Pavlo Magalias es uno de los viticultores en el sur de Ucrania y este año su cosecha incluye algunos frutos amargos, como los restos de unas bombas de fragmentación. Aun así hay esperanza, porque la uva está dando “lo máximo” este año.
Orginario de Moldavia, este levantador de pesas de 59 años fundó en 2013 su viñedo, Olvio Nuvo, en el estuario del Bug Meridional, un gran río ucraniano que desemboca en el mar Negro. La explotación debe su nombre a la colonia griega de Olbia, fundada en el siglo VII a.C. y cuyas ruinas distan algunos cientos de metros. Un lugar solitario y ventoso, que desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero perdió su tranquilidad.
“Soy el viticultor más cercano a la línea de frente”, dice con un suspiro Pavlo Magalias mientras supervisa la vendimia y al fondo resuenan los disparos de la artillería rusa y ucraniana.
Al inicio de la invasión, el rápido avance del ejército ruso en el sur de Ucrania le permitió ocupar la orilla opuesta, al sur de Mikolaiv, desde donde bombardeaba a las tropas ucranianas en la orilla que seguía bajo control de Kiev.
De esta forma, Olvio Nuvo “se encontró por azar en el epicentro de la guerra”, cuenta Pavlo Magalias.
En esos “meses durísimos” contó por lo menos 26 cráteres en las 10 hectáreas de su viñedo, lo que en cada ocasión le obligó a desenterrar cada resto de misil. La llegada de armas occidentales permitió a los ucranianos repeler a los rusos, que abandonaron sus posiciones. De esta forma, la orilla opuesta se ha convertido ahora en una “zona gris” en disputa, donde durante todo el día se eleva el humo de los ataques de la artillería, seguido segundos después del ruido de las explosiones.
EXPLOSIONES NO IMPRESIONAN A VITICULTORES DE UCRANIA
Las explosiones no parecen impresionar especialmente a los vendimiadores de Pavlo Magalias, habitantes de la región que cobran entre 600 y 700 grivnas (de 15 a 18 dólares) por media jornada de trabajo. En un momento dado, hace no tanto, las bombas les explotaban alrededor.
Lisa Bachanova, una joven de 15 años que vino con un amigo a ganarse un poco de dinero, dice haberse “acostumbrado” desde la primera ocasión en que su pueblo, no lejos de aquí, fue bombardeado.
“Tenemos miedo sobre todo por la gente que está del otro lado. Pero nosotros apenas le prestamos atención”, dice la adolescente mientras corta un racimo de johanniter, una variedad de uva con la que se produce un vino blanco seco que es el orgullo de Pavlo Magalias.
En esta región devastada desde el inicio del conflicto, la vendimia supone una fuente de ingresos muy bienvenida para los que continúan viviendo por la zona. Zyneida Bossa, de 66 años, esquiva sin mirar siquiera la carcasa de un misil de fragmentación olvidado en el viñedo.
“Algunos están nerviosos con los misiles, pero yo no. ¿Qué podemos hacer? Hay que vivir de algo, hay que trabajar”, argumenta.
“REGUSTO A PÓLVORA”
Pese a las bombas, asegura Pavlo Magalias que nunca pensó en marcharse.
“He invertido todos mis ahorros en este terreno. Ahora no me queda dinero, pero tengo todo esto”, dice mostrando su explotación, que produce cada año 15,000 botellas de vino tinto y blanco.
Su mirada se empaña sin embargo al pensar en los amigos fallecidos en el conflicto.
“No molestábamos a nadie, trabajábamos tranquilos y en esto llegaron los rusos. ¿Qué hacen aquí?”, se pregunta.
Pese a todo mantiene el optimismo, inspirado por las viñas destruidas en las explosiones y que ya empiezan a crecer de nuevo.
“Con la gente es igual. La guerra no va a matar a todo el mundo, y la vida acabará triunfando”.
Lo más curioso, apunta con una sonrisa, es que el año está siendo “excepcional”.
“Cosechas así las hay una vez cada cinco años. La uva está dando lo máximo, y el vino va a ser excelente. Con un regusto a pólvora, tal vez”. N