En 1953, Lucien Clergue, un adolescente dependiente en un negocio de distribución de alimentos en Arles, Francia, acorraló a Pablo Picasso cuando este salía de una corrida de toros. Metió un paquete en las manos del artista: fotografías que Clergue había tomado, durante su hora de almorzar, del daño de las bombas y los cadáveres de animales hallados flotando en el río Ródano. “Son muy buenas”, dijo Picasso. “¡Me gustaría ver más!”.
Esta es una de las fotos que Clergue tomó después. Un niño de miembros delgados con ojos de Theda Bara, vestido para la arlequinada, posando junto a una pila de escombros. Es de una secuencia llamada Saltimbanquis, forma francesa de “saltimbanco”, derivado del italiano “saltare” (saltar), “in” (en) y “banco”. La palabra insinúa indigencia y falta de escenario: una expresión compacta de la famosa aseveración de Charlie Chaplin de que todo lo que se necesita para la comedia es una muchacha, un policía y una banca de parque.
En 1905, Picasso le había dado el mismo nombre a una pintura considerada como su primera obra maestra: un retrato grupal de una troupede artistas itinerantes. Entre ellos, un payaso corpulento, una niñita con una canasta de flores y un acróbata adolescente. Parecen haberse detenido a descansar a un lado del camino. El paisaje que ocupan es desolado y sombrío. Se piensa que una de las figuras es una niña de la calle adoptada brevemente por el artista y su amante, Fernande Olivier, hasta que se cansaron de ella y le pidieron a una amistad que la dejara con las monjas.
Un ojo antipático desdeñaría la imagen de Clergue como obsequiosa o parasítica. “Las cincuenta sombras de la saga Crepúsculo de Picasso”. Pero la Europa de la posguerra requería de tales figuras. El cine del periodo —desde Federico Fellini hasta Luis Buñuel y Norman Wisdom— reclutó una legión de payasos y niños abandonados. ¿Qué dio forma a la apariencia de muchacho de Audrey Hepburn? La hambruna holandesa de 1944-1945.
Lucien Clergue era un niño de la guerra, un evacuado que regresó para hallar su hogar en ruinas, y luego pasó su adolescencia cuidando de su madre enferma y traumatizada. Ella murió un año antes de que él pusiera sus fotografías en manos de Picasso. Con imágenes como esta, él adquirió un mecenas de toda la vida, y demostró que el dolor sincero y la calculación escalofriante pueden existir, urgentemente, dentro de una misma alma.
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Impresión en gelatina de plata, No. 29 de una edición agotada de 30, 50 x 60 centímetros, €10,000 ($11,200 dólares); Bernheimer Fine Art, Lucerna, Suiza: Bernheimer.ch
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek