4 problemas enormes. 4 soluciones brillantes.
Matar a una jauría de hombres lobo gruñendo sería como un paseo por Central Park en comparación con algunos de los desafíos que abordamos aquí. Pero no tema. Tenemos respuestas. Brillantes. Balas de plata que podrían hacer del mundo un lugar mejor, más seguro, más limpio y más amigable. En las páginas siguientes exponemos una solución inteligente y elegante a problemas gravosos como la sobrepoblación, la pobreza, la seguridad alimentaria y la basura. ¿Qué le parece esto como lista navideña?
Entendemos su escepticismo. No existe tal cosa como una… es la frase que usualmente precede a la bala de plata. Después de todo, según manda ese razonamiento, cualquier problema enorme que no se haya resuelto ya, por lo regular ha desafiado los mayores esfuerzos de incluso las mejores mentes y debe ser a prueba de balas, ¿verdad? En muchos casos, esto es cierto; sería insultante sostener que hay una solución rápida al embrollo geopolítico de Oriente Medio. Y no hay una panacea para los patrones de clima extremos que se haya desarrollado en años recientes a causa del cambio climático global.
Pero la historia está repleta de ejemplos de problemas inmensos e intimidantes que solo parecían insuperables hasta que algún iconoclasta veía un viejo problema de una manera nueva. El escorbuto mató a millones de marineros y otros viajeros; para acabar con la epidemia, todo lo que se requirió fue una ración diaria de jugos de cítricos, llenos de vitamina C, para mantener a raya la enfermedad. Los partos solían ser una proposición arriesgada, pero a mediados del siglo XIX, un observador médico vienés se percató de que cuando los bebés eran asistidos por parteras que se lavaban las manos, tanto el recién nacido como la madre tenían muchas menos probabilidades de desarrollar complicaciones de salud. Grandes problemas, soluciones simples.
Traigan a los hombres lobo.Tenemos suficientes armas, y todas cargadas.
Una noche de octubre pasado, el llanto de una muchacha pudo oírse bajo la música atenuada que reverberaba bajo las paredes de estaño de las casas y los negocios improvisados. Siguiendo el ruido, un hombre de mediana edad descubrió a una joven encorvada contra la pared de un callejón. El rostro de ella estaba desfigurado de dolor, y la sangre había empapado su falda y hecho un charco alrededor de su cuerpo.
Actuando con rapidez, el hombre corrió por las calles hasta que encontró una carretilla. Entonces levantó a la mujer —una muchacha joven, en verdad— y la puso dentro. Más sangre fluyó de su cuerpo mientras él la llevaba a la Clínica Marie Stopes de Kibera.
A la mañana siguiente, Jimmy Ireri Njagi, administrador de la clínica, halló a la muchacha en su puerta de entrada, todavía en la carretilla. Rápidamente diagnosticó el problema: un aborto clandestino mal practicado. A las pocas horas, la tenía en un hospital cercano, donde el personal de emergencias operó y salvó la vida de Florence Akinyi.
“El embarazo fue un accidente”, dice Akinyi, una bonita muchacha de 18 años con un corte de pelo cepillado y una sonrisa tímida. Ella está tan agradecida con el doctor Jimmy (como todos lo llaman) que de hecho se ha convertido en una especie de asistente de oficina, haciendo pequeños mandados en el vecindario y hablando con las pacientes jóvenes en la cínica.
Akinyi es una de las afortunadas. Demasiadas mujeres como ella no sobreviven a un mal aborto, o sufren prolongados problemas de salud a causa de ellos. Y luego está el número, todavía mayor, de jovencitas que, a causa de una falta de recursos, mantienen niños no planeados y terminan atrapadas en un círculo de pobreza-mala salud.
Es un problema antiguo, con una solución muy obvia: darle a las mujeres derechos reproductivos totales, incluido un acceso temprano a la anticoncepción y otras formas de planeación familiar. La planeación familiar y la salud reproductiva son unas de las herramientas más fundamentales para reducir el sufrimiento humano en un mundo cambiante y cada vez más poblado.
Sin comida,
sin agua
Como muchos residentes de Kibera, Akinyi se mudó a la ciudad hace poco; llegó de “la provincia”. No está claro cuánta gente vive en Kibera, pero el censo keniano dice que por lo menos 200 000 personas están apiñadas en esta ciudad perdida improvisada y de cinco kilómetros cuadrados. El impacto de esta concentración de humanos es como un golpe físico: la tierra y la infraestructura de la ciudad no pueden sostener tanta gente. Camine entre las calles de Kibera y entre en un callejón y posiblemente se tope con barrancos cortados en la tierra por torrentes de aguas residuales, el sistema de drenaje ad hoc aquí, y basura y desperdicios en altas pilas.
Kenia está en medio de una explosión demográfica. Con un alto índice de fertilidad —la mujer keniana promedio tiene 4.5 hijos, en comparación con 2.3 mundial—, se proyecta que la población de 44 millones de Kenia crezca más del doble, hasta 90 millones, para 2050. Mientras tanto, más de un cuarto de las mujeres kenianas todavía son incapaces de acceder a los anticonceptivos que quieren. A pesar de más de un siglo de trabajos de asistencia en planificación familiar, sigue siendo uno de los aspectos más malentendidos del desarrollo internacional. Esto se debe en gran parte a las acciones occidentales de aplicar una forma coercitiva de control de la población a guisa de “planificación familiar”.
Mundialmente, los índices de natalidad son menores hoy que nunca antes, y más mujeres como nunca antes son dueñas de sus propios cuerpos. Pero las poblaciones mundiales siguen aumentando, y en muchas partes del mundo —más preponderantemente en África— los problemas creados por una falta de derechos reproductivos se vuelven más serios. En 1650, había alrededor de 500 millones de personas en la Tierra. Para 1804, la población se había duplicado a 1000 millones. En solo 123 años, se duplicó de nuevo, a 2000 millones, y volvió a duplicarse, a 4000 millones, para 1974. La población mundial pasó los 7000 millones en 2011. Las proyecciones más recientes de la ONU serán superiores a 12 000 millones para 2100, sin una estabilización a la vista.
Mientras tanto, el resto de la flora y fauna de la Tierra son dejados de lado. Estamos en medio de la más grande extinción masiva desde que los dinosaurios fueron arrasados hace 65 millones de años. Un ensayo reciente publicado en Science descubrió que las especies de plantas y animales ahora van a extinguirse por lo menos 1000 veces más rápido de lo que lo hicieron antes de la aparición de la humanidad, debido principalmente a la destrucción que han perpetrado los hombres en sus hábitats y al cambio climático. Algunos científicos han optado por llamar a nuestra época como Antropocena, para enfatizar el hecho de que los humanos han cambiado irreversiblemente la composición ecológica del planeta.
En la década de 1970, con la población mundial rondando los 4000 millones, la humanidad empezó a usar más recursos de los que la Tierra podía reponer cada año, y producía más desperdicios de los que podía absorber, empujándonos cada vez más y más hacia la “extralimitación ecológica”, según Global Footprint Network (Red Global de la Huella Ecológica), un grupo de investigadores de California. Ellos calculan que en 2014 se usaron los recursos de 1.5 Tierras.
La mayoría del crecimiento demográfico está ocurriendo en naciones africanas. El continente es hogar del 15 por ciento de la población mundial; para 2050, según proyecta la ONU, esa cifra será más cercana al 25 por ciento. Esto es en especial problemático, pues gran parte del continente es también donde la gente es menos capaz de adaptarse a los efectos de la sobrepoblación, dice John Wilmoth, director de la División de Población de la ONU. Si el mundo no puede satisfacer la necesidad de África de la planeación familiar, el resultado será más y más gente pobre, y pobremente educada, dice él. Kenia, Etiopía y Malawi, por ejemplo, son tres naciones donde grandes cantidades de personas no pueden conseguir la anticoncepción que necesitan y están en alto riesgo de los efectos del cambio climático, como las inundaciones y las sequías.
Conforme el cambio climático convierte más costas en zonas de inundaciones y más tierras laborables en desiertos, el daño estará inextricablemente vinculado con el crecimiento demográfico: cuantos más de nosotros haya, más agua, alimentos y energía necesitaremos para sobrevivir. En los últimos tres años, Australia, Canadá, China, Rusia y EE. UU. han sufrido inundaciones y sequías devastadoras que perjudicaron severamente las cosechas de alimentos. Previamente este año, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dijo que para alimentar una población de 9000 millones en 2050, el mundo debe aumentar su producción de alimentos un promedio de 60 por ciento o arriesgarse a una escasez alimenticia que podría provocar revueltas sociales y guerras civiles. En comparación, la producción de trigo y arroz ha crecido a un ritmo menor a 1 por ciento en los últimos 20 años.
Mark Montgomery, un experto del Consejo de Población, estudia cómo el auge de la población urbana provocará una escasez considerable de agua potable. Para 2050, la ONU proyecta que 70 por ciento de la población mundial vivirá en ciudades. Ya hay 150 millones de personas en ciudades alrededor del mundo que sufren escasez de agua. En un ensayo reciente, Montgomery y sus colegas hallaron que la cantidad de urbanitas con agua inadecuada aumentará en más de 1000 millones para 2050, y las ciudades en ciertas regiones “tendrán dificultades para hallar agua suficiente para las necesidades de sus residentes”.
El gran tabú
Roger-Mark de Souza está harto. El director de la rama de población, seguridad y resistencia medioambiental del Wilson Center, un grupo gubernamental de investigadores en Washington, D.C., dice que la mayor parte de la discusión sobre adaptarse al cambio climático ignora la explosión demográfica. “Si se implementaran todas las iniciativas, y se tiene un crecimiento demográfico en marcha, ¿de qué sirve?”, pregunta él. “Si solo invertimos en programas que no toman en cuenta estas intervenciones sociales más amplias, he allí una oportunidad perdida.”
El Fondo Verde para el Clima, quizás el fondo de más alto perfil que ayuda a los países en desarrollo a adaptarse al cambio climático, no dice nada sobre la población en su sitio en la red. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Unfcc, por sus siglas en inglés), la cual administra “programas de acción en adaptación nacional” para los países menos desarrollados, dedica una sección de su sitio en la red a la importancia de los roles de género en el cambio climático. Ellos explican que las mujeres son más vulnerables a sus estragos y deben ser incluidas en las acciones de adaptación. Pero la planeación familiar y la anticoncepción no están en la lista oficial de los proyectos de adaptación.
Esta falta se ha visto exacerbada por la larga y desagradable historia de los poderes acaudalados, y en su mayoría blancos, manipulando la planeación familiar en el continente por varios siglos. Los europeos llegaron a África “buscando cuerpos”, dice Nwando Achebe, profesora de historia en la Universidad Estatal de Michigan. Primero fue el comercio de esclavos. Luego vino la era colonialista, cuando los europeos se asentaron en África, estableciendo granjas y plantaciones enormes que demandaban trabajadores locales. Ambos grupos de invasores “necesitaban una población de africanos físicamente capaces”, dice Achebe. “Ellos promulgaban leyes para asegurarse de que la población creciera.”
Matthew Connelly, profesor de historia en la Universidad de Columbia, argumenta que el siglo XX estuvo plagado de enfoques mal concebidos para la planificación familiar, que han ido desde usar anticonceptivos riesgosos en clientes inconscientes —en 1967, un informe de la Fundación Ford alabó una propuesta de una nueva tecnología que involucraba “una aplicación anual de una vaporización anticonceptiva” (desde un único avión sobre India)— hasta ofrecer incentivos monetarios a los pobres que accedían a ser esterilizados. Políticas como estas “hicieron que la planificación familiar pareciera una imposición, en vez de algo que servía a los intereses de los mismos clientes”, escribe Connelly, y la reacción negativa fue feroz. Líderes revolucionarios alrededor del mundo (incluidos Daniel Ortega, de Nicaragua, y Zulfikar Ali Bhutto, de Pakistán) atacaron la planificación familiar como un símbolo del imperialismo estadounidense, y el Vaticano se sumó a las huestes, ayudando a organizar una campaña global contra las acciones de planificación familiar, la cual se alineaba con la postura oficial de la Iglesia católica sobre la reproducción, en especial en los países en desarrollo.
En 1984, el presidente Ronald Reagan instituyó lo que se ha conocido como la “ley mordaza mundial” (oficialmente, la política de la ciudad de México), la cual impedía que dólares de EE. UU. fluyesen a cualesquiera grupos internacionales de planificación familiar que proporcionaran abortos. La ley también estipuló que cualquier organización que reciba financiamiento de EE. UU. no podía educar a los pacientes sobre el aborto o tomar una postura en contra del aborto inseguro. El presidente Bill Clinton derogó la política en 1993, George W. Bush la restableció en 2001, y Barack Obama la derogó de nuevo en 2009. Si un republicano asume la presidencia en 2016, es posible que regrese la ley mordaza.
