En una de las regiones más profundas del océano Pacífico, unos investigadores han descubierto bacterias que absorben dióxido de carbono (CO2) y que podrían convertirse en una fuente de alimento para los animales marinos.
El equipo estaba estudiado los ecosistemas de la Zona de Fractura Clarion-Clipperton (CCFZ, por sus siglas en inglés), una fosa oceánica que yace a cuatro kilómetros bajo la superficie del mar. En estos momentos, dicha área está siendo explorada por su potencial para la minería marina, y contratistas de naciones como Corea, Alemania y Reino Unido opinan que podría ser una fuente prometedora de nódulos polimetálicos que contienen níquel, cobre y cobalto. Al mismo tiempo, varios grupos de investigadores están realizando estudios para evaluar la biodiversidad de CCFZ, a fin de determinar cuál sería el impacto de la minería en el fondo del mar.
El equipo del Dr. Andrew Sweetman, profesor asociado en la Universidad Heriot-Wyatt de Edimburgo, Reino Unido llevó a cabo una serie de experimentos con los sedimentos de CCFZ y descubrió algo inesperado: bacterias que consumían cantidades enormes de CO2. Los investigadores publicaron sus hallazgos el 16 de noviembre, en la revista Limnology and Oceanography.
En una declaración, Sweetman informó: “Descubrimos que las bacterias bentónicas atrapaban grandes cantidades de dióxido de carbono y lo asimilaban en su biomasa mediante un proceso que no se ha esclarecido. En consecuencia, su biomasa podría convertirse en una fuente de alimento para otros animales de las profundidades marinas, de manera que nuestro hallazgo consiste en una fuente potencial de alimento alternativo en las regiones más profundas del océano, donde se pensaba que no las había”.
Antes de este estudio, la comunidad científica creía que la fuente de biomasa más abundante era la materia orgánica que se deposita en el fondo marino, como plancton y peces muertos.
El equipo insiste en que, antes de iniciar las actividades de minería, es imperativo emprender estudios ulteriores sobre la biología del fondo del mar, pues si los hallazgos de su investigación pueden escalarse a los océanos de todo el mundo, esto apuntaría a que, cada año, hasta 200 millones de toneladas de CO2 se transforman en biomasa. “Ese volumen equivale a cerca de diez por ciento del dióxido de carbono que los mares retiran anualmente, por lo que es posible que se trate de una parte importante del ciclo del carbono en el fondo del mar”, precisó Sweetman. “Observamos esa misma actividad en numerosos sitios de estudio que distaban cientos de kilómetros de entre sí, de manera que podemos concluir que esto ocurre en el lecho marino al oriente de CCFZ y, tal vez, a todo lo largo de CCFZ”.
En una entrevista por correo electrónico con Newsweek, Sweetman señaló que cada contrato de minería podría alterar cientos de kilómetros cuadrados del fondo marino cada año. “Están realizando experimentos de perturbación a pequeña escala en el abismo, los cuales han demostrado que la recuperación de animales y microbios se ve limitada durante periodos prolongados”, explicó. “Por consiguiente, la minería del fondo del mar podría impactar de forma importante a los microbios que extraen CO2 en el lecho marino. Si las comunidades microbianas de las áreas mineras extraen una cantidad significativa de dióxido de carbono cada año, la minería podría afectar accidentalmente un importante servicio de los ecosistema de aguas profundas”.
Por lo pronto, Sweetman está liderando un proyecto para entender el impacto que la perturbación del ecosistema podría tener en el clima. “Es necesario explorar este proceso con mayor detalle”, prosiguió. “En este momento, desconocemos de dónde proviene la energía para fijar el CO2, y cuáles son los microbios que fijan carbono en su biomasa. Una vez que lo hayamos determinado, podremos empezar a analizar los datos existentes sobre la diversidad microbiana del mar profundo con la finalidad de evaluar en qué parte del océano se lleva a cabo este proceso”.
Los recientes hallazgos respaldan una investigación realizada el año pasado, en la cual los científicos descubrieron que un lago ubicado bajo el casquete polar del Antártico Occidental alberga bacterias que consumen metano, un gas de invernadero en extremo potente. Esos investigadores observaron que las bacterias digerían metano e impedían que ingresara en el agua, de donde, finalmente, escapa hacia la atmósfera.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek