A pesar de algunas salidas en falso, Estados Unidos podría lograr un acuerdo para detener la producción de armas nucleares de Corea del Norte, pero solo si no malinterpreta las señales.
Después de su más reciente viaje a Pionyang en julio, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, sabía que los esfuerzos de Washington para desmantelar el programa nuclear de Corea del Norte se tambaleaban. Kim Jong Un desairó a Pompeo en el viaje al visitar una granja de papas en lugar de reunirse con él. Justo un mes después, el presidente estadounidense Donald Trump canceló la siguiente visita de Pompeo. “Percibo que no estamos logrando suficientes avances”, dijo. El brillo de la cumbre histórica de Trump con el líder norcoreano en Singapur se desvaneció en tan solo dos meses y los críticos de la política exterior del presidente estaban locos de contentos: la diplomacia de “golpes mediáticos” había fracasado.
Ahora parece que esa evaluación fue prematura. A principios de septiembre, Kim Jong Un le envió una carta a Trump desde la zona desmilitarizada que marca la frontera entre Corea del Norte y su vecino del sur en la península coreana. La Casa Blanca no ha divulgado el contenido de la nota, pero los surcoreanos, que se reunieron con Kim antes de su propia cumbre en Pionyang, realizada el 18 de septiembre, dejaron entrever el contenido del mensaje en una declaración reciente. Kim, declaró un enviado especial surcoreano, tiene una “confianza inquebrantable” en Trump y desea lograr la desnuclearización de la Península de Corea “antes de que Trump finalice su primer periodo de gobierno”.
No es de sorprender que los halagos hayan funcionado. “Kim Jong Un de Corea del Norte proclama su ‘fe inquebrantable en el presidente Trump’. Gracias al Presidente Kim”, tuiteó Trump. “¡Juntos lo lograremos!”. Ahora, el gobierno afirma que considera la posibilidad de realizar los preparativos para otra reunión entre Trump y Kim. Dicha cumbre, de acuerdo con un asesor de la Casa Blanca no autorizado para hablar públicamente, podría ser la mejor manera de evitar que las relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte regresen a la hostilidad de “fuego y furia” que tenían en 2017. ¿Acaso Corea del Norte avanzará realmente hacia la desnuclearización, como sugirió Kim de acuerdo con los surcoreanos? ¿O bien, Estados Unidos está siendo engañado?
No es ningún secreto cuál es la postura de John Bolton, el asesor de seguridad nacional de Trump. Él piensa que los pasos que ha dado Pionyang hasta la fecha (el parcial desmantelamiento de un sitio de pruebas nucleares y la suspensión de las pruebas con misiles) son puramente cosméticos, y no desea que Estados Unidos relaje las sanciones hasta que Corea del Norte realice acciones mucho más serias para desmantelar su capacidad nuclear. También desea que Estados Unidos presione nuevamente a China y a Rusia para que restablezcan sus sanciones contra Corea del Norte; ambas naciones las levantaron después de la cumbre de junio.
Sin embargo, fuentes surcoreanas dentro y fuera del gobierno piensan que el gobierno de Trump se arriesga a malinterpretar gravemente los intentos de acercamiento de Corea del Norte. Por ello, Seúl trata de mantener vivo lo que un funcionario de Relaciones Exteriores de ese país denomina “el espíritu de Singapur”. Y varios funcionarios surcoreanos piensan que lograron esto último durante una cumbre de tres días en Pionyang entre el presidente Moon Jae-in y Kim, la cual dio inició el 18 de septiembre. Kim acordó cerrar una planta que elabora material fisible para construir armas nucleares si Washington hace sus propias concesiones, aún no especificadas. (Funcionarios surcoreanos declinaron decir cuáles eran esas concesiones antes de informar a Trump.) También acordó permitir que inspectores exteriores supervisen el desmantelamiento de un sitio de lanzamiento de cohetes. “¡Muy emocionante!”, tuiteó Trump, aun cuando Estados Unidos piensa que existen otras instalaciones de enriquecimiento de uranio en Corea del Norte, las cuales no han sido declaradas aún por Pionyang.
En suma, la cumbre alentó a quienes piensan que Kim está listo para llegar a un acuerdo. Entre ellas: el más importante desertor norcoreano, miembro de alto nivel del partido gobernante cuya familia fue muy cercana al clan Kim en Pionyang. En su primera entrevista con un medio occidental (el gobierno surcoreano no desea que su identidad sea revelada por motivos de seguridad), declaró a Newsweek que Kim desea cumplir dos objetivos: garantizar “la seguridad del régimen” para el gobierno norcoreano y poner a su nación en marcha hacia “la prosperidad económica nacional”, del tipo que las naciones del este de Asia, como Corea del Sur, Japón y Taiwán, lograron en la segunda mitad del siglo XX. Kim, señala el desertor, “quiere lograr un gran acuerdo con Trump”, en el que Estados Unidos firme un tratado que ponga fin de manera formal a la Guerra de Corea y normalice las relaciones con Pionyang a cambio de una completa “desnuclearización”.
A través de los acuerdos que ha alcanzado hasta ahora con Kim, el gobierno de Moon coincide con esta evaluación. Aunque tiene una inclinación izquierdista y es percibido como “blando” en relación con Corea del Norte en el prisma de la política surcoreana, el gobierno de Moon no es ingenuo. Piensa que es posible lograr un acuerdo, siempre que el gobierno de Trump comprenda que debe haberlo. Es decir, que Estados Unidos debe dejar de insistir, en público y en privado, que Corea del Norte debe renunciar en forma irreversible a sus armas nucleares antes de que pueda ocurrir cualquier otra cosa.
Pionyang piensa que “el fin de la declaración de guerra es un punto de apoyo, el primer paso del proceso de desnuclearización”, afirma Cheong Seong-chang, vicepresidente de planificación de investigación del Instituto Sejong, un grupo de analistas de Seúl, y asesor ocasional del gobierno de Moon. “[La desnuclearización] sin medidas de seguridad equivaldría a estar desnudos en la mesa de negociación con Estados Unidos”.
Esta es una carga pesada desde el punto de vista diplomático. Significa que ambas partes deben llegar a un acuerdo en lo que denominan secuenciación, es decir, quién será el primero en hacer qué cosa y cuándo la hará. Cualquier tratado de paz formal debe incluir a China, que perdió decenas de miles de soldados en la Guerra de Corea. A los escépticos del proceso dentro y fuera del gobierno de Trump les preocupa que Pekín y Pionyang puedan insistir en que cualquier tratado formal y una normalización de las relaciones signifiquen que Estados Unidos debe retirar de Corea del Sur a sus 28,000 soldados.
Para Washington, eso acabaría con el acuerdo. Sin embargo, Corea del Sur no cree necesariamente que Kim insistirá en ello. Chung Eun-yong, el enviado surcoreano, señala que el líder norcoreano abordó el tema en su reunión del pasado 5 de septiembre: “Una declaración [formal] del fin de la guerra no tiene nada que ver con el debilitamiento de la alianza entre Estados Unidos y Corea del Sur ni con el retiro de soldados, ¿no es así?”, dijo, citando a Kim. En otras palabras, los soldados no tienen que retirarse necesariamente.
Un diplomático surcoreano de alto nivel afirma que Seúl comprende el nerviosismo que rodea en Washington a casi todo lo que Trump hace, que sería “mucho más fácil” volver a la política de contención y disuasión con respecto a Corea del Norte, en lugar de tratar de alcanzar “un gran acuerdo”. Los funcionarios de ese país saben cuál es el consenso en Washington con respecto a Kim: al igual que su padre, simplemente está ganando tiempo y espera obtener algún beneficio económico mientras finge negociar.
Seúl cuenta con que esa opinión sea errónea. Y presiona a Trump para que haga lo que, según él, hace mejor: llegar a un acuerdo.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek