Muchas culturas de la antigüedad veneraban al sol y a la luna, o al menos los percibían como seres sobrenaturales. Su movimiento en el cielo ocurría con una constancia y regularidad que daba a las personas una sensación de orden en el universo. De modo que, para todas esas sociedades, que otorgaban gran significado a las actividades de estos cuerpos celestiales, el oscurecimiento violento y repentino del sol era motivo de alarma y aprensión.
La causa es que cualquier alteración en el sol y la luna se traducía en una alteración de los ritmos regulares y previsibles de la vida cotidiana. Textos antiguos de China, Mesopotamia y Grecia, donde se mencionan eclipses solares, sugieren que esos fenómenos “se traducían en problemas”, afirma Ed Krupp, director del Observatorio Griffith en Los Ángeles, “pues representaban una grave perturbación del orden natural de las cosas”.
“El eclipse siempre parece coincidir con alguna situación de pánico”, agrega Steve Ruskin, historiador en el campo de la astronomía y autor del libro America’s First Great Eclipse.
Las distintas culturas tenían diferentes maneras de explicar los eclipses, pero sus relatos casi siempre compartían el concepto de que el sol era “devorado”.Rishi, el término chino que significa eclipse, está integrado por los caracteres de las palabras “sol/día” y “comer” (con todo, la palabra “eclipse” deriva de la antigua raíz griega de “abandono”,ékleipsis, lo cual tiene sentido, en opinión de Krupp, pues los griegos consideraban que, durante el eclipse, el sol “abandonaba” a la Tierra).
Varias culturas del lejano oriente creían que el eclipse se debía a que una rana gigante engullía al sol, y los chinos incluso tenían el mito de un dragón que lo devoraba, explica Ruskin. Según la mitología nórdica, el eclipse se debía a que dos lobos celestiales, Sköll y Hati, perseguían y terminaban devorando al sol, lo que resultaba en su desaparición temporal, añade Krupp (no obstante, algunos eruditos dudan de la veracidad de esta interpretación).
Muchas culturas pensaban que un acontecimiento así de desastroso requería de acciones inmediatas para restablecer el orden. Los antiguos chinos y mesopotámicos producían ruidos fuertes para ahuyentar a los espíritus o a los seres que devoraban al astro. En 1878, Hugh Lenox Scott, quien entonces era miembro de la Caballería de Estados Unidos y, más tarde, fue superintendente en West Point, anotó sus observaciones de la tribu Cheyenne durante el eclipse ocurrido aquel año. “Se pusieron muy nerviosos cuando empezó el eclipse, disparando armas y haciendo toda suerte de ruidos para ahuyentar la medicina perversa que creían estaba destruyendo al sol”, escribió Scott.
El eclipse era un mal presagio para muchas civilizaciones antiguas, aunque semejante presagio se interpretaba de distintas maneras según la cultura. “Un eclipse, ya sea de sol o de luna, es percibido como una calamidad terrible, como el precursor indiscutible de enfermedad o muerte”, escribió J. G. Wood, acerca de las creencias de los aborígenes australianos, en su libroThe Natural History of Man, publicado en 1870. En la China antigua, los eclipses solares eran señal de que el emperador, a quien consideraban parcialmente divino, había hecho algo malo. Y en las culturas mesoamericanas, eran ocasión para realizar sacrificios humanos como medio para protegerse del mal, agrega Krupp.
Sin embargo, a veces el acontecimiento se esclarecía con una explicación. Según varias referencias chinas y mesopotámicas, los astrónomos reales podían interpretar el eclipse “como malas noticias para alguien más… algún otro rey o país”, dice Krupp.
La mayor parte de los registros de eclipses solo hacen referencia a lo que sucede durante el acontecimiento celestial, pero, casi siempre, el registro termina con eso. Y como es bien sabido, el sol regresa tras su breve desaparición. O, al menos, así lo ha hecho hasta este momento en nuestra historia.
A la luz del temor que infundían los eclipses, tal vez los pueblos de hace muchos siglos experimentaban un profundo alivio cuando el fenómeno terminaba. Como escribiera Scott, acerca del ruido que hacían los Cheyenne: “Su tratamiento fue altamente exitoso. El sol se recuperó”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek