BARCELONA, ESPAÑA.— Son
las 9 de la mañana; es un día soleado: 26 grados centígrados esperados para las
4 de la tarde, con una suave brisa proveniente del Mediterráneo. La Rambla,
escenario en el que hace unas semanas la barbarie se hizo presente con acto terrorista
cobardemente perpetrado en contra de la población civil, sigue siendo una
arteria viva, por la que transita literalmente sangre y tejido viviente y
sentiente.
Es día de la “Diada”, la
mayor celebración cívica anual en Barcelona. Y en este año, se le ha denominado
como la “Diada del Sí”, al referéndum independentista planteado para el próximo
1º de octubre.
Poco a poco, la Rambla
va llenándose de las banderas amarillas y rojas, con la estrella blanca en el
triángulo azul que se ubica a la izquierda de la insignia catalana; cientos de
miles de manos que las enarbolan y cientos de miles de voces que cantan su
himno y exigen la independencia de su región, respecto del Estado español.
De acuerdo con los
expertos y políticos españoles, las Diadas han tenido cada vez menos
participación, lo cual es un “signo inequívoco” de que el independentismo
catalán ha venido a menos, llegando a un millón de personas en este 2017,
cuando en años previos se había alcanzado la suma de 1.8 millones de personas
en la calle.
Aún más, en el sentido
estrictamente jurídico, hay voces que destacan las salvaguardas que ha impuesto
el Tribunal Constitucional español, el cual ha declarado que el referéndum del
1º de octubre se encuentra fuera del orden constitucional; frente a lo cual, el
presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha sostenido que no dará
marcha atrás y que sea como sea, el referéndum se llevará a cabo.
Vista aérea de personas agitando una gigantesca pancarta que dice en catalán “Independencia ahora”. Foto: AFP.
El Partido Socialista de
Cataluña plantea que debe repensarse el pacto constitucional con España, pero
que no es vía el referéndum; mientras que los municipios de la Generalitat,
unos se alistan para facilitar la votación, mientras que los menos, pero al
mismo tiempo los que albergan la mayor cantidad de población en Cataluña,
denuncian una inadmisible presión de Puigdemont, y se niegan a participar en lo
que califican como una ruptura del orden constitucional.
En la calle, la
discusión jurídica pasa de lado: las familias cantan, se abrazan, cantan y
gritan consignas nacionalistas. Se escuchan frases: “basta de la imposición”;
“es hora”; “adeu Rajoy”. Y todo, hay que decirlo “desde afuera”, con una
civilidad y actitud democrática sorprendentes. La gente sabe que la calle es
suya, y así lo hace valer.
La mayoría son jóvenes;
mujeres y hombres. Una base social que más allá de si se logra o no la
independencia de Cataluña, es la base que tanto a la Generalitat, como en su
caso a toda España, garantizan la posibilidad de promesa de futuro. Es esa
energía, la de los jóvenes, la que más debería celebrarse: edad de aprendizaje
democrático, crítica y participación que ya se siente impregna en sus rostros,
en sus sonrisas, en sus arengas, y en su búsqueda de una mejor calidad de vida;
para ahora y para el porvenir.
Una bandera catalana sobre la basílica de la Sagrada Familia. Foto: AFP.
El mar de seres humanos
que se convierte en un afluente de ejercicio de las libertades, hace honor al
mar líquido que tienen enfrente: “mare nostrum”; justo eso: el Mediterráneo en
pleno, aguas de cambio, y aguas que conservan la raíz europea de la ley y el
Estado de derecho.
Entre la crisis de
partidos, el paro laboral y la caída en los niveles de bienestar de una España
que se debate en sus dilemas internos, la fiesta que los catalanes viven en la
calle lanza un mensaje prístino a los políticos: algo anda mal, y es necesario
que el diálogo y el entendimiento construya puentes y permita la realización,
en diversidad y pluralidad, de los derechos de mayorías y minorías.
Pase lo que pase el
próximo 1º de octubre, una cosa queda clara: la alegría cívica, los pasos
andados por la Rambla, los cánticos y la libertad continuarán resonando en la
calle; y eso en sí mismo es ya un triunfo de la democracia; porque de lo que se
trata es de eso, de que resuenen los pasos, las voces, y no las balas y los
cañones, como tristemente ha ocurrido en varias ocasiones, en la magna, pero
también catastrófica, Europa.
Todo esto se dice, se
murmura, se grita y se platica en cuatro horas de concentración potente: llega
la tarde; los ríos de gente se diluyen; se llenan los bares; la discusión
continúa; continúa la fiesta: vino, tapas, cervezas… que también fluyan y que
enhorabuena, sirvan de aditivo para el diálogo siempre necesario, siempre
indispensable para la democracia.