Cualquier contacto con el
agua, sea el que
sea, incluso el sudor que perla el labio superior o el que baja descarado por
el torso, resulta en una picazón espantosa e intenso sarpullido que puede
prolongarse por horas; así es la alergia al agua.
También conocida como urticaria acuagénica, esta
enfermedad equivale a sufrir la comezón causada por una de esas plantas que
liberan sustancias ácidas que causan escozor en la piel y, al mismo tiempo,
padecer los síntomas de la alergia al polen (picor en la nariz y en los ojos y
estornudos, entre otros) cada día, todo el tiempo.
El líquido del interior del cuerpo no parece ser un
problema; la reacción se desencadena
por el contacto con la piel y se produce independientemente de la
temperatura, la pureza o salinidad del agua.
La urticaria acuagénica siempre ha sido muy
desconcertante para los científicos. Técnicamente, la condición no es una alergia como tal, pues probablemente es causada por una
reacción inmune a algo dentro del cuerpo, y no es una reacción excesiva a algo
extraño, como el polen o los cacahuetes.
La primera teoría que trató de explicar cómo funciona
decía que el agua interacciona con la capa más externa de la piel, que está
hecha de células muertas o de la sustancia aceitosa que la mantiene hidratada. El
contacto con el agua puede hacer que esos componentes liberen compuestos
tóxicos, los cuales a su vez causarían una reacción inmune.
Otros sugirieron que el agua podría, simplemente,
disolver los químicos en la capa muerta de la piel, dejando que penetren más
profundamente donde pueden causar la reacción. Y la idea menos aceptada es que la
causa sería unos cambios de presión que activan de forma accidental la alarma
inmunológica.
Marcus Maurer, dermatólogo fundador del Centro Europeo
de Investigación de las Alergias (ECARF, por sus siglas en inglés) en Alemania,
dice que es una enfermedad abrumadora que puede transformar la vida de quien la
padece. “Tengo pacientes que han tenido urticaria durante 40 años y todavía se
levantan con ronchas y edemas (inflamaciones) cada día”. Señala que sobrevivir
la condición no es el verdadero problema, sobrellevar el día a día es otra
historia. Además, sufren depresión o ansiedad, preocupados por el próximo
ataque.
Durante años, los antihistamínicos fueron la única
opción para tratar la urticaria acuagénica. En 2008 Maurer y sus colegas del
ECARF tuvieron una idea. A partir de unos estudios en el laboratorio, descubrieron
que el culpable era el lgE, el
anticuerpo responsable de las alergias al polen o a los gatos.
Lo que necesitaban
era un medicamento que pudiera bloquear los efectos de este tipo de anticuerpo.
Y ya existía uno: Omalizumab, desarrollado originalmente para tratar el
asma. Al principio, la compañía que lo fabricó dijo que no funcionaría,
pues lo que querían curar no era una alergia, dice Maurer. Pero, tras convencer
a los escépticos, lo pusieron a prueba en agosto de 2009.
La paciente fue una mujer de 48 años con un tipo raro
de urticaria que se activaba por presión. Había desarrollado una erupción
cutánea que le producía picor al mínimo contacto, como peinarse o vestirse. Tras
una semana de tratamiento, sus síntomas disminuyeron. Al cabo de un mes, habían
desaparecido por completo.