Como figura histórica, Fidel Castro presenta algunos problemas jugosos: justicia e injusticia, revolución y poder estatal, derechos de los ciudadanos y autoridad estatal, libertad artística y restricción, altos índices de alfabetismo y censura, economía comunista y empresa privada, socialismo y turismo.
La noticia de su muerte a los 90 años de edad trae a la mente muchas de estas preguntas espinosas. Y hay muchas anécdotas para ilustrarlas. Me gustaría usar una en particular, el caso de Jean-Paul Sartre y sus observaciones del líder cubano mientras recorrían Cuba en el asiento trasero del auto de Castro en la primavera de 1960.
Sartre y Simone de Beauvoir aceptaron una invitación para visitar y llegaron a La Habana durante las fiestas del Carnaval. Escucharon los discursos de Castro, conocieron al Che Guevara, a ministros, escritores, artistas, estudiantes universitarios, obreros fabriles y cortadores de caña.
Sartre pasó muchas horas enfrascado en conversaciones con Castro, muchas de las cuales él registró en la serie de artículos que luego publicó en France-Soir titulada Huracán sobre el azúcar. Lo elogiaron y condenaron en igual medida por su admiración por Castro y la revolución. Pero aun cuando sí escribió sin respiro sobre Castro —y dejó absolutamente en claro su apoyo— hay una tensión sutil en su escritura la cual revela que le inquietaba algo del comandante barbado.
Visitaron una playa ahora pública que se desarrollaba para el turismo interno. Les dan refrescos calientes. Castro pregunta por qué no hay hielo: porque, responde una de las tres trabajadoras un poco deslumbrada, los refrigeradores no funcionan. Castro no puede tolerar tal apatía poco revolucionaria y golpea las máquinas tratando de hacerlas funcionar, animando a los trabajadores a tomar la iniciativa. Sartre comprende la dinámica esencial de Castro: “Él es un agitador, pensé por primera vez”. Y aun así, observa Sartre, no puede animar a quienes se oponen al sistema que les está fallando, que es su propio ministerio de turismo, el INIT. Castro está consciente de que puede agitar contra el viejo sistema, pero no puede agitar contra el suyo.
Castro, al hablar con la mujer sobre los refrigeradores, “calmadamente la invitó a unirse a la rebelión” y trata de infundirle algo de consciencia revolucionaria. Pero las palabras de despedida de Castro a la mujer en la playa son menos amigables y más amenazadoras:
Dile a tu gente que está a cargo que si no se ocupan de sus problemas, tendrán problemas conmigo.
No jodas a Fidel, es lo que parece entender Sartre. La valoración de Sartre es evocada por Oliver Stone muchos años después en su película Comandante, tomando la pistola de Castro de la parte trasera del auto estatal mientras manejan por una calle de La Habana y le pregunta: “¿Todavía sabes cómo usar esto, Fidel?”. Como Stone, Sartre admira al hombre mientras que tácitamente acepta la severidad de su poder, reconociendo que el poder y la violencia siempre serán compañeros.
Luego dejan la costa y manejan hacia las colinas del interior. Se detienen ante un grupo de trabajadores parados alrededor de un tractor inmóvil, rascándose las cabezas. “Castro saludó con seriedad; los campesinos dijeron: ‘Hola, Fidel’. Y de inmediato él empezó con sus preguntas. ‘¿Cuánto? ¿Cuándo? ¿Por qué no habían hecho más? ¿Por qué no avanzaban más rápido?’” Hay otro problema como los refrigeradores descompuestos. Esta vez el tractor no está descompuesto pero al hombre incorrecto se le dio la tarea de manejarlo, mientras que al conductor experimentado se le dio otro trabajo. El conductor experimentado rebosa de fervor revolucionario e iniciativa: “’Que alguien me dé un tractor’, le dijo a Fidel, ‘y te haré ver de inmediato lo que sé’.” Esto está bien, podría imaginarse uno; he aquí un problema y he aquí un trabajador proponiendo la solución. Pero aquí, como señala Sartre, el problema es con el INRA, el ministerio de la reforma agraria.
Vaya un enredo perfecto, y vaya una observación clarividente de Sartre. Él ve cómo la tensión aumenta visiblemente en la expresión de Castro. El gran alterador no puede alterar su propio orden. Como resultado, él se convierte en un burócrata de su propio poder estatal. Y él lo sabe, y “desde ese momento”, observa Sartre, “sentí que él quería irse”.
Cuando finalmente se alejan, Castro está en un bajón, y continúa en este bajón cuando más aldeanos y trabajadores agrícolas lo rodean para exigir esto y demostrar aquello.
La gran contradicción
Sartre esperaba que la revolución fuera orgánica, libre de ideología, inspirada en los principios fundamentales delibertad, igualdad y fraternidad, lo cual él expresó apasionadamente en los artículos sobre Cuba. Sin embargo, detrás de su panegírico, hay una percatación sutil, casi inconsciente, de que la línea entre el celo revolucionario y la tiranía posiblemente se cruzaría y que las estructuras emergentes del estado por toda la isla pronto se convertirían en estructuras de poder estatal.
Estos episodios con Sartre y Castro son, para mí, emblemáticos de las tensiones y contradicciones en el corazón de los muchos años de gobierno de Castro en Cuba. Castro inspiró la consciencia revolucionaria en los cubanos a la par que condenaba dicha consciencia cuando se usaba para criticar a la autoridad estatal.
Él clamaba por la soberanía de su pueblo mientras motivaba a los ciudadanos a traicionar a sus vecinos por actividades contrarrevolucionarias. Él habló de hermandad y camaradería pero agitaba a la plebe para que abusara de quienes trataban de irse, llamándolos gusanos. Él habló en contra de la opresión de los imperialistas pero se mantuvo optimista con respecto a la opresión de su propio estado. Él despotricó contra el colonialismo e imperialismo pero no denunció la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia en 1968. Él exigió justicia pero permitió la injusticia. Nelson Mandela agradeció públicamente a Castro por su apoyo en la lucha contra el apartheid y aun así Castro condenó a muchos prisioneros políticos a sentencias similares a las de Mandela.
Estos son los acertijos en el centro de Fidel Castro, resueltos convencionalmente mediante asumir bandos opuestos: Fidel el salvador, Castro el monstruo. La realidad es más compleja; algunos acertijos jamás se resolverán.
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Este artículo apareció originalmente en The Conversation.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek