LA MAÑANA POSTERIOR a la votación del brexit, a un aturdido Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, un organismo que congrega a los jefes de gobierno de los 28 países de la Unión Europea, le preguntaron su reacción en torno a la votación histórica. Irónicamente, citó a Friederich Nietzsche, el filósofo del siglo XIX cuya obra influenció el ascenso del militarismo alemán que llevó a dos guerras mundiales, las conflagraciones que la UE presuntamente evitaría que sucedieran de nuevo. “Lo que no te mata —proclamó Tusk— te hace más fuerte”.
Vamos a ver si eso es cierto, ¿no? El proyecto europeo ha enfrentado numerosos reveses en los años desde que Jean Monnet, el padre de la Europa unificada, inició el mercado común de carbón y acero en 1951 que con el tiempo evolucionó en el organismo supranacional que es hoy la UE. Pero nunca ha enfrentado algo parecido a esto.
En múltiples niveles, Europa aún parece ser un desastre. La mayoría de sus economías ven un crecimiento lento o nulo; los índices de desempleo en lo que los europeos llaman “la periferia” —España, Portugal y Grecia— son escandalosamente altos; el desempleo juvenil en Grecia y España es superior al 40 por ciento, y en la eurozona en general, más del 10 por ciento de la población en edad laboral está sin trabajo. El Banco Central Europeo tiene una política de tasas de interés negativas en un esfuerzo desesperado de mantener a raya un episodio debilitador de deflación. Y la política inmigratoria de Europa —podría decirse que la razón principal del asombroso voto del brexit— sigue siendo catastrófica. Pregúntale al saliente primer ministro del Reino Unido, David Cameron. El 29 de junio, en una reunión de despedida con sus colegas jefes de Estado, en Bruselas, culpó públicamente por el resultado del brexit a la negativa de la UE de darle “un freno de emergencia” con el cual controlar la migración.
Después de verse rechazados de una manera humillante, los pares de Cameron no quisieron oírle y respondieron de mal humor. En una declaración emitida al día siguiente, el Consejo Europeo dijo: “El acceso al mercado único requiere la aceptación de las cuatro libertades”, una referencia al principio de la UE del libre movimiento de capital, trabajo, servicios y artículos. “Esa —dijo un diplomático de la UE— fue nuestra respuesta a Cameron”.
Y esa respuesta —apostándole el doble a una política que llevó a la quinta mayor economía del mundo a decirle “chao” al proyecto europeo— reveló mucho. Ahora, más que en cualquier otro momento de su historia, los líderes de la UE necesitan evaluar dónde están, cómo llegaron allí y, lo más importante, qué se necesita hacer ahora para salvar a Europa. Continuar con políticas que se les hizo tragar a la fuerza a ciudadanos quienes no tuvieron voz en su formulación —como la inmigración— no debería estar en el principio de la lista.
La urgencia de cambiar el rumbo en la UE es crucial por una razón que se pierde entre el legítimo retorcimiento de manos por sus errores, y la posibilidad muy real de más desintegración: sí vale mucho la pena salvar a la UE. Pese a todos los problemas que Europa enfrenta ahora, el objetivo central de la unión —la gran idea de Monnet— se ha conseguido. Dalibor Rohac, un investigador del Instituto Empresarial Estadounidense, ha sido un crítico frecuente e inteligente de muchos tropiezos políticos de la UE. Pero como escribió recientemente, lo innegable es que, “por 70 años, las grandes potencias de Europa han estado en paz”.
Y esa, después de un siglo de guerra en Europa, era la meta de Monnet. Más allá de eso, como escribió Rohac, “según los estándares históricos, la era de la integración europea es lo más cerca que las naciones europeas han estado de un gobierno limitado, constitucional y democrático. Pese a todos sus excesos ‘socialistas’, el grado de apertura económica en la UE no tiene precedente”.
Todo eso ahora está en riesgo. Incluso antes de la votación del brexit, el sentimiento contra la UE en Francia y Holanda ha aumentado. Los partidos que se oponen a la UE en ambos países han sido electrizados por el resultado del Reino Unido y ahora presionarán por sus propios referéndums. De ninguna manera es seguro que no consigan una votación. Y si se salen —al momento una perspectiva poco posible, pero ¿quién habría predicho el brexit hace tres años?—, entonces el proyecto europeo habrá terminado. La desintegración posiblemente no pueda contenerse. Los movimientos populistas contra Bruselas están consiguiendo apoyo en países tan diferentes como Italia en el sur y Hungría en el este (donde este otoño se celebrará un referéndum sobre una propuesta de rechazar los límites fijados por la UE para asentar refugiados, la cual es casi seguro que gane en el clima actual).
LLAMADA DE ATENCIÓN: Las posturas de los británicos con respecto a la inmigración fueron influenciadas por las imágenes de miles de refugiados acampados en un sitio conocido como “La Jungla” cerca de Calais, Francia, con la esperanza de llegar al Reino Unido. Foto: Philippe Huguen/AFP.
Que Gran Bretaña deje la UE es un momento de crisis para Europa, en parte a causa de su propia mitología. El lenguaje mismo del proyecto europeo habla de esto: en lo que llamó una “declaración solemne”, firmada en 1983 en Stuttgart, Alemania, la UE prometió luchar por “una unión aún más estrecha”. El proyecto europeo nunca debería terminar, según esta lógica, y muchos líderes de la UE llegaron a creer en la llamada analogía de la bicicleta: que si la UE no se movía constantemente hacia delante, se volcaría. Y como si les hubieran dado el pie, conforme se acercaba la votación del brexit, algunos líderes europeos insistieron, como dijo el ministro del exterior español José Manuel García-Margallo, en que “pase lo que pase, más Europa”.
Pero en el ambiente actual de malhumor continental, “más Europa” es exactamente lo que no se necesita. Afortunadamente para los proeuropeos, gente importante parece entender esto. En un discurso previo a la votación, Tusk, el presidente del Consejo Europeo y exprimer ministro de Polonia, aceptó la realidad: “El espectro de un rompimiento acecha a Europa —dijo—, y una visión de una federación [más estrecha] no parece ser la mejor respuesta a ello”. Wolfgang Schäuble, ministro de finanzas de Angela Merkel y uno de los servidores públicos más capaces en Europa, dijo que la UE no podía regresar a “las cosas como siempre”.
De hecho, la posible respuesta a la pregunta de “¿qué debe hacer la UE para salvarse a sí misma?” es: menos. La visión de unos Estados Unidos de Europa —con Bruselas como Washington, monitoreando un presupuesto federal y una política de defensa, emitiendo regulaciones sobre prácticamente todo, desde lo importante (qué nuevos medicamentos son aprobados) hasta lo ridículo (el tamaño máximo de los recipientes en que puede venderse el aceite de oliva)— posiblemente esté muerta.
Una ironía que se perdió en la histeria posterior al brexit es que hacer menos, de hecho, se había vuelto parte de la agenda de la UE. Un diplomático holandés, Frans Timmerman, había sido empoderado por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, para recortar los legendarios trámites burocráticos de la UE. Y él ha tenido avances: el año pasado, obligó a los eurócratas y miembros del Parlamento europeo a retirar 80 propuestas del “programa laboral” de la UE para el año. En diciembre, después de seis meses de negociaciones, las instituciones de la UE formalizaron la agenda de “mejor regulación” de Timmerman, la cual incluía cosas como una “junta de escrutinio regulador” que haría análisis de beneficio de costos a cualquier regulación o legislación planeada en el Parlamento europeo.
Después del brexit, la UE necesita asegurarse de que la agenda de Timmerman no se vea empantanada en lo que él llama la “lógica de Bruselas”, en la cual se ha definido “más Europa” como más regulación y más legislación. Romper esta mentalidad y tomar decisiones que permitan a las empresas europeas contratar más trabajadores ya debería ser la prioridad número uno de la UE; el 17 de junio, Benoît Coeuré, miembro de la junta directiva del Banco Central Europeo, dijo que Europa se arriesga a crear una “generación perdida” por el desempleo. Pero después del brexit —y con las revueltas contra la UE gestándose en otras partes del continente— hacerlo podría afectar los empleos que los eurócratas y parlamentarios de la UE les preocupan más: los propios.
La UE también necesita abordar su reputación muy justificada como una “unión de transferencias”, una que canaliza cantidades enormes de dinero de los ricos países del norte a los casos perdidos en el sur y el este. Entre 2014 y 2020, la UE planea gastar 350 000 millones de euros para ayudar a disminuir las disparidades económicas entre sus estados miembros. Ese tipo de gasto inevitablemente produce desperdicio, y cuando surgen historias de una nueva carretera de 12 millas en Bulgaria cuya construcción costó 16 millones de euros por milla, los buenos ciudadanos de Alemania, Francia y Holanda tienden a enojarse un poquitín.
La desregulación y el gasto más eficiente, vamos, sólo tendrán un valor limitado en restaurar la reputación hecha jirones de la UE. Se mantiene una desconexión fundamental del proyecto europeo: en la eurozona, una moneda común sin un presupuesto federal común ha llevado a desastres fiscales y crisis bancarias en países como Grecia e Italia. La lógica dicta que si ha de haber una moneda común entre los 19 miembros de la eurozona, también necesita haber un presupuesto común, algo que el ministro de finanzas de Italia, Carlo Padoan, ha solicitado.
Incluso antes de la votación del brexit, eso era un hueso duro de roer políticamente. Ahora es poco menos que impensable. El ministro holandés de finanzas, Jeroen Dijsselbloem, así lo ha admitido, incluso dijo en un discurso reciente: “Para mí es obvio: necesitamos fortalecer lo que tenemos y terminarlo, no construir más extensiones a la casa europea cuando está tan inestable”. Los proyectos sin terminar y menos grandiosos incluyen codificar una unión continental de mercados de capital, así como una unión bancaria (incluso cuando esto último es visto con gran suspicacia por los alemanes, quienes ya no pueden creer que cedieron su amado marco alemán por el euro).
Asumir un efectivo bajo perfil mientras arden las furias contra la UE bien podría ser la única opción realista que los proeuropeos tienen al momento. Pero una idea grande sí tiene algo de mérito y podría ser factible: la UE necesita desesperadamente mejorar tanto su transparencia como su responsabilidad. En suma, necesita volverse más democrática.
Simon Hix, un politólogo de la Escuela de Economía de Londres, ha escrito un libro con propuestas detalladas de cómo podría lograrse esto. Entre sus recomendaciones: los líderes de partidos políticos nacionales deberían elegir candidatos a la presidencia de la Comisión Europea; estos candidatos entonces deberían exponer una plataforma de la que sería la agenda de la UE durante su periodo, y deberían sostener debates televisados ante el Parlamento europeo, cuyos miembros entonces votarían por su candidato preferido (a la fecha no sucede nada de esto: el presidente de la comisión es nombrado después de un toma y daca a puerta cerrada entre los países miembros de la UE más poderosos).
Todo el proceso, dice Hix, “sería más transparente. Habría una conexión más clara entre los ciudadanos, sus gobiernos y la comisión”. En el momento de su crisis más profunda, la UE podría hacer algo peor que tratar de conectarse más directa y abiertamente con la gente a la que supuestamente sirve. No los matará, y podría hacerlos más fuertes.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek