Hay quien erróneamente cree que la mercadotecnia deportiva inventó la NFL. Todo lo contrario.
La NFL forma parte del paisaje urbano de muchas ciudades mexicanas, basta con voltear en cualquier cruce del DF para descubrir la cantidad de jerseys, gorras o camisetas que pasean por las calles. Es una liga imperialista, a través de sus franquicias ha ido conquistando mercado, y es sin ninguna duda, la organización deportiva más poderosa del mundo.
Sin embargo, fuera de México este deporte apenas ha logrado identificación. Aun así, el Superbowl, ese domingo creado para el consumo, consigue meterse en más de 80 cadenas de televisión internacionales transmitiendo en vivo una parte de la cultura estadounidense. Aviones de la armada, fuegos artificiales, el himno norteamericano emotivamente interpretado, homenajes a los veteranos de guerra, las barras y las estrellas al viento custodiadas por US Marines, un espectáculo de música pop al medio tiempo con la estrella de moda y un bloque comercial donde las principales marcas son protagonistas, reúne todos los elementos para entender al estadounidense de a pie: fútbol, pizza, cerveza y televisión. God Bless America.
En México existe una gran tradición por el fútbol americano. Antes de los Dallas Cowboys o los Pittsburgh Steellers, equipos muy mexicanos, hubo un enorme desarrollo de este deporte en nuestro país, al grado de convertirse en el primer deporte estudiantil, y a la fecha el único, que ha logrado llenar estadios y convertirse en verdadera pasión nacional.
A los primeros campeonatos nacionales, en 1930, agrupados por estudiantes entre el Club Atlético Mexicano, el Centro Deportivo Internacional y el Club Deportivo Venustiano Carranza, continúa la verdadera expansión del fútbol americano con el equipo de Medicina de la Universidad que logra oficialmente el apoyo de la institución para representarla en el campeonato de Primera Fuerza. A partir de aquí, las dos principales casas de estudio, Universidad Nacional y Politécnico, forman una de las historias más conmovedoras y auténticas de cualquiera de nuestros deportes.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que por esas épocas, el balompié no superaba ni en pasión ni convocatoria al americano, como hemos dicho, el único y gran deporte estudiantil que ha existido en México.
Jorge Braniff, el Padre Lambert, Salvador Sapo Mendiola, Roberto Tapatío Méndez, los hermanos Uruchurtu, Manuel Rodero, Jacinto Licea, Manuel Neri y Diego García Miravete fundan, consolidan y desarrollan las bases para que el fútbol americano de México forme parte medular de nuestra cultura deportiva. Alrededor de los equipos de Politécnico y Universidad: Poli Guinda, Poli Blanco, Cóndores, Águilas Reales, y agrupados como selecciones, Pumas vs. Burros Blancos, se crea una enorme rivalidad que en algún momento incluso fue capaz de llegar al cine. Era la época dorada del deporte universitario: entre estudiantes, clásicos y rocanrol su popularidad fue arrasadora.
A la trayectoria de Poli y Pumas se suma en años más recientes un tercero, el Tecnológico de Monterrey. La institución privada consigue competir con su programa de desarrollo deportivo y es con el entrenador Frank González cuando logra un sitio privilegiado en la historia. A partir de González, su figura y personalidad, podemos entender lo que significa hoy en día un equipo estudiantil. Daba miedo entrar en su casillero, más que miedo era respeto porque en aquel lugar se fabricaban profesionales a mano, era un taller de personas. De estudios y deporte, una mezcla ganadora, están hechos los Borregos Salvajes, especie de mexicanos a los que vale la pena seguir.
El fútbol americano en México educa, está lleno de valores, tradiciones, pero, sobre todo, obligaciones. Conserva la garantía que viene con el boleto de la piedra filosofal: mente sana en cuerpo sano. A las instituciones que todavía confían en esta olvidada forma de hacer patria tendríamos que apoyar más. Su objetivo siempre es humano, a esos artesanos de ciudadanos como el entrenador Frank González la sociedad les debe un homenaje. Pocos símbolos representan mejor el espíritu sacrificado y valiente de una tierra como Monterrey que el casco de sus Borregos. El cuadro más ganador en la historia del deporte mexicano, una leyenda de vitrina y enciclopedia.
De Frank González y su método podrán decirse muchas cosas, la más importante, sin embargo, tiene que ver con la constante búsqueda de la excelencia, y eso, ya sabemos, incomoda, duele, porque la necia costumbre de ganar es algo que puede confundirse con ambición, una palabra que a veces se escribe al margen de la ley. Aquella gorra azul marino, pose de general carpeta bajo el brazo y un acento pocho, resumía el manual del éxito: trabajo, disciplina y lealtad. Frank González anunció su retiro después de 18 títulos, le falló el corazón, esas cosas que la naturaleza decide. En un país donde faltan maestros-entrenadores su filosofía debe ser aprovechada.
Pero la NFL es otra cosa. Por más que parezca el mismo deporte, no lo es. Nada se aleja más de todo este espíritu universitario que el Superbowl, la expresión más comercial y dantesca de este deporte, como en algún momento retrata a la perfección Oliver Stone en esa obra de arte llamada Un domingo cualquiera, como el que jugaran los Broncos de Denver y los Halcones Marinos de Seattle. Y es que no hay mejor estrategia de mercadotecnia en una liga que sus grandes juegos. Los primeros fines de semana del año, con los playoffs, la NFL fideliza como nadie a sus fanáticos, adhiere algunos más y convence a sus detractores. Hace cultura. Ahora es cuando nosotros, los villamelones del fútbol americano, entendemos la gran civilización que este deporte ha creado.
Hay quien erróneamente cree que la mercadotecnia deportiva inventó la NFL, todo lo contrario. Fue este inmenso deporte y su capacidad de sorprendernos el que desarrolló para el mundo las grandes estrategias que hoy vemos en todos lados. Así que aquí está la NFL, a la que el aficionado mexicano ha hecho parte de sus fines de semana. No puedo definir muy bien qué es lo que causa afición por uno u otro equipo en México. Si los nombres de los equipos, sus colores o cierta afinidad con alguna u otra ciudad. Siempre he creído que los mariscales de campo son el principal motivo para decidirse entre apoyar a una u otra franquicia. La posición del mariscal de campo es probablemente la única en todo el deporte profesional que produce identificación por encima de un equipo. En la década de 1970, cuando el fútbol americano de la NFL estalló en México, hubo quien se hizo vaquero por culpa de Roger Staubach, un All American Boy, y quien se hizo acerero por seguir a Terry Bradshaw, el hombre que vivía bajo la Cortina de Acero. Dos formas distintas de interpretar el juego.
De aquella rivalidad entre Dallas y Pittsburgh, Staubach y Bradshaw, surge el fenómeno del jugador franquicia, futbolistas que viven y mueren con el jersey puesto. Los brazos y liderazgo sobre el terreno de juego de un quarterback leyenda construyen dinastías, la afición en la NFL, distinto a lo que sucede en otros deportes, no se hereda, ni se aprende: se encuentra, es intransferible. San Francisco encontró la popularidad durante los años de Montana; Miami, a pesar de tantas desilusiones, tuvo en Dan Marino un poderoso imán de fanáticos. Sucedió lo mismo con los Broncos de John Elway, los Vaqueros de Aikman y los 49ers de Steve Young. Los mariscales de campo a través de la historia van reclutando afición por sí solos, su personalidad influye en el ánimo de las nuevas generaciones que buscan un equipo para saberse parte de una época.
El último gran fenómeno de masas, Tom Brady, ha hecho de los Patriotas de Nueva Inglaterra el equipo más popular en nuestros tiempos. Todavía hay quien discute si Peyton Manning, un llanero solitario con todos los méritos, supera las condiciones de Brady en el campo como quarterback. Al margen de anillos y números, la NFL es una liga muy sabia, los Patriotas cautivaron a una nueva generación, Tom Brady lanzó para la historia toda una franquicia, pero Peyton Manning, a partir del próximo domingo puede meterse para siempre en el corazón de millones de seguidores que con un nuevo Superbowl por televisión seguirán tropicalizando a Lombardi. Rodilla en tierra, señores: un aplauso para el fútbol americano en México.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo es periodista, escritor y director de operaciones de Publicidad y Clubes de Fútbol en CANAL+ España.