¡Hagamos Historia! La Historia es «la maestra de la vida» (Voltaire). Nos explica lo que sucede hoy, porque ya sucedió antes. Según Platón, los tiranos carecen de autocontrol y se consumen dominados por sus apetitos, lo que desemboca en un gobierno opresivo y despótico. Como Dionisio I y Agatocles, ambos de Siracusa, así nuestros tiranos contemporáneos. En el Libro IX de «La República», Platón describe al tirano como un esclavo de sus temores y deseos, lo que lo empuja a buscar más poder y control para satisfacer sus impulsos. Ahí también argumenta que la tiranía conduce a la inestabilidad y la disolución social. El gobierno del tirano se caracteriza por la ausencia de ley, lo que invariablemente conduce al caos y al colapso de la sociedad. Como en Corinto o Mileto, así en Acapulco, Celaya, Tijuana, Irapuato o Ensenada.
Para Aristóteles, la tiranía es una forma de gobierno pervertida, porque un individuo ejerce un poder absoluto y arbitrario. Es intrínsecamente inestable porque se cimienta en el miedo y la coerción. Ello siempre resulta en rebeliones populares o conspiraciones internas… como en Iguala, o en la Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal, respectivamente. En «La Política», argumenta que el tirano abusa del poder y busca su interés propio. Como Pisístrato o Nerón, así nuestros tiranos tropicales. El filósofo sentencia: «Es preferible pues […] que gobierne la ley antes que uno sólo de los ciudadanos; y aún en el caso de que fuera mejor el gobierno de algunos, habría que constituir a éstos en guardianes de la ley y subordinados a ellas.» (1287A). Afirma, en el mismo pasaje: «la ley es, por tanto, la razón sin apetito». Los griegos clásicos conocieron al «apetito sin razón». Lo nombraron intemperancia. Es el vicio público que consiste en actuar de forma desmedida y despreciando las consecuencias… como en la zona maya.
Por su parte, en «De Re Publica», Cicerón califica a la tiranía como la peor forma de gobierno y la desacredita por ser opresiva. Entendió y defendió a la República como fundamento de una sociedad justa y próspera, donde los ciudadanos son gobernados en razón de la ley y el bien común. En una anécdota recogida por Plutarco en dos obras, «Vida de César» (734E) y «Vida de Cicerón» (881D), este último dice a César: «Restauraste las estatuas de Pompeyo [en el Senado], y consolidaste las tuyas». Exaltó así el momentáneo talante republicano de César, que a la postre resultó falso. Como Napoleón o López de Santa Anna, así nuestros tiranos latinoamericanos.
Pompeyo, en efecto, fue general y cónsul único durante la decadencia de la República romana. La personalidad intemperante de César, insoluble frente a la división del poder, provocó que el Senado le ordenase desbandar su ejército y regresar a Roma para enfrentar cargos de traición. Pompeyo, alineado con el Senado, se convirtió en el líder de la facción senatorial conocida como los «optimates», que se opusieron a las pretensiones autoritarias de los autonombrados «populares». Estalló la Guerra Civil. Pompeyo evitó el enfrentamiento al principio. Empero, en la Batalla de Farsalia en 48 a.C., fue derrotado por las fuerzas «populares». Huyó a Egipto en busca de refugio. Ahí, fue asesinado por orden del faraón Ptolomeo XIII quien pretendió ganarse el favor de César, un tirano en gestación.
La fracción II del artículo 76 constitucional, estipula que son facultades exclusivas del Senado, ratificar los nombramientos que el presidente de la República haga de «… los titulares de los ramos de Defensa Nacional y Marina… y coroneles y demás jefes superiores del Ejército, Armada y Fuerza Aérea Nacionales…». Todos ellos, juraron lealtad a la República definida en nuestra constitución. Así se han mantenido invariablemente desde el 5 de febrero de 1917, toda una rareza en Latinoamérica. En marzo del año 44 a.C., precisamente en el «Teatro de Pompeyo», el defensor de la República Marco Junio Bruto, susurró a César apuñalado: «Así [terminan] todos los tiranos». ¿Correrá nuestra República la misma suerte que la romana en su propia «batalla de Farsalia»? ¿Surgirá un emulo de Belisario Domínguez si la República lo demanda? N