votos en el Congreso y la corrupción política para desviar recursos a Petrobras —en una investigación conocida como Operación Lava Jato—. El segundo es la crisis económica provocada por políticas económicas desastrosas a partir de 2014 que dejaron un contingente de 13 millones de desempleados.
El tema de la campaña de Bolsonaro es una mezcla de nacionalismo y fe en la intervención divina: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. El candidato a vicepresidente, para que no quede ninguna duda sobre la intención del grupo en “restaurar el orden”, es el general de la reserva Hamilton Mourão. Cuatro puestos por encima de Bolsonaro en la jerarquía militar, el oficial tiene el segundo cargo más alto del ejército y es conocido por sus declaraciones polémicas. El año pasado, en medio de las denuncias de la Operación Lava Jato, Mourão llegó a defender una posible intervención militar, si las instituciones, más específicamente el Poder Judicial, no “resolvían el problema político”. Después de un periodo de indefinición sobre el candidato a vicepresidente, Bolsonaro optó por el superior en la jerarquía militar. La elección fue vista como estratégica en caso de turbulencias políticas, pues el Congreso sería incapaz de tramar un impeachment contra el presidente para colocar en su lugar a un general de reserva al mando del Palacio del Planalto. Durante la primera vuelta, a Mourão le aconsejaron que mantuviera un perfil bajo luego de haber declarado su oposición a que los trabajadores brasileños recibieran 13 meses de salario, lo cual está previsto en la Constitución. Esta declaración fue la tercera de una serie de frases desafortunadas en la campaña, como cuando dijo que las familias de mujeres madres y abuelos eran “fábricas de desajustados” y llamó a países latinoamericanos y africanos, con los que Brasil tuvo relaciones comerciales, de “mulambada” (mulambo es una persona de apariencia descuidada con ropa raída y sucia).
NARRATIVA VS. INSTITUCIONES
El discurso de Bolsonaro contra todo y todos pegó como fuego en vegetación seca. El objetivo de la metralleta giratoria no eran solo los partidos y los políticos, sino la prensa, las organizaciones sociales, los jueces y el propio sistema electoral brasileño, representado por una de las más seguras de las invenciones, la urna electrónica. La máquina, capaz de computar y revelar los votos de los brasileños en pocas horas, aprobada en pruebas por la Justicia Electoral, es objeto de ataques falsos de partidarios del capitán reformado, él mismo es el mayor estimulador de las desconfianzas. No es de hoy que la narrativa contra las instituciones esté marcada con el nombre de Bolsonaro. El discurso viene desde que decidió soltar el uniforme para disputar una silla en la Cámara de Concejales de Río de Janeiro, en 1988, obteniendo 11,000 votos de militares y familiares. Entonces con 33 años, el capitán del ejército recorría los barrios de la ciudad montado en una motocicleta, para, según él, ser más veloz y gastar menos combustible. En la época, fue elegido por el PDC, un partido de alquiler, sin destaque en el juego político más pesado. Al justificar su elección fue directo con los periodistas: “Mi partido me exigió el 20 por ciento de los cargos de confianza. En los demás, las exigencias eran mayores”.
Si a lo largo de los últimos 30 años de la historia política brasileña Bolsonaro funcionó como un congresista sin mayores proyecciones para cargos en el Ejecutivo, como de alcalde o gobernador de Río de Janeiro, las elecciones actuales parecen haberlo colocado en el lugar correcto a la hora correcta para ocupar el puesto más importante en la democracia del país —al menos para los propios correligionarios—. “Se ha beneficiado del desgaste estructural del sistema político brasileño”, dice Paulo Calmon, director del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Brasilia (UnB). La campaña del capitán reformado rompió varios paradigmas del marketing político y, por primera vez, trajo una combinación perfecta entre los votos para presidente y congresistas. En Brasil, las dos elecciones ocurren al mismo tiempo. Además de todos los votos conquistados por Bolsonaro, el hasta entonces pequeño PSL consiguió un hecho inédito, pue saltó de un diputado electo, en 2014, a 52 políticos electos en las urnas este año. “Hubo un desplazamiento de la élite política brasileña, con partidos tradicionales siendo demolidos”, considera Calmon. El MDB, partido del presidente Michel Temer, por ejemplo, terminó la primera vuelta con menos de 32 diputados. El PSDB, del excandidato Aécio Neves —que casi ganó la disputa por el Planalto en 2014 contra Dilma y se eligió ahora con una votación considerada baja— perdió 25 escaños.
CONFLICTO EXPANSIVO
Calmon cree que la victoria de Bolsonaro representa un conflicto político que no se resolverá con las elecciones. “Hay un clima de incertidumbre muy parecido a lo que ocurre en Estados Unidos con Donald Trump. Estamos aquí en Brasil bailando al borde del precipicio”, dice el profesor, que prevé embates entre el Ejecutivo y el Legislativo en la aprobación de proyectos relacionados con la quiebra de políticas ambientales más rígidas y del populismo de propuestas relacionadas con la seguridad pública, lo que debe llevar la guerra con el Poder Judicial y el Ministerio Público (en Brasil, el Ministerio Público federal es de los cargos más poderosos de la república). “Estamos a la sombra de un conflicto institucional. Y ese conflicto, por causa de la fuerza brasileña en América Latina, puede desbordar a países vecinos, estimulando a grupos similares a los de Bolsonaro a encontrar brechas para ganar fuerza política”. El discurso de Bolsonaro siempre fue contrario a las políticas de acercamiento de las gestiones petistas con Venezuela y Cuba, principalmente en financiamientos públicos para contratistas brasileños en obras en los países extranjeros, en programas de salud como el Más Médicos, una asociación con los gobiernos de los hermanos Castro, y la política de inmigración.
Bolsonaro nunca ocultó su admiración por el presidente de Estados Unidos. “Trump sabe que yo existo”, dijo Bolsonaro en febrero de 2017 durante una entrevista con periodistas del Correio Braziliense y de TV Brasilia. En ese entonces, afirmó ser “cien por ciento favorable” a la política migratoria de Estados Unidos. “Es muy sencillo hablar de la casa de los demás, ir a Roraima, ver la invasión de venezolanos huyendo de la dictadura y del hambre. Vaya a Sao Paulo y vea la cantidad de haitianos. En una entrevista exclusiva con Newsweek en Español, el general Augusto Heleno, propuesto para asumir el ministerio de Defensa en un eventual gobierno del presidenciable del PSL, dijo que la política exterior brasileña debe ser para los intereses del propio país en primer lugar. “El trabajo de los gobiernos tiene el apoyo de un cuerpo de diplomáticos muy bien formado y respetado internacionalmente. En el caso de que Jair Bolsonaro sea elegido, el nuevo gobierno va a seguir aprovechándose de la enorme calidad de los diplomáticos y funcionarios sin que haya un sesgo ideológico y a partir de criterios serios, sin favores y dentro de los principios de las relaciones internacionales”.
El politólogo estadounidense David Fleischer cree que el discurso de campaña más agresivo de Bolsonaro debe transformarse en algo más moderado si confirma la victoria en la segunda vuelta de las elecciones. Especialista en estudios latinoamericanos, Fleischer, que es naturalizado brasileño, cree que el capitán brasileño es más equilibrado que Trump. “Los propios republicanos se asustan con el presidente. Lo más importante es reforzar que las democracias exigen elecciones regulares, y eso tenemos en Brasil, por más que se pueda pasar por algunos sustos”, dice el profesor, que duda más del comportamiento del nuevo Congreso, que toma posesión a principios de 2019. La renovación del Parlamento brasileño tomó a los académicos por sorpresa. En la Cámara de Diputados, 52 por ciento de las sillas fueron cambiadas, mientras que en el Senado ese porcentaje llegó a 85 por ciento. A partir del perfil de los elegidos, se puede apostar por un Poder Legislativo más conservador luego de la elección masiva de líderes evangélicos, integrantes del agronegocio y de las fuerzas de seguridad pública.
A ejemplo de Bolsonaro, otros 72 militares consiguieron vacantes en las cámaras estatales y federal, además del Senado. “Solo con la elección de los candidatos del PSL ya sería posible notar el crecimiento de un discurso contra todo y todos”, afirma José Almino de Alencar, doctor en Sociología por la Universidad de Chicago y presidente de la Fundación Casa de Rui Barbosa. “Es como si hubiera habido un plebiscito sobre el autoritarismo, algo inédito, pues en 1964, durante el golpe, no hubo consulta”, destaca el académico al hablar de Bolsonaro y del desempeño del PSL.
Además de la pérdida de cuadros, los partidos vieron nombres de peso ser derrotados en las urnas, como el de la propia expresidenta Dilma. Otro hecho curioso es que, incluso desgastado, el partido de Lula, preso por la operación Lava Jato desde inicios de abril de este año, se mantuvo con el mayor número de diputados electos, 56, pero perdió 13 en el total, con lo que mostró una resiliencia en medio de la debacle de uno de los mayores grupos políticos. La explicación del aliento que todavía guarda el PT tanto en la elección de la cámara como en la llegada de Haddad a la segunda vuelta puede estar en la polarización de la campaña, que tanto benefició a Bolsonaro, pero no dejó de ser favorable también a los petistas.
EFECTO LULA Y “FAKE NEWS”
“Bolsonaro solo existe a causa del expresidente Lula”, afirma Marcelo Vitorino, profesor de la Escuela Superior de Propaganda y Marketing (ESPM). Él compara a los dos políticos con la narrativa clásica, en donde para todo héroe existe su villano. “Es como en Star Wars, la oposición entre Darth Vader y Luke Skywalker”. Con el desgaste del PT por el tiempo en el poder, la crisis económica y los escándalos de corrupción, Bolsonaro logró encontrar un discurso eficiente para el electorado ávido de cambio y contra Lula. Y así rompió una serie de dogmas en las campañas políticas brasileñas que establecían, entre otras cosas, la necesidad de marketing oficial, mucho tiempo de programas electorales en la radio de televisión y la necesidad de alianzas formales con otros partidos y candidatos. No tuvo nada de eso, actuó de forma aparentemente improvisada en relación con el marketing electoral, reforzó la campaña en redes sociales y desconsideró los amarres con los políticos de partidos mayores de oposición al PT. Los apoyos formales solo aparecieron ahora, en la segunda vuelta, con la inminente victoria definitiva el próximo domingo, 28 de octubre. La parte velada de la campaña, combatida de manera tardía por el Tribunal Superior Electoral (TSE), está en la actuación de partidarios en las redes sociales y en la diseminación de fake news en grupos cerrados de WhatsApp, principalmente en grupos con perfiles más conservadores y religiosos.
Las noticias falsas, una constante a lo largo del proceso electoral, explotan prejuicios para alcanzar a un electorado que votaba por Lula antes del veto al expresidente en la carrera electoral, pero esos electores no se desplazaron a Haddad a lo largo de la campaña. Otra dificultad para el candidato de Lula fue la ausencia de debates en la televisión, algo considerado fundamental en las elecciones brasileñas, no solo por el debate de ideas y proyectos para el país, sino también por la posibilidad de cambio de escenarios electorales. Pero, apoyado en recomendaciones médicas a causa de la puñalada recibida en el abdomen, Bolsonaro se desmarcó del primero debate y su segunda vuelta.
En resistencia a una semana de las elecciones, todavía hay dudas sobre si debe aparecer en algún debate televisivo. Así, la campaña quedó marcada por internet, donde el capitán de la reserva construyó una imagen agresiva contra las minorías, los derechos humanos y, principalmente, el Partido de los Trabajadores. “Las discusiones no se han ampliado en la campaña, lo que abre un escenario fuerte de incertidumbres y descubre el campo para previsiones razonables de una agenda autoritaria, a partir de intimidaciones”, afirma el peruano Carlos Ugo Santander, profesor de ciencias sociales de la Universidad Federal de (UFG). Las escenas de violencia de grupos de partidarios de Bolsonaro contra petistas fueron comunes incluso a lo largo de la campaña, lo que revela un escenario de enfrentamientos cada vez más graves, si no se hace nada.
BOLSONARO Y LA INCERTIDUMBRE
Nacido en Campinas, una ciudad a 100 kilómetros de São Paulo, Bolsonaro es hijo de padres de ascendencia italiana. Graduado en educación física, se casó tres veces y tiene cinco hijos. La primera incursión en la política fue en 1986, cuando publicó un artículo en una revista de gran circulación en Brasil en el que defendía el aumento de los salarios de los trabajadores militares. A partir de ahí, siempre con apoyo de integrantes de la tropa, fue electo concejal y luego diputado federal por 28 años. A lo largo de ese periodo buscó los focos a partir de polémicas. En una de ellas fue sentenciado en el Supremo Tribunal Federal por injuria e incitación a la violación. En 2014, el presidenciable dijo que una congresista del PT no merecía ser violada porque estaba “muy fea”.
“Él era lo que se podría llamar un sindicalista de los militares, con reflexiones un poco más amplias sobre cuestiones morales y de seguridad”, dice Paulo Kramer, científico político y profesor de la Universidad de Brasilia. Bolsonaro deja el uniforme en busca de la política antes de un grado militar más refinado, por lo que siempre fue visto con reservas por oficiales de mayor rango, principalmente de las otras dos fuerzas, la Marina y la Aeronáutica. “Es un error mezclar militares con política, eso va a acabar volviéndose en nuestra contra porque pasaremos a ser confundidos con los propios políticos”, considera un oficial de alto rango de las Fuerzas Armadas que prefirió que no se publicara su nombre.
“Bolsonaro es aplicado, supo posicionarse electoralmente y eso lo hizo un fenómeno”, afirma Kramer, que es parte de uno de los equipos de trabajo de la campaña del presidenciable en Brasilia. “En los últimos tiempos se ha dedicado a asuntos económicos a partir de las conversaciones con el economista Paulo Guedes”. Futuro ministro de Hacienda en un eventual gobierno de Bolsonaro, con maestría y doctorado por la Universidad de Chicago y con actuación en bancos y fondos de inversiones, Guedes tiene una agenda fuertemente liberal en defensa de las privatizaciones y de la reforma al sistema de pensiones. Los dos puntos son controvertidos y aún no han sido explicados por el presidenciable, que aparenta resistencias a adaptarse completamente a los conceptos del gurú. “Si las pautas de seguridad y morales estaban bien definidas en la cabeza de Bolsonaro, la parte económica es en cierta forma injertada por Guedes. Eso no es algo que desmerezca al candidato, al contrario, muestra la disposición del capitán”, dice Kramer. Otros temas, como la fusión de los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente, deben ser uno de los próximos debates dentro del equipo. “Hay corporaciones fuertes entre funcionarios en los dos sectores, la conversación es compleja”, dice Kramer.
En una entrevista con Newsweek en Español, el ministro del Supremo Gilmar Mendes tiene esperanzas de que el país esté preparado para enfrentar la agenda de propuestas de Bolsonaro. “No veo eso con mayores dificultades, pero hay que tener interlocución entre los poderes”, afirma. “Las cuestiones de endurecimiento de legislaciones penales entre otros temas necesitan tener respaldo en la Constitución”.
Fuentes del área ambiental brasileña opinan que la política agresiva defendida por Bolsonaro tarde o temprano deberá ser adaptada. “Los propios agricultores van a frenar acciones radicales, pues perderán sellos de calidad ambiental en el mercado internacional, lo que hace diferencia en el comercio”.
De acuerdo con Kramer, no hay que temer en relación al eventual gobierno de derecha. “Políticos, académicos y periodistas no percibieron que hay un Brasil mayor que el reflejado en las propias burbujas. En ese país, la gente no es solo de izquierda”.
La división de mundos, la falta de debates y el exceso de poder a los militares, que deben volver al centro de decisiones políticas después de más de 30 años —un periodo marcado por el autoritarismo—, muestran un escenario de incertidumbres. La sombra de los conflictos puede pararse por mucho tiempo en la cabeza de los brasileños.
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El autor es editor del diario Correio Braziliense.