Es el hombre olvidado en la desesperada campaña de Occidente para destruir al grupo militante Estado Islámico (EI). Ni siquiera mereció una mención durante la cobertura para celebrar la muerte de Osama bin Laden a manos del cuerpo de operaciones especiales de la Armada estadounidense (Navy SEALs) en 2011. Durante años, se le ha descrito como el líder de una fuerza agotada.
Con todo, Aymán al Zawahirí, mentor y sucesor de Bin Laden, sigue siendo un actor clave en una amenaza de ataque contra Estados Unidos que, en palabras de John Kelly, general jubilado de la Infantería de Marina y actual secretario de Seguridad Nacional: “Hoy sería peor que lo que experimentamos hace 16 años, el 11/9”. Y si los funcionarios de la presidencia de Donald Trump se salen con la suya, el nombre de Al Zawahirí pronto será tan conocido en todo el mundo como Bin Laden lo fuera en su momento.
A principios de abril, la Casa Blanca señaló una postura nueva y más estricta para eliminar a Al Zawahirí y sus aliados militantes con el nombramiento de Lisa Curtis como directora del despacho Asia del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional. Conocida analista de la CIA, miembro del Congreso y célebre entre los expertos de Washington, D. C. por sus agresivas posturas en política exterior, Curtis causó revuelo por un artículo que publicó en febrero, donde argumentó que Estados Unidos “tiene que responsabilizar a Pakistán por las actividades de todos los grupos terroristas en su territorio”.
Varias fuentes autorizadas informaron a Newsweek que ISI —agencia Interservicios de Inteligencia de Pakistán— ha estado protegiendo a Al Zawahirí, cirujano de profesión, desde que las fuerzas estadounidenses desalojaran a Al Qaeda de Afganistán, a finales de 2001. Según dicen, su probable ubicación actual es Karachi, bulliciosa ciudad portuaria de 26 millones de habitantes en el mar Arábigo. “Como todo lo referente a su ubicación, no hay pruebas definitivas”, comenta Bruce Riedel, veterano con treinta años en la CIA y quien sirviera como principal asesor en Asia del Sur y Oriente Medio para los últimos cuatro presidentes de Estados Unidos. “Hay muy buenos indicios, incluidos algunos de los materiales encontrados en Abbottabad”, donde murió Bin Laden, “los cuales apuntan en esa dirección”, agrega. “Ese sería el lugar lógico para ocultarse, donde se sentiría bastante confiado de que los estadounidenses no podrían ir a buscarlo”.
Riedel hace notar que Karachi sería un escenario “muy difícil” para que Estados Unidos llevara a cabo el tipo de ataque comando que acabó con Bin Laden, el 2 de mayo de 2011. La ciudad, fuertemente patrullada, es el sitio de un complejo nuclear importante, y también alberga bases navales y aéreas paquistaníes, cuyas fuerzas podrían responder de inmediato para interceptar los comandos estadounidenses. Además, Bin Laden, el último protegido de Al Zawahirí, sigue siendo un personaje popular entre los millones de pobres de Karachi, musulmanes devotos que quizá saldrían de sus hogares y tiendas para combatir a los estadounidenses.
“Si estuviera en algún lugar de la frontera con Afganistán, creo que existiría la tentación enorme de perseguirlo”, dice Riedel, quien hoy dirige el Proyecto de Inteligencia de la Institución Brooking, en Washington, D. C. “Pero sería muy difícil hacerlo en Karachi”.
La primera semana de enero de 2016, la presidencia de Obama arremetió contra Al Zawahirí con un ataque de drones en el apartado valle paquistaní de Shawal, que colinda con la frontera afgana en un Área Tribal de Administración Federal, según informes de numerosas fuentes allegadas a Newsweek. Pero Al Zawahirí sobrevivió, asegura un importante líder militante de la región, quien, como todas las fuentes paquistaníes, exigió el anonimato para hablar de temas políticamente delicados. “El dron atacó justo junto a la habitación donde se encontraba el Dr. Al Zawahirí”, dijo el informante a Newsweek. “El muro común se derrumbó, y los escombros de la explosión cayeron sobre él y rompieron sus gafas, pero afortunadamente se salvó”.
El hombre añadió que “cuatro guardias de seguridad de Al Zawahirí murieron en el acto; otro resultó herido y murió más tarde”. Dijo que Aymán al Zawahirí había “salido de la habitación atacada para irse a dormir, apenas diez minutos antes de que el misil cayera en esa habitación” (la CIA se niega a comentar sobre los ataques con drones).
El líder de Al Qaeda estuvo desplazándose entre distintas Áreas Tribales de Administración Federal al menos desde 2005, afirma el libro de próxima publicación, The Exile: The Stunning Inside Story of Osama bin Laden and Al Qaeda in Flight (El exilio: la historia impactante de Osama bin Laden y Al Qaeda en fuga), escrito por los reporteros investigativos británicos Cathy Scott-Clark y Adrian Levy. “Al casarse con una joven pastún de la localidad, [Al Zawahirí] recibió un nuevo hogar, un gran complejo de ladrillos de barro cocido en las colinas” de Damadola, escriben.
En julio de 2015, Al Zawahirí se encontraba en el Valle de Shawal, a menudo con alguna de sus tres esposas y su asistente principal, Saif al Adel, experto en bombas y excoronel de las fuerzas especiales egipcias, afirma el líder militante que habló con Newsweek. Al Zawahirí ha sobrevivido a “varios” ataques con drones desde 2001, aseguró un líder talibán afgano, pero está “preocupado y triste por la situación general de los grupos islámicos”. Un exministro del talibán añadió que Al Zawahirí y Al Qaeda “ya no son bienvenidos” en áreas controladas por su grupo, porque ahora están en negociaciones de paz con el gobierno afgano y no quieren ser percibidos como “una amenaza para la paz mundial”.
Aislado de las áreas tribales, Al Zawahirí fue “trasladado a Karachi bajo la dirección de ‘la pierna negra’”, nombre código con que el talibán afgano designa la agencia Interservicios de Inteligencia de Pakistán, según el líder del grupo que habló con Newsweek.Y bien podría haber ido acompañado por Al Adel, acusado en Estados Unidos por su participación, junto con Al Zawahirí, en el bombardeo de la embajada estadounidense de Nairobi, Kenia, en 1998.
AMBICIÓN CALVA: El presidente Trump (derecha), con el asesor de Seguridad Nacional, H. R. McMaster. La nueva presidencia podría adoptar una postura más dura hacia Paquistán y los militantes que presuntamente alberga. FOTO: SUSAN WALSH/AP
Un otrora alto funcionario paquistaní, quien mantiene estrechos vínculos con el gobierno de Islamabad, solo confirmó que Al Zawahirí se encuentra “en una ciudad paquistaní grande”. Dijo a Newsweek que Karachi “tiene lógica” como santuario, dadas su generalizada solidaridad con el islam militante, sus congestionadas calles del siglo XIX y la sólida presencia militar paquistaní. Pero, añadió, estaba “cien por ciento” seguro de que Hamza, el hijo de 26 años de Bin Laden, y un poder creciente en Al Qaeda, también se encontraba en el país bajo la protección de ISI (Abid Saeed, portavoz de la embajada paquistaní en Washington, D. C., calificó esos alegatos como “una campaña mediática perniciosa” y afirmó que “los logros de Pakistán contra Al Qaeda son incomparables y comprobados”).
Hamza, el undécimo hijo del fundador de Al Qaeda, surgió el año pasado como el “emir” o comandante del grupo, mas los analistas creen que el anciano y áspero Al Zawahirí lo preparó para ser el rostro inspirador de la organización. Hamza resultó ser ambicioso: en un video de julio de 2016, juró vengarse de Estados Unidos por el asesinato de su padre. Y en enero, el Departamento de Estado lo clasificó como “terrorista global especialmente designado” y anunció sanciones ideadas para aislarlo económica y geográficamente.
Durante décadas, Washington toleró que Islamabad protegiera a Al Qaeda, a los Bin Laden y a los talibanes afganos (que ISI considera baluartes contra la influencia india en Afganistán), creyendo que Pakistán era un aliado —no obstante su inconsistencia- en la guerra estadounidense contra “el terrorismo global”. Pero los mimos que Islamabad ha prodigado a Al Qaeda, su irrestricta producción de armas nucleares, y sus incesantes ataques contra India (amiga de Estados Unidos) recurriendo a grupos militantes respaldados por ISI han desgastado los vínculos con Washington y, particularmente, con la presidencia de Trump.
En su llamativo artículo de febrero —escrito para el conservador Instituto Hudson, y en coautoría con Husain Haqqani, exembajador paquistaní en Estados Unidos-, Curtis argumentó que era hora de “dejar de visualizar y retratar a Pakistán como un aliado. La nueva presidencia estadounidense debe aceptar que Pakistán no es un aliado de Estados Unidos”. Y ahora, Curtis es la principal funcionaria de la Casa Blanca a cargo de Pakistán, y también de India.
Ya no puede permitirse el “doble juego” de Islamabad con Washington, protegiendo terroristas anti-Estados Unidos con una mano mientras con la otra recibe miles de millones de dólares en ayuda, al tiempo que disfruta de un estatus de aliado cuasi oficial, escribieron Curtis y Haqqani. “Durante demasiado tiempo, Estados Unidos ha permitido que Paquistán apoye a ciertos grupos terroristas que operan en su territorio, incluidos los que utiliza contra India”, prosiguieron. “Estados Unidos ya no puede aceptar las excusas de Pakistán para postergar una represión total de esos grupos terroristas y, en cambio, tiene que responsabilizar a Pakistán por las actividades de todos los grupos terroristas en su territorio”.
Washington aún no anuncia su nueva postura hacia Islamabad, aunque un primer paso probable sería implementar recortes adicionales en la ayuda militar directa (que, en 2011, alcanzó los 1,600 millones de dólares) si Paquistán no cambia su proceder. En 2013, la presidencia de Obama “retuvo 300 millones de dólares en reembolsos militares para Pakistán debido a su incapacidad para suprimir la red Haqqani”, responsable del asesinato de cientos de estadounidenses en Afganistán, escribieron Curtis y Haqqani, pero Washington no debe vacilar en aplicar el látigo con más fuerza. Si los dirigentes políticos de Islamabad no pueden, o no quieren, controlar a ISI y entregar a Al Zawahirí, a Hamza bin Laden y a otros militantes importantes, Washington podría recurrir a la fuerza nuclear contra Pakistán —hablando diplomáticamente— y declarar al país un patrocinador estatal del terrorismo. En marzo, el representante republicano por Texas, Ted Poe, volvió a presentar su proyecto de ley para hacer, justamente, eso.
No hay indicios de cambio en la conducta de Pakistán, informa Riedel. La postura de Islamabad hacia Al Zawahirí permanece como lo fuera hacia Osama bin Laden: “‘No lo conocemos, nunca ha estado aquí, y nunca lo dejaremos regresar’, o algo por el estilo. Su postura oficial hasta mayo de 2011 era ‘Osama bin Laden nunca ha estado en Pakistán y, además, está muerto’”.
Bajo la influencia de Curtis, y con tantos exgenerales en la presidencia, es probable que Trump lance una advertencia a Pakistán, diciendo: “No toleraremos refugios seguros, y eso significa que estaremos dispuestos a atacar con medios unilaterales”, dice Riedel. La cantidad de ataques con drones ha disminuido constantemente en los últimos años: de 25 en 2014, a 13 en 2015, y a solo tres el año pasado, según la Oficina para Periodismo de Investigación, en Londres. Algunos críticos argumentan que los ataques han causado pocos daños permanentes a Al Qaeda y otros grupos militantes, a la vez que ocasionan bajas civiles que nutren el odio contra Estados Unidos. Michael Hayden, quien planificó ataques siendo director de la CIA entre 2006 y 2009, no está de acuerdo. “Hay que reconocer que el programa de matanza dirigida ha sido la aplicación más precisa y efectiva del armamento en la historia del conflicto armado”, escribió el año pasado.
Más vale que algo funcione contra Al Qaeda porque persiste como una fuerza poderosa, con ambiciones y la capacidad para lanzar otro ataque espectacular contra Estados Unidos, aseguran Riedel y otras fuentes consultadas por Newsweek. Riedel menciona una conspiración de Al Qaeda en 2014, cuando pretendió infiltrar simpatizantes en una fragata pakistaní, secuestrarla y utilizarla para “atacar embarcaciones de la Marina estadounidense en el océano Índico, o quizá barcos indios, o tal vez ambos”. Imagina que una fragata paquistaní repleta de explosivos –o un dispositivo nuclear- “hundiera un portaaviones estadounidense”, sugiere. Es posible que Al Zawahirí y Hamza bin Laden no visualicen algo así de grande, pero la conspiración de 2014, frustrada eventualmente por la seguridad paquistaní, demostró que “sus aspiraciones son enormes”.
“La intención de la operación era mucho más que volar un tren, atropellar personas con un camión remolcador o algo parecido”, dice Riedel. “Esto pretendía tener consecuencias geopolíticas, así como las tuvo el 11 de septiembre”. Según un diplomático occidental entrevistado por Newsweek,quien pidió el anonimato por tratarse de información delicada, Al Qaeda sigue interesado en llevar a cabo ataques “relacionados con líneas aéreas”.
Aymán al Zawahirí ha estado “sorprendentemente silencioso en cuanto a Trump”, dice Riedel. Y juró que jamás lo capturarán vivo, aseguró el militante islámico que habló con él, hace meses, en las Áreas Tribales. En estos momentos se encuentra en alguna ciudad paquistaní grande, bajo la protección de ISI, con el “deseo último y desesperado”, según su amigo militante, de lanzar un gran ataque final contra Estados Unidos “antes de cerrar los ojos”.
No se sabe qué necesita hacer Trump para que Paquistán se vuelva contra Al Zawahirí; algo que tal vez nunca suceda. La Casa Blanca no respondió a nuestra petición de comentarios. Pero ahora que Curtis ha salido de los círculos de expertos para trabajar en la Casa Blanca, es indudable que Islamabad tendrá que pagar un precio mucho más alto para seguir cobijándolo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek