Phra Apichart Punnajanto, de 30 años, es el predicador principal del popular Templo de Mármol, en Bangkok. Intenta contener una sonrisa mientras explica cuán furioso se siente. El monje con cara de niño saca, uno a uno, varios documentos y los distribuye sobre la mesa. Junto a él, un amigo a quien ha dado el encargo de registrar la entrevista no deja de hacer fotos con un costoso smartphone.
Esto, dice Apichart, golpeteando un papel con un dedo, es una lista de 20 monjes asesinados y 24 lesionados, desde 2007, en el extremo sur de Tailandia. Desde 2004, una insurgencia ha asolado la región eminentemente malayo-musulmana, dejando un saldo de más de 6500 muertos. En su mayoría eran civiles musulmanes, pero esa disparidad estadística no le incomoda. La muerte de un solo monje, agrega Apichart, se considera un ataque religioso. “Antes me estresaba cuando los monjes morían y resultaban heridos”, dice. “Pero eso ya pasó; nada de estrés, sólo venganza. Por eso dije esas cosas sobre quemar mezquitas: porque quiero venganza”.
A fines del año pasado, Apichart convocó a sus seguidores en los medios sociales para que quemaran una mezquita por cada monje asesinado en el sur de Tailandia. De inmediato, el gobierno tailandés cerró su página de Facebook, pero la controversia sirvió para aumentar su popularidad. En los meses siguientes, otros miles se han sumado a su séquito en los medios sociales. La atención emociona a Apichart, quien describe su incursión en los medios sociales como un ejercicio “periodístico escrito con un discurso de odio”. Su página de Facebook está plagada de fotografías grotescas que presuntamente muestran budistas con las cabezas abiertas a machetazos, inmolados y baleados por insurgentes del sur. Muchas son de incidentes ocurridos hace años, muy publicitados por agencias noticiosas internacionales y locales, pero Apichart insiste en que es el único que publica esa información. Asegura que los periódicos tailandeses están conspirando para enterrar la “verdad”, y dice que obtiene sus fotos de un funcionario de inteligencia (aunque una búsqueda reverse-image rápida reveló que han estado circulando desde hace tiempo en páginas web antimusulmanas).
“Lo que quiero es que los budistas que siguen dormidos y pensando que las cosas son hermosas se den cuenta de lo que está pasando. Los musulmanes no sólo están tratando de invadir las tres provincias [del sur]; tratan de ocupar todo el país”, acusa Apichart.
Su ídolo es el incendiario monje U Wirathu, cuya retórica antimusulmana ayudó a desencadenar las revueltas de 2012 y 2013. Pero, a diferencia de Wirathu y su grupo de budistas extremistas (Ma Ba Tha), Apichart no tiene el respaldo del gobierno. Sin embargo, es evidente que el monje tailandés ha encontrado la vena del ultranacionalismo budista exacerbado en un ambiente de economía vacilante y descontento social, gestado después de dos años del golpe de Estado de 2014 que instaló la más reciente junta militar. “Hay un creciente sentimiento antimusulmán dentro de la sangha[comunidad monástica] budista de Tailandia”, dice Anthony Davis, analista de seguridad en IHS-Jane’s, radicado en Bangkok. “No se trata de un pequeño insecto molesto oculto bajo una roca. Esto se está volviendo una tendencia principal”.
Los monjes de Tailandia imitan cada vez más el ejemplo de sus análogos de Sri Lanka y Birmania, dos lugares donde el ultranacionalismo budista ha derivado en violencia antimusulmana. En febrero, budistas tailandeses organizaron una conferencia sobre “Crisis en el mundo budista”. Un monje esrilanqués habló de las amenazas futuras a la religión, mientras que el presidente de Ma Ba Tha dirigió una sesión sobre legislaciones para proteger el budismo, antes de recibir un premio por su liderazgo.
“Nos preocupa la invasión musulmana de Tailandia”, señala Banjob Bannaruji, profesor de la Universidad Budista Mahachulalongkornrajavidyalaya y director del Comité para Promover el Budismo como Religión del Estado. El año pasado, mientras el gobierno redactaba la Constitución más reciente de Tailandia, Banjob hizo resurgir un impulso, iniciado hace décadas, para incluir la religión en los estatutos. Insiste en que el budismo necesita protección. “Estamos muy amenazados por los musulmanes porque, en mi opinión, el islam es una religión muy peligrosa”, afirma.
Cerca de 94 por ciento de la población tailandesa es budista, y 4 por ciento es musulmana, pero como muchos de su clase, Banjob considera que hay una conspiración para diseminar el islam, la cual —afirma— incluye meter de contrabando en el país a rohinyás y bangladesíes. “¿Por qué? Porque quieren aumentar las cifras de musulmanes aquí”, explica (si bien decenas de musulmanes que huyen de Birmania y Bangladés han llegado a territorio tailandés, esto ha sido sólo porque fueron desviados y detenidos en campamentos por traficantes humanos que pretenden extorsionarlos por dinero, antes de venderlos como esclavos o permitirles continuar a Malasia).
En el extremo sur de Tailandia conocí a unos estudiantes que manifestaron temor por el discurso de Apichart. “Tenemos miedo de que estalle un conflicto religioso y budistas y musulmanes empiecen a matarse”, dice un estudiante de religión de la provincia de Pattani. Esa inquietud fue expresada también por los budistas. “Mucha gente dice ser budista, pero son personas terribles”, afirma Sulak Sivaraksa, erudito budista. Considera que Apichart “debe renunciar a su condición de monje. Debe renunciar al budismo. El mensaje de Buda es de no violencia, de bondad amorosa y compasión… Una vez que conviertes [el budismo] en un culto y lo llevas al nacionalismo, a la etnicidad, lo vuelves peligroso”.
Es alentador que el gobierno y algunos budistas hayan condenado los comentarios de Apichart, pero es patente que su veneno está extendiéndose. En Facebook, Twitter y Pantip —el foro más popular de Tailandia—, centenares de budistas se reúnen para debatir el “problema musulmán” del país. Una página de Facebook, cuyo nombre se traduce, más o menos, como “desenmascarar a los sinvergüenzas adversos y proteger las virtudes”, publica una gran variedad de propaganda antimusulmana y habla de graves amenazas para el destino de los budistas tailandeses, todo ello visto por casi 18 000 seguidores. Unas 4000 personas han hecho clic en “Me gusta” para la página Facebook “antiextremistas musulmanes en las tres provincias del sur”.
Apichart asegura que los budistas están devorando cada una de sus palabras. Cuando le pregunto cuál sería su siguiente paso, responde con frialdad, pero mi traductora tartamudea ligeramente al comunicarme el significado de sus palabras.
“El siguiente plan es preparar el combustible que meteré en la botella para producir una bomba incendiaria”, dice el monje. “No sólo la mía, sino la que harán los budistas de toda la nación. Para lanzarla en algún lugar; nadie sabe dónde. Sólo estoy esperando el momento en que muera un monje. Por ahora, sigo distribuyendo mi ideología en los medios sociales”.
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Con la colaboración de Rin Jirenuwat.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek