EN LO PROFUNDO DEL DESIERTO del Sahara de Libia, en la ciudad bañada por el sol de Sabha, un grupo variopinto de hombres armados leales a una de las dos milicias rivales del país acordaron mostrar a Timothy Michetti sus armas más preciadas. Michetti, un experimentado investigador de una empresa con sede en Londres que rastrea las fuentes de armas cortas en zonas de conflicto, viajó allí en agosto pasado debido a una corazonada. Pensó que combatientes locales podrían tener algunos de los lanzamisiles antiaéreos portátiles que desaparecieron cuando los rebeldes derrocaron al dictador libio Muammar el-Gadafi en 2011.
Bajo el calor sofocante, los hombres armados le mostraron un pequeño arsenal: cuatro misiles SA-7 de fabricación rusa y dos modelos más recientes de la variedad SA-16. Los misiles termosensibles son capaces de derribar un avión civil.
Los combatientes dijeron que adquirieron las armas con contrabandistas nómadas en su camino hacia los bazares de armas ilícitas en el vecino Chad. Sin embargo, después de comparar los números de serie de los misiles con los que están en la base de datos de su empresa, Michetti confirmó su presentimiento: estas armas habían sido de Gadafi.
Los misiles no tienen culatas o lanzadores, lo que los hace inservibles, pero eso no fue un gran alivio. Cientos, quizá miles, de lanzamisiles portátiles libios útiles siguen desaparecidos, según las autoridades de Estados Unidos y de la ONU. Y algunos probablemente han caído en manos de los militantes del Estado Islámico (EI), declararon a Newsweek fuentes de inteligencia estadounidense. Añaden que, mientras el EI continúa aprovechando la guerra civil de Libia entre las dos principales facciones rivales, la cual ha durado ya cuatro años, es probable que el grupo utilice estas armas en su lucha para ampliar su punto de apoyo estratégico en Libia para abarcar los campos petrolíferos del país. Hay algunas pruebas de que el grupo ya lo ha hecho.
Nadie ha derribado un avión de pasajeros utilizando misiles libios robados, conocidos en la jerga militar como manpads (man-portable air defense systems, sistemas de defensa aérea portátiles); sin embargo, la probabilidad de que el EI cuente ahora con estas armas en Libia significa que el grupo o sus filiales podrían estar bien equipados para derribar aviones civiles en África o Europa, según las autoridades estadounidenses. “Estos misiles son muy portátiles y fáciles de contrabandear”, dice un alto funcionario del Departamento de Estado que dirige un equipo especial estadounidense, encargado de recuperar los misiles de Libia. “Todo lo que se necesita es que uno logre pasar”.
A pesar de los peligros que plantean estos misiles libios, el gobierno de Obama ha dejado de intentar localizarlos y destruirlos, declararon a Newsweek funcionarios del Departamento de Estado. La razón principal: es demasiado peligroso ir en busca de ellos en Libia.
No está claro cuántos de estos misiles no han podido ser localizados. De acuerdo con funcionarios de Estados Unidos y la ONU, Gadafi acumuló unos 20 000 manpads durante sus cuatro décadas en el poder. Sin embargo, estos funcionarios subrayan que el desgaste, la falta de mantenimiento y la campaña de bombardeos de la OTAN durante la revolución de 2011 habían reducido esa cantidad para cuando el dictador fue derrocado. Poco tiempo después de la caída de Gadafi, el presidente Barack Obama envió el equipo especial de Estados Unidos a Libia, que localizó y destruyó cerca de 5000 misiles. Pero el líder del equipo, que habló desde el anonimato debido a que se trata de un delicado problema de seguridad, reconoce que no tiene idea de cuántos manpads continúan perdidos. “Todavía hay un gran número de ellos en Libia, donde algunos de los más grandes grupos de milicias siguen manteniendo las reservas de las que tomaron el control en 2011”, dice. Otros están en manos de grupos militantes más pequeños de Libia, y los traficantes de armas han contrabandeado algunos fuera del país para alimentar los conflictos en Siria, el Sinaí, Nigeria y Mali. “Puede que nunca sepamos adónde fueron”, agrega el líder del equipo.
El 11 de septiembre de 2012, el equipo de manpads sufrió un importante revés. Militantes islámicos atacaron una estación secreta de la CIA en Benghazi y mataron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador J. Christopher Stevens. La pérdida del puesto de la CIA, que había estado siguiendo el paradero de las armas robadas de Gadafi, eliminó una de las fuentes fundamentales de inteligencia del equipo. El equipo se retiró de Libia menos de dos años después, cuando la Embajada de Estados Unidos en Trípoli cerró debido al deterioro de la seguridad en el país.
“Dado que es una zona de conflicto activo, el equipo estadounidense no tiene la capacidad para entrar en Libia y localizar y asegurar los manpads”, dice otro miembro del equipo. “Francamente —añade—, no tenemos ninguna influencia en medio de un conflicto como para pedir a la gente que entregue las armas”.
Actualmente, los miembros del equipo trabajan desde un anexo del Departamento de Estado en Washington, para ayudar a otros gobiernos en el Norte de África y el Sahel a asegurar sus reservas de armas. En un extraño giro de los acontecimientos, el Departamento de Estado ha recurrido a varios grupos privados con sede en Europa para llevar a cabo una de sus misiones de larga duración en Libia: localizar y destruir las minas que datan de la Segunda Guerra Mundial.
Algunos observadores sugieren que el gobierno dejó gradualmente de atender la búsqueda de los manpads faltantes para centrarse en la guerra en Siria y el acuerdo nuclear con Irán. “Hubo un gran revuelo acerca de los misiles justo después de la caída de Gadafi”, recuerda Rachel Stohl, experta en armas cortas del Centro Stimson, un grupo de analistas con sede en Washington. “Todo estuvo tranquilo durante unos dos años. Cuando comenzamos a ver pruebas de que los misiles estaban apareciendo en Mali y en otros países, los rumores comenzaron de nuevo. Sin embargo, desde entonces el problema ha caído en el olvido debido a otras situaciones de mayor prioridad. Y eso es preocupante. Estas armas pueden causar un daño catastrófico a un avión civil o militar y matar a cientos de personas”.
No está claro por qué ningún combatiente libio ha utilizado los misiles robados para atacar un avión civil. Analistas señalan que muchos grupos armados del país no cuentan con entrenamiento militar y no saben cómo operar los misiles. Más importante, añaden, los hombres que controlan las dos mayores milicias de Libia y aspiran a dirigir el país no están interesados en el derribo de un avión civil, lo cual quizá detendría los vuelos dentro y fuera del país. Las bandas criminales de Libia no quieren que los aeropuertos cierren, ya que dependen de ellos para el contrabando.
Y con misiles que llegan a cotizarse hasta en
12 000 dólares en el mercado negro, las milicias prefieren venderlos cuando necesitan dinero en efectivo, señala Savannah de Tessières, miembro de un panel de la ONU que también investiga el paradero de las armas robadas.
Sin embargo, en Egipto, los militantes antigubernamentales no han mostrado esa discreción. En enero de 2014, combatientes islámicos que pertenecen a un grupo llamado Ansar Beit al-Maqdis utilizaron lo que las autoridades egipcias e israelíes dicen que era un misil portátil libio robado para derribar un helicóptero militar egipcio en el Sinaí, y mataron cinco soldados. Más tarde ese mismo año, el grupo juró lealtad al Estado Islámico. En noviembre pasado, la filial egipcia del EI se atribuyó haber colocado una bomba a bordo de un avión de pasajeros ruso, que mató a los 224 pasajeros y la tripulación. El ataque marcó el paso de la filial hacia la matanza indiscriminada de civiles por parte del EI.
Funcionarios estadounidenses, europeos y árabes temen ahora que la guerra civil libia lleve al EI a realizar ataques de misiles contra aviones civiles en el norte y el oeste de África, así como en Europa. El caos en Libia ha permitido que el Estado Islámico se labre un enclave de 241 kilómetros a lo largo de la costa central mediterránea del país, con la ciudad de Sirte en el centro. El Pentágono dice que el grupo tiene hasta 6500 combatientes en el país, pero otras fuentes de inteligencia dicen que las filas del grupo crecen rápidamente, y afirman que el número de combatientes del EI en Libia alcanza los 10 000.
Los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos dicen que la creciente presencia del grupo en Libia es parte de un plan estratégico más amplio. Mientras el Estado Islámico pierde territorio e ingresos petroleros a manos de las fuerzas de la coalición en Siria e Irak, sus líderes ven a Libia como un reducto que puede caer de nuevo, una nueva fuente de ingresos petroleros y una base desde la cual puede extender su influencia a lo largo de África del Norte y Subsahariana. Desde Libia, afirman estas fuentes, el EI también puede aprovecharse del flujo de refugiados hacia el norte a través del Mediterráneo para atacar Europa.
Como parte de esa estrategia, el Estado Islámico ha tomado como blanco las instalaciones petroleras de Libia. Uno de los objetivos, dice Patrick Skinner, exagente de la CIA y ahora director del Grupo Soufan, una consultoría de seguridad e inteligencia, consiste en sabotear un acuerdo para compartir el poder entre las dos facciones principales del país. La forma de dividir los ingresos petroleros de la nación es una parte polémica de las negociaciones. “Si el Estado Islámico puede paralizar la industria petrolera del país —dice—, hay muchos menos incentivos para que las facciones formen un gobierno”.
Otro objetivo es volver a llenar sus arcas. En las últimas semanas, los combatientes del EI tomaron el control de dos ciudades estratégicas cerca de Sirte, abriendo al grupo un camino sin obstáculos hacia los campos petroleros en el sur de Libia. Mientras no haya un gobierno de unidad, dice Skinner, existen pocas posibilidades de que las dos milicias principales sean capaces de detener el avance del EI. “Tienen el impulso, que es algo que uno nunca desea que tenga un grupo terrorista —dice—. Todos están comprometidos”.
Desde hace más de un mes, Obama ha estado bajo la presión de sus asesores militares y de seguridad nacional para poner en marcha una importante campaña de bombardeos en Libia contra el EI. Hasta el momento se ha resistido y ha optado en cambio por llevar a cabo ataques aéreos selectivos contra los comandantes del grupo y contra uno de sus campos de entrenamiento a lo largo de la frontera con Túnez. Sin embargo, existen informes de que una fuerza multinacional, formada por soldados de Italia, Gran Bretaña, Francia y España, está preparada para atacar al Estado Islámico en Libia, mientras Estados Unidos proporciona fuerzas de operaciones especiales, así como apoyo logístico y por aire, entre otras cosas. Pero los estadounidenses y los europeos no acordarán la operación sino hasta que las facciones rivales de Libia formen un gobierno de unidad.
Mientras tanto, algunos de los pronósticos más inquietantes acerca del EI en Libia pueden resultar proféticos. En febrero, el Estado Islámico afirmó haber derribado un avión de combate MiG-23, perteneciente al gobierno de Libia, al oeste de Bengasi, mientras bombardeaba una milicia islamista no afiliada. El grupo publicó un video del ataque, que fue confirmado por el gobierno reconocido internacionalmente en Tobruk. Tras analizar el video, oficiales de inteligencia estadounidenses dicen que, aparentemente, el EI utilizó un misil para derribar el avión. El Estado Islámico afirma que, desde enero, ha derribado otros dos aviones de combate libios con misiles, pero el gobierno insiste en que ambos se estrellaron debido a “problemas técnicos”.
Si la próxima aeronave derribada es un avión civil, esa excusa podría no ser creíble.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek