UNA ESPANTOSA taza de té en un avión y el protagonismo de Donald Trump terminaron en el surgimiento, en mayo, de una agrupación que lleva el absurdo nombre de All Turtles, la cual podría replantear el concepto de las empresas emergentes (startups) tecnológicas en el mundo.
La historia de All Turtles comenzó con Phil Libin, quien fuera presidente de la compañía de apps Evernote y, últimamente, ha sido socio en la empresa de capital de riesgo, General Catalyst, de Silicon Valley. El otoño pasado, Libin abordó un vuelo JetBlue de Boston a San Francisco y, cuando el avión se estabilizó, pidió una taza de té. Libin dejó la bolsa de té en el agua caliente y se distrajo unos diez minutos. Para entonces, el té se había remojado demasiado y se le presentó el problema típico de qué hacer con una bolsa de té empapada, estando atrapado en un asiento de avión. “Me puse a pensar que el té es una experiencia muy mierda”, dice Libin a Newsweek, usando el tipo de lenguaje que hace que gente como él cuestione: ¿cómo puedo trastornar el té?
La mente de Libin se puso a discurrir en la manera de arreglar la forma como se ha servido esa bebida desde 1904, tras la invención de la bolsa de té. Crearía una malla diseñada para sellarse después de remojarla durante cierto tiempo, de manera que se interrumpiera la infusión del té; y ataría la bolsita a un agitador que podría permanecer en la taza. Libin concluyó que, para fabricar y comercializar semejante cosa, harían falta unos veinte pasos, incluidos solicitar las patentes, trabajar con una compañía para desarrollar la malla, construir prototipos, conseguir financiación con capitalistas de riesgo, y crear toda una empresa para implementar la idea.
Libin no buscaba trastornar el negocio del té, pero se dio cuenta de que los numerosos pasos para conseguirlo serían como un muro de treinta metros para cualquiera que no tuviera su experiencia y sus conexiones. Y eso condujo a una revelación. “¿Cuántas ideas como esta existen en el mundo?”, pregunta. “Hay montones de personas calificadas que saben cómo solucionar un problema, pero el mundo no está estructurado para ayudarlas a crear estas cosas. ¿Por qué no desarrollar una estructura para eso?”.
Más o menos al mismo tiempo, la campaña de Trump estaba haciendo imposible ignorar la profunda división de Estados Unidos. Silicon Valley producía compañías de miles de millones de dólares y desarrollaba cosas que transformaban la vida, como vehículos de autoconducción y realidad virtual. Pero grandes segmentos de la población se sentían relegados e incapaces de participar. Un nuevo estudio de GoodCall determinó que 90 por ciento de todos los fundadores de empresas tecnológicas multimillonarias estudió en apenas 3 por ciento de las universidades estadounidenses; aunque, de hecho, casi todos los fundadores asistieron a Stanford o Harvard.
“Si eres varón, blanco o surasiático, tienes entre 22 y 27 años, un título en ciencias computacionales de Stanford y vives a 80 kilómetros de Silicon Valley, hay muy buenas posibilidades de que ingreses en el ecosistema de las startups de tecnología”, asegura Libin. “Pero, por cada una de esas cosas que no seas, tus probabilidades disminuyen en un factor de dos; tal vez hasta diez”. Allí va el moderno sueño estadounidense de la mayor parte de Estados Unidos.
Otros en la industria de la tecnología se han dado cuenta de que la oportunidad tiene que distribuirse entre más gente y en más lugares. Steve Case, fundador de AOL, lanzó la campaña “Rise of the Rest” para promover nuevas empresas emergentes en ciudades como Memphis y Buffalo. Ro Khanna, congresista demócrata considerado “embajador de Silicon Valley”, ha hablado sin rodeos sobre la creación de ecosistemas tecnológicos en lugares como Appalachia. Con todo, ha sido difícil convertir un lugar que no sea Silicon Valley en un criadero de empresas de tecnología; ni siquiera con intentos de reproducir el aura de Silicon Valley adoptando nombres como Silicon Alley, Silicon Roundabout ¡o hasta Silicon Cow Pasture!
Libin reflexionó en esto y concluyó que, tal vez, el problema era el concepto mismo de empresa. Obligar al inventor a crear una compañía es como forzar a un novelista a fundar una editorial. Con las plataformas tecnológicas actuales, debía haber opciones más adecuadas. Los empresarios pueden usar sus tarjetas de crédito para alquilar espacio de cómputo en la nube con Amazon Web Services (AWS) o rentar una oficina instantánea en WeWork. Así que Libin pensó: quizás alguien con una buena idea podría alquilar una empresa para ponerse en marcha.
Con esto terminó Libin. Dice que All Turtles es como un estudio, algo parecido a la forma como Netflix opera un estudio, con capacidad para manejar toda la producción y distribución de un espectáculo, y dejar que el “talento” —escritores, directores, actores— se concentre en crear productos. Si alguien tiene una idea genial para un producto de tecnología, puede enviarla a All Turtles. Si la propuesta es aceptada, All Turtles se encarga de todo lo que normalmente supone la fundación de una empresa. El innovador solo tiene que concentrarse en dar vida a su idea genial. All Turtles proporciona el espacio de trabajo físico, y fomenta la interacción y un sentimiento de comunidad entre sus miembros.
En cuanto a recompensa, el innovador recibe acciones de “su empresa”, digamos que una participación en el fondo de proyectos de All Turtles. “Llamémoslo una sociedad de investigación”, dice Libin, quien espera que, una vez que un miembro consiga llevar un producto al mercado, esa persona permanecerá en All Turtles y comenzará otro proyecto. Libin señala que, solo porque inventaste algo, no tienes que permanecer atado durante años a una compañía que fundaste para tu invento. Esto libera a los innovadores para que prosperen y sigan inventando.
En ese sentido, All Turtles es una meta-empresa, y todos sus miembros son contribuyentes empresariales independientes y autoadministrados, con la libertad de recaudar dinero, consentir a sus inversores, lidiar con asuntos jurídicos o determinar el tipo de ensalada que quieren en el menú del almuerzo.
El propósito último es llevar estos outlets All Turtles a todo el mundo para captar las ideas que Silicon Valley pasaría por alto porque los inventores no son varones blancos graduados de Stanford; y ayudar a transformar las economías de lugares como Memphis y Buffalo. De acuerdo, una de las tres primeras All Turtles se abrió en San Francisco, lo cual desmiente su propósito. Y las otras dos están en Tokio y París. Pero Libin pretende lanzar sus outlets en muchísimas ciudades, conectándolos en una red global All Turtles que residirá en la nube.
Más allá de trastornar el té, Libin persigue un premio gordo. “Creemos que podemos transformar el concepto de empresa”.
¿Y el nombre? Deriva de la expresión “tortugas hasta abajo”, el concepto arcaico de que el mundo es plano y se apoya en el caparazón de una tortuga gigante. Pero ¿en qué se sustenta la tortuga gigante? En otra tortuga. De hecho, hay tortugas hasta abajo. Del mismo modo, All Turtles supone ser una plataforma para ideas nuevas que descansa sobre plataformas de nube como AWS, que a su vez se sustenta en plataformas como internet, que a su vez se apoya en ruteadores y fibra óptica… y así, sucesivamente. Son plataformas hasta abajo.
Puede parecer un poco fantasioso, pero, al menos, por una vez, el concepto no pone a Silicon Valley en el centro del universo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek