Recuerdo cuando el rey Carlos III —por entonces, príncipe— llegó a la escuela para el primer día de clases. Tan pronto bajó del automóvil, se vio rodeado por su madre, la difunta reina Isabel II, el director, el presidente de la junta escolar y varias personas más.
Carlos, de 13 años, era un niño pequeño, vestía un traje gris, tenía orejas muy prominentes y parecía aterrado.
Sin embargo, aquella no fue la primera vez que lo vi. Lo conocí un poco antes, cuando, él y otro chico de primer año me convocaron a encontrarnos antes de iniciar las clases en Gordonstoun, nuestra escuela en Escocia. Sucede que nos invitaron a tomar el té con la reina y el príncipe Felipe, quienes iban acompañados del príncipe Carlos y el príncipe Andrés.
Monté en mi bicicleta para acudir a la cita en una vivienda escocesa próxima al colegio. Hacía mucho frío y llevaba puestos los pantalones cortos que eran parte del uniforme.
Al llegar, comenté que no me gustaba usar pantalones cortos en el invierno, y el príncipe Felipe, exalumno de Gordonstoun, respondió: “Los pantalones cortos se usan en todo el mundo. Los australianos usan pantalones cortos”.
Y, entonces, dije una estupidez: “Sí, claro. Pero el clima es muy distinto aquí, señor”. Jamás he olvidado la gélida respuesta: un silencio absoluto. Si bien la reina sonreía, el príncipe Felipe parecía furioso.
No recuerdo que Carlos comentara algo durante aquella reunión para tomar el té. Era un niño muy callado y reservado.
CARLOS III: TÍMIDO Y RETRAÍDO
Entre 1962 y 1965 asistí a algunas clases con Carlos III. Era muy inteligente y estudioso. Y también tenía cualidades artísticas, pues se destacaba en pintura y escultura. Lo sé porque compartíamos la clase de arte, y él siempre fue mucho mejor que yo.
Pero también era muy tímido y retraído y, a veces, parecía solitario y aislado. Tardé algún tiempo en conocerlo mejor.
No me parece que Gordonstoun haya sido la escuela adecuada para él. Creo que no estaba listo para ese ambiente, algo machista, pues Carlos era un chico apacible y reflexivo.
Todas las mañanas, no obstante el clima, corríamos sin camisa alrededor de un campo de futbol. Solo nos poníamos pantalones cortos y tenis, sin importar que estuviera lloviendo a cántaros o nevando. Y después del ejercicio regresábamos al dormitorio para darnos una ducha fría.
Igual que en muchas otras escuelas públicas de la época, los muchachos eran bastante crueles. Los de último grado solían abusar de los de primer año. Era común que los mayores irrumpieran en el dormitorio para tirarnos de la cama, meternos en canastos de ropa sucia o en la ducha helada.
SUFRIÓ MUCHO MALTRATO EN LA ESCUELA
Los mayores se ensañaron con Carlos. Es posible que el problema haya sido que las autoridades escolares dijeron que Carlos “no debía recibir un tratamiento especial”. Y eso, en mi opinión, sirvió de excusa para que abusaran de él.
Solían acosarlo en la residencia escolar donde tenía su dormitorio. Claro está que no lo fastidiaban durante las clases, pero algunos lo atacaban en el campo de rugby, tirándole de las orejas y golpeándolo. En pocas palabras, era blanco de abusos. A veces, alguien decía: “Hoy ‘le toca’ al príncipe Carlos”, y sus camaradas la emprendían contra él.
Es indiscutible que los varones adolescentes son insoportables, pero considero que aquellos muchachos se ensañaron con Carlos III porque envidiaban su condición social.
Hay que reconocer que Carlos nunca se quejó y —por lo que sé— jamás lloró. En aquellos días era difícil saber cómo se sentía en realidad porque, desde muy tierna edad, los varones aprendemos a no manifestar nuestras emociones. Con todo, el hecho es que Carlos nunca respingó y jamás devolvió un golpe.
Me sentía mal por él. Me daba cuenta de que sufría muchos malos tratos y, sin embargo, no sabía qué hacer para ayudarlo. Pero me caía bien, y creo que también a sus compañeros de clase.
Otro problema era que los mayores también la emprendían contra quienes se mostraban amables con Carlos. Y si eran sus amigos, la pasaban peor. Los tildaban de “amigos del rey”, y los hacían pagar por ello.
EL BROMISTA DE LA CLASE
A menudo, al verlos pasar, sacaban la lengua y la movían como si estuvieran “lamiendo los pies” de Carlos. Por ello muchos evitaban forjar lazos de amistad con el entonces príncipe. Y el recuerdo de todo aquello, desde mi perspectiva de padre y abuelo, me parte el alma.
Con el tiempo, algunos terminaron por amistarse con Carlos; así que tuvieron que aprender a tolerar el maltrato inherente a esa amistad.
Cuando Carlos empezó a sentirse más confiado, se hizo evidente que tenía un sentido del humor muy sutil. Recuerdo que, una vez, mientras charlábamos en el aula, nos dijo que no sabía dónde se encontraban las cocinas del Palacio de Buckingham.
Todos lo miramos, boquiabiertos, hasta que él se echó a reír. Era una broma. Y, ciertamente, nos pareció muy graciosa.
Ya que también le encantaba el programa de radio “The Goon Show” —muy popular en la década de 1950—, Carlos III solía hacer imitaciones de los personajes. Así pues, cuando la clase estaba en silencio, o nos sentíamos algo inquietos o aburridos, de pronto escuchábamos su voz desde el fondo del aula, diciendo: “Qué hora es, Eccles”, a lo que él mismo respondía: “Ni idea, son las 8 en punto”. Por supuesto, todos rompíamos a reír.
Tengo la impresión de que Carlos disfrutó de ciertas actividades escolares. Por ejemplo, como formaba parte del equipo de guardacostas, acostumbraba sentarse en la torre de vigilancia para observar naturaleza y vida silvestre.
Imagino que de allí deriva mucho de su pasión por la naturaleza y por el medioambiente. Los alumnos también íbamos con frecuencia a hacer senderismo o a navegar en veleros, pues Gordonstoun hacía mucho énfasis en que disfrutáramos del aire libre. Es posible que eso haya despertado nuestro profundo interés en el medioambiente.
EN LA ADULTEZ
En un discurso de 1975, ante la Cámara de los Lores, Carlos dijo que fue “afortunado” de estudiar en Gordonstoun, y que “siempre le sorprendía la cantidad de tonterías que se dicen sobre [la escuela] y el negligente abuso de clichés anticuados que suelen utilizarse para describirla”. Aun cuando entiendo por qué dijo eso, no comparto su opinión.
A lo largo de los años, he topado con Carlos ocasionalmente. Tuve una agencia de relaciones públicas e hicimos algunos trabajos para el ducado de Cornualles, de modo que me reunía con él en los actos públicos.
En esas ocasiones, alguien le recordaba: “Este es Johnny Stonborough”, a lo que él respondía: “¡Ah, sí!”. Recuerdo que, cierta vez, comentó con mi esposa que yo había perdido mucho cabello desde nuestros años en la escuela. Fue una broma amistosa, por supuesto.
En otra ocasión, nos pusimos a recordar que él y yo fuimos pareja de baile en la escuela. Era una danza escocesa y, como no había mujeres en Gordonstoun, nos turnamos para bailar con nuestros compañeros.
No recuerdo mucho de ese incidente en particular. Lo que no olvido es que tuvimos que usar kilts [faldas escocesas] y que nos esmeramos en bailar lo mejor posible.
Carlos III ha cambiado mucho desde que fuimos a la escuela. Ya no es un chico ensimismado. Es un hombre hecho y derecho que expresa opiniones con gran aplomo. Habla con gran sensatez y no duda en manifestar su profundo amor por el Reino Unido, el medioambiente y su organización de beneficencia: The Prince’s Trust. Está muy comprometido con lo que hace, y por ello lo admiro.
CARLOS Y DIANA
Tuve el privilegio de conocer a la princesa Diana —no particularmente bien, aunque sí brevemente—, ya que fuimos padrinos de la hija de un amigo mutuo. Y la verdad, me simpatizó muchísimo. Era una mujer muy hermosa. Poseía una especie de fulgor, semejante al de la propia reina. Estar en presencia de personas así siempre deja huella.
Cuando el matrimonio de Diana y Carlos terminó por fracasar, muchos tomaron bandos y culparon a diversas personas. Por mi parte, me negué a hacerlo. Conocía a las dos partes y ambas me agradaban, así que no quise participar en ese debate.
Creo que Carlos ha hecho un papel notable en sus primeros días como rey. Tiene que lidiar con su duelo personal y, al mismo tiempo, hacer frente a sus obligaciones como figura pública. No es tarea fácil. Pero, en mi opinión, se ha desempeñado estupendamente bien.
POR QUÉ SERÁ UN BUEN REY
Me parece que su discurso del viernes 9 de septiembre fue impecable y muy sincero. Y, además, incluyó a su hijo Harry y su esposa, Meghan, lo cual me pareció absolutamente correcto.
En mi opinión, la esposa de Carlos es maravillosa. No conozco a Camilla, pero lo que he oído de ella sugiere que es una mujer divertida y amable. Me han dicho que también es muy graciosa. Creo que será estupenda como reina consorte.
Y, por supuesto, Carlos III también será un buen monarca. Lo considero un hombre serio, honesto, comprometido y bueno, y confío en que tendrá la oportunidad de demostrar estas virtudes. Puede que no sea un rey glamuroso, porque no es un individuo ostentoso ni llamativo, sino un hombre dedicado. Sin embargo, estoy seguro de que hará un buen papel, como lo hizo su madre. N
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Johnny Stonborough es periodista, historiador y autor de novelas históricas. De estas, la más reciente lleva el título de “Wild Field”. Todas las opiniones expresadas aquí son exclusivas del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.