IRAK.—Una mujer iraquí camina frente a los restos de un edificio que resultó dañado por un ataque suicida, el pasado 3 de julio, en el barrio de Karrada, Bagdad. Al cierre de esta edición, cerca de 300 personas habían fallecido tras el atentado, reivindicado por el grupo yihadista Estado Islámico, que ya es considerado una de las ofensivas más sangrientas jamás cometidas en Irak. El día de la agresión la zona estaba llena de gente que hacía sus compras para la fiesta que marca el final del ramadán, el mes de ayuno musulmán. El minibús que el kamikaze hizo estallar estaba cargado con explosivos plásticos y nitrato de amonio, según las autoridades policiacas. Esta es la primera vez que se informa del tipo de bomba empleado en un ataque. La explosión mató a un número limitado de personas, pero las llamas provocadas por la deflagración se propagaron y atraparon a quienes se encontraban en las tiendas de los alrededores. Muchas de las víctimas murieron quemadas, lo que está dificultando las tareas de identificación, mientras el balance mortal sigue agravándose. El atentado ha reavivado la ira de los iraquíes ante la incapacidad gubernamental para proteger a su población civil.
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