MANEJAR desde el área de la Bahía de San Francisco hasta Manzanar, el otrora campo de internamiento de japoneses-estadounidenses en la región remota de la Sierra Oriental de California, toma alrededor de siete horas. No hay otra manera de llegar allí, y no hay manera de acortar camino. En la mayor parte del camino, escuché un audiolibro: The Invisible Bridge, de Rick Perlstein, sobre el ascenso improbable de un actor de películas de segunda a la presidencia de Estados Unidos.
En 1988, el último año completo de su segundo período en la Casa Blanca, Ronald Reagan se disculpó con los 120 000 japoneses-estadounidenses quienes habían sido confinados en campos de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial, de los cuales había 10 en toda la nación, y de los cuales Manzanar es, tristemente, el más célebre. Los sobrevivientes de los campos también recibieron indemnizaciones, una concesión rara del gobierno estadounidense. “Aquí admitimos un error”, dijo Reagan. “Aquí reafirmamos nuestro compromiso como nación con la igualdad de la justicia bajo la ley”. El anuncio se hizo en San Francisco, cuyo Barrio Japonés fue desalojado por el internamiento, el cual empezó en 1942, unos tres meses después de Pearl Harbor.
Algunos de los sobrevivientes de los campos, muchos de ellos ahora viejos, vieron a Reagan, en un traje color mostaza, disculparse por los pecados de Franklin Delano Roosevelt.
“Pienso que este es un buen día”, añadió el presidente.
Tres días antes de que fuera a Manzanar, el presidente Donald Trump había ordenado un alto a la inmigración de siete países mayoritariamente musulmanes. Lo hizo a través de un decreto presidencial, numerado 13769. Manzanar se creó a través del Decreto Presidencial 9066, el cual cumplirá 75 años de antigüedad el 19 de febrero. El decreto no mencionó a los japoneses, pero su intención era muy clara.
“De ninguna manera es un campo de concentración”, dijo un noticiero cinematográfico que mostraba a japoneses-estadounidenses bajando de autobuses con sus maletas en el alto desierto del condado de Inyo, donde los rudimentos de Manzanar los esperaban (ellos tuvieron que construir una buena parte del campo por sí mismos).
“Para ser claro, esta no es una prohibición a los musulmanes, como los medios lo están reportando falsamente”, dijo Trump cuando aumentaron las protestas por su decreto presidencial.
Otro noticiero cinematográfico: “Simplemente son gente separada”.
La ciudad más cercana a Manzanar se llama Independence, erigida en el siglo XIX para proteger a los colonos blancos de ataques de las tribus indígenas quienes podrían haber pensado que tenían algún derecho sobre esta tierra, habiendo vivido en ella por mil años, si no es que más. Hoy, hay una reserva india llamada Fort Independence, donde indios paiutes se aferran a un trozo de lo que otrora fue suyo. Manejan una gasolinera que también sirve de casino. Parece ser la empresa comercial más exitosa en muchas, muchas millas.
El condado de Inyo, que abraza la frontera de California con Nevada, es el noveno condado más grande del país. Es notablemente hermoso, rodeado por las cordilleras Inyo y Sierra, la luz siempre juega entre las montañas de maneras sorprendentes. También es el país de Trump: aun cuando menos de 8000 personas del condado votaron, lo hicieron abrumadoramente por el candidato republicano.
Las simpatías de la población local son evidentes en una cafetería de Lone Pine, nueve millas al sur de Manzanar. Al oír que me acercaba a los clientes con preguntas sobre Manzanar y la prohibición inmigratoria de Trump, el propietario —un tipo fornido de bigote— me dice que apague mi grabadora. Satisfecho, él sigue viendo Fox News, donde una rubia experta defiende la prohibición a los viajes.
En una mesa, hay varios hombres de edad madura. Cada uno tiene enfrente una copia sin abrir de Los Angeles Times de esa mañana. Uno de ellos mastica una zanahoria enorme parcialmente envuelta en papel de aluminio.
Les pregunto sobre Manzanar.
El hombre de la zanahoria dice que ha estado en Japón, pero no en Manzanar, porque… No termina la oración.
El más viejo de la mesa tiene una espesa barba blanca. Está encorvado sobre un libro de matemáticas, trabajando en lo que parecen ser problemas muy complicados de teoría de redes. No parecía estar prestando atención, pero ahora levanta la vista. Manzanar, dice él, fue “una burrada”.
Añade que dos eventos recientes le han dado alegría: el final de la sequía de cinco años en California y la elección de Trump.
Le hago la pregunta que he venido a responder: ¿Trump no nos está llevando a un lugar tan estúpido y profundamente poco estadounidense como Manzanar? ¿Algún día tendremos que construir un museo a los refugiados sirios en las terminales internacionales de los aeropuertos LAX y JFK?
No, dice el matemático amateur. Los medios lo han entendido mal. Él señala a la pantalla de televisión: “¡Pericos!”, grita él.
Luego señala las copias gruesas de Los Angeles Times en la mesa: “¡Pericos!”
Finalmente, me señala. “¡Perico!”
Manzanar está en una franja de desierto alto detrás de la cual se alza la Sierra Nevada. La torre de vigía de madera plantada en el suelo desértico se cierne como un gigante demacrado contra sus alrededores inmediatos, pero es minúscula contra las montañas al fondo, cubiertas de nieve reciente. Como lo denota su nombre, otrora hubo huertos de manzanos aquí. Los prisioneros japoneses, quienes estuvieron cautivos en Manzanar por tres años, plantaron unos propios. Se puede verlos en el lindero del campo, sus ramas secas elevándose al cielo azul.
El campo consiste de una serie excelente de exhibiciones dentro del auditorio convertido y similar a un granero, el cual construyeron los prisioneros japoneses. Detrás del auditorio se halla un puñado de las 504 barracas donde 11 070 personas pasaron la Segunda Guerra Mundial. Desde el exterior, las barracas se ven similares a las de Auschwitz: edificios bajos y anchos. Y la torre de vigía de madera en el lindero del campo me recordó a Bahía de Guantánamo, la cual había visitado para un reportaje pocos años antes.
Manzanar no era un campo de concentración, o una prisión, aunque es difícil decir lo que era: “campo de internamiento” no transmite del todo la injusticia de confinar a ciudadanos estadounidenses sin el debido proceso. De cierta forma, la vida dentro de Manzanar era asombrosamente común. Los niños iban a la escuela y actuaban en obras de vaqueros e indios; los adultos bailaban con la música de una banda de jazz llamada, descaradamente, los Jive Bombers. No había cámaras de gas, por supuesto, y la policía militar que patrullaba la cerca de alambre de púas no se aventuraba a entrar a Manzanar, dándoles a quienes estaban dentro una cierta autonomía que el detenido promedio de Guantánamo nunca podría soñar. Pero la cotidianeidad estaba circunscrita a una abolición extraordinaria de los derechos civiles.
También, la mayoría de los japoneses-estadounidenses en Manzanar provenían de Los Ángeles o algún otro asentamiento relativamente urbano de la Costa Oeste. No tenían nada que ver con el desierto, un paisaje extraño que se volvió parte de su castigo.
“Siempre había viento”, recordó después un japonés-estadounidense confinado allí. “Siempre había viento”.
El miedo al espionaje fue la razón dada para el internamiento de los japoneses, igual que el miedo al terrorismo es la razón que cita Trump para su prohibición de viajes. Pero no había espías entre los japoneses confinados durante la Segunda Guerra Mundial. Y nunca ha habido un ataque terrorista cometido por un refugiado en suelo estadounidense.
GENTE SEPARADA: Los campos de internamiento establecidos para contener a japoneses-estadounidenses se crearon mediante un decreto presidencial, como el intento de Trump de prohibir a inmigrantes de varias naciones predominantemente musulmanas. FOTO: AP
La lección obvia de Manzanar es que optar por el miedo nunca nos lleva a esa “ciudad resplandeciente en una colina” que Reagan evocó cuando dejó la Casa Blanca en 1989.
Pero algunos no están de acuerdo, incluso cuando se hallan ante este salón de historia en el alto desierto. Greg y su esposa vinieron desde Camarillo, al sur de California. “No pienso que en realidad haya sido algo equivocado por entonces, dado lo que sabían”, dice Greg sobre Manzanar.
Él apoya la prohibición inmigratoria de Trump: “No tenemos manera de investigarlos, entonces ¿por qué deberíamos dejarlos entrar?” Él argumenta que aun cuando los japoneses-estadounidenses confinados en Manzanar eran ciudadanos estadounidenses, la gente afectada por el decreto inmigratorio de Trump no lo es y, por lo tanto, no tiene derecho a protecciones constitucionales.
Durante la campaña presidencial, Trump llamó a los refugiados sirios como un “caballo de Troya”, insinuando que terroristas acechan entre ellos. De hecho, la mayoría de los refugiados son mujeres y niños.
Sin embargo, la imagen proviene de FDR. Él la usó durante una de su “conversaciones junto al hogar”, en 1940, para advertir a “una nación mal preparada para la traición” y, por ende, lista para ser explotada por “espías, saboteadores y traidores”. Él invocó, como contraargumento, la fuerza del proyecto estadounidense, para el cual “la sangre y el genio de todos los pueblos del mundo” habían contribuido.
“Nos hemos construido bien”, concluyó Roosevelt.
Twitter ayudó a elegir a Trump, pero también alberga fuertes sentimientos contra Trump. Por ejemplo, hubo la persona valiente quien manejaba la cuenta de Twitter del Parque Nacional Badlands y, el 24 de enero, envió varios tuits con estadísticas sobre nuestro planeta calentándose rápidamente.
La administración de Trump no cree en el cambio climático, por lo que algún rigorista de la Casa Blanca ordenó que la cuenta de Badlands se callara. Por supuesto, ello provocó que esos tuits sobre el cambio climático se hiperviralizaran. Otros empezaron a analizar la multitud de cuentas relacionadas con el Servicio de Parques Nacionales en busca de señales de resistencia contra Trump.
Uno de los tuis citado por su inclinación sutil contra Trump fue de la cuenta del Parque Nacional del Valle de la Muerte, la cual envió esta misiva el 25 de enero: “Durante la Segunda Guerra Mundial, el Valle de la Muerte albergó a 65 internos en peligro después del #Disturbio de Manzanar”. La mayoría de la gente, incluido yo, no sabía sobre el Disturbio de Manzanar pero entendió que el tuit era sobre los poderosos protegiendo a los vulnerables.
Como lo descubrí durante mi visita a Manzanar, la referencia es a un conflicto que estalló en 1942, entre facciones políticas dentro del campo divididas sobre cuánto colaborar con sus captores estadounidenses. El desorden fue reprimido por la policía militar, quienes mataron a dos internos. Como lo indicaba el tuit del Valle de la Muerte, algunos de los internos fueron llevados al Valle de la Muerte y recluidos allí por su propia seguridad, en un campamento del Cuerpo de Conservación Civil llamado Cow Creek.
El sitio de política liberal Mic llamó al tuit como un “acto evidente de desafío”.
Manzanar no tuitea, y sus guardas evitan la política cuidadosamente. Pero también están obviamente conscientes de lo que el campo significa hoy día, incluso si no les permiten discutir los paralelismos obvios. La guarda Rosemary Masters me guió en un tour del campo. Manzanar, me dijo ella, “es un ejemplo perfecto de lo que sucede cuando no se le presta atención a la Constitución de los Estados Unidos”.
La política se filtra de otras maneras. El día que lo visité, una pizarra blanca celebraba a Fred Korematsu, un nativo de Oakland, California, quien trató de evitar el internamiento mediante esconderse pero fue descubierto después de tres semanas, arrestado y encarcelado. California celebra el Día de Fred Korematsu el 30 de enero, el cual cayó este año tres días después de que Trump firmara su decreto inmigratorio. Google, regresando siempre tan brevemente a sus raíces idealistas de no hacer el mal, convirtió a Korematsu en un Google Doodle.
La condena de Korematsu fue declarada vacante en 1983. La pizarra blanca en Manzanar citó de esa decisión: “En momentos de angustia, el escudo de la necesidad militar y la seguridad nacional no deben usarse para proteger acciones gubernamentales de un escrutinio estrecho y su responsabilidad”.
GUERRA RACIAL: En las secuelas inmediatas del ataque a Pearl Harbor, el odio y la paranoia para con los japoneses-estadounidenses alimentaron el impulso de violar sus derechos y encerrarlos. FOTO: THE U.S. NATIONAL ARCHIVES AND RECORDS ADMINISTRATION
Manzanar rompió su récord de asistencia el año pasado. Masters me dijo que el pico pudo tener que ver con un prolífico auge de flores silvestres en el cercano Valle de la Muerte. Una trayectoria más amplia hacia arriba, especula ella, también pudo haber tenido que ver con el mandato de 1998 de que todos los estudiantes en las escuelas públicas de California aprendieran sobre el internamiento de japoneses-estadounidenses. Los niños ven las señalizaciones en la carretera de Manzanar, me dijo ella, y les piden a sus padres que se detengan.
La gente quien ha venido una mañana de martes en medio del invierno parece estar sumamente consciente de que Manzanar tiene una importancia todavía más ominosa hoy día que el 7 de noviembre de 2016. Ahora, uno viene aquí y pretende que esto fue una fealdad de hace mucho tiempo que nunca se repetirá.
Un fotógrafo bien vestido de Los Ángeles me dijo que había estado tomando fotos en las montañas pero decidió que tenía que bajar y ver Manzanar a causa de toda la locura que sucede en Washington. Mientras estábamos de pie en el otrora comedor, junto a una trampilla donde otrora se escondió una provisión de sake, el fotógrafo se maravilló de la rapidez con que Trump había pasado a cumplir sus promesas de campaña más extremas. Si tuvimos una prohibición a los viajes después de dos semanas de una administración de Trump, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que tengamos nuestro propio Manzanar, ya no digamos nuestra propia Hiroshima?
Dos personas lloraron cuando les pregunté sobre Manzanar. Una era una mujer joven cuyos hijos corrían por las exposiciones mientras hablábamos. Su abuelo había estado en un campo de internamiento en Arizona. La familia regresaba en auto de los lagos Mammoth cuando ella dijo: “Necesitamos pararnos aquí”. A través de las lágrimas, ella llamó a la prohibición inmigratoria de Trump como “complicada”. La palabra, cuando ella la dijo, no tuvo nada de su connotación tranquila usual.
Carol Garner también lloró. Ella, su marido y sus tres hijos eran de San Diego. Ellos también habían visitado los lagos Mammoth y oyeron sobre Manzanar de un amigo. Ahora estaban de pie en una barraca que presentaba una exhibición sobre la “Pregunta 28” en una encuesta federal dada a todos los japoneses confinados por el gobierno federal. La pregunta decía si el encuestado era leal a Estados Unidos y si “juraría cualquier tipo de lealtad u obediencia al emperador japonés”. Dado que la mayoría de los japoneses eran ciudadanos estadounidenses, hallaron extraña la pregunta, incluso insultante. Aun cuando responder negativamente podía significar la deportación a Japón, algunos lo hicieron de todas formas. Un interno citado en la exhibición explicaba: “Dije ‘no’ y voy a aferrarme al ‘no’. Mi esposa y yo perdimos 10 000 dólares en esa evacuación… Ese no es el modo estadounidense”.
Garner es sinoestadounidense, y ella me dijo que al crecer, frecuentemente le dijeron que “volviera a casa”, aun cuando nunca había tenido otra casa que Estados Unidos.
“Él está tomando decisiones basadas en el miedo”, dijo ella de la prohibición inmigratoria de Trump, “no basadas en hechos. Y allí es precisamente cuando el racismo se descontrola”. Se ve en Twitter hoy día, con memes de Pepe the Frog; se vio durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los japoneses-estadounidenses fueron considerados ampliamente como espías. “Los japos no deben regresar”, dice un panfleto exhibido en Manzanar. Junto a él está un extracto de periódico sobre Wilma Insigne, de Walnut Grove, California, quien fue arrestada por amenazar con quemar la casa de una familia japonesa. La familia era la del soldado raso Yoshio Matsuoka, “un veterano de guerra quien acababa de regresar a Estados Unidos después de pasar 10 meses en un campo de prisioneros alemán”.
SIN ESCAPE: Los guardias en Manzanar patrullaban la cerca de alambre de púas, pero no se atrevían a entrar, dando a los detenidos un tipo surrealista de autonomía. FOTO: CLEM ALBERS
Para realmente ver Manzanar, se tiene que usar la imaginación. La mayoría de las barracas han desaparecido, dejando detrás una extensión de artemisas y arena. Es difícil decir si los desechos —fragmentos retorcidos de acero, latas oxidadas— son reliquias históricas o solo basura. Hay por lo menos 30 intricados jardines de piedras, un testamento del deseo de los aquí encarcelados de recrear un fragmento de su cultura. Había iglesias, un dojo de judo, un hospital y un campo de béisbol, pero todos han desaparecido. Por impresionante que sea el Sitio Histórico Nacional de Manzanar, lo que en realidad queda del campo no es mucho, es historia borrada.
También es historia desplazada. En los cuatro años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, la Administración de Activos de Guerra vendió las barracas de Manzanar, en parte como vivienda para veteranos. A 300 dólares por barraca, este fue un buen negocio, siempre y cuando no le importara habitar en los otrora cuartos de prisioneros de guerra.
Hoy día, muchas de las barracas permanecen alrededor del condado de Inyo. Varias se han convertido en parte del Lone Pine Budget Inn, una posada de un piso de alto y color mostaza al lado de la carretera. Por alrededor de 60 dólares la noche, se puede dormir con los fantasmas de Manzanar. Traté de hallar si los propietarios del motel estaban conscientes de este legado, pero nadie respondió a mis llamados en la oficina principal: muchos moteles en la Sierra Oriental cierran en invierno. Vi un letrero adentro: “Ya no tenemos HBO”.
Otra barraca se convirtió en parte de una iglesia católica en Independence. No vi un letrero que indicara de dónde provenía la madera de lo que ahora era conocido como Salón Zegwaard. Sin embargo, había una placa de mármol afuera del edificio principal de la iglesia, pero no tenía nada que ver con el internamiento japonés. Decía: “En memoria de todos los niños no natos, víctimas del aborto”.
AGOTADO: Este letrero se publicó el día después de Pearl Harbor. El dueño de la tienda, quien fue “evacuado”, declaraba su lealtad y, tal vez, les recordaba a sus vecinos que era un ciudadano con derechos. FOTO: DOROTHEA LANGE
Alisa Lynch, jefa de interpretación de Manzanar, me dijo esto: no puedes hacer que la gente recuerde, y no puedes hacer que la gente recuerde como lo haces. Solo puedes mostrarles lo que fue. Ellos sacarán sus propias conclusiones, las cuales ninguna exhibición o arreglo puede predecir.
Algunos de los viejos de Inyo todavía llaman a Manzanar como se lo llamaba durante la Segunda Guerra Mundial: “Campo Japo”.
Dentro de la oficina de trabajo usada por los guardas de Manzanar, Masters me dejó con los libros de visitas de 2016, volúmenes enormes firmados por los visitantes del campo. Muchas notas dejadas por los visitantes de principios de 2016 tienen un sentimiento muy familiar, y poco sorprendente, de que esto no volverá a pasar, pero conforme se acercaba la elección presidencial, y la posibilidad de una victoria de Trump se hizo real, surgió un tono más oscuro.
Un visitante de 2016: “Veo la señal de advertencia”.
Esto era de un turista de Los Ángeles: “Tenemos los mejores campos. Los más grandes jamás. Pero la gente no los aprecia. TRISTE”.
Luego, Lynch me envió un testimonio dejado el 30 de octubre de 2015: “He estado prejuiciado toda mi vida contra los japoneses (75 años). A partir de hoy, ya no más. Estoy tan avergonzado. Lloro mientras escribo esto. Gracias”.
Hay una tienda de recuerdos; siempre debe haber una tienda de recuerdos. La de Manzanar es muy buena, y uno se siente mejor de saber que su póster de viaje antiguo, convertido en magneto para el refrigerador, va a apoyar al Servicio de Parques Nacionales, el cual posiblemente no vea una cascada de financiamiento de la administración de Trump.
PURGATORIO PROSAICO: La vida cotidiana en Manzanar, que no era un campo de concentración o una cárcel, era surrealistamente normal, excepto por la separación forzada y el confinamiento de los residentes. FOTO: FRANCIS STEWART
Junto a la caja registradora está un exhibidor con copias de bolsillo de la Constitución de Estados Unidos “Este verano, se vendió muy bien”, dice Lynch con una impresionante falta de afecto en su voz. Una profesional consumada, ella no habla de política, por lo que no tiene caso preguntarle si ello se debe a que Khizr Khan, un padre de Estrella Dorada quien perdió a su hijo en Irak, sostuvo esa misma edición de la Constitución en la Convención Nacional Demócrata y le preguntó al entonces candidato Donald Trump: “¿Siquiera has leído la Constitución de EE UU? Encantado te presto mi copia”.
También hay copias de Farewell to Manzanar, por Jeanne Wakatsuki Houston y James Houston. Oriunda de Los Ángeles, Wakatsuki fue enviada a Manzanar cuando tenía siete años. Ella escribe de la “congestión arenosa y el hastío traído por el viento” que ella presenció al llegar al campo, describiendo en detalle el descontento que llevó al Disturbio de Manzanar. Una presencia frecuente en los planes de estudio, Farewell to Manzanar ha tenido más de 60 ediciones y vendido más de un millón de copias. Pero la Universidad de Illinois también la incluye en una lista de libros para adultos jóvenes que ha sido desafiada por supuestas incorrecciones que podrían mancillar las mentes de niños estadounidenses patriotas y amantes de la libertad.
Voy a adivinar que “Justicia Personal Negada: Reporte de la Comisión de Reubicación en Tiempo de Guerra e Internamiento de Civiles” no está entre los artículos más populares de la tiende de regalos. Publicado en 1983, dedica 493 páginas a las dos preguntas que más vale la pena hacer en historia: ¿por qué? Y ¿cómo?
Entre las muchas conclusiones que hace, el reporte señala que había una creencia muy difundida en las primeras décadas del siglo XX de que “aquellos de etnia japonesa no querían o no podían asimilarse a la vida ‘estadounidense’ y representaban una amenaza extraña a la sociedad dominantemente blanca”.
EL TRABAJO TE HARÁ LIBRE: Los internos tuvieron que hacer la mayoría del trabajo para montar Manzanar, como desarraigar arbustos y construir las barracas. FOTO: FRANCIS STEWART
El reporte declara que el internamiento fue un error:
En suma, el Decreto Presidencial 9066 no estaba justificado por la necesidad militar… Las causas históricas amplias que dieron forma a estas decisiones fueron el prejuicio racial, la histeria de guerra y un fracaso de la dirigencia política. La ignorancia muy difundida sobre los estadounidenses de ascendencia japonesa contribuyó a una política concebida con premura y ejecutada en una atmósfera de miedo y furia contra Japón.
Yo creo genuinamente que si la gente se tomara el tiempo de leer los reportes escritos por comisiones gubernamentales sobre las variedades de mal, error y depredación humanos, las posibilidades de nuestra civilización mejorarían bastante. Sin embargo, sé que es fútil desear un mundo en el que la gente lea con seriedad los reportes gubernamentales.
Dejo Manzanar y comienzo el largo viaje sobre las montañas. La recepción de Sprint es horrible en el condado de Inyo, y la recepción de la radio FM no es mucho mejor, por lo que oigo mi libro de Reagan, que tiene al presidente abandonando el liberalismo de su juventud por un conservadurismo estridente, antisoviético y a favor del corporativismo.
En South Lake Tahoe, finalmente hay servicio de nuevo. He salido del campo de internamiento a una franja llamativa y trémula de cotidianidad estadounidense. Mientras le lleno el tanque a mi auto rentado, reviso Twitter. Esta es una experiencia descorazonadora, con mi muro lleno de imágenes desgarradoras de niños en Siria quienes pensaban que estaban a punto de ser estadounidenses. Ellos seguirán siendo refugiados mientras nosotros restauramos nuestra grandeza.
Manzanar tenía su propio periódico, el Manzanar Free Press. Se pueden comprar réplicas de las ediciones en la tienda de recuerdos. Compré tres. Es como un periódico común y corriente, pero hay una especie de alegría constreñida en todos los artículos —los cuales se publicaron sin firmas— que uno sospecharía que fueron producto de la censura oficial o por lo menos de la presión oficial.
Esto es de la edición del 10 de septiembre de 1943 del Manzanar Free Press: “Después de que haya terminado todo esto, cuando Manzanar no sea más que un recuerdo vago en el ciclo de la vida, las Altas Sierras serán recordadas con sueños afectuosos y no con cinismo y amargura”.
Esto no llegó a pasar. Manzanar no desapareció de nuestras memorias colectivas. Tampoco fue trocado en el tiempo en algo que no fuera del todo desagradable, como nuestros años en la secundaria. Manzanar todavía es Manzanar, y todavía está con nosotros, incluso cuando la creosota se arrastra por los restos del campo, y los vientos vienen de las montañas, levantando arena, y los autos corren por la carretera rumbo a destinos más glamorosos, como los lagos Mammoth. No importa. Manzanar permanecerá; Manzanar no nos permitirá que olvidemos.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek