GUATEMALA ESTÁ A PUNTO de vivir otro momento histórico: el inicio del juicio de militares acusados por desaparición forzada y crímenes de lesa humanidad. Esto, que se dice fácil, costó más de 30 años.
Como primera reflexión: ¿qué generó y permitió que estos crímenes ocurrieran?
Las graves violaciones a derechos humanos se generan porque hay “caldo de cultivo” propicio para que este tipo de crímenes sucedan. En Guatemala existió una clase política, una oligarquía poderosa que defendía sus intereses, un sistema de justicia débil y la implementación de una doctrina de seguridad nacional impulsada por Estados Unidos de América que permitió que el ejército actuara sin ningún control ni consecuencia, cometiendo desapariciones forzadas, ejecuciones, tortura y violaciones sexuales, entre otros. Se generó una alianza política, militar y económica en un ambiente de corrupción que propició y mantiene una gran brecha de desigualdad hasta la fecha. Lo que pasó en Guatemala, en el marco del conflicto armado, no se hubieran podido dar sin una clase política ad hoca estos intereses y, repito, sin un sistema de justicia débil.
Se puede pensar que fueron muchos factores y las voluntades que hubo que conjuntar para que Guatemala juzgara a sus militares, pero la realidad es que va a suceder. No hay marcha atrás.
Ver a México tan lejos de estos pasos que está dando Guatemala nos hace pensar por qué Guatemala sí y México no.
Cuando se cometen graves violaciones a los derechos humanos, el ejército ha demostrado ser uno de los cuerpos de seguridad más intocables e impunes en la historia de varios países. México también tiene su propio contexto y su propio caldo de cultivo que permite no sólo que sucedan estas violaciones, sino que, además, queden impunes. Va más allá del partido político en el poder y más bien se nutre del servilismo dado desde el poder. Por eso en nuestros países el ejército no fue pensado para defender al pueblo, sino para defender al poder, a quien gobierna, no al gobernado.
Ninguna democracia, si es verdadera, permite que un ejército que viola derechos humanos se mantenga intocable, que no pueda ni siquiera ser citado a declarar, que aparezca en videos torturando personas y pareciera que no pasa nada.
Tampoco es congruente, desde una visión democrática, que lo que la comunidad internacional ha calificado como graves violaciones a derechos humanos (ejecuciones y tortura), ellos en su lenguaje castrense lo llamen “abatimiento”, “desobediencia”, pero, sobre todo, que exista una resistencia desde las instancias de procuración de justicia para llamarlos a pedir cuentas, para investigar seriamente. En Guatemala no se hubiera podido dar estos pasos sin una Fiscalía Nacional fuerte e independiente; a todas luces es lo que nos falta en México.
Seguramente muchos guatemaltecos piensan que les falta mucho, que pareciera que la derecha ha regresado, que la oligarquía nunca se ha ido y sigue mandando y aprovechándose del pueblo, que sólo están investigando y juzgando a unos pocos y faltan muchos, que va a ser difícil que un poder judicial que ha sido tan vulnerado resista juzgar a uno de los grupos más poderosos, que va a ser difícil llegar a ver la reparación integral del daño, pero ahí están, lo están intentando, se atrevieron.
En México, donde actualmente se vive más la simulación del Estado que el Estado de derecho, el camino se ve más complicado. Los poderes fácticos y reales que en el pasado protegieron al ejército, lo siguen haciendo.
Las comparaciones siempre son malas, pero en México no podemos ignorar la gran lección que nos está dando Guatemala, no sólo en los juicios contra militares, sino también en las investigaciones contra la corrupción. Algunos dirán que esto sucede sólo porque coincide con los intereses y la agenda de Estados Unidos. Algunos creemos que los juicios contra los militares no se hubieran dado sin la fuerza, persistencia, resistencia y lucha de las víctimas, las organizaciones que las acompañan y de una sociedad que de manera unida y contundente exigió justicia. También fue crucial que quienes tenían el poder para tomar decisiones determinantes para cambiar el rumbo de la justicia, como Claudia Paz y Thelma Aldana, en la Fiscalía, y Carlos Castresana e Iván Velázquez, desde la CICIG, lo hicieron, asumieron con valentía e independencia la parte de historia que les tocaba jugar en su país, algo que hasta el momento no hemos visto en México desde el servicio público.
Ojalá en México en algún momento nos libremos del estado de simulación institucional que vivimos. Ojalá que la Procuraduría General de la República (PGR) pueda ser la institución independiente, autónoma, objetiva y científica que puede —de manera fiable, honesta y efectiva— investigar graves violaciones a los derechos humanos que puedan llegar a tribunales, también independientes.
Juzgar militares en México se ve lejano, pero se tiene que empezar por tener la voluntad política para llamar a declarar a un militar cuando se requiera y que no se utilice un lenguaje de impunidad bajo eufemismos como “abatimiento o desobediencia”.
Eso requerirá contar con una nueva Fiscalía General de la Nación realmente independiente y autónoma, con mecanismos de control efectivos.
La iniciativa de la Cámara de Diputados para transitar de la PGR a la Fiscalía General de la Nación no resuelve los problemas de fondo que se han ubicado en esta y otras instituciones de procuración de justicia. Es algo más que un cambio de nombre lo que necesita el país. Desde el enfoque de la corrupción, requeriremos tomarnos en serio que este es uno de los principales obstáculos que nos impiden avanzar como país y que requerimos un sistema acorde al problema, no la creación de una burocracia cómplice más.
Tal vez en algún momento terminemos con el “gatopardismo mexicano” y, como en Guatemala, nos animemos a dar los primeros pasos para ser una real democracia. Eso requiere la conjunción de muchas voluntades, requiere una sociedad que no deje de exigir justicia y un alto a la impunidad, requiere de un pueblo que luche por sus sueños, que luche por su democracia. Si Guatemala tardó 30 años, comencemos ya.