CIERTO DÍA, durante su infancia en Alemania, Norman Ohler y sus condiscípulos recibieron una de sus primeras —y frecuentes— lecciones escolares sobre el Tercer Reich. Al volver a casa, Ohler preguntó a su abuelo cuál fue su papel en la Alemania nazi. Recuerda que el hombre desapareció unos momentos y, al regresar, le entregó un sobre que contenía su folleto de afiliación al Partido Nazi, junto con un broche de una esvástica. Su abuelo no dijo gran cosa, y Ohler señala que era demasiado joven para interpretar su extraña “herencia”. Sin embargo, era consciente de que, a veces, cuando surgía un problema en la Alemania Occidental democrática de la década de 1980, su abuelo solía decir: “Esto jamás habría ocurrido bajo Hitler”, y que siempre se refería a los nazis como “limpios”.
Tiempo después, Ohler descubrió que muchos nazis, incluido Hitler, no eran tan limpios como aseguraba su abuelo, así que escribió un libro al respecto, el cual fue publicado a principios de marzo en Estados Unidos con el título Blitzed: Drugs in the Third Reich [Intoxicados: drogas en el Tercer Reich]. Fue un best seller en Alemania como Der Totale Rausch (La intoxicación total), publicado en septiembre de 2015 y rápidamente lanzado en Estados Unidos en la posición 12 de la lista best seller de The New York Times). El libro de no ficción de Ohler argumenta —pronto será traducido en más de dos docenas de idiomas— que, bajo el régimen nazi, los civiles alemanes se drogaban, los soldados se drogaban y su Führer se drogaba.
Para Ohler, todo inicia con la nostalgia de su abuelo por el “orden” de la época más oscura de Alemania —sentimiento común en la Alemania Occidental de la década de 1980—, cosa que le hacía enfurecer. Durante su adolescencia comenzó a odiar su país. Adoptó posturas de izquierda y “buscó la manera de resistirse a los acontecimientos de la derecha”, revela. Al fin decidió volverse escritor y periodista, “para descubrir las cosas malas de la sociedad y contribuir al proceso democrático”.
Tomó cursos universitarios de filosofía y ciencias culturales, estudió periodismo y publicó novelas. También escribió para el cine y pasó algún tiempo en Tel Aviv y Ramala, donde entrevistó a Yasser Arafat como un mes antes de la muerte del líder palestino. Topó con el tema de las drogas en la Alemania nazi mediante su conexión con el pujante mundo musical berlinés. Su amigo, el DJ Alex Krämer, es un “tipo bastante loco. Y un aficionado a la historia. Y un aficionado a las drogas. Conoce muy bien sus drogas”, dice Ohler, quien comparte sin reservas con la prensa que él también experimentó con drogas cuando estaba en la veintena. Krämer le contó que los nazis tomaban “montones de drogas” y le habló de unas personas que conoció, quienes habían allanado una farmacia en un barrio de la ex Alemania Oriental, donde encontraron una vieja reserva de Pervitin, pastillas de metanfetaminas muy populares en la época nazi. Cuando Krämer las probó, se pegó un viaje tremendo. “Entonces se dio cuenta de que, en la era nazi, la gente usaba drogas fuertes”. Eran “puras y potentes”.
Ohler comenzó a desarrollar personajes para una novela, y a visitar archivos para tener la información sobre el uso de drogas entre los nazis. “Pero lo que encontré en los archivos me hizo cambiar de opinión sobre el género de libro que quería escribir”, explica. “Pensé: ‘Este material es demasiado’”, se interrumpe, buscando la palabra adecuada, “brisante”, como decimos en alemán, demasiado candente para diluirlo en una obra de ficción”.
Con la dirección de Hans Mommsen, un reconocido historiador alemán, Ohler continuó su investigación, entrevistando expertos y visitando archivos en Berlín, Coblenza, Múnich, Sachsenhausen, Dachau, Washington, D. C. y otras partes. Quería escribir sobre todos los aspectos del uso de drogas y así, en secciones de Blitzed, incorporó la historia del desarrollo farmacéutico alemán en el siglo XIX; la experimentación y los excesos de la República de Weimar (surgida entre las dos guerras); la prevalencia de Pervitin en la sociedad alemana; el consumo de dicha droga en el ejército; la importancia de la metanfetamina para energizar a los soldados durante los primeros blitzkriegs (ataques relámpago); y los frenéticos esfuerzos nazis para inventar una droga milagrosa cuando se hizo inevitable la derrota en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo un experimento de la Marina que obligaba a los prisioneros de los campos de concentración a marchar durante horas interminables para probar nuevas mezclas.
La parte más extensa del libro está dedicada a Hitler y su relación con Theodor Morell, a quien el dictador nombró su médico personal, en 1936, y de quien se hacía acompañar cada vez más hasta casi el final de su vida. Morell comenzó a tratar a su paciente inyectándole diversas vitaminas, pero con el tiempo añadió hormonas animales y, por último, sustancias más fuertes, incluyendo Eukodal, cuyo ingrediente activo es el opioide oxicodona. Ohler dice que un segundo médico visitó a Hitler después que Claus von Stauffenberg intentó asesinar al Führer con un maletín explosivo, en 1944. El galeno trató los tímpanos rotos de Hitler con aplicaciones de cocaína de alto grado, algo a lo que Hitler, aparentemente, se aficionó.
El forro del libro luce con orgullo un elogio de Ian Kershaw —historiador británico especializado en la Alemania del siglo XX y destacado biógrafo de Adolfo Hitler—, quien calificó a Blitzedde “muy bueno y extremadamente interesante… una pieza de erudición muy seria, muy bien investigada”.
No obstante, otros historiadores objetaron tanto los medios como la finalidad de Ohler. Nikolaus Wachsmann, profesor de historia en Birkbeck College, Universidad de Londres y autor de KL: A History of the Nazi Concentration Camps, comienza con una suave crítica en su artículo para Financial Times, diciendo que el relato de Ohler “exagera el caso”, y luego se vuelve más severo, afirmando que “[evita] los matices por obtener titulares” y “parece mezclar hechos y ficción”. Termina su evaluación con mucha dureza, diciendo que la “diligente investigación [de Ohler]… queda sepultada bajo una prosa jadeante”. En The Guardian, el historiador y autor Richard J. Evans escribe que Ohler hace “extensas generalizaciones” que son “descabelladamente inverosímiles”. Calificó el libro de “burdo” y “moral y políticamente peligroso”, aunque reconoció que el autor “investigó diligentemente los archivos federales alemanes y otras colecciones relevantes”.
Lo que Wachsmann califica de “prosa jadeante”, Ohler defiende como un intento para llegar a un público más amplio. Explica que ha leído muchos libros de historia alemanes que son “horriblemente aburridos”, y quería poner a prueba su sensibilidad de novelista. “Traté de combinar la investigación académica con el estilo de redacción que valoro. No quería escribir un libro aburrido”.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek