FERNANDO BRAGA llegó a la Universidad Vassar para su
orientación de primer año y, de inmediato, lo asaltaron las dudas. La mayoría
de sus nuevos condiscípulos eran jóvenes y vivían por su cuenta por primera
vez; pero Braga, de 34 años, tenía esposa e hija y vivía en una casa fuera del
campus.
También había estado en la guerra.
Braga sirvió en el ejército en la Operación Libertad Iraquí.
Después de regresar del exterior, trabajó en mantenimiento de trenes para la
Autoridad de Transporte Metropolitano en la Ciudad de Nueva York. Su
experiencia de vida y su edad lo diferenciaban de sus nuevos condiscípulos. Se
sentía como el personaje de Adam Sandler en Billy Madison, quien a los 27 años
debe repetir desde el primero hasta el duodécimo grado. “Yo pensaba: ‘¿Estoy
haciendo lo correcto?’” Los estudiantes que lo veían dejar a su hija en una
guardería pensaban que era un profesor.
Sus dificultades no eran únicas. Veteranos en otras escuelas
han hablado de cuán difícil puede ser encajar en la universidad, y un estudio
publicado en marzo en Journal of Postsecondary Education and Disability halló
que a causa de los problemas mentales que los veteranos podrían enfrentar tras
regresar del combate, tienen un mayor riesgo de abandonar la universidad así
como de mostrar menores logros académicos.
Afortunadamente para Braga, él tenía gente con antecedentes
similares para apoyarlo. Es uno de 11 veteranos militares de EE. UU. que se
matricularon en un programa especial en Vassar, una pequeña universidad de
humanidades en Poughkeepsie, Nueva York, en el otoño de 2013. A través de la
Fundación Posse, sin fines de lucro, Braga y sus compañeros veteranos
recibieron becas que suplementaban el financiamiento federal de educación. La
esperanza era que los veteranos hallaran el asistir juntos al colegio más
manejable que ir por su cuenta.
“Si tienes 27 años y has sido desplegado en Afganistán dos o
tres veces, o [en] Irak, regresas a casa, no necesariamente piensas que es la
mejor idea ir a Poughkeepsie al campus de Vassar con un montón de muchachos de
19 años”, dice Deborah Bial, presidenta y fundadora de la Fundación Posse.
“Pero si tienes otros nueve veteranos con quienes ir, ello cambia la ecuación”.
Braga y el primer grupo de veteranos en Vassar se graduaron
a finales de mayo, completándose así la primera ronda del programa. Hasta ahora,
los resultados son prometedores. Siete de los 11 estudiantes del grupo se
graduaron, y se espera que uno más termine. Tres abandonaron. Las cifras
nacionales del índice de veteranos graduados son imprecisas, pero un informe en
febrero de Veteranos Estudiantes de América, una coalición de grupos de
estudiantes-veteranos en universidades, halló que 53.6 por ciento de los
veteranos en la Ley de Reajuste de Militares (o GI Bill, como se la conoce)
quienes entraron a la universidad en 2009 se graduó al paso de seis años.
Para el primer grupo de Vassar, el índice es de 63.6 por
ciento, y éste podría aumentar si esa última persona se gradúa en 2019. Las
personas detrás del programa creen que el índice para grupos subsiguientes
podría alcanzar el 90 por ciento, lo cual sería una mejoría enorme sobre el
índice nacional. Como lo dice Ben Lotto, decano de estudios en Vassar: “Los
hombres y mujeres [en el programa] son inteligentes, y son duros, y están
determinados”.
UN EJÉRCITO DE 800,000
El presidente Franklin Delano Roosevelt firmó la GI Bill en
1944. Proveía beneficios a veteranos quienes regresaban de la Segunda Guerra
Mundial, incluidos costos de matriculación y viáticos para que pudieran asistir
a la escuela. “Esta ley”, dijo Roosevelt por entonces, “da una atención
empática a los hombres y mujeres en nuestras fuerzas armadas de que el pueblo
estadounidense no pretende abandonarlos”. Entre 1944 y 1956, 7.8 millones de
veteranos usaron esos beneficios para educación o capacitación laboral.
La GI Bill no recibió una revisión importante hasta hace
nueve años, cuando el presidente George W. Bush firmó una versión que aumentaba
los beneficios de educación. La nueva GI Bill, para la gente que había servido
desde el 11 de septiembre de 2001, cubría hasta 36 meses de matriculación y
cuotas (totales para los estudiantes residentes del estado, hasta 18,000
dólares por año para aquellos en instituciones privadas), un estipendio para
gastos comunes y dinero para libros de texto. Los veteranos también podían
transferir los beneficios a sus familiares (alrededor de 8 por ciento lo hace).
En el año fiscal 2015, casi 800,000 veteranos y sus familias
habían usado estos beneficios, según el Departamento de Asuntos de los
Veteranos (VA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. El programa tiene sus
críticos, pero el informe de Veteranos Estudiantes de América halló que “con la
ayuda de la GI Bill posterior al 11/9, los veteranos estudiantes están
obteniendo títulos universitarios comercializables que los prepararán para la
fuerza laboral civil”.
POCOS,
PERO ORGULLOSOS: Miembros del Programa Posse de Veteranos de 2014 en la
Universidad Vassar. A los expertos quienes siguen a los veteranos estudiantes
les preocupa que no muchos asistan a las principales instituciones del país. FOTO:
SAMUEL STUART/VASSAR COLLEGE
Una imagen clara de los estudiantes típicos de la GI Bill
surge de los reportes del VA. Poco más de la mitad son menores de 25 años, ya
que muchos buscan licenciaturas así como títulos técnicos, y además de estudios
generales, los principales campos de estudio son administración de empresas,
justicia penal, ciencia y enfermería.
Pero a los expertos que siguen a los veteranos estudiantes
les preocupa que muy pocos asistan a las principales instituciones del país.
Cuatro de las cinco escuelas que atraen a la mayoría de los veteranos de la GI
Bill ofrecen principal o solamente clases en línea (la Universidad de Phoenix,
Universidad Ashford, Universidad y Colegio de la Universidad de Maryland, y el
Sistema Público Americano de Universidades), y la otra escuela, Universidad
Liberty, tiene una clasificación tan baja en U.S. News & World Report que
el medio no publica la cifra. Estas cinco escuelas tienen en conjunto 65,771
estudiantes usando los beneficios.
Muchos menos veteranos asisten a las escuelas más
destacadas. “La cantidad de veteranos en instituciones de elite, francamente,
consterne”, dice Lotto, el decano de Vassar, quien también orienta a
estudiantes de Posse. En el año escolar 2016-17, Yale tenía a 11 veteranos
pasantes, Harvard tenía tres, Williams tenía tres, Wellesley tenía dos y
Princeton tenía uno. El otoño pasado, según un análisis de Wick Sloane, de
Inside Higher Ed, Swarthmore y Oberlin no tenían uno. Sloane halló que de las
universidades que él sondeó, solo 645 de los aproximadamente 160,000 pasantes
eran veteranos, o 0.4 por ciento. En comparación, una sola universidad
comunitaria, donde Sloane trabaja, tenía más de 400.
Algunas escuelas tienen cifras más impresionantes. La
Universidad Columbia, la cual inaugurará un Centro de Transición e Integración
de Veteranos el próximo año escolar para ayudar a sus veteranos estudiantes a
pasar del servicio activo a la universidad y más allá, tenía 466 veteranos en
su Escuela de Estudios Generales, Georgetown tenía 72 (además de nueve miembros
en servicio activo) y Stanford tenía 21.
Tener incluso unas pocas docenas de veteranos en el campus
“definitivamente no [es] suficiente”, dice Peter Kiernan, recién graduado de
Columbia y quien sirvió con el Cuerpo de Marines e inició el Consejo de
Veteranos de la Liga Ivy, una organización que quiere mejorar las cantidades de
veteranos en las principales escuelas. “Estas escuelas sí reclutan para todo
tipo de programas atléticos. Es claro que cumplen con cierto perfil cuando se
trata de trasfondo racial y trasfondo económico”, dice él. “En realidad, no hay
razón por la cual una escuela no pueda colocar el mismo tipo de recursos y
comprometerlos a reclutar veteranos talentosos quienes están más que
calificados para asistir a su escuela”.
“SOLO NECESITABA DESAHOGARME”
Desde 1989, la Fundación Posse ha enviado grupos de
estudiantes “no tradicionales” a la universidad “para que puedan apoyarse
mutuamente”, dice Bial, quien dio el discurso inaugural en la ceremonia de
graduación de Vassar en mayo. La fundación desde entonces ha enviado a más de
7,700 estudiantes a la universidad con más de 1,000 millones de dólares en
becas.
Pero no fue sino hasta alrededor de 2012 que la fundación
empezó a pensar en los veteranos como estudiantes “no tradicionales”. Catharine
Bond Hill, entonces rectora de Vassar, llamó a Bial e hizo la sugerencia.
“Normalmente rechazamos las ideas”, dice Bial, “pero esto me pareció que era
inteligente y sería una buena aplicación del modelo”.
Tener un programa semejante tenía sentido en Vassar, según
Lotto. Un cervecero llamado Matthew Vassar fundó la escuela para mujeres en
1861, en un momento cuando ellas conformaban solo 21 por ciento de los
estudiantes universitarios en EE. UU. “Vassar es un lugar que fue fundado con
la idea de abrir la educación a grupos a los que tradicionalmente no se les
daba educación”, dice Lotto. “Ese espíritu permanece hoy día”.
La primera ronda de veteranos empezó en Vassar en el otoño
de 2013. La transición a la vida en el campus no fue fácil para todos ellos,
incluso para quienes habían estado fuera del servicio activo por años. Además
de la diferencia de edades, Braga, alumno de estudios internacionales, se
sentía diferente de los otros estudiantes a causa de sus antecedentes
académicos. Él dice que batalló para tener buenas calificaciones en la
preparatoria, lo cual posiblemente no era la situación de la mayoría de los
estudiantes de Vassar, donde el índice de aceptación para su clase era de 24.1
por ciento, y casi la mitad de los admitidos estaba en el 5 por ciento superior
de sus clases de preparatoria.
Sus remordimientos no cesaron sino hasta la mitad de su
segundo año, cuando empezó a hacer amigos fuera de su grupo de veteranos. Pero
él dependía de su tiempo con otros estudiantes de Posse, lo cual a menudo
involucraba beber bourbon, para superar los retos. “Los momentos que compartí
con miembros de Posse evitaron el choque cultural”, dice él. “Se hacía
apabullante, y yo solo necesitaba desahogarme”.
Martha Pita, de 25 años, apenas tenía poco más de ocho meses
de haber terminado su último despliegue en el exterior con la armada cuando
llegó a Vassar en 2016 en un grupo subsiguiente de veteranos. Ella pronto halló
desafiante el ritmo más lento de la vida en el campus. “En las fuerzas
militares”, dice ella, “siempre estaba extremadamente ocupada… En cierta forma
te vuelves adicta al ajetreo, a correr por todas partes”. Ella también halló
sorprendente cuán indulgentes son los profesores cuando se trata de entregar
tarde los deberes. En las fuerzas militares, sus fechas de entrega involucraban
informar a los comandantes, dice ella. “Aquí, es como: ‘Bueno, tenemos un
[periodo de} gracia’.”
No todos los veteranos de Vassar enfrentaron este tipo de
retos. Patrick Hood, de 29 años, quien se unió al primer grupo de Posse con
Braga, había dejado el ejército en 2010 después de participar en la Operación
Libertad Duradera, en Afganistán. Él dice que el hecho de haber vivido en los
dormitorios de Vassar y unirse al equipo de lacrosse lo ayudó a hacer amigos.
“Definitivamente, por lo general soy una persona muy extrovertida, por lo que
no tuve problemas para hablar con la gente y llegar a conocer gente”, dice él.
Se negó a pensar en sus condiscípulos no veteranos como inmaduros, incluso si
eran más jóvenes y tenían menos experiencias de vida. “Pienso que la población
de Vassar sí tiene mucho que ofrecer intelectualmente y en términos de
amistad”, dice él, “por lo que en realidad nunca los vi como si fueran tan
diferentes a mí”.
Los campus universitarios estadounidenses enfrentan marcadas
divisiones políticas, con algunos estudiantes de izquierda cerrando
conferencias de oradores conservadores y algunos de derecha criticando a los
estudiantes izquierdistas como “quisquillosos”. Pero los veteranos en Vassar,
que The Princeton Review calificó como la tercera escuela más políticamente
activa en la nación, y cuyos estudiantes típicamente son liberales, dicen que
enfrentaron poca o nula oposición por sus pasados militares. “Definitivamente
tengo amigos que están contra la guerra, pero nadie se ha acercado a mí que
estuviera en contra de mi participación en la guerra”, dice Braga, añadiendo
que él hablaría de su experiencia en clase antes de que cualquiera pudiera
“sacarse cosas del culo”.
Hood, estudiante de ciencia, tecnología y sociedad, hizo un
esfuerzo similar para enfrentar los prejuicios, en especial en una clase que
tomó llamada Las Fuerzas Militares Estadounidenses en Casa y el Exterior. “La
gente solo empezaba a asumir cosas”, dice él. “Tienes que desafiar esas
narrativas, tal como desafiarías cualesquiera otras narrativas dañinas sobre
cualesquiera otros grupos minoritarios en el campus”.
Pita, quien planea graduarse a la par en ciencias políticas
y estudios latinoamericanos, dice que ella apoyó a Bernie Sanders para
presidente y ha retado a sus condiscípulos que asumen que es políticamente
conservadora. Ella recuerda que alguien en la clase una vez dijo: “Simplemente
no sé cómo estas personas pueden ir y matar a esas otras personas inocentes”
usando drones. “Fue una discusión enorme”, dice Pita. “La gente aquí se queja
de que otra gente mete a otros en una caja y asume cosas. Tienen que dejar de
hacerlo ellos mismos”.
Los veteranos no siempre quieren sobresalir. Pita dice que a
veces es renuente a hablar en clase sobre su tiempo en la armada, en especial
cuando se trata de su experiencia como mujer. “A veces es un poco doloroso
recordar algunas de las cosas que me dijeron o las cosas que sucedieron allá
afuera”, dice ella. Ella tampoco quiere que su presencia en el salón de clases
sea un constante momento aleccionador para los no veteranos. Cuando ella está
junto con otros veteranos, dice ella, “nos desahogamos de cuán difícil es a
veces mezclarse”.
Desde que esos veteranos llegaron por primera vez a Vassar
en 2013, la escuela ha establecido otras tres “cuadrillas” de veteranos, con
una cuarta en puerta, y la fundación ha introducido programas similares en
Wesleyan y Dartmouth. Espera llevar veteranos a otras 10 o 12 universidades en
los próximos años.
Los veteranos en ese primer grupo de Vassar han dejado el
campus idílico y están entrando o reentrando en la fuerza laboral. A finales de
mayo, cuando Braga aceptó su diploma ante cientos de condiscípulos y miles de
invitados, él probablemente pensaba en los veteranos quienes le ayudaron a llegar
allí, casi una década después de dejar el ejército. Si no hubiera sido por
ellos, dice él, “habría renunciado”.
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Publicado
en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek