Miles, incalculables, prisioneros de guerra ucranianos permanecen en cautiverio ruso. En mayor medida, a las organizaciones internacionales no se les ha permitido el acceso a las instalaciones donde se encuentran estos soldados. Como resultado, la información concreta sobre el número, el trato y la condición de estos presos solo está disponible a través de conversaciones con los pocos cientos de soldados que han sido liberados como parte de los intercambios de cautivos.
Newsweek habló con dos familiares de prisioneros de guerra de Ucrania, junto con un soldado liberado en noviembre después de que lo capturaron en mayo en AzovStal, la ahora famosa planta siderúrgica en Mariúpol, donde una pequeña fuerza de soldados ucranianos mantuvo a raya a las fuerzas de Rusia de élite durante 82 días, antes de su captura final el 16 de mayo. Juntos, cuentan una historia de brutalidad sistemática en el trato a los prisioneros de guerra, una que la comunidad internacional hasta ahora parece incapaz de detener.
Muchos expertos dan crédito a la defensa de la planta siderúrgica AzovStal por salvar a Kiev, la ciudad capital, de la ocupación rusa, al mantener a las fuerzas rusas ocupadas en el sur del país. Pero unos 260 soldados ucranianos, según estimaciones de The Guardian, que lucharon por mucho tiempo y bajo constante bombardeo, pagaron un precio terrible durante los casi tres meses de la batalla y aún más después de su captura.
LOS RUSOS TIRABAN LAS SOBRAS
“Perdí 30 kilogramos en el cautiverio ruso”, dice a NewsweekDmytro, exprisionero de guerra. “Oficialmente, teníamos tres comidas al día, pero no nos daban tiempo para comer. Llevaban a 200 hombres al comedor a la vez, y tenías dos minutos para comer un tazón de agua hirviendo con una papa y un trozo de repollo. Podrías quemarte la boca tratando de comerlo todo, o podrías soplarlo hasta que esté lo suficientemente frío como para ponerlo en tu boca, pero luego no podrías terminar tu porción. Luego, los rusos tiraban todas las sobras. Todos los que vivían allí estaban desnutridos”.
Dmytro estuvo recluido en la prisión de Olenivka, una prisión operada por Rusia en Molodizhne, cerca de Olenivka, Óblast de Donetsk, que se volvió conocida el 29 de julio cuando una explosión en uno de los barracones mató, como mínimo, a decenas de prisioneros de guerra ucranianos e hirió a decenas más. Dadas las condiciones de vida en el cuartel de Dmytro, el número de muertos podría ser significativamente mayor.
“En un cuartel diseñado para albergar a 200 soldados, teníamos 750, y todos los cuarteles eran así”, dice. “¿Sabes cómo se envasan las sardinas? Imagina 700 chicos hacinados en un piso de concreto. Cuando un tipo intentaba cambiar de lado, todos los demás también tenían que cambiar”.
Mientras estuvo preso, Dmytro vio a un prisionero mayor morir de agotamiento, mientras que cientos de jóvenes sanos pasaron de ser guerreros a sombras demacradas de quienes solían ser antes. “La mayor parte del tiempo, intentabas usar la menor cantidad de energía posible”, relata. “Todos estaban exhaustos, así que cuanto más pudieras acostarte y dormir, mejor”.
ENCUBRIR LOS CRÍMENES DE GUERRA
Sin embargo, algunos de los reclusos aceptaban trabajar voluntariamente en los jardines de la prisión y otros fueron reclutados para regresar a Mariúpol. “Una vez leyeron una lista de 700 nombres y dijeron: ‘Ustedes destruyeron la ciudad, así que ahora van a reconstruirla'”, cuenta Dmytro. “Los 700 muchachos recibieron palas y tuvieron que desenterrar cadáveres que los civiles habían enterrado durante el sitio de Mariúpol. Así es como el mundo ruso encubrió las huellas de su crimen de guerra”.
A comparación de otros, Dmytro tuvo un tiempo fácil en el cautiverio ruso. Cuando lo hicieron prisionero, ya lo habían herido mientras luchaba en Mariúpol. Sin embargo, sus heridas, combinadas con una dieta restringida y condiciones de vida infrahumanas, pronto lo llevaron a una enfermería.
“Mientras estaba en el hospital, trasladaron a uno de los muchachos de mi unidad de Olenivka a una prisión en Taganrog”, narra Dmytro. “Pasó dos meses allí y me dijo: ‘Dima, Olenivka es como un campamento de pioneros [campamento juvenil de la URSS] en comparación con las prisiones rusas. En Rusia nos golpean tres veces al día. Nos dieron en los testículos. Nos torturaron con descargas eléctricas’”.
En Olenivka, añade Dmytro, “al menos solo golpeaban a los muchachos que eran señalados para recibir un trato distinto. Para los tipos que estábamos en los barracones como yo, era solo hambre y humillación, pero no había palizas regulares”.
AYUDAR TRAS SER LIBERADO
Después de que una operación lo dejara aún más débil que antes, Dmytro se convirtió en el principal candidato para ser liberado a través de un intercambio de reclusos. “Hubo alrededor de 100 muchachos liberados en mi grupo, muchos de ellos estaban demasiado heridos para caminar”, relata. “Había diez ambulancias con tres o cuatro de los casos más graves en cada una de ellas”.
Luego de ser liberados, los exprisioneros como Dmytro a menudo trabajan para ayudar a las familias de otros prisioneros a comprender mejor dónde podrían estar sus seres queridos actualmente y en qué condiciones es más probable que estén sufriendo.
Natalia Epifanova, directora de la ONG Liberación Militar (Military Liberation), comenzó a organizar a estas familias después de que su sobrino fuera hecho prisionero en las primeras semanas de la invasión extendida de Rusia.
“Mi sobrino era un conscripto. Se suponía que no debía pelear”, dice Epifanova a Newsweek. “Pero estuvo en Mariúpol el 24 de febrero, y el 25 de marzo descubrimos que estaba desaparecido en combate”.
“Hicimos grupos en Telegram y las familias con soldados que luchaban en Mariúpol agregaban cualquier información que recibían”, cuenta ella. “Finalmente, en mayo, un oficial llamó para decirnos que mi sobrino había sido hecho prisionero. No sabían si estaba herido o no. Todo lo que sabían era que otro soldado había visto cómo lo capturaban”.
Liberación Militar busca mantener el tema de los prisioneros de guerra ucranianos en la conciencia pública para presionar al gobierno de Zelenski para que priorice un intercambio de presos “todos por todos”.
INTERCAMBIOS DE PRISIONEROS DE GUERRA
“Los medios de comunicación publicitan que ha habido intercambios, 30 aquí, 50 allá, y la gente piensa: ‘Oh, bien, los intercambios están avanzando'”, dice. “Pero a este ritmo, cuando hay 10,000 de nuestros parientes presos, pasarán décadas antes de que todos regresen a casa, y las condiciones en las que se mantienen son, en una palabra, aterradoras”.
Al igual que Dmytro, Epifanova no está impresionada con el trabajo de la comunidad internacional. “Las organizaciones internacionales no hacen nada”, dice ella. “Tuvimos una reunión con un representante de la ONU y fue la conversación más inútil que he tenido.
“Solo pudo decir: ‘Estamos monitoreando las violaciones a los derechos humanos y publicando la información, lo que ejerce presión sobre el gobierno ruso'”, agrega. “Como si al gobierno ruso le preocupara su reputación internacional en este momento”.
Con recursos que escasean por pelear la guerra, lidiar con los ataques de Rusia a la infraestructura civil, proporcionar un nivel de vida básico para los ciudadanos desplazados y presionar al mundo civilizado para que continúe apoyando, el gobierno de Zelenski parece carecer del ancho de banda para priorizar el tema del maltrato a sus presos.
“El gobierno no puede hacer frente al problema”, considera Epifanova. “Por lo que incluso la investigación básica sobre lo que está sucediendo con nuestros prisioneros ha recaído en los hombros de los padres y las familias.
“Llevamos a cabo investigaciones. Buscamos en los sitios web rusos y en los canales de Telegram cualquier información sobre nuestros muchachos. Aprendemos de los soldados que han vuelto, a quién vieron, quién entre nuestros muchachos sigue vivo”, agrega. “Luego le pasamos esa información al gobierno”.
LA HISTORIA DE ANASTASIA Y SU ESPOSO
Con pocas esperanzas de un avance diplomático en el corto plazo, las familias de los cautivos ucranianos continúan haciendo lo poco que pueden para llamar la atención sobre la difícil situación de sus seres queridos.
Anastasia, cuyo esposo ha estado en cautiverio ruso desde abril, compartió una historia con Newsweek que podría ser contada por miles de otras esposas, madres, padres, hermanos, hermanas, tías, tíos, primos y amigos ucranianos. “Artur es un sargento mayor, el tipo de persona que se despierta a las 5:00 h, lleno de entusiasmo por lo que está haciendo”, dice ella. “Estaba comprometido a evitar que ‘ellos’ vinieran aquí, pero vinieron aquí”.
En las primeras semanas de la invasión de Rusia, Artur y sus hombres del Batallón 501 ocuparon una posición en la fábrica AzovMash de Mariúpol. A diferencia de la planta siderúrgica más famosa de AzovStal, AzovMash carecía de las provisiones necesarias para resistir bajo asedio —no había reservas de alimentos y agua, había cantidades mínimas de municiones, no había una serie de túneles subterráneos ni conexión a internet Starlink con el mundo exterior—. Sin embargo, Artur y otros 265 resistieron durante más de un mes.
“Escuchamos mucho sobre AzovStal por el hecho de que tenían conexiones con el mundo exterior, pero no eran los únicos héroes que luchaban en Mariupol”, dice Anastasia. “Mi marido vivía de harina y agua. Dormían durante tres horas por noche bajo constantes ataques rusos. Y aun así logró obtener una señal y llamarme varias veces, solo para hablar durante dos o tres minutos para asegurarse de que yo estaba bien”.
EL HAMBRE, UN ARMA RUSA
“Quería saber qué estaba pasando en otras partes de Ucrania, cuándo iban a recibir refuerzos, cuándo la OTAN finalmente los ayudaría, cuándo Erdogan finalmente enviaría un barco de reabastecimiento a Mariúpol, cuándo la comunidad internacional iba a abrir un corredor verde para que escaparan”, dice Anastasia.
Su última conversación tuvo lugar el 26 de marzo; capturaron a Artur el 4 de abril. “Recibí dos cartas de mi esposo”, recuerda. “Se escribieron en mayo y llegaron a finales de agosto. Escribió: ‘Nos alimentan bien’, pero sé que esta línea se la dictaron a él, porque los muchachos que regresan del cautiverio han perdido un mínimo de 20 kilogramos”. Ella agrega: “El hambre es un arma rusa”.
Anastasia también habló del estrés psicológico que siguen soportando los presos y sus familias. “De los 265 soldados que fueron capturados del Batallón 501, solo 17 han sido liberados”, indica. “Y sabemos por ellos que, mientras están en cautiverio ruso, no saben lo que está pasando en Ucrania. Se les dice constantemente que Ucrania ya no existe, que nadie está luchando para recuperarlos. No saben lo que les ha pasado a sus familias”.
Según Dmytro, el preso de AzovStal que fue liberado en noviembre, ese tipo de estrés psicológico ha tenido un efecto devastador en algunos prisioneros ucranianos. Como resultado, las familias de quienes aún están en cautiverio no pueden estar seguras de cómo están enfrentando la situación sus seres queridos.
“No todos querían ser intercambiados”, dice Dmytro. “Después de algunas semanas, realmente había muchachos que alababan al mundo ruso. De entre los soldados capturados, Rusia logró reclutar unidades completas de voluntarios listos para ir a luchar contra Ucrania. La mayoría de nuestros muchachos soportaron la tortura. Pero no todos lo hicieron”, concluye. N
—∞—
Michael Wasiura es un reportero de Newsweek que cubre la guerra en Ucrania. Síguelo en Twitter. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.