Elon Musk desea meterse en tu cabeza. En abril, el multimillonario de Silicon Valley anunció planes para lanzar Neuralink, una empresa dedicada a desarrollar una interfaz cerebro-máquina para curar enfermedades cerebrales como la parálisis y los problemas de memoria, además de ayudar a las personas a competir con los robots cuando la revolución de la inteligencia artificial haga que los cerebros humanos resulten obsoletos. Musk afirma que esto se logrará mediante la implantación de pequeños electrodos en el cerebro, lo que permitiría realizar actividades como la carga y descarga de recuerdos y la comunicación informal de cerebro a cerebro.
Líderes del área de la neurotecnología han dado la bienvenida al proyecto de Musk, mientras que los especialistas en ética neuronal y otras personas instan a tener precaución. La empresa podría parecer ciencia ficción, pero es factible, señala Timothy Deer, presidente de la Sociedad Internacional de Neuromodulación, un grupo sin fines de lucro de investigadores y desarrolladores dedicados a utilizar la estimulación de la médula espinal para tratar el dolor neurológico. “El implante coclear fue inventado hace 20 años, y al contar con la electricidad y las frecuencias correctas dirigidas al cerebro, permite que las personas escuchen”, dice. “Eso parecía imposible en aquel momento”. Y los grandes avances requieren grandes cerebros, dice Deer. “Ben Franklin no sabía cómo controlar la electricidad, pero él y otros sabían que eso era la clave de algo. Ahora nosotros sabemos cómo utilizar la electricidad en formas muy específicas. Es muy emocionante ver la forma en la que el señor Musk podría cambiar la manera en que pensamos”.
Los seres humanos han tratado de meterse con las ondas cerebrales para resolver enfermedades desde tiempos muy remotos: los romanos y los griegos solían colocar peces eléctricos sobre sus cabezas para aliviar el dolor, afirma Ana Maiques, directora ejecutiva de Neuroelectrics, una empresa que desarrolla tecnologías inalámbricas no invasivas de monitoreo y estimulación cerebral.
A Maiques la alegra que Musk se haya incorporado en el campo de la neurotecnología. Con las demás tecnologías, entre ellas, la inteligencia artificial, “hay mucho espacio para nuevos proyectos y nuevas empresas”, afirma.
Jennifer French, cofundadora y directora ejecutiva de Neurotech Network, una organización sin fines de lucro que está a favor de la tecnología implantable y educa al público acerca de ella, afirma que las inversiones en neurociencias y neurotecnología, realizadas por la Iniciativa para el Estudio del Cerebro Mediante el Apoyo a las Neurotecnologías Innovadoras, puesta en marcha por el gobierno de Obama, ha sido muy importante para explorar los misterios del cerebro.
Zack Lynch, fundador de la Organización de la Industria de la Neurotecnología, una organización comercial mundial que representa a empresas que participan en la neurociencia y en las investigaciones sobre el cerebro, señala que “el cerebro [humano] es el órgano más complejo del planeta”. La industria de la neurotecnología genera 165,000 millones de dólares en ganancias cada año, afirma, pero 90 por ciento de ese dinero proviene de la industria farmacéutica para la investigación de trastornos neurológicos como la enfermedad de Lou Gehrig o la esclerosis lateral amiotrófica, así como del trastorno de estrés postraumático y la depresión. Las ganancias anuales derivadas de dispositivos neurológicos son de alrededor de 10,000 millones de dólares.
Si Musk tiene éxito, se topará con un sinfín de problemas éticos. “La neurociencia plantea preguntas sobre la tecnología, el arte, el entretenimiento, la guerra, la religión y lo que significa ser humano”, dice Lynch. Y esas consideraciones serán difíciles de abordar a corto plazo, afirma Peter Reiner, catedrático y cofundador del Núcleo Nacional para la Neuroética. “Lo más importante es la privacidad del pensamiento. Cuando una computadora se conecta a mí y sabe lo que estoy pensando, ello se convierte en un área muy desafiante para explorar”. Otro problema es lo que Reiner denomina “circunvolución de la razón”. Si un dispositivo puede influir el cerebro de una persona sin que esta lo perciba, ¿acaso la persona realmente está tomando una decisión propia? Este investigador piensa que la sociedad ya enfrenta estas cuestiones con los teléfonos inteligentes: los anunciantes recopilan información acerca de los usuarios con base en sus hábitos de navegación en internet y luego utilizan esos datos para tratar de modificar su conducta.
Daniel Wilson, un exitoso autor e ingeniero en robótica, aborda esos problemas éticos en su novela Amped (Amplificados), donde predice que la neurotecnología curará a las personas con discapacidades mentales y, finalmente, las ayudará a ir más allá de las habilidades humanas. En la novela, los seres humanos amplificados, conocidos como “amplis”, son discriminados porque el público teme a sus capacidades.
Wilson piensa que las interfaces cerebro-máquina se volverán comunes, pero que no reducirán la humanidad de sus usuarios. “Con frecuencia, las personas miran las creaciones humanas y las consideran antinaturales”, dice Wilson. “Pero, desde mi punto de vista, no hay nada más natural que un ser humano creando una herramienta. Los nidos de los pájaros o cualquier cosa que los animales hacen de manera instintiva siempre parecen un acontecimiento natural, pero consideramos que, cuando un ser humano utiliza una herramienta, es algo antinatural. Eso es lo más natural que un ser humano puede hacer. Poner esa herramienta en nuestros cuerpos es una extensión completamente natural de lo que hemos venido haciendo durante milenios”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek