JUAN CARLOS SAAVEDRA es director del Teatro Ciego, conformado por actores invidentes y débiles visuales que llevan a cabo puestas en escena para todo tipo de público. Este 2017 celebra su décimo aniversario con su proyecto Camino a casa, un documental que capta el proceso creativo de la compañía.
Este proyecto busca promover la inclusión de personas con discapacidad visual a través de las artes escénicas —explica Saavedra—, y también trata de ponerse en los zapatos del otro. Resulta nodal que los actores conozcan sus limitaciones, sus capacidades y las utilicen. El tipo de acercamiento en los procesos creativos —destaca— es el que distingue a Teatro Ciego con respecto a otras compañías. “Eso es lo diferente que nosotros hacemos, no necesariamente para sensibilizar a la gente o crear conciencia social, al final ese mensaje ya está puesto. Eso nosotros los sabemos”, dice el dramaturgo en charla con Newsweek en Español.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—¿Cómo surge la idea de hacer esta compañía de teatro?
—Hay una compañía que montó en 2005 una obra de teatro en la oscuridad que se llamó Y cerré mis ojos. Ellos se trajeron la idea de Argentina. Por esas mismas fechas estaba una exposición en el Papalote que se llamaba Diálogos en la oscuridad, que estaba hecha por ciegos. Yo lo único que hice fue hacer esa fusión de estas ideas.
—¿Cómo fue el proceso para seleccionar a los actores?
—Empiezo a buscar a actores ciegos, pero no hay. Solo había escuelas, fundaciones, institutos donde había actividades artísticas y culturales, pero casi siempre están enfocadas a la rehabilitación, no necesariamente como una profesión. Al no haber actores fui tocando a esas instituciones y de ahí se integran unos chavos de una fundación que se llama Ojos que Sienten; se integran de una secundaria que está en Coyoacán y otro chico que llegó por parte de un maestro que daba talleres a personas con discapacidad, no precisamente visual, y es así que se integra el grupo y la compañía nace en 2007 con la obra Bajo el puente.
—¿Cuál es la reacción del público cuando acude a una de sus obras?
—Los primeros minutos sí son angustiantes porque no ven absolutamente nada y pierden la noción del espacio, ya después como que se van acostumbrando a la oscuridad. Ya después, el comentario que hacen es siempre el mismo: “Ahora puedo entender más o menos cómo es que una persona ciega vive”. No es nuestro cometido, pero al final la gente sale diciendo eso. No necesariamente a la gente que va al teatro se le dice: “Oye, la obra está integrada por ciegos”. Al final, solo cuando se prende la luz se dan cuenta de que son actores invidentes y ahí es entonces cuando les entra el clic.
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—¿Qué aprendizaje has tenido en estos diez años de puestas en escena?
—El primer aprendizaje que tuve es que son personas comunes, que no son ejemplo absolutamente de nada, que no son ni más sensibles, porque todos tenemos sensibilidad. Todos tenemos capacidades distintas. El chiste es justo eso, saber conocer tus limitaciones, tus capacidades y utilizarlas. Otro aprendizaje muy básico fue sobre las referencias visuales. Yo te puedo explicar a ti cómo hacer un movimiento y ya me lo copias. Con ellos no, con ellos hay que ser muy específico. Fuimos aprendiendo de la mano.
—¿Cuándo fue la última vez que quisiste hacer un teatro más comercial?
—Eso siempre lo tengo en la cabeza porque digamos que el teatro institucional de repente es muy difícil que la gente lo vaya a ver o lo acepte. Yo, de decir, quiero hacer teatro comercial, por supuesto, siempre. Al final es otro mercado y te da más posibilidades. Aunque ahí creo que los discursos están más acotados, pero no lo sé, solo es prejuicio porque casi todo el tiempo que he hecho teatro ha sido teatro institucional o cultural, como mucha gente lo llama, pero al final todo es cultura.