Cuando la ley mordaza estuvo en vigor, el financiamiento de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) para las organizaciones de planificación familiar se desplomó. Las clínicas que proveían desde la distribución de condones, tratamientos para el VIH/SIDA hasta cuidados neonatales recortaron sus personales y servicios, y en algunos casos cerraron sus puertas por completo. En varios casos, la ley fue contraproducente: Kelly Jones, una importante investigadora del Instituto Internacional de Investigación en Políticas Alimentarias, descubrió que en Ghana durante los períodos de ley mordaza los embarazos rurales aumentaron 12 por ciento y el índice rural de abortos se incrementó junto con los primeros, pasando a 2.3 por ciento.
Mientras tanto, el financiamiento de EE.UU. para la planificación familiar en el extranjero ha estado muerto por varios años, en alrededor de US$530 millones, aun cuando se requeriría de relativamente poco dinero para hacer una diferencia enorme. Por cada dólar gastado en planificación familiar, presume el sitio en la red de USAID, se ahorran hasta US$6 en cuidados a la salud, inmunización, educación y otros servicios. Dicho de otra manera, cada dólar que no se gaste en planificación familiar le costará a EE. UU. hasta US$6 más a la larga. “No es difícil entender que los dispositivos anticonceptivos son relativamente baratos en comparación con el costo de construir caminos, escuelas y hospitales”, dice Wilmoth, director de la División de Población de la ONU. “Entonces, no es por falta de dinero que no se logra.”
Mientras Occidente se anda por las ramas con respecto a brindar ayuda para la planificación familiar, “los africanos [la] están pidiendo”, dice Faustina Fynn-Nyame, directora nacional de Marie Stopes para Kenia, quien es oriunda de Ghana. “Los africanos ven la importancia de esto. No es que Occidente nos esté diciendo que hagamos algo”.
Dejar atrás a la mitad de la población
En 2012, el número calculado de embarazos no deseados fue de 80 millones (63 millones en el mundo desarrollado). ¿El crecimiento demográfico mundial? También 80 millones. En otras palabras, si las mujeres de todo el mundo tuvieran la capacidad de evitar los embarazos que no quieren, la población mundial se estabilizaría.
Ello mejoraría inmediatamente tanto la salud materna como la infantil. En gran parte del hemisferio sur, el acceso al aborto es extremadamente limitado o de plano prohibido. En Kenia, una enfermera fue sentenciada a muerte por practicar abortos en septiembre pasado. Toda interrupción del embarazo en Nairobi tiene que hacerse clandestinamente, a menudo usando medicinas improvisadas hechas por químicos más preocupados por las ventas que por la eficacia, dice Njagi, el administrador de la clínica Marie Stopes. Así fue como Florence Akinyi terminó a punto de morir desangrada en una carretilla.
Mundialmente, se calcula que 20 millones de mujeres se someten a abortos inseguros cada año porque carecen de mejores opciones. Más de cinco millones de ellas terminaron necesitando atención médica urgente, y 47 000 mueren en el proceso. Además, en el mundo en desarrollo los embarazos a menudo son peligrosos. Cada año, se calcula que 358 000 mujeres mueren durante el parto, y muchas más sufren de debilitantes problemas de salud relacionados con el embarazo. En el África subsahariana, el riesgo perenne de morir de problemas relacionados con el embarazo es de 1 en 22. Si se disminuyen los índices de embarazo, se disminuyen esos riesgos; menos embarazos significan recursos que no se tienen que repartir a cuenta gotas.
Desde 2011, el Fondo de Naciones Unidas para la Población (que trabaja para “asegurar el acceso universal a la salud reproductiva, incluida la planificación familiar”) ha sido presidido por el Dr. Babatunde Osotimehin, de origen nigeriano. En la reunión de la Asamblea General de la ONU en septiembre, Osotimehin instó al grupo a enfocarse en la igualdad de género. “No podemos avanzar dejando a la mitad de la población —nuestras mujeres y niñas— atrás”, dijo él. En la misma reunión, Bathabile Dlamini, una representante de Sudáfrica, dijo que su país recientemente implementó políticas que permiten el acceso a servicios de aborto seguro y vio un aumento en la expectativa de vida de 54 años en 2005 a 60 en 2011.
Por supuesto, el aborto es el último recurso; es mucho mejor ayudar a las mujeres antes de la concepción. Según una investigación del Instituto Guttmacher, 39 por ciento de los embarazos en el África subsahariana —calculados en 19 millones— fueron no deseados en 2012. De esos 19 millones, el instituto calcula que 10 millones resultaron en alumbramientos no planeados, 3 millones en abortos espontáneos y 6 millones en abortos, la mayoría de estos practicados en condiciones insalubres. Darle acceso a anticonceptivos a toda mujer en el África subsahariana que los quisiera, podría evitar cinco millones de abortos y salvar las vidas de 48 000 mujeres. Aún más, se evitaría la muerte de 550 000 recién nacidos y bebés, reduciendo la mortandad infantil en la región en 22 por ciento.
A muchas mujeres kenianas les gustaría poder decidir cuántos hijos tener, y cuándo. “Tenemos una necesidad que en gran medida no se ha satisfecho”, dice Fynn-Nyame, y añade que “20.9 por ciento de las mujeres casadas dice que quiere controlar su fertilidad de alguna manera pero no tiene el acceso, dinero o conocimiento de a dónde ir”.
En el mundo en desarrollo, 222 millones de mujeres quieren anticonceptivos pero no pueden obtenerlos (eso es más que la población de Alemania, Francia, Bélgica, España y Holanda juntas). Satisfacer sus necesidades hubiera evitado 54 millones de embarazos no deseados, 26 millones de abortos, 79 000 muertes de madres en el embarazo o parto y 1.1 millones de muertes infantiles solo en 2012.
Además, los anticonceptivos permiten que las mujeres distancien sus embarazos, dando por resultado niños mucho más sanos. Si todas las familias en el mundo en desarrollo dieran un espacio de tres años entre sus embarazos, morirían casi dos millones menos de niños menores a cinco años, según una investigación de USAID.
El problema es que demasiadas de estas decisiones importantes no son tomadas por las mujeres. Más de 10 por ciento de las mujeres kenianas reportan haber sido violadas por sus parejas. “Las mujeres tienen muy poco poder cuando tienen sexo dentro de su matrimonio”, dice Fynn-Nyame. Una mujer podría saber que está en un momento fértil de su ciclo menstrual, pero no será capaz de negociar con su marido. Si él quiere sexo, ella tiene que ceder.
Fynn-Nyame dice que mucho del trabajo que hace su equipo es con hombres. Esto funciona, dice ella, en especial entre los hombres jóvenes. El problema es que la desinformación sobre los anticonceptivos es tan endémica que incluso los hombres que quieren participar en la planificación familiar no saben cómo o no tienen el acceso. Por ejemplo, una investigación reciente muestra que los jóvenes kenianos en las universidades, a menudo tienen un vaso de agua y la píldora del día siguiente lista para que su cita la tome antes del sexo. Es efectiva, aunque no precisamente saludable para la mujer que la toma. Pero “¿qué otra cosa pueden hacer?”, pregunta Fynn-Nyame. “Ellos quieren terminar su educación y tener una vida diferente; tienen tantos sueños y aspiraciones.”
‘Dios proveerá’
El primer nombre de Achebe, Nwando, es una contracción de Nwabundo, una palabra en igbo que se traduce más o menos como “un hijo es la sombra”. Ella dice: “Significa que, siendo la hija más joven, se espera que me quede con mis padres mientras envejecen y les dé sombra como un árbol. No permitir que mi linaje termine. No permitir que mi camino se cierre. Estos son nombres que los africanos dan a sus hijos”.
En gran parte del mundo en desarrollo sigue habiendo un imperativo muy arraigado de tener tantos hijos como sea posible. En parte, esto se debe a la influencia perniciosa de los colonialistas y misioneros, pero también deriva de hace muchas décadas, cuando la mortandad infantil era tan alta que si uno quería tener unos cuantos hijos, no tenía más elección que tener un embarazo tras otro. Esto es en especial el caso entre la gente que vive de la agricultura de subsistencia en las áreas rurales, quienes piensan que “cuantas más manos tengamos, más trabajo podemos hacer, y más dinero podemos cobrar”, dice Fynn-Nyame. Los niños también son considerados como una inversión para la vejez de un padre. Después de todo, si se tiene ocho hijos, hay la posibilidad de que por lo menos uno tenga los recursos para cuidar de usted cuando envejezca demasiado como para cuidar de usted mismo. “Si le pregunta a la gente si pueden costear estos niños”, dice Achebe, “la respuesta siempre es: ‘Dios proveerá’”.
Mientras tanto, demasiados niños carecen de información sobre sexo y reproducción. Muchas de las mujeres en la clínica Marie Stopes de Kibera llegan solas, sin un conocimiento real de sus opciones. A menudo son sus maridos quienes les dicen qué anticonceptivo pedir; usualmente lesdicen que eviten los dispositivos intrauterinos (DIU) porque “hacen menos divertido el sexo”, dice Njagi. “Trato de instruirlas sobre sus opciones para que puedan tomar una decisión más informada.”
Y eso es solo con los DIU, que son una de las mejores formas de control natal: tienen una tasa de fallo menor a 1 por ciento, mientras que las píldoras anticonceptivas tienen una tasa de fallo de entre 8 y 9 por ciento. Además, en regiones donde la infraestructura sanitaria es de mala calidad, depender de una provisión diaria solo aumenta las tasas de fallo. Como dice Elaine Lissner, directora del Proyecto de Información Anticonceptiva para Hombres: “Si en algún lugar estás tomando la píldora y el camión de las píldoras no se presenta un mes, estás embarazada”.
El gran repunte de las niñas
¿Qué pasaría si los anticonceptivos de repente fueran un derecho universal?
Así pasó en Bangladés, que es inundado estacionalmente por el derretimiento del hielo en el Himalaya y es bombardeado con regularidad por ciclones. Se proyecta que el aumento en el nivel del mar, propiciado por el cambio climático, arrasará con 17 por ciento de su masa continental para 2050 y desplazará 18 millones de personas.
En la década de 1970, Bangladés, recientemente independiente, llegó a la conclusión de que crecía con demasiada rapidez; iba a un ritmo de triplicar su tamaño en cuatro décadas. Las mujeres en promedio parían más de seis hijos. Entonces, el gobierno hizo gratuitos los anticonceptivos y los distribuyó con amplitud.
En 1975, 8 por ciento de las mujeres bangladesíes usaron anticonceptivos. Para 2010, la cifra era de 60 por ciento. Al mismo tiempo, aumentaron las oportunidades educativas: más de 90 por ciento de las niñas se matricularon en la primaria en 2005. Apenas cinco años antes, la matrícula femenina era la mitad de esa cifra, según The Economist. La alfabetización femenina llegó al 78 por ciento en 2010, en comparación con solo 27 por ciento en 1981. Las mujeres que tenían un promedio de seis hijos en la década de 1970, hoy tienen aproximadamente 2.2 hijos. Esa tasa de fertilidad está muy por debajo de la de India y muchísimo más por debajo de la de Pakistán. Bangladés es ahora el único país en desarrollo en el camino de cumplir con las Metas de Desarrollo del Milenio en cuanto a salud materna e infantil.
“Este no es solo un problema de salud, también es un problema social”, dice Wilmoth, de la ONU. “El programa de Bangladés hizo eso comunidad por comunidad, con mujeres que hablaban con la gente. Es asombroso que [la tasa de fertilidad] haya caído tan bajo en un país tan pobre. Es un ejemplo de lo que es posible. ”El “milagro iraní” es otro ejemplo. Fue la disminución demográfica más marcada que se haya registrado, más rápida incluso que la política de un solo hijo de China. Y se dio sin coerción.
A finales de la década de 1980, el ayatolá Ruhollah Khomeini, de Irán, revocó una política pro natal destinada a producir soldados para la guerra con Irak. Persuadido de que la economía iraní no podría satisfacer la población inflada, promulgó fatwas (leyes) para ordenar la disponibilidad y gratuidad de los anticonceptivos en las clínicas gubernamentales. La TV estatal transmitió información sobre el control de la natalidad, y los trabajadores sanitarios educaron a los pacientes en planificación familiar como un medio de espaciar los nacimientos. La tasa de fertilidad disminuyó de siete partos por mujer en 1966 a menos de dos en la actualidad. El bajo índice de natalidad, junto con un aumento en la educación pública para niñas, cambió el papel de la mujer en Irán. Más mujeres pospusieron el embarazarse para asistir a la universidad, y ahora las universidades del país tienen una población 60 por ciento femenil.
