JUCHITÁN, Oax.— Leopoldo de Gyves regresa de la marcha docente contra la reforma educativa, estaciona su camioneta, da tres pasos, suelta un portazo y, clavados los pies en la banqueta de su casa, entrada la noche exclama en medio de un puñado de seguidores que lo escoltan: “Acaban de matar a dos en la colonia Gustavo Pineda”. Dirigida a todos y nadie, la frase suena más a un lamento soltado hacia el cielo del sur del país desde el que cae una llovizna.
Juchitán —donde hace 35 años la población votó a este hombre hoy cubierto de canas para volverlo el primer alcalde en la historia de México de un partido de izquierda— se alza a la mitad de 2016 como capital de las masacres de Oaxaca, un estado que se incendia por dos flancos: la lucha de los maestros contra el gobierno federal y el combate entre bandas enemigas del crimen organizado. En una ciudad que ha sumado cadáveres por decenas desde la primavera que concluye, la violencia inquieta a Leopoldo, que extrañado por la solicitud de entrevista me pide aclarar las cosas sentados en la vereda bajo el follaje de un laurel: “¿Cuál es la idea de la entrevista, cuál es tu hilo conductor?”, me lanza el hombre de 61 años con los ojos bien abiertos, escéptico de un genuino interés periodístico. Me oye y hace una mueca incrédula.
El dirigente social, actual cabeza del Movimiento Nacional del Poder Popular (MNPP) y personaje de fábula en Oaxaca desde 1976 —cuando apenas tenía 25 años— aprieta estos días su actividad en el Istmo de Tehuantepec, la Cuenca del Papaloapan, el Bajo Mixe, los Valles Centrales y la Mixteca. Recorre a pie y en auto esas regiones de su entidad: ya ha atraído a 15 000 habitantes dispuestos a secundarlo en su lucha contra el abandono del segundo estado más pobre de México, cuyas últimas cifras del Coneval son brutales: 66.8 por ciento de su población en pobreza; es decir, 2.6 millones de pobres, de los cuales 1.1 son pobres extremos. ¿Su misión? “Construir el poder popular para la toma del poder político”, dice Polo de Gyves en el patio de su casa habitada por su madre, sus hermanos, hijos y nietos que van y vienen. Una nieta se acerca para darle al abuelo un beso antes de dormir. “Descansa, mi amor”, le responde.
Quien no parece cansarse es Leopoldo. Superada su sexta década, sintetiza su rutina con un “me levanto y leo La Jornada, tengo reuniones, atiendo broncas y recorro pueblos”, los bastiones de su movimiento: Tehuantepec, Álvaro Obregón, Zapata, Santa María Xadani, Chicapa de Castro, Juchitán, San Dionisio y cerca de 40 comunidades más, entre ellos Nochixtlán, la localidad donde el choque de la Policía Federal y maestros el 19 de junio dejó, según el Comité de Nochixtlán, 11 muertos, aunque el gobierno federal reconoce sólo ocho. “La articulación entre poder mediático, económico, político y coactivo del Estado es fuerte, casi perfecta y difícil de vencer. Pero la gente está perdiendo el miedo y se suma a la lucha pese a la represión policiaca: las medidas antipopulares de Enrique Peña Nieto causan hartazgo”, dice, y agrega lo que percibe como el principio del actual poder del PRI: “A los rebeldes mételos en la cárcel; a los otros dales juego”.
De Gyves no inventa una frase. Seis maestros oaxaqueños afines a su movimiento están presos: Heriberto Magariño, Aciel Sibaja, Juan Carlos Orozco, Othón Nazariega, Efraín Picazo y Roberto Jiménez.
Cuando dice “los otros” se refiere a los suyos o, mejor dicho, a los que fueron suyos y asume que lo traicionaron. En marzo de 1976, hace justo 40 años, recibió una llamada en las cercanías de Ciudad Universitaria, adonde migró desde Juchitán para estudiar medicina. Del otro lado del teléfono le avisaron que el cacique Juventino Ramírez, dirigente de la Confederación Nacional Campesina, había sido asesinado. El gobierno estatal del PRI acusaba del homicidio a Héctor Sánchez, Daniel López Nelio y César Pineda, jóvenes que durante el ataque estaban convocando a un mitin antigubernamental a la población dentro de un auto con sonido. Perseguidos, huyeron y se volvieron prófugos de la justicia. “Vine a su relevo”, recuerda De Gyves. Abandonó por siempre la medicina para ser el cerebro del cada vez más robusto grupo del que había sido parte y que aquellos tres habían dirigido: la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI).
Cinco años después, ya como candidato de la alianza COCEI-Partido Comunista Mexicano, De Gyves venció en elecciones al PRI con un impactante respaldo campesino. Como nunca antes, un gobierno emanado de la izquierda electoral alcanzaba el poder en un municipio mexicano.
Pero desde ese 1981 hasta hoy las cosas cambiaron. En 1989 la COCEI se unió al apenas fundado PRD. “Al unirse, dirigentes encontraron su modus vivendi, un camino de ambición de poder y dinero: la cultura del PRI. Gobiernos estatales y federales generaron relaciones personales con ciertos de nuestros dirigentes”.
En las elecciones oaxaqueñas del mes pasado, las cerca de diez fracciones de la COCEI negociaron dar sus votos a seis partidos, incluyendo el PRI: “Hay quienes crean nexos ocultos con el PRI: se vinculan en elecciones y luego en el gobierno. Un principio fundacional de la COCEI es combatir al gobierno. Quien se alía con el partido de Estado no es coceísta”. Su corriente, el MNPP, aunque cercana a Andrés Manuel López Obrador, rechazó oficializar una alianza. “Los demás grupos optan por la línea de partidos para ganar espacios políticos: su tarea es el clientelismo. Nosotros pintamos nuestra raya: ese no es el camino”.
—Un linaje domina Oaxaca: serán seis años de Alejandro Murat, otro de esa familia. ¿Cómo imagina su gobierno?
—Será reflejo fiel del gobierno federal. Oaxaca es importante para el proceso (electoral) de 2018 por el caudal de votos: quizás hasta 2 millones (2.7 según el INE). Y es un estado muy grande con los más importantes recursos naturales. El gobierno quiere gobiernos estatales del PRI para que sus políticas fluyan y tiene planes para Oaxaca: meterlo en las Zonas Económicas Especiales, un proyecto para beneficiar al gran capital trasnacional y nacional.
El odio Murat-De Gyves es viejo. Entre 1999 y 2001 Leopoldo fue presidente municipal de Juchitán por segunda vez, ahora con el PRD. Su administración fue culpada de no comprobar 60 millones de pesos del gasto público.
—Hay quienes lo acusan de haberse convertido en un político más.
—Salimos del ayuntamiento pobres como entramos, pero hubo una campaña de descrédito porque fui un luchador social que cuestionó, que no se alineó, que se opuso y criticó al gobernador José Murat. Y otra razón es que yo era prospecto de candidato a gobernador. Con (el perredista) Héctor Sánchez, entonces senador, Murat hizo alianzas para bloquearme y pactó con regidores del PRD en el ayuntamiento para hacerme una auditoría. Demandé que se resolviera y que se me aplicara la ley si tenía alguna responsabilidad: nunca ocurrió. Actué con honestidad en ambos ayuntamientos.
—¿Su imagen está manchada?
—De 1980 a 1989 fui encarcelado por toma de tierras, torturado con toques eléctricos, fracturado por judiciales. Soy un lisiado de otras guerras. Pero la mayor tortura es la tortura moral: que te desacrediten si eres honesto. Me duele el descrédito. Mi padre me heredó una idea: la honestidad es sagrada.
Polo de Gyves es hoy uno de los principales líderes de la resistencia oaxaqueña que combate la reforma educativa y otras políticas federales. Foto: Aníbal Santiago.
EL CANTO DE LAS SIRENAS
Su papá, el mayor de infantería cardenista Leopoldo de Gyves Pineda, fue un rebelde del ejército, el primer militar al que un consejo de guerra condenó (tres años cinco meses de prisión) por su lucha abierta contra el PRI. Los cargos: “insubordinación de palabra y de hecho” e “infracción al reglamento de deberes militares”. Pero los tiempos en que ese juchiteco mítico encaró un enemigo único, el partido tricolor, se transformaron. Este año, sicarios fuereños han asesinado día tras día a familiares y empleados de Juan Terán, empresario inmobiliario con supuestas actividades criminales al que la población teme pese a que casi nadie lo ha visto. Desde marzo, mantas anónimas avisaron a Terán que aniquilarían a su entorno: “extorsionador, mugroso, marrano”, lo llamaron. “Te vamos a reventar”, lo amenazaron. Y cumplieron: al asesinato de su hermano René Terán en mayo le siguieron los de varios choferes de su sitio de mototaxis Badu Bazendu.
A eso se suman múltiples ejecuciones más. En Juchitán la sangre se expande.
—¿Qué pasa con la violencia? —pregunto a De Gyves.
—Es la disputa por la plaza, (valiosa por) el consumo en el Istmo.
—¿Quién es Juan Terán?
—Es un juchiteco y su actividad ha sido delincuencial. Punto: todo el mundo lo conoce así. Pero no se mete con la población juchiteca: tiene conflictos con otro grupo de su naturaleza y por eso los hechos de muerte y de sangre de los que la sociedad es ajena. Hasta ahí, es todo lo que puedo decir.
De Gyves prefiere guardar silencio y hablar de otras batallas que asume con fiereza, aunque esta vez los enemigos sean zapotecos, como la mayoría de su pueblo. Desde hace cerca de cinco años, empresas extranjeras, como la australiana Macquarie Capital, la española Ingeteam y otras más de capital europeo y estadounidense han creado parques eólicos en zonas del Istmo. El 90 por ciento de la energía eólica del país surge en Oaxaca, donde hay 24 parques especializados y más de 1600 “molinos” de hasta 110 metros de alto.
La energía producida por aerogeneradores que impulsan redes eléctricas es limpia, pero “sucia” la manera de asentarse, aclara De Gyves. Por un amparo agrario de los terratenientes juchitecos en 1978 dejó de haber elecciones, comisariado y asamblea comunales. Ante el vacío de autoridad, los campesinos recurrieron a notarios y al Registro Público de la Propiedad para privatizar “ilegalmente” las tierras comunales.
—Desde afuera uno diría que las energías limpias son un acierto —le comento.
—Las tierras comunales en Juchitán suman 68 000 hectáreas: siete veces Manhattan —dice—. Y tres cuartas partes ya las poseen empresas eólicas: comuneros y ejidatarios se las arrendaron. Esas empresas firmaron contratos individuales de arrendamiento con 150 familias hasta por 30 años. Los campesinos se sienten propietarios pese a que las tierras son legalmente comunales.
—¿Reciben fortunas?
—No, nunca llegarán ni a la clase media —manotea—. Les dan, por ejemplo, 10 000 pesos al mes. Y les dicen que cuando se generen utilidades les tocará el 0.5 por ciento. Pero como no eres socio nunca sabes: todo es de palabra.
—Son desposeídos de muchas generaciones. Es natural que acepten.
—Es el canto de las sirenas.
En contraste con esas impresionantes extensiones verdes donde se alzan las estructuras verticales con aspas como vigías gigantes, la ciudad de Juchitán forma un escenario que cruza el infestado Río de los Perros; con mendigos por aquí y allá y deambulando hasta en la alcaldía; con tiraderos en las esquinas y puestos ambulantes sin control que colman las calles.
—Esta ciudad que fue un símbolo padece una involución.
—Por supuesto; en 1981 nuestra gente migraba por temporadas y volvía: nadie se iba mas de un año a otro país. Los migrantes eran exclusivamente pobladores de (Santa María) Xadani y Álvaro Obregón. Iban a Chiapas al corte de plátano, a Campeche al de algodón, a Sinaloa al de jitomate. Nada más. Desde 2000 los migrantes se van y se quedan en el norte del país, Estados Unidos y Canadá. En los 80 los mendigos que teníamos venían de Chiapas. Ahora son de aquí.
—¿Y dónde están los juchitecos ricos?
—Aquí, pero también en España, Estados Unidos, Alemania, Francia, Cuba. Allá tienen sus capitales.
Al pedir a De Gyves que me nombre políticos actuales que admire, responde “Ho Chí Minh, el Che, Fidel, Yasir Arafat”. ¿Y uno vivo?, insisto. “Luther King, Malcolm X”. “También están muertos”, le digo. “AMLO”, responde y abre la respuesta: “Seguimos el paradigma del movimiento social internacional”; sin escrúpulos nombra al expresidente venezolano Hugo Chávez, y refiere el bloque latinoamericano que también integran el presidente de Ecuador, Rafael Correa y el presidente boliviano Evo Morales.
—Esos gobiernos empiezan a caer.
—Pero el movimiento social no; están en crisis los gobiernos.
—Los movimientos sociales buscan el poder.
—No todos. Como dijo (el politólogo brasileño) Emir Sader: ante el derrumbe del gobierno progresista de Brasil, esta es la oportunidad de resurgimiento del movimiento social.
—¿Por qué se derrumban esos gobiernos progresistas?
—Ya en el poder no gobiernan con el pueblo, sino para el pueblo. Y eso hace diferencia: el pueblo no es ya el sujeto del cambio; ellos, allá arriba, quieren ser el sujeto del cambio. Eso permite que la derecha recupere el poder.
—¿Hay opciones de ver un día otro continente?
—Vivimos en un circuito capitalista del que no podemos salir, pero se pueden construir alternativas de vida sin transgénicos y agrotóxicos; sin individualismo y rescatando lo comunitario, la solidaridad social, las formas de vida orgánicas, un comercio más justo. Formas sociales sin propósitos de lucro.
A cada rato, Leopoldo salpica la entrevista con dos frases: la primera, “una persecución”. Él y su gente sufren “una persecución”.
Y dos, “López Obrador”, al que admira. A inicios de año desayunaba en un restaurante de Tehuantepec. De pronto, vio a un canoso que se acercaba. “Pensé: lo conozco y él me reconoció: ¿Leopoldo, como estás?, me dijo Andrés Manuel. Desayunamos y conversamos”. Y lo invitó a un evento público a Unión Hidalgo. “Ahí me hizo el honor de decirme que me admiraba como dirigente social”.
De Gyves suelta unas risas, entre apenado y satisfecho.
En Nochixtlán, donde fueron asesinadas ocho personas ligadas a los maestros, el Movimiento Nacional del Poder Popular de De Gyves también se moviliza. Foto: Adriana Álvarez/Cuartoscuro.
NO IMPORTA DÓNDE ESTÉS
Son ya las diez de la noche y tres jóvenes que salen del estudio de su jefe vienen a despedirlo. “Mañana tempranito, ¿eh?”, les pide el también exdiputado del PRD y del Partido Socialista Unificado de México. De Gyves, sólo con preparatoria concluida y ya sin cargos públicos, encontró un modo para sostenerse: aprovechar su saber autodidacta en derecho para defender a trabajadores oaxaqueños despedidos, gestionar sus liquidaciones y llevarse el diez por ciento del total. No ha acumulado fortunas, asegura, ni nada parecido: “Esta es la casa que construí con mi trabajo”, dice abriendo los brazos en un patio rústico rodeado por cuartos austeros.
Multifacética, su lucha ahora se concentra en los maestros. Los costos de la ausencia de diálogo ya están. Muertos, heridos y un plan gubernamental que resbala. “Desde que propuso la reforma educativa hasta que se aprobó, el gobierno pudo manejar mejor el proyecto. No lo hizo, hoy luchamos en distintas partes del país y la gente se involucra —asegura—. Debemos hacer causa común: los maestros no pueden solos, necesitan al pueblo”.
En su propia lucha, De Gyves, además de los 15 000 oaxaqueños unidos a su Movimiento Nacional del Poder Popular, tiene a su lado personajes de peso. Todos ligados a la cruz: el padre Arturo Lona, “obispo de los pobres” en Tehuantepec; el obispo holandés Frans Van der Hoff de Ixtlaltepec y el jerarca de la Diócesis de Saltillo, el obispo Raúl Vera, con quienes se encuentra en distintos puntos del país para definir acciones que comulgan con lo que llama “movimiento social internacional”: el resurgimiento de la izquierda continental.
—Su movimiento crece y usted persiste como líder político. ¿No piensa operar desde la Ciudad de México?
—Estoy muy bien aquí bajo este yechachi (encino en zapoteco), estas flores yolozóchitl, los tulipanes, las rosas, este mango, este tamarindo, el chicozapote —contesta, riendo.
—Allá están los poderes —le digo.
—Puedes estar en el centro político del país y no tener ninguna incidencia. Puedes estar en los Altos de Chiapas y tener toda la incidencia. A menos de que quieras pertenecer a la casta política, no importa dónde estés. No quiero un cargo público: mucho se puede hacer sin poder —dice.
Una nieta se acerca a despedirse. “Adiós, mi niñita linda”, responde y la besa.
—¿Cuántos nietos tiene?
—Uy, no los he contado…
—¿Hijos?
—Varios, de varias parejas.
—¿No sabe el número?
—No soy Emiliano Zapata, pero prefiero hablar de otro tema.
—¿Ha pensado en el retiro o se siente fuerte?
—Seguiré hasta que me maten o me muera.
—¿La muerte en Juchitán es una amenaza?
—Esta ahí, pero hay que salir.
—¿Está tranquilo?
—No tengo problemas con la gente: ando sin escoltas, pero no soy invulnerable. Las cosas pueden ocurrir.
—Déjeme sacarle una foto para la revista.
Incómodo, rígido como un soldado, posa bajo el foco de la cocina donde su anciana madre nos acerca una charola con vasos de agua de jamaica.
Leopoldo escucha el clic de la cámara, cierra los ojos y niega con la cabeza. “Ya sé lo que viene, ya lo imagino: una campaña en contra”.
Jura, hasta el último momento, que esta conversación es también una persecución.
A fin de cuentas no le importa.
—¿Sabes cómo me llaman?
—No.
—En esta tierra yo soy el presidente rebelde.