El político que sacó a 40 millones de la pobreza, la esperanza de la izquierda en Latinoamérica, Luiz Inácio Lula da Silva, a la cárcel por corrupción.
Brasilia, BR.— En los primeros minutos de la noche de jueves, el expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, fue informado del decreto de prisión. El hombre que un día conquistó 58 millones de votos, en la segunda vuelta de la campaña electoral de 2006, estaba en la casa amplia y cómoda donde funciona la sede del instituto que lleva su nombre, en el tradicional barrio de Ipiranga, en São Paulo. A lo largo del día, el político más popular del país, amado y odiado por votantes, sin términos medios, había discutido las estrategias finales de defensa. Pero, en medio de las posibilidades, en aquel momento parecía creer que no escaparía de la prisión. Y tenía un plan.
En realidad, lo que estaba en la cabeza de Lula era transformar la prisión en el evento más relevante de la campaña política de este año, en que, como muestran las encuestas, es el favorito en la primera vuelta con algo en torno al 35 por ciento de los votos, 50 millones de partidarios dentro de un universo de 144 millones de electores. Pocos minutos después de las 18:00 GMT del jueves, Lula solo quería subvertir la lógica de los condenados. De un bandido avergonzado, podría convertirse en un héroe orgulloso de los propios hechos políticos.
Así, documentaría toda la acción de la prisión decretada por el juez federal Sérgio Moro, un personaje que en los últimos cuatro años ganó notoriedad justamente por ser, en la lógica de los partidarios del expresidente, el verdugo de Lula. En menos de 24 horas de la decisión del Supremo Tribunal Federal (STF), la más alta Corte judicial, en negar un hábeas corpus de Lula contra la prisión, Moro, en una acción rápida, decretó el encarcelamiento del político reconocido mundialmente por el combate a la desigualdad brasileña, pero también involucrado en el mayor escándalo de la política nacional, la operación Lava-Jato, que tiene en Moro, su principal rostro.
EL PLANO
La estrategia de Lula empezó a ser puesta en práctica aun en la noche del jueves, cuando abandonó el instituto y se dirigió a la ciudad de São Bernardo, a 24 kilómetros de la capital de São Paulo, para reunir a seguidores en el acto de repudio a la decisión de Moro. El lugar elegido no podría ser más simbólico en la trayectoria de Lula y del Partido de los Trabajadores, el PT, que gobernó Brasil a lo largo de 13 años, desde 2003, y cuatro mandatos, interrumpidos en agosto de 2016, con el juicio político que condujo a la destitución de Dilma Rousseff. Todo el proceso de desgaste, incluida la caída de la presidenta, llevó al país a una polarización política nunca antes vista durante los dos mandatos de Lula, para los cuales él se eligió, en los segundos turnos, con la mayoría abrumadora de los votos.
Con la polarización, el impeachment de Dilma y los avances de la Operación Lava-Jato, el PT de Lula empezó a perder posiciones —no solo en el poder central en Brasilia, sino en ciudades importantes, como acabó quedando claro en las elecciones municipales de 2016—. Por eso, el refugio del presidente en São Bernardo para los últimos actos antes de la detención. Fue en la ciudad donde él firmó las bases políticas aun en la década de 1960, al comenzar a trabajar en la industria del acero y afiliarse a la entidad clasista. A finales de aquella década, fue elegido para la dirección del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema. Era el periodo de la dictadura militar en el país y Lula comenzó a ser identificado como un liderazgo carismático y, por lo tanto, peligroso por los integrantes del régimen comandado por generales del Ejército.
LA CADENA
Al liderar una huelga de metalúrgicos, en los primeros años de los 80, el Sindicato de los Metalúrgicos sufrió una intervención militar y Lula fue detenido por 31 días en el temido Dops (Departamento de Orden Político y Social). Los militares de la época, sin embargo, temían que la figura de Lula pudiera ganar fuerza en la opinión pública. Fue lo que ocurrió. Durante el periodo de la detención, religiosos como don Paulo Evaristo Arns, celebraron una misa por la liberación de Lula en la Catedral de la Sé, el imponente templo religioso que mezcla estilos renacentista y neogóticos en el centro de São Paulo. El Partido de los Trabajadores dio los primeros pasos en ese momento. Lula, por su parte, comenzó a crear uno de los perfiles más populares de un político de Brasil, apenas comparado con Getúlio Vargas (1882-1954) y Juscelino Kubitschek (1902-1976).
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Durante sus 72 años de vida, Lula logró transformarse en varios momentos cruciales. De la infancia miserable en el interior de Pernambuco, un estado de la Región Noreste de Brasil, a la ida a São Paulo con sus hermanos y madre en busca del padre a los siete años de edad, pasando por los primeros momentos como obrero y la pérdida de uno de los dedos que fue aplastado por una máquina de presión en la fábrica, Lula guardó todos los recuerdos para construir el perfil de la superación, tan común en las narrativas de los héroes modernos. Pero no se detuvo allí. En el discurso radical contra los patrones del inicio de la vida pública al “Lulinha paz y amor”, creado por profesionales del marketing, el expresidente consiguió acumular poder, teniendo como el más importante aliado el faro político mezclado al instinto de supervivencia.
Así, volvemos a la decisión de Lula en resistir a la prisión el jueves, que se mantuvo hasta el inicio de la tarde, incluso con la discordancia de asesores y abogados de defensa, que creían que lo mejor era que el expresidente se entregara a la policía. Lula quería tener el control sobre el propio itinerario de la prisión, así que pidió al equipo de fotógrafos que lo acompaña desde la época de la Presidencia de la República para registrar todas las imágenes de la acción de la Policía Federal. La intención era esparcir los registros por el mundo, transformándolo de acusado a la víctima de un sistema capaz de castigar a un inocente simplemente por haber ayudado a los más pobres.
LA HISTORIA
La narrativa, sin embargo, tropieza en la polarización política del país, al final el nombre de Lula también es odiado, incluso entre integrantes de las minorías. El papel de víctima no cabe para una parte de la población que cree en la culpa del Partido de los Trabajadores, en la diseminación de la corrupción en los poderes Legislativo y Ejecutivo del país. La tensión formada en las calles un día antes del juicio del hábeas corpus del expresidente en el Supremo Tribunal Federal fue una muestra de la rabia de sectores sociales, que acreditan a Lula y Dilma el derrocamiento de la economía del país. El mercado financiero, en este caso, es el más influyente en esta tesis, hasta el punto en que el dólar tiene el mayor precio en relación con la moneda brasileña, el real, en los últimos siete meses. El razonamiento era que, lejos de la cárcel, el expresidente podría ganar las elecciones de octubre.
El propio político, sin embargo, sabe que la guerra para evitar la prisión es la mayor de todas. E, incluso preso, intentará inflar la campaña. La estrategia, sin embargo, no pasa por su nombre. La idea es intentar registrar la candidatura, teniendo al exalcalde de Sao Paulo Fernando Haddad, como vicepresidente. Es que la legislación brasileña, a pesar de prohibir la disputa de un condenado, permite, a depender de las circunstancias, el registro de la candidatura. Hasta octubre, el mes de la elección, la candidatura sería revocada, como sabe el propio PT, abriendo espacio para que Lula presente a Haddad como el hombre del partido al Palacio del Planalto (sede del poder Ejecutivo).
No será la primera vez que el expresidente funcione como cable electoral. En las campañas del propio Haddad a la alcaldía de San Pablo, en 2012 y 2016, y en las elecciones de Dilma, en 2010 y 2014. Después de perder las disputas al Palacio del Planalto en 1989, 1994 y 1998, Lula logró conquistar, con un discurso más suave, apoyos importantes entre sectores empresariales, artísticos y académicos, produciendo un caldo tan fuerte que lo llevó a la presidencia en 2002 y 2008, cuando dejó el cargo con una popularidad bordeando el 90 por ciento.
LA PRENSA
La fuerza de la economía y las políticas de inclusión social —que llevaron a 40 millones de personas de bajos ingresos a la clase media brasileña— fueron los principales logros que le permitieron al expresidente consolidar la popularidad en un gobierno que agradó tanto a los más pobres como a los grandes empresarios. Al dejar el poder, sin embargo, Lula intentó resguardarse al inicio de la gestión de Dilma. La baja exposición también fue motivada por el tratamiento de un cáncer en la laringe. Correligionarios de Lula creen que su error fue el de no salir candidato en 2014, dejando abierta la posibilidad de que Dilma se postulara a la reelección.
En septiembre de 2013, recibió un equipo del Correio Braziliense, periódico con sede en Brasilia, en el Instituto Lula, en São Paulo. Era la primera vez que hablaba a un órgano de prensa, que pasó a ser demonizado por los integrantes del Partido de los Trabajadores. Con la popularidad aún en alza, parecía tranquilo y habló sobre todos los asuntos cuestionados, incluyendo denuncias de corrupción de los gobiernos petistas. Dilma en aquella época ya daba señales de fatiga electoral. El expresidente dejó claro que la candidata sería ella, y que él recorría el país para ayudarla en la campaña. Esta vez, la fuerza de Lula estará en juego nuevamente, pero posiblemente lejos de las calles.