Pero en 2006 el presidente Mahmoud Ahmadinejad trató de detener la disminución, llamando a los programas de planificación familiar como una “receta para la extinción”, según Los Angeles Times. Él instó a las niñas iraníes a casarse jóvenes, ofreció incentivos monetarios por niño, y el gobierno recientemente proscribió la contracepción quirúrgica permanente. Pero no ha funcionado. “Las mujeres iraníes no van a retroceder”, dijo Sussan Tahmasebi, una lideresa iraní por los derechos de las mujeres, al Times.
Cuando las mujeres pueden tener menos hijos y más espaciados, el efecto en sus vidas es notable e inmediato. Tienen más tiempo para seguir su educación y conseguir empleos, ganar dinero que con gran probabilidad invertirán más en sus familias y comunidades de lo que lo hacen sus pares masculinos. Ellas llevan vidas más sanas y tienen hijos más sanos. La dinámica de poder entre hombres y mujeres también puede cambiar: las mujeres con más acceso a los recursos con menos frecuencia son víctimas de violencia doméstica, según USAID.
El Instituto Aspen calcula que si todas las mujeres del mundo tuvieran acceso a los anticonceptivos que desean, la reducción en los embarazos no deseados se traduciría en una reducción de 8 a 15 por ciento en las emisiones mundiales de carbono. Menos personas estarían en riesgo cuando aumente el nivel del mar y las tierras laborales se sequen, y una menor presión en los recursos, ya de por sí sobreexplotados, significaría menos conflictos violentos por esos recursos.
Fuera de control
No todos los expertos están de acuerdo en que una mejor planificación familiar salvará el planeta. Connelly comenta que el argumento medioambientalista a favor del control demográfico es, en el mejor de los casos, erróneo; en el peor, falso. “Un individuo humano que practica la agricultura de subsistencia consume la misma cantidad de calorías que un delfín”, dice él. “Usted y yo consumimos calorías equivalentes a una ballena azul. Una ballena azul americana vale docenas de delfines bangladesíes. Decir ‘si tan solo hubiera menos delfines, el resto de nosotras las ballenas estaríamos bien’, pienso que es una locura. Y es lavarse las manos. Y es injusto.”
Su punto es que el verdadero problema para el planeta es el consumo en general. En algunas clínicas de planificación familiar, dice él, hay pósteres en la pared representando dos familias: la infeliz familia no planificada, viviendo en pobreza abyecta y la violencia, y la feliz familia planificada, con una casa en los suburbios y dos autos estacionados en la entrada. La idea que esto promueve es “el milagro de la planificación familiar: si te deshaces de los niños, puedes tener más cosas”.
Pero él añade que “no se pueden tener las dos cosas. O vamos a sacar a cientos de millones y con el tiempo miles de millones de personas de la pobreza y convertirlos en consumidores de autos y todo lo demás, o vamos a reducir el número de personas para que consuman menos. ¿Cómo se pueden reconciliar estas dos cosas?”.
No obstante, incluso si la planificación familiar no resolverá nuestros desafíos con los recursos, dice Connelly, no hay duda de que el mundo sería un mejor lugar si las mujeres y las familias de todas partes tuvieran acceso a sus derechos reproductivos totales. Y la demanda de anticonceptivos está allí. En Kenia, Fynn-Nyame la ve. “Cuando hablas con las mujeres, ellas están muy enojadas, pero al mismo tiempo, si hubieran tenido diferentes opciones en la vida, si lo hubieran sabido antes, no [hubieran] querido tener tantos hijos, porque les preocupa el futuro de sus hijos. Les preocupa la seguridad alimentaria, les preocupa la educación. Si se embarazan de nuevo y mueren, ¿qué va a ser de sus hijos?”, pregunta ella. “La sobrevivencia de ella es tan crucial, pero su capacidad de sobrevivir está basada en si puede conseguir algún tipo de control de la fertilidad.”