La manera en que el cerebro procesa las experiencias traumáticas podría explicar por qué el testimonio de las supervivientes es vívido, confuso e inconexo.
María llega a mi consultorio vestida impecablemente con falda y blusa. Luce perfecta con su reluciente esmalte de uñas de color coral, el bolso de diseñador, y el rímel y el delineador de ojos que ha aplicado de manera muy cuidadosa. Sin embargo, la expresión de su rostro es tensa, casi desprovista de emoción. Y su mirada es de terror. Mi paciente informa que está preocupada por el insomnio y la ansiedad.
María me cuenta que su tío abusó sexualmente de ella cuando era niña. Tiene pocos recuerdos de aquel periodo de su vida. Al cumplir la mayoría de edad se mantuvo alejada de él. Experimentó problemas de ansiedad a partir de los 20 años, pero las sesiones con un terapeuta la ayudaron. Pasaron décadas sin que la abrumaran los recuerdos, lo que le permitió encontrar empleo, casarse y tener hijos.
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No obstante, hace menos de un año enfrentó un divorcio devastador y poco después murió el tío que abusara de ella. Por respeto a su tía, asistió al funeral. “Pero cuando terminó, me senté en el auto y tuve una experiencia muy extraña”, recuerda María. “No dejaba de temblar y tenía palpitaciones. No podía respirar. Sentía que me asfixiaba. Fue de lo más extraño. Me quedé sentada como 15 minutos hasta que pude conducir de vuelta a casa. ¿Cree que mi ansiedad tenga alguna relación con el abuso?”.
María regresa una semana después y su aspecto me sorprende. Viste una camiseta sucia, y se ha sujetado el pelo con descuido. Su discurso es forzado y su narrativa, inconexa. Parece ahogarse en un aluvión de recuerdos traumáticos del abuso sexual. Está reviviendo situaciones que su tío mancilló con las violaciones: visitas al parque, cumpleaños en familia, cenas de Acción de Gracias, y fiestas en pijama con sus amigas. “No puedo controlarlos. ¡Me asaltan sin cesar! ¡Me estoy volviendo loca!”.
María ignora mis esfuerzos para tranquilizarla. Está completamente distraída y tiene dificultades para responder preguntas directas. Toca partes de su cuerpo como si quisiera protegerse de un agresor imaginario. “Por favor, no me toques”, murmura con una vocecilla tímida y asustada. Entonces enfurece y grita entre sollozos: “¡No, no, no me hagas eso!”. Está presentando un síntoma definitorio del trastorno por estrés postraumático (TEPT): un flashback. Me horroriza verla. Su pasado la domina de tal manera que el presente ha desaparecido.
La agresión sexual se ha generalizado en nuestra sociedad y, en buena medida, se encuentra envuelta en sombras. Esto es una realidad incluso en la era del #MeToo y de los publicitados casos de Wade Robson y James Safechuck, quienes acusan de pedofilia a Michael Jackson en el documental de HBO Leaving Neverland. Pese al testimonio de Christine Blasey Ford, quien, durante las audiencias de confirmación a la Corte Suprema de Estados Unidos, señaló a Brett Kavanaugh por agredirla sexualmente en la adolescencia. Y a pesar de las incesantes revelaciones de menores violados por miembros de la Iglesia católica.
Por supuesto, el silencio es consecuencia de la vergüenza y del estigma social que sufren las víctimas de estos crímenes. Pero otra causa es la manera como funciona el cerebro traumatizado. El trastorno por estrés postraumático medra en las sombras. Si no se examinan, los recuerdos del trauma se distorsionan, de modo que cuando el superviviente habla de ellos, su relato está plagado de discrepancias, vacíos y contradicciones, creando una duda que pesa sobre la veracidad de las historias, y que perpetúa el ciclo de acoso, abuso y agresión sexual.
El TEPT causa tales estragos en la manera como el cerebro traumatizado recuerda y olvida que, ahora, los especialistas en estos traumas los describen como un trastorno de la memoria.
RECUERDOS INVASORES
El TEPT se caracteriza por dos tipos de recuerdos. El primero consiste en intromisiones involuntarias, las cuales se distinguen por ser indeseables, vívidas y emocionales, y conllevan la sensación de revivir el trauma. Después de un evento traumático, entra en acción el proceso natural del cerebro para consolidar los recuerdos: los estabiliza y permite que maduren. Mas la consolidación excesiva hace que los recuerdos traumáticos se vuelvan inolvidables, invasores y altamente visuales, y persisten en la vida del sobreviviente durante semanas, meses o años. Como ocurrió con María.
Las intromisiones involuntarias pueden ser tan intensas que algunos las describen como “imágenes indelebles”. Ford usó el adjetivo indeleble para describir los complejos detalles de la agresión sexual que, presuntamente, ocurrió 36 años atrás: lo que llevaba puesto (un traje de baño bajo la ropa), lo que bebió (una cerveza) y la música que escuchaba.
El segundo tipo de memoria del TEPT es la narrativa traumática evocada de manera voluntaria. Estos recuerdos no poseen la misma intensidad emocional, y suelen ser desorganizados. La persona es incapaz de verbalizar el aspecto más emocional del evento traumático: un periodo que pudo haber durado desde algunos minutos hasta varias horas. Por eso María sabe que sufrió abusos sexuales durante la infancia, mas no puede evocar, voluntariamente, otros recuerdos de esa época de su vida. Y también explica por qué Ford proporcionó detalles específicos sobre la noche de su presunto ataque, pero fue incapaz de recordar cómo regresó a casa.
Si un niño pequeño sufre agresiones graves o prolongadas a manos de un cuidador o de un ser querido, la disociación de la realidad puede proporcionarle protección inmediata. Y es que la disociación es un mecanismo psicológico de fuga que compensa la imposibilidad de escapar físicamente del agresor cuando el niño depende de este para obtener alimento, agua, ropa, refugio y conexiones emocionales.
Ahora bien, la disociación bloquea la memoria porque interfiere con la codificación, el almacenamiento, y la recuperación de los recuerdos del trauma. Es común que los supervivientes desarrollen amnesia conforme su conciencia expulsa la agresión. A esto se suma la pérdida acelerada de la protección que brinda la disociación. Y así, con el paso del tiempo, a medida que las víctimas tienen menor dependencia física del abusador y se apartan de la relación abusiva recurriendo a mecanismos alternativos para navegar en el mundo, los recuerdos del trauma empiezan a aflorar y dejan al superviviente abrumado por los síntomas más graves del estrés traumático.
LA PARADOJA DEL TESTIMONIO
La disociación explica el cambio en la percepción de los supervivientes de un trauma infantil, ya que empiezan por negar el abuso o no identifican al perpetrador y, más adelante, visualizan la agresión de manera distinta. Eso podría explicar por qué Robson y Safechuck fueron tan inflexibles al defender a Jackson durante su adolescencia mientras que, más tarde, como adultos independientes, comenzaron a experimentar ambigüedad y dudas.
Un paciente con TEPT puede tener recuerdos traumáticos de alarmante intensidad y que, al mismo tiempo, son excesivamente difusos. Algunos incluso sufren de amnesia total. Esta paradoja es la esencia de la controversia que rodea al TEPT y a los supervivientes del trauma. ¿Cuán confiable es la historia de un superviviente si sus recuerdos son confusos? Quizá los hechos traumáticos dominen sus vidas, pero la conciencia puede excluir recuerdos específicos. ¿Cómo es posible? En las últimas dos décadas, los especialistas en trauma han intentado resolver esta paradoja desentrañando el funcionamiento de la memoria humana.
Los recuerdos se clasifican como explícitos o implícitos. El recuerdo explícito contiene datos autobiográficos que recuperamos de manera deliberada; por ejemplo, nuestro número telefónico. En cambio, el recuerdo implícito se activa mediante pistas internas o ambientales que ocasionan que el cerebro funcione en piloto automático. Por ejemplo, al escuchar la radio mientras conducimos el automóvil, confiamos en que nuestros recuerdos implícitos controlarán nuestra respuesta a las luces rojas y a los peatones, sin necesidad de un esfuerzo consciente para recordar. Pues bien, resulta que el cerebro codifica los recuerdos traumáticos como recuerdos implícitos. Ese decir: en vez de recuperarlos de manera deliberada, hay pistas que activan esos recuerdos.
El cerebro almacena los recuerdos traumáticos junto con la información sensorial experimentada durante el trauma: el olor ambiental, la música que se escuchaba en la radio, el golpeteo de la lluvia en la ventana. Toda esa información se codifica en unas redes neuronales interconectadas que llamamos “estructuras del miedo”.
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Cuando se activa un elemento de la estructura del miedo pueden surgir todos los recuerdos asociados con el trauma. De hecho, un flashback total —como el que María experimentó en mi consultorio— indica que se ha activado toda la estructura del miedo. Esto explica que María reviviera el trauma sexual ocurrido hace décadas. La intensidad y la magnitud de la estructura del miedo arruina la calidad de vida de quienes padecen TEPT. Las estructuras del miedo contienen elementos sensoriales que encontramos en la vida cotidiana y que, sin darnos cuenta, actúan como disparadores. Para María, las pistas sensoriales —como comprar comestibles a un hombre parecido a su tío o sentarse junto a un colega que usa la misma colonia— desencadenan los pensamientos, el miedo, la ansiedad, y las sensaciones físicas que tuvo durante la agresión sexual original.
Lo más espantoso es que los supervivientes de traumas rara vez pueden relacionar espontáneamente los factores desencadenantes y la angustia resultante. Por ejemplo, es posible que María ni siquiera fuera capaz de notar el parecido entre su tío y el empleado de la tienda de comestibles. En vez de ello, salió del establecimiento sintiéndose abrumada por la ansiedad y el temor. Y ese estímulo aleatorio es lo que confiere una cualidad discordante e inesperada a los síntomas del trauma.
El éxito de la terapia de conversación estriba en desmantelar gradualmente la estructura del miedo. Los supervivientes necesitan repetir su historia de trauma una y otra vez, pero bajo la supervisión de un profesional de la salud mental que los ayude a resolver el trauma de manera adecuada. Es necesario que lo impronunciable se vuelva permanentemente pronunciable.
No es fácil participar en esa terapia, sobre todo para quienes sufren de traumas y tienen la inclinación —natural y comprensible— de evitar cualquier recuerdo traumático. Ese impulso de encubrir el trauma y de buscar un tratamiento menos directo se vuelve tan poderoso que muchas víctimas se dejan seducir por remedios mágicos como la ketamina, el éxtasis o la marihuana medicinal. Y aunque semejante estrategia puede aliviar rápidamente el estado mental alterado, no llega a la raíz del TEPT ni desmantela las estructuras del miedo. Los supervivientes deben entender que es necesario poner orden en sus recuerdos para restablecer la armonía en el caos de la memoria y crecer en su nueva normalidad.