En algún momento, AIM dominó las comunicaciones digitales. Tenía 100 millones de usuarios en 2001, cuando toda la población de internet era de 140 millones. Eso significa que AIM era usado por 71 por ciento de las personas en línea. Actualmente, Facebook es utilizado por 2,000 millones de los 3,200 millones de personas en línea, es decir, 62.5 por ciento. Esa es la razón por la que la desaparición de AIM resulta tan interesante. Dirá adiós el 15 de diciembre, en una especie de eutanasia tecnológica realizada por su nueva empresa matriz, Verizon, a un producto que actualmente apenas tiene pulso. Alguien debería tocar la marcha fúnebre con los ramplones tonos musicales computarizados de la era del Pac-Man.
Es fácil sentir que las plataformas de comunicaciones de hoy, como Facebook, Google y Twitter, estarán con nosotros por siempre. Sin embargo, la desaparición de AIM nos obliga a confrontar la mortalidad de esos sistemas. La tecnología cambia. Nuestros hábitos se modifican. Migramos hacia algo nuevo, y una vieja plataforma comienza a lucir deprimente, como un club nocturno que alguna vez fue popular y al que ahora no va nadie, excepto algunos fieles andrajosos.
Hemos visto antes este proceso. Friendster fue reinventado en la forma de una plataforma social de juegos con sede en Malasia, la cual está “tomando un descanso”, como se lee en su sitio web. Sin embargo, nada tan importante como AIM ha sido completamente desactivado, y esto hace surgir preguntas sobre la comunicación en la era digital y sobre el legado que habrá de dejar, especialmente ahora que los estadounidenses tienen a un tuitero en jefe.
Cuando usamos las plataformas digitales, ¿qué es lo que debería desaparecer y qué debería ser preservado? Las respuestas podrían encontrarse en la diferencia entre la conversación y la correspondencia. Durante gran parte de la historia de la humanidad, la conversación ha sido efímera. El habla viaja a través del aire y se preserva únicamente en la memoria del receptor. Así es como nos hemos comunicado durante miles de años.
¿Pero se trata de una conversación si la escribes en un cuadro de chat? Evan Spiegel, cofundador de Snap, piensa que sí. Desde el comienzo, posicionó a Snapchat como conversación efímera. Cualquier cosa que sea enviada entre tú y tus amigos desaparece. Su objetivo no es ser almacenada o explorada en busca de datos publicitarios. “Para nosotros, es importante no resultar repulsivos”, dijo Spiegel una vez durante una entrevista, lo cual, en realidad, resulta un tanto raro al provenir del creador de una aplicación que originalmente se utilizó para enviar fotos de desnudos. Aun así, Snap está a favor de mantener las conversaciones en privado. Asimismo, AIM también actúa como si los chats fueran una conversación. Un usuario puede guardar una conversación activa en su computadora, pero AOL no mantiene los datos en sus servidores. Cuando AIM sea desactivada, no quedara nada. Quizá nunca sabremos si, en 2001, George W. Bush compartía chismes por AIM con Dick Cheney.
La correspondencia tiene una sensibilidad distinta. La palabra “correspondencia” solía designar a las cartas. Es más deliberada, tiene más propósito. Existe cierta expectativa de que será guardada, ya sea en el cajón de un escritorio, en una biblioteca pública o en un centro de datos. Facebook considera todo lo que escribimos como si fuera correspondencia. El texto se almacena y analiza. La inteligencia artificial de Facebook la utiliza para ayudar a los anunciantes a dirigir su publicidad. Esto es nuevo para la sociedad, y cada vez nos cuestionamos más si nos gusta o no.
La conversación, en comparación con la correspondencia, se vuelve muy importante cuando hablamos del presidente estadounidense. Cuando un presidente envía una correspondencia, esta recibe un tratamiento muy distinto al que tendría si se tratara de una conversación. La Ley de Registros Presidenciales de 1978, aprobada cuando al Congreso le preocupaba que el expresidente Richard Nixon pudiera destruir pruebas incriminatorias, establece estrictas reglas para guardar todo lo que un presidente escriba o cree mientras ocupe el puesto.
Si el próximo presidente de Estados Unidos sabe realmente cómo utilizar otras aplicaciones, además de Twitter, ¿qué se considerará una conversación efímera y qué será una correspondencia que deba ser preservada? Supongamos que un presidente le envía fotos al secretario de Estado en las que aparezca la primera ministra británica Theresa May con cara de conejo. Normalmente, las fotos desaparecerían. ¿Pero queremos ese material en nuestros archivos? Los legisladores deben establecerlo.
El gobierno también podría considerar si las grandes plataformas digitales establecidas en Estados Unidos son fundamentales para la seguridad nacional. Hasta el momento, AIM tiene únicamente alrededor de un millón de usuarios. Nadie lo va a extrañar más de lo que extrañamos las viejas máquinas de café o los teléfonos de disco. Pero pensemos en el caos que se desataría si los rusos o los chinos compraran una importante red social estadounidense. Quizás algún oligarca apoyado por el Estado ruso se apodere de Facebook después de que su valor de mercado se desplome debido a que finalmente nos hemos dado cuenta de que está arruinando el país. Imaginemos toda la porquería que el Kremlin podría desenterrar de entre los datos. Haría que una grabación de urofilia no pase de ser una simple curiosidad. Sin embargo, de manera más inmediata, es posible que China pudiera adquirir Twitter y amenazar con desactivar el servicio, quitándole a Trump su plataforma preferida. No es que Twitter resulte demasiado costoso para una toma hostil. Su valor es de 15,700 millones de dólares. La oferta de Broadcom por Qualcomm, el fabricante de chips, recientemente alcanzó los 105,000 millones.
Es un gran alivio pensar que, sin importar en lo que se conviertan nuestras redes sociales, las generaciones por venir podrán ver cómo trabaja una gran mente.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek