La caída del peso ante el dólar, el aumento de fuerzas castrenses en la frontera, los retenes migratorios y el pago de cuotas a los integrantes de la delincuencia organizada son algunos de los pretextos que ponen los polleros para incrementar el precio de sus servicios hasta en 6 mil dólares.
Reunir más de cien mil pesos resulta una proeza cuando el jornal apenas lo pagan en 120 pesos; y los salarios en los talleres, carpinterías o de chalanes son de mil pesos por semana, plantea Juan Miguel, aspirante a migrante.
Con palabras entrecortadas por la emoción y un tanto chiviado, se ríe por momentos porque al fin dejará de ser el desafortunado de la familia, dejará de ser el que nunca ha conocido el otro lado, donde los dólares lo cambian todo, según su entendimiento.
Se ve reflejado en la suerte de sus tres hermanos, quienes desde hace más de 17 años comenzaron a migrar, primero para sobrevivir a la carencia de empleos en Hidalgo, y ahora, “por gusto, porque dicen que están rebién”.
Ellos se encargaron de contactar al pollero radicado en las cercanías de Zimapán, quien tiene buen oficio aunque su cobro es el más alto de la región. “Te deja hasta la casa de los parientes, mis carnales, y dice que pasas por la línea (garita) sin broncas”.
Con apenas la preparatoria terminada, Juan Miguel hace los preparativos junto con cuatro paisanos más que se quedarán en el camino. “Ellos van cerca de la frontera, yo voy hasta Nueva York, allá hay mucha chamba en la construcción”, plantea muy resuelto.
Pero 100 mil pesos son muchos, es suficiente para un negocio, se le plantea; sin embargo, él hace sus cuentas y considera que en cuestión de un año ya terminó de cubrirlos, porque él apenas juntó 17 mil pesos “y eso porque me metí a una campaña de políticos”, mientras que el resto será prestado por sus hermanos, todos ellos mayores que él.
Y al hacerle cuentas, el pollero le desmenuza cantidades que debe ir entregando en cada filtro existente que les impide el libre tránsito en su propio territorio. Su viaje comienza en autobús comercial y ya cerca de la frontera suben a una camioneta para más seguridad.
Las dádivas comienzan desde la carretera a San Luis Potosí, donde existen dos retenes, “allí debemos decir que tenemos trabajo seguro en Chihuahua en el corte y que cada año vamos”, y podrán enseñar su INE; ya en Tamaulipas deberán cubrir tres retenes, dos oficiales y uno a la delincuencia organizada.
Lo costos se incrementan por las fuertes cantidades que entregan en la aduana, principalmente para evitar caminar por el desierto, lo que representa alto riesgo.
A rezar
En su pueblo todos los hombres ya se fueron, y aunque han repatriado a muchos de ellos, ya no tienen el estigma de perdedores o cobardes, “ya fueron al otro lado, ya conocen, ya nos les cuentan”, dice.
Hasta mayo de 2016, el gobierno de los Estados Unidos había repatriado a 2 mil 396 hidalguenses a quienes lo mismo los deja en la frontera o bien los envía a la Ciudad de México, a través del programa Repatriación Segura.
Juan Miguel no quiso evidenciar el nombre de su pueblo “porque si pasa algo en mi viaje, no quiero que digan que fue mi culpa por andar de chismoso”, afirma y levanta los hombros y abre los dedos de las manos que sube hasta el pecho en señal de plegaria.
Junto con cuatro más, él está citado a la orilla de la carretera a Zimapán a las nueve de la noche del domingo; después, todo cambiará para Juan Miguel.