Me disculpo por el lenguaje no incluyente del título de esta columna, ese tema será para otra controvertida ocasión; Valentina, mi hija, me enseñó desde que era muy pequeña, tal vez desde antes de tener plena conciencia del alcance del lenguaje, que se sentía excluida cuando nos referíamos en sentido masculino a la pluralidad de personas que ocupaban su espacio: su salón de kínder. Por ello, el título de hoy debió haber sido: por el bien de todas las personas, primero la niñez. Sin embargo, lectores, me cacharon bien (lo sé) el sentido de lo que hoy quiero platicarles.
Soy sincero, me tardé varios minutos para saber cómo empezar. Pero deduje que por más burdo y obvio que parezca, intentaré iniciar definiendo ¿quién es la niñez? Son personas, ante todo, personas que tienen un tamaño más pequeño que los adultos; personas que tienen identidad, opinión, dignidad, que son titulares de derechos. Pero son algo que yo pudiera definir, como algo más que lo divino. Ninguna otra persona podrá superar la luz, el amor, lo todopoderoso de una mirada de las niñas y los niños. Cuando estúpidamente osé levantarle la voz a Valentina y Emiliano, automáticamente me flechó esa mirada que me hizo sentir en ese momento, tan menos persona, tan menos humano, como si fuera un animal. Es para el que escribe pues, la niñez, lo primero y lo más importante.
Existe un nuestro país y en nuestro estado, uno de los constructos normativos más progresistas y complejos del mundo; desde un tratado internacional vinculante en la materia, hasta lo que UNICEF ha reconocido como una de las normas más protectoras de derechos sobre el tema; la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. Es decir, en letra, el escenario más ideal para que la niñez alcance el cumplimiento de los principios rectores de la Declaración de los Derechos del Niño: la libre discriminación, la progresiva autonomía, supervivencia y desarrollo, su interés superior y su plena participación.Además de la garantía real de sus derechos como personas titulares de los mismos.
No obstante, vamos a lo fuerte, a lo real: México es uno de los tres países que más produce y distribuye pornografía infantil en el mundo. Baja California encabeza las llamadas al 911 por algún tipo de agresión familiar a la niñez. En nuestro estado, han asesinado a más de 350 niñas, niños y adolescentes en los últimos 5 años, el 70% de los abusadores sexuales de la niñez formaban parte de su núcleo familiar. Las desapariciones, el abuso sexual infantil, la tortura, el uso de drogas, el reclutamiento para los cárteles y la trata de personas, hoy forman parte real de un riesgo verdadero de las infancias y adolescencias en México. Esa es la realidad, una realidad dolorosa que como les platiqué, sería columna vertebral de mis letras.
¿Qué se debe hacer entonces, para revertir esa realidad? ¿qué hacemos para acotar la brecha entre lo que dicen las leyes y lo que verdaderamente viven la niñez y la adolescencia? Como Ombudsman de Baja California, tuve la oportunidad de impulsar una agenda prioritaria sobre este tema, tanto en el estado como a nivel nacional. Producto de investigaciones históricas que acreditaron a más de 25 niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual que se tradujeron a una justicia efectiva poniendo tras las rejas a los abusadores; impulsando un diagnóstico nacional sobre la violencia que viven, para que el sistema de derechos humanos en México genere una propuesta innovadora; y, sobre todo, iniciando un litigio estratégico sin precedentes ante las Naciones Unidas, que provoque un llamado de atención efectivo a México y el impulso de una política pública emergente y prioritaria en el país sobre este fenómeno doloroso.
Más allá de ello, y también como lo avisé en la columna anterior; este espacio no solo es para evidenciar una realidad y hacer una critica que motive una sacudida de conciencia, sino también, poner sobre la mesa desde mi cosmovisión cuáles son las soluciones a esta problemática.
Primero, el reconocimiento de la problemática como parte del discurso público. Es decir, que se hable con la verdad sobre las realidades que viven la niñez y la adolescencia en Baja California, esto permitirá que todo el entramado institucional de los poderes y ordenes de gobierno, comprendan que esta es una agenda prioritaria en la entidad. Segundo, destinar recursos suficientes; sencillo, programas, acciones y políticas publicas a las que no se destinan recursos suficientes y en algunas ocasiones extraordinarios, no pueden ser llamadas acciones integrales ni soluciones verdaderas. Tercero, la revisión y el fortalecimiento de los sistemas de protección existentes; tanto del sistema de gobernanza, es decir, de los sistemas de protección integral a niñas, niños y adolescentes donde se comparte una corresponsabilidad institucional, hasta (principalmente) los sistemas DIF estatal y municipales y con mayor énfasis en las procuradurías de protección a la niñez y adolescencia. Cuarto, una política públicaintegral que prevenga socialmente la violencia, de intervención escolar, comunitaria y familiar que atienda las causas, los factores de riesgo y que intente recuperar proyectos de vida de las infancias. Y, quinto y fundamental, la plena participación en todo lo anterior de la niñez y la adolescencia.
Sin las niñas, niños y adolescentes, no. Por eso, ante todo, primero nuestras infancias y adolescencias. Primero las niñas y los niños pobres, la niñez en movilidad, la niñez con discapacidad, las y los niños de nuestras comunidades indígenas, la niñez y adolescencia lgbtttiqa+, las niñas víctimas de violencia de género e incluso víctimas de feminicidio. Insisto, por el bien de todos, primero los niños. N