Los grandes criadores sufren los embates de la era web. No solo se multiplica hasta el infinito la crítica adversa en redes sociales, también las opciones del entretenimiento. ¿Cómo sobreviven en los tiempos del Netflix?
Por: Carlos Díaz Reyes
La mirada del toro es intensa. No son sus cuernos afilados, ni su enorme masa de media tonelada, sino los ojos que ven directo al alma. No se necesita estar demasiado cerca para darse cuenta que si damos un paso dentro de su territorio, no viviríamos para contarlo. Un muro de piedra nos resguarda, pero si el animal decidiera atacar, ¿qué tan efectivo sería?
—¿Qué pasaría si me meto ahí con ellos?
—Te matan —responde Javier Garfias, tercera generación de la ganadería que lleva su apellido, una de las más importantes de Querétaro y el país, cuya sangre de toros de lidia es uno de sus mayores orgullos: bravos, poderosos, de calidad, hechos como si los ganaderos fueran prácticamente genetistas, explica Javier, experimentando hasta obtener el animal perfecto—. Te pago lo que quieras si vas y le das una nalgada. Ni llegas.
—No vivo para cobrar.
—Al menos no vuelves a caminar.
Este es un negocio con siglos de antigüedad en Querétaro, uno de los más importantes productores de toros de lidia. Sus 33 ganaderías abarcan actualmente 10,000 hectáreas, las cuales tienen una población aproximada de una cabeza por cada hectárea. Sin embargo, los movimientos animalistas, las nuevas generaciones y otras formas de entretenimiento que le roban atención a las corridas, amenazan este negocio que, aunque próspero, está lejos de sus tiempos de gloria. Con todo, los ganaderos parecen fuertes y decididos, como los animales que crían.
“Se dice que los toros de la ganadería son como el ganadero muchas veces”, dice José Francisco Aguilar Iturbe, delegado Estatal de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia y presidente de la Asociación Ganadera Local Especializada de Criadores de Toros de Lidia en Querétaro. En este lugar puede que se cumpla el adagio, bestia y hombre parecen uno mismo.
EL PARAÍSO DE LOS TOROS
La Ganadería Garfias se encuentra en el municipio de Huimilpan, en el rancho Los Cues, a unos 40 minutos del centro de Santiago de Querétaro. Una vez abandonada la carretera, se entra en una terracería empedrada que hace saltar el vehículo de Javier Garfias, quien tiene que manejar muy despacio, pues se trata de un carro pequeño. Están arreglando su camioneta, explica. Él es quien se la pasa en el rancho, prácticamente a cargo del negocio familiar, viendo por la salud y bienestar de los toros desde hace 11 años, cuando tenía 18.
Tiene hermanos, pero él es el único que le entró de lleno a la ganadería. Es nieto de Javier David Garfias de los Santos, quien fundó el negocio en noviembre de 1948. Su familia tenía ganado de engorda, pero su abuelo compró vacas reproductoras y sementales de Zacatecas y San Luis Potosí, donde estuvo la ganadería hasta 1969 cuando se trasladó a Querétaro.
Es un monte amplio al pie de varios cerros. Hay nopales altos y el viento corre fuerte. Luego de una reja con candado se observa el primer corral: un grupo de vacas con su respectivo semental nos observan pasar. Más adelante hay un toro solitario, el cual se encuentra en proceso de engorda. Un toro de lidia tiene que pesar algunos 500 kilos para poder participar en una corrida y cumplir cuatro años de edad. Se ve quieto, relajado en su espacioso corral, donde le dan maíz rolado, melaza y sorgo.
Bajamos del vehículo, nos rodean muchas vacas y becerros a la distancia. Una yegua juguetona se acerca a Javier contenta y nos sigue mientras avanzamos. “Despacio”, advierte Javier luego de un rato. Del otro lado de un muro hay cinco toros ya listos para jugarse la vida. Van para Guadalajara, explica. Son enormes, imponentes y comienzan a moverse apenas detectan nuestra presencia. Rascan el suelo con sus patas y aunque imagino que es porque están a punto de atacar, Javier me explica que no necesariamente: se echan tierra en el cuerpo. “Un toro bravo de verdad no rasca, no titubea, se te lanza”, aclara. Los animales no nos quitan la vista de encima.
Ellos son parte del resultado de casi un siglo de descendencia. Javier Garfias, padre, explica que la selección proviene desde el año 1908, cuando llegaron a México vacas y sementales de El Marqués de Saltillo en España, de lo que mantienen un estricto registro.
“Nosotros tenemos historial de un toro que se va a lidiar el día de hoy, quiénes fueron sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos, sus tatarabuelos, hasta 1908”, asegura. “Conocemos mejor al ganado que poseemos que nuestra propia historia personal. Yo sé quiénes son mis bisabuelos, pero no tengo fotos de ellos. Aquí tenemos fotos de las primeras vacas que llegaron y todas sus características. Cómo fueron los hijos, los hermanos, los parientes en primer grado, si fueron buenos, malos, quién los toreó, qué pasó con ellos y eso le da un valor muy especial a las vacas y toros existentes al día de hoy”.
El resultado: la sangre de los toros de Garfias se encuentra en casi todo México. “Es una ganadería importante por cuanto a que ha vendido pie de simiente, vacas reproductoras, a varios ganaderos de bravo en México, así como a Sudamérica, específicamente en Venezuela y 270 sementales a ganaderías mexicanas, venezolanas, colombianas y peruanas. Podríamos decir que de la actual baraja de ganaderías mexicanas un 70% de ellas tienen sangre de lo que se denomina ahora el encaste Garfias”, estima Javier.
Ocho de los 18 municipios de Querétaro se dedican a la crianza de toros de lidia, cuya producción se va al 75% de los estados de la República. Esto convierte a la entidad en una de las más importantes junto con Guanajuato y Tlaxcala. Su larga historia en el ámbito se debe a que en estos lugares, alejados de la parte semidesértica queretana, tienen un clima benigno y no tan extremoso, creando además una buena calidad de pasto. Además, Querétaro se ubica en un punto en el que tiene buena comunicación con las vías principales del país.
DE CAPA CAÍDA
Garfias manda algunos 20 toros a corridas por el país en un año. Un número muy diferente a sus mejores tiempos. Hoy tienen algunas tres corridas importantes al año, el resto son festivales o novilladas y ya no exportan nada a Sudamérica.
“Es muy poco para lo que se manejaba antes”, dice Javier padre. Explica que el fundador de la ganadería llegó a tener cerca de 700 vacas reproductoras y manejaba un promedio de 15 corridas por año. “Yo tengo alrededor de unas 100 vacas reproductoras y espero tener una producción importante de unas cuatro corridas de toros. Con eso, para los tiempos actuales, es más que suficiente. No se puede tener una ganadería muy extensa como la tenía La Punta o como lo llegó a tener, quizás, San Mateo, porque, digamos, la comercialización del toro en estos momentos no está en las condiciones en las que estaba en los años 70”.
Una de las razones, dice, es que, aunque hay muchos jóvenes, no se ve a toreros mexicanos de la calidad como en décadas pasadas, lo cual permitía un mayor número de festejos.
“Las cosas no son inmutables, han venido modificándose. Decía por ahí un químico que nada se mantiene, todo se transforma. La verdad es que las preferencias del público en general han variado un poco”, agrega.
Por otro lado, están los movimientos animalistas y antitaurinos, que aseguran que las corridas de toros son una especie de tortura animal, con lo que han prohibido estos eventos en su totalidad en tres estados de la República: Coahuila, Veracruz y Baja California. Sin embargo, en Querétaro, Aguascalientes, Guanajuato, Hidalgo, Tlaxcala y Zacatecas, la tauromaquia es Patrimonio Cultural Inmaterial, defendido y promovido por el gobierno.
“De alguna manera afecta, pero el grupo taurino al día de hoy está muy consolidado en organizaciones inclusive internacionales para defensa de los toros”, explica Javier, para quien los antitaurinos deberían informarse mejor sobre el tema.
“Genera fuentes de trabajo importantes y además si los antitaurinos vieran cómo se trata el toro en el abasto, cuando se manda un toro al rastro y cómo muere ese toro, que luego se manda a las carnicerías, podrían realmente comparar y valorar qué es lo que tanto atacan. Primero por desconocimiento y posteriormente por considerar que la fiesta de toros no tiene ningún valor, lo cual comprendo, pero no comparto. La crianza de toro bravo tiene valores culturales y artísticos que no tienen los ganaderos, con todo respeto, que crían ganado para el abasto”.
LA ESTOCADA DE NETFLIX
La ganadería Santín se encuentra en el rancho El Rosario, a pocos kilómetros de Querétaro, pero ya en territorio de Guanajuato oficialmente. Fundada en 1835, actualmente la componen 600 hectáreas y tienen cerca de 220 toros. Es una de las más antiguas del país junto con Atenco, ya que pertenece a una de las cuatro familias fundadoras del ganado bravo en México: los Barbabosa. A César, actual dueño, incluso le ponen ese apellido, aunque en realidad sea Méndez Larregui.
En la casa ubicada en El Rosario hay dos cabezas de toros empotradas. Uno de esos toros, cuenta César, fue toreado por Alejandro Talavante en Aguascalientes, “siendo muy aplaudido en el arrastre este buen toro”, dice debajo de la descomunal cabeza negra. Hay grandes letreros enmarcados en el comedor y la sala, donde se anuncian corridas, en las que el nombre “Santín” resalta: “Toros sin cruza española de la ganadería nacional de Santín”, “Toros de primera clase…”. Son afiches de 1914, 1916 y épocas similares. Esos anuncios, de unos dos metros de altura, ya casi no se ven por las calles. Pertenecen a otro tiempo.
“Desafortunadamente estamos viviendo una época donde en algunas plazas estamos viendo menos asistencia”, cuenta César, quien heredó el negocio de su abuela hace 20 años y es la séptima generación. “Creo que también la fiesta de los toros viene de una comparación un poquito injusta, desde mi punto de vista, porque a lo mejor en los años 40, 50, 60, no sé, eran los toros y el box, y algo el futbol. Ahorita las opciones para hacer algo un domingo o ver algo en la televisión son inmensas. Hemos entrado en un sistema de competencia donde existen muchos otros atractivos para la gente, para poder ver, pasar un rato agradable. Creo que hemos crecido mucho en opciones, pero yo estoy seguro que la fiesta de los toros sigue siendo una gran opción”.
Cuenta que en un año se lidian unos 80 toros de Santín, cantidad que se ha mantenido en los últimos 20 años, mientras que en las décadas de los 40 o 50, llegaban a lidiar casi el doble por todo el país y Sudamérica. Las nuevas generaciones no sólo prefieren Netflix, sino que pasan más tiempo en el internet, donde abundan los movimientos antitaurinos que, con fotografías, intentan convencer de los puntos negativos de la tauromaquia, dice.
“Todos esos e-mails y facebooks y twitters, que les hacemos a los toros quién sabe cuantísimas cosas antes de la lidia, son falsos, totalmente falsos”, afirma César con cierta molestia. “Es muy sencillo, por dos razones: uno es por la casi imposibilidad en lo práctico, porque es un animal bravo y fiero no es un animal de tacto, como un perrito al que te le acercas y acaricias. Todo eso de que si les untamos no sé qué, que si les damos toques no sé dónde, en principio sería terriblemente complicado. La más importante es ¿como con qué objeto? Nosotros como ganaderos y toreros y todos los participantes, lo que queremos es que el toro salga lo mejor posible al ruedo. Le vas a pedir físicamente una actividad, que dé lo mejor de sí, no lo quieres enfermo, lastimado, ciego, lo quieres en la máxima expresión de su mejor estado físico”.
Para César las corridas son casi poesía: todos tenemos un toro y un torero dentro. “[En las corridas] Tienes un enfrentamiento de la parte hombre con la parte bestial, frente a frente. Vamos a empezar a construir, a buscar la belleza entre tú y yo, en ese enfrentamiento cara a cara”, comenta lleno de emoción.
“Las generaciones anteriores no somos necesariamente depredadores o exterminadores. Tenemos, podemos y queremos hacer una conciencia y una integración de todo lo que somos. En esa integración estoy seguro que podemos incluir a la fiesta de los toros. Porque independientemente de que ahora tengamos tablets, redes sociales y todo eso, seguimos siendo esencialmente humanos y seguimos teniendo dudas esencialmente humanas”, asegura.
EL LLAMADO DE LA BESTIA
En la actualidad, incluso el clima supone un problema para este negocio. Y aunque en general hay menos festejos que antes, José Francisco Aguilar Iturbe comenta que hay temporadas buenas y malas.
“Son baches que a veces hay, a veces no”, dice. “Depende también que haya toreros que les interese, para que la gente acuda a las plazas. En cuestión de los ranchos siempre es por la época de sequía, son las más complicadas en cualquier ganadería. Hay años que no lo vemos, pero el calentamiento global está tendiendo a hacer más errático el clima. Hay años que o llueve más o llueve menos, te vuelves un mago para la gente que se dedica a sembrar o a cuidar, para poder alargar esa temporada de tener forraje en el campo”.
Algunas ganaderías, como Santín, se dedican a otros negocios, como la venta de carne de vaca y borregos para poder complementar. O bien siembran su propio forraje para ahorrase costos. Porque criar el toro de lidia no es cosa sencilla. Cada ganadero tiene una visión sobre lo que hace bueno a un toro: bravura, clase, etcétera, todo para que tenga un buen desempeño en la corrida.
“Nosotros no vamos por una producción de carne, vamos por una producción de genética, que es algo mucho más complicado de lo que se piensa. En genética, la gente de lechero o de carne, tienen muy bien identificada su producción, este tipo de cruzas para poder ganar más rendimiento. Y aquí es un tema de comportamiento y de temperamento, es una genética muy diferente a cualquier otra especie”, explica José.
Pero con todo, la visión del futuro, según el ganadero, es positiva. “No creo que la tauromaquia se vaya a acabar de un plumazo todavía, habemos mucha gente que vivimos de esto y gracias a esto. Es una actividad que hace una derrama económica impresionante al país”, señala. “Aquí es que los aficionados sigan asistiendo a las plazas, que encuentren en ellas un espectáculo que no se vive en ningún otro lado. Es un ritual realmente, desde la crianza hasta la muerte de un toro bravo. Esto yo no creo que acabe todavía. En cuanto a las ganaderías, estamos muy convencidos de que tenemos un gran estado taurino y un gran estado con grandes ganaderías”.
Pero para seguir aquí, lo principal es la pasión. Como la que a César le transmitió su abuela y razón por la que heredó el negocio, o la que Javier Garfias, hijo, sintió a diferencia del resto de su familia. Es casi como un llamado. Es su vida entera y, como los toros, ellos están dispuestos a morir en el ruedo. El futuro, sin embargo, parece incierto. ¿Podría terminar algún día? “Pasionalmente te diría que no, pero naturalmente te diría que puede terminar”, responde César. “Yo espero que las situaciones por las que atravesamos actualmente, de las plazas de toros, las ferias, espero que lleguen empresarios, toreros, otros ganaderos con nuevos bríos y sepamos adaptarnos a esta nueva forma de vender las cosas, de incorporarnos a la modernidad, a toda esta nueva era que nos vino encima tan de pronto, quizá con la gente más joven. Que seamos capaces de mostrarles que tenemos algo que mostrarles”.
Garfias tiene a su hijo, quien parece ya tomar las riendas del asunto, pero César no sólo no tiene hijos, sino que asegura que se va a retirar pronto del negocio. “Finalmente, dentro de esa vida personal hay una serie de circunstancias que cambian y hay que tomar decisiones y una de ellas es que yo apunté que probablemente tenga que dejar de ser ganadero de toros de lidia en algún tiempo relativamente corto”, confiesa. Sin descendencia, por ahora no tiene en mente quién se podría quedar a cargo de Santín. “Me tendrías que entrevistar en un futuro, no lo sé